La voz de la flauta
Sobre la mesa de bitácoras de viaje hay un café que ya está frío. Es el de Carlos Mario Palacio. Ingeniero mecánico, empresario, sobreviviente de cáncer oral recurrente, senderista, practicante de rafting y flautista los lunes y viernes.
Por Juan José Ríos Arbeláez / juan.riosa@upb.edu.co
Foto: Cortesía
“Si me lo bogo como ustedes, me ahogo”, explica mientras señala la tacita blanca con bordes azules. Pero igual se goza el tinto, frío y oscuro, con paciencia, sin sorber, ayudándose de la gravedad.
Hoy llegó temprano, cargando una pila de libros documentales tan pesados que hasta la flauta dulce se le cayó por el pasillo. Se adivina una sonrisa detrás del tapabocas, que cubre casi todo, pero a la luz están los ojos invictos.
Saludó de puño al músico y maestro Carlos Andrés Mira, se susurraron unas risas al oído unos segundos y después se fue a depositar los libros de sus viajes sobre una mesa en el patio de la casa cultural.
Una mañana de 1985, mientras se cepillaba los dientes se raspó un “chichón” debajo de la lengua. Fue al dentista, que le dijo que no tenía ningún chichón y lo remitió a la estomatóloga para realizar estudios. Dice que una semana después le extrajeron una masa del tamaño de una pelota de ping-pong. Y dimensiona la medida con los dedos de la mano derecha. Ya sin tapabocas, sentado en la mesa, todavía sorprendido por el tamaño del tumor. Cuando le diagnosticaron por primera vez el cilindroma de piso de boca (un cáncer de boca inusual, diferente al circoma, que causa más del 90% de diagnósticos del cáncer oral en el mundo) tenía treinta años.
Al año siguiente le reincidió el tumor en la glándula sublingual izquierda. Se sometió a una nueva extracción, a un estudio de piso bucal, a un estudio en la lengua; que lo dejó con parálisis parcial en la misma. Y comenzó el proceso de radioterapia. “Me quemaron vivo”, dice. “Me quemaron todito en 16 sesiones de radioterapia”, que como consecuencia le dilataron en un 40% las cuerdas vocales y lo dejaron sin volumen de voz.
La tasa de supervivencia general a 5 años para las personas con cáncer oral es del 66%. Un estudio de la Revista Colombiana de Cancerología proyectó que entre 2015 y 2050, de mantenerse la tendencia actual de exposición al alcohol, tabaco e infección del Virus de Papiloma Humano, se presentarán 107 882 casos nuevos de cáncer oral en Colombia. Las cifras contrastan con el hecho de que apenas el 29% de casos son diagnosticados en etapas tempranas.
Con la lengua parcialmente paralizada, las cuerdas vocales dilatadas y el esófago rígido como un tubo, Carlos Mario dejó de hablar. Acudió a muchos especialistas, se sometió a diferentes procesos, pero sin importar si se trataba de audiólogos, fonólogos u otorrinolaringólogos; el veredicto solía ser el mismo: que ya no iba a poder hablar. Que no podía soltar la lengua, que no iba a salir del engarrotamiento, que el daño en las cuerdas era irreparable. Que no había nada por hacer. “Logré susurrar un poco, con el tiempo. No se me entendía nada. Aun así, seguí con la vida, diseñando metales, haciendo deporte, trabajando…”, concluye tranquilamente Palacio.
Después de los dos cánceres, la amenaza de enfermedad no menguó y desde 2010 tuvo problemas en la próstata. No era cáncer, pero el sometimiento prolongado a los antibióticos le quitó la capacidad auditiva. En 2014 le realizaron un implante coclear para escuchar y en medio del procedimiento dañaron uno de los 25 nervios involucrados con la deglución (tragar alimentos), lo que le causó repetidas neumonías en los años que siguieron, hasta que en 2017 suspendió totalmente la alimentación oral y la remplazó con ENSURE a través de una sonda PEG.
Ahora la está usando. Es el almuerzo, son las dos de la tarde. El patio de la escuela está fresco a la sombra. “Véalo, egoísta. Come solo, al lado de uno”, dice jocosamente el maestro Mira. Carlos lo ve y se ríe. Enseña la dentadura perfecta. Tiene la camisa levantada, abre la válvula y pasa la sonda, le pone un poco de agua y vierte el ENSURE, naranja y viscoso. Dos tarros por cada comida, cinco comidas diarias. Así desde hace cinco años.
Flauta dulce
Hace veinte minutos debió haber empezado la lección. “La conversada también es parte de la clase”, dice el Maestro Mira. “Tal vez la más importante”, remata Carlos Palacio, desde la mesa de libros. Hay una camaradería latente en el ambiente, inherente a Texturas y Armonías, la casa creativa y escuela musical donde se enfría el café del flautista.
Durante 34 años fue mudo, sujeto al lenguaje de señas. Estuvo más cerca de dejar de escuchar que de volver a hablar y lo que escuchaba una y otra vez eran pronósticos pesimistas, de rigor fatalista, mientras seguía con su vida, con un chirrido fatigante que le asfixiaba a cada intento de hablar. En 2019 conoció a Alejandra Buriticá, una directora de orquesta que le propuso trabajar con técnica vocal. Lo hicieron hasta el inicio de la pandemia, sin presentar evolución, hasta que Carlos Mario se mudó a La Ceja y le recomendaron al musico y director de orquesta Carlos Andrés Mira, que ya había tenido procesos con alumnos con alguna discapacidad.
Dice el maestro Mira que tuvo que salirse de la escuela para escucharlo la primera vez que hablaron. “Es una escuela de música, al fin y al cabo, y el hombre se esforzaba por hablar y yo no le escuchaba nada”.
Empezaron el proceso de técnica vocal a finales de 2020, con un aliciente: la flauta dulce. “Solo por hacerlo más didáctico. No por nada más, porque se trabaja más allá de cualquier proceso musical”, afirma enfáticamente Mira. “No es que haya vuelto a hablar por la flauta; esa es una excusa para los trabajos de respiración, de abdomen al diafragma, de hacer sonidos que permitan ejercicios técnicos, para la repetición y que se haga todo de una forma más lúdica que en la Técnica Vocal tradicional”.
Ya decía antes Palacio que no estaba allí para dominar el círculo de quintas o comprender los préstamos modales. Poco le importa si las notas sostenidas no se mezclan con las bemoles, cuando es su calidad de vida la que se nutre del sonido.
¿Cuáles son las técnicas milagrosas que ningún especialista atinaba a pensar?, ¿Cómo hizo para poder hablar con alguien a una distancia de 10 metros, cuando hace dos años la distancia mínima era de 30 centímetros? Unos minutos después, en el aula de pianos junto a Mira, se le escuchaba maullando repetidamente como un gato: "Miau, miau, miau…", al ritmo de los bajos tonos del piano. Y después soplaba la flauta. Emitiendo notas flojas, largas, estallidos de viento desmesurados y luego débiles. Se exigía. Entonaba el canto de la alegría. Volvía a soltar la flauta y hacía ejercicios de pronunciación para la R.
Termina la clase. Le rindió poco porque la ocupó toda en chachara y una entrevista. Ya volverá el viernes. Estaba feliz mostrando los libros de sus viajes, las fotos en Guaviare, cruzando el río Guayabero, en las cascadas de La Macarena; contando que su otorrino no daba crédito a sus oídos en la última visita, que había pasado de entender un 40% hasta un 80% en el año y medio que llevaba de proceso. Fue mudo y volvió a hablar. Está más vivo que todos. El rojo pasión de la camisa le hace justicia. Se fue de afán, tenía una cita. Dicen que la semana pasada, con 69 años, encontró de nuevo al amor.
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