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Detrás de una lágrima

Llorar tiene su ciencia y ese no sé qué, que salva en momentos cuando, por ejemplo, descubres que el amor de tu vida te engañó.


Valentina Marín / periodico.contexto@upb.edu.co


Sobre una mesa pequeña en la sala, Lucía tenía una Virgen, la Biblia y el teléfono. Cada vez que esta persona llamaba a intimidarla, ella leía el primer salmo que sus ojos vidriosos lograban encontrar. Un día, luego de escuchar ese choque cuando del otro lado cuelgan y sintiendo ese vacío desgarrador que ya reconocía, su hija mayor llegó a sentarse en sus piernas y le dijo:


—¿Por qué estás llorando, mami?

Lucía la miró y no le respondió.

—No llores, no llores ¿Acaso no crees que la Virgen nos está acompañando? —continuó mientras Lucía rompía en llanto y la abrazaba.


Nadie podría explicar con facilidad qué es llorar. Más bien darían instrucciones de cómo hacerlo, como Cortázar, o seguramente les sería más fácil decir la razón. As Vingerhoets, uno de los principales expertos en llanto, estableció que el sentimiento de pérdida o ruptura es el principal motivo. Pero, uno de los diccionarios más completos de la lengua española lo define como sentir vivamente algo, derramar lágrimas por los ojos o, de manera más fría, “manar de los ojos un líquido”.


Llorar es algo que los seres humanos han aprendido a lo largo de los siglos para comunicar con más fuerza los sentimientos y Elena Jarrín, oftalmóloga española, dice que “se trata de una manifestación de lo bien hecho que está el ser humano y lo evolucionado que es”. Sin embargo, Charles Darwin, mayor exponente de las teorías evolutivas, sostuvo que las lágrimas emocionales no tenían ningún propósito, solo servían para proteger el ojo.

Lucía nunca notó que al llorar su cuerpo estaba haciendo una de las actividades motoras más complejas y cotidianas, porque lo complejo era la situación que ella estaba viviendo.


***

Lucía y Luis Fernando se enamoraron en la universidad. Sostuvieron un noviazgo de cinco años y un 9 de julio de 1994 juraron ante el altar amarse y respetarse hasta que la muerte los separara. Al año llegó el embarazo de su primera hija, Laura, y para darle la noticia, como en típica escena de película romántica, le dejó en el espejo donde él se afeitaba unos escarpines junto a una nota que decía “vamos a tener un bebé”. Después de abrir su espuma afeitadora y antes de terminar de leer la frase ya tenía lágrimas en los ojos que resumían la inmensa felicidad que ambos estaban viviendo.


Era contradictorio que en un momento de alegría el llanto apareciera. Es por esa razón que se considera uno de los más grandes misterios, porque con solo pensar que cuando gana el equipo de fútbol favorito, en una pedida de matrimonio, en el abrazo eterno de una pareja en un aeropuerto, en un orgasmo o, como en este caso, enterándose de la noticia de un embarazo la gente también llora, definitivamente no se trata de una simple actividad.


Los psicólogos afirman que llorar de alegría es una forma de equilibrarse o liberarse en medio de emociones que no se pueden controlar. Incluso, la Universidad de Yale definió en una investigación que esta actividad paradójica tiene una función vital. Entonces, el cerebro de Luis Fernando se encontraba en un momento tan complejo e incontrolable que buscó la mejor manera de regularse: llorar.


Fueron momentos especiales, pero tal “cuento de hadas”, como lo describe Lucía, empezó a tener altibajos. Cada que salía hacia su trabajo, comenzaba a sentir una opresión en el pecho. Era como una voz que le hablaba y que no lograba escuchar. Era algo que le decía que se devolviera, como si se le hubiera olvidado apagar un fogón o echarle una llave más a la puerta. Cuando lo hacía, encontraba a Luis conversando por teléfono. Ese mismo de la mesita de la sala, con la Virgen y la Biblia al lado. Inmediatamente colgaba asustado y sorprendido, así que las sospechas comenzaron a aflorar en la cabeza de Lucía.


Transcurrió un mes, un tiempo en el que pueden suceder muchas cosas para unos y pocas para otros. Por ejemplo, con los 10 ml de producción lagrimal diarios, una persona adulta podría llenar un poco más de la mitad de un vaso. Un bebé humano normal lloraría 60 horas en total, según los psicólogos, y cualquier persona podría escuchar una canción diaria de la “Lista definitiva de las 40 canciones tristes que no deberías escuchar si estás deprimido” que escribió La Vanguardia y le sobrarían para el siguiente mes. Ese fue el tiempo que ella esperó para reunir las pruebas y confrontarlo.


Dicen que llorar trae beneficios. Stephen Sideroff, autor de The Path: mastering the nine pillars of resilience and success, dijo que los sentimientos guardados contienen mucha energía y retenerlos podría interferir en procesos naturales e instintivos. Tanto así, que lo compara con la necesidad de tener hambre: “si alguien busca comida para calmarla, alguien que esté triste debe encontrar algo para equilibrarse y resolverlo”.


El bioquímico William H. Frey propuso que la gente se siente mejor después de llorar y, aunque poco lo tengamos en cuenta, la liberación de mocos que también resulta, en conjunto con el llanto, es un mecanismo para deshacerse de las hormonas que producen estrés, pero Lucía venía guardando esas emociones día tras día.


Ella grabó las conversaciones, notó los comportamientos extraños de su esposo, lo esperó despierta una noche que tuvo que salir de “urgencia” y comenzó a preguntarle qué le pasaba. Se inventaba canciones, escritos, versos y cartas para comunicarse con él que resultaban siendo intentos fallidos. Buscó psicólogos, asesores de familia y hasta sacerdotes. No estaba dispuesta a rendirse. Pero un encuentro y un café la hicieron cambiar de decisión.


—Lucía, yo tengo que contarte algo que está pasando y me está haciendo sentir muy mal —le advirtió Carlos, un amigo cercano de la pareja, en esa cafetería a dos cuadras de la oficina de Luis.

—Decime, Carlos ¿qué es lo que pasa? —le respondió exaltada soltando de inmediato el café que estaba a punto de tomar.

—Luis está teniendo últimamente comportamientos muy extraños, se ha alejado de los amigos y tiene una relación más que cercana con la auxiliar de arquitectura, Claudia.

—Carlos, confírmame si esta es la voz de ella —le dijo mientras buscaba con rapidez la grabadora de periodista en su bolso.

—Sí, es ella.


Esta era la prueba final. La que cerraba el caso, la cereza del pastel y la que desataba el caos. Luis se había enamorado de una compañera de su trabajo y a Lucía se le había atravesado un nudo en su garganta y en su camino. Ella no sabía qué sentir, pero era el momento perfecto para enfrentarlos.


Las emociones estaban a flor de piel. Ese lugar del cerebro llamado sistema límbico estaba llegando al máximo de su función y en conexión con el sistema nervioso vegetativo estaban provocando reacciones que luego activarían la producción del llanto. Sin embargo, ese todavía no era el caso de Lucía. No había soltado ni una lágrima, más bien su cabeza estaba llena de rabia, confusión y necesidad de una respuesta.


Los expertos dicen que cada persona tiene su forma de llorar. Unos pueden sollozar, tener espasmos cortos y otros lo pueden hacer de forma silenciosa y tranquila. Cada uno con expresiones y motivos diferentes. Charles Darwin descubrió y clasificó más de cien gestos característicos, y afirma que es una de las “expresiones específicas del hombre”, porque ninguna otra especie ha dado pruebas de poseer este mecanismo. Entonces, quizá Lucía sí lo estaba haciendo, pero a su manera.

Ilustración: Valentina Marín.


***

Tomó un taxi y se demoró más en montarse al carro que en llegar. Preguntó dónde estaba la oficina de Claudia. La auxiliar de arquitectura. La de las llamadas. Se dirigió por el pasillo cruzando los demás cubículos en medio de miradas aterradas y expectantes.


—¿Claudia Helena? —preguntó para confirmar que fuera la oficina correcta.

Ella estaba de espaldas, sacando unas copias y cuando volteó Lucía confirmó que era ella.

—Vengo para que conversemos —le dijo mirándola a los ojos.

—No, hablemos afuera, aquí adentro no —le suplicó temblando y con un papel en sus manos.

—Adentro sí — interrumpió Lucía corriendo una silla Rimax y ubicándola en la entrada—. Yo no tengo nada que esconder. Te pido que sigas con tu camino y no te cruces en el mío.

—Nosotros ya llevamos un año de relación. Vamos a formar una familia porque él es mío.


Lucía no estaba dispuesta a pelear por sentimientos y mucho menos por un hombre. Su papá siempre le había dicho que su dignidad era lo más importante y ese era el momento de poner en práctica el consejo. Por eso, se retiró y se dirigió a la oficina de él a quien sin pensarlo dos veces le dijo mirándolo fijamente: “los cimientos que alguna vez construí con usted desde que me casé acaban de ser demolidos porque hasta aquí llegamos”. Guardó en su bolso la grabadora y antes de irse él le respondió: “yo necesito organizar mi vida, dame un tiempo para irme de la casa”.


Lucía aceptó la decisión y en el momento preciso que salió de esa oficina sintió que, literalmente, su corazón se había partido en mil pedazos. Según ella, es verdad cuando en las poesías afirman que el alma duele porque recuerda, con la voz entrecortada, que eso fue lo que sintió al ver que el amor de su vida y los sueños juntos se habían desvanecido. Esta vez, las lágrimas de Lucía sí empezaron a correr por sus mejillas sin contenerse.


En su trabajo Topography of tears, Rose Lynn Fisherhat tomó fotos de lágrimas bajo un microscopio de luz y pudo comprobar que todas son diferentes. Si lloramos de risa, de angustia, de dolor, de tristeza o por amor, absolutamente ninguna es igual. Entonces, ¿cómo serían las lágrimas de Lucía bajo el lente de Rose?


Su composición parece simple: 9% sal, proteínas, enzimas y sustancias que contienen nitrógeno. Pero el neurólogo Michael Trimble explica que las lágrimas emocionales tienen mayor contenido proteínico y también detectó que poseen sustancias que ayudan a regular el ánimo y el estrés, como la prolactina, serotonina y adrenalina.


Además, los investigadores definen que existen tres tipos de lágrimas: las basales, que mantienen nuestros ojos limpios; las reflejas, que surgen como reacción a algún componente externo; y las emocionales, que son aquellas vinculadas a los sentimientos, como lo que produce darse cuenta de un engaño.


Las lágrimas son como una película que se extiende sobre el ojo. Si contiene demasiado líquido, se desborda y puede llegar hasta la barbilla. Pero, a veces la vida es tan extraña que existen personas que no pueden hacerlo por más que se rebosen de emoción.


Normalmente, dependiendo del ambiente, se puede evaporar más de un 25% de la lágrima, pero todo vuelve a la normalidad cuando se parpadea de forma continua y completa. En cambio, alguien con síndrome de Sjögren le costaría mucho más producir lágrimas, incluso saliva, y su principal solución es usar lágrimas artificiales de por vida. Ni siquiera con las playlist de Spotify “Rolitas para llorar a las 3 a. m.” o “Música para llorar porque Henry Cavil tiene novia” alguien con esta enfermedad autoinmune podría lograrlo.


Llorar es un acto de bienestar. Diomedes Díaz dijo en una de sus canciones “a mí el llanto no me hace daño”, la diferencia con Lucía es que él sí le rogó a una mujer. Aunque también está Fanny Lu quien dice que “llorar es una locura”, a pesar de que un verso de su canción confiese que se levanta a las seis de la mañana, que un largo día de trabajo la espera y que no tiene ni cinco en la cartera.


***

Casi una semana después, Luis llegó de su trabajo. Laura estaba tomando una siesta y Lucía estaba en la habitación. Entró, saludó, descargó sus papeles encima de la mesa y empezó a buscar en el closet una maleta de viaje. No, esto no era el inicio de unas vacaciones familiares. Lucía comenzó a pasarle camisetas, pantalones, corbatas, medias, sueños y decepciones. Él, mientras tanto, organizaba de forma minuciosa el equipaje de un nuevo camino que ya habían decidido.


—¿Qué pasó? —preguntó Laura entredormida, con una muñeca en sus brazos y viendo todo lo que estaba pasando.

Ambos se miraron y Lucía estaba esperando que él le diera una explicación.

—Mami, es que yo me voy porque yo no sirvo para estar casado. Yo aquí vivo aburrido.


No necesitó decir ni una palabra más para que Lucía sintiera que le habían dado una punzada en el corazón a su hija de cinco años y también a ella. Ese momento lo describe como el segundo dolor más grande que ella pudo sentir en medio de todo. Lo que aún no sabía es que dentro de ella estaba dándole vida a su segunda hija.


La niña se hizo a un lado de la puerta para evitar detenerlo. Él la abrió, cogió su maleta y le susurró algo al oído. Lucía tragaba en seco para que su hija no la viera llorar. Laura se dejó caer en la puerta luego de que él cerró y sus ojos estaban más brillantes de lo que eran. Su mamá la cogió cargada y ninguna de las dos pudo contenerse.

Algunas personas lloran “abriendo un paquete de papitas”, como dice Lucía, mientras que a otros les cuesta tanto que deben recurrir a manuales de instrucciones, como el de Julio Cortázar quien deja de lado los motivos, pero recomienda no ingresar en escándalo y hacerlo en tres minutos.


Quizás Julio era uno de esos y tuvo que escribir su propia checklist que incluye pensar en un pato cubierto de hormigas, tener contracciones del rostro y emitir un sonido enérgico para cuando fuera necesario estar en modo llanto. La psicología y él coinciden en que se debe dirigir la imaginación hacia uno mismo, dejar sentir esa opresión en el pecho y fluir. También, S Moda de El País dice que ayuda “ver una película que sabemos nos va a llevar al llanto o escribir sobre nuestras emociones”, aunque Lucía podía sentarse con palomitas a ver su propia historia.


Si existiera un kit del llanto, incluiría lágrimas, mocos y muchos pañuelos de diferentes texturas y patrones. Por ejemplo, uno de ellos tendría grabado el dibujo que hizo Leonardo da Vinci mostrando cómo los ojos se conectaban supuestamente con el cerebro, cuando se creía en la época de los hipocráticos que las lágrimas eran segregadas allí cuando esta parte del cuerpo de entristecía. Otros podrían tener lágrimas negras, que para los presidiarios simbolizan cada uno de los asesinatos cometidos y algunos cuantos un gato de colores en honor a los niños que producen al llorar un sonido parecido al animal solo por la falta de una parte del cromosoma cinco.


Incluso, cualquier emprendedor podría convertir el llanto en una idea más de negocio vendiendo párpados para peces, quienes no hicieron parte del grupo de animales convocado hace 360 millones de años para migrar, convertirse en anfibios y desarrollar un aparato productor de lágrimas basales que les permitiera humedecer sus ojos; o construir un imperio de venta de lágrimas para crear humanos, como creían en el antiguo Egipto y Grecia quienes asociaban el líquido con vida, fertilidad y sinceridad.


Cortázar dijo que un rincón era un buen lugar para llorar. La Basílica de Guadalupe y las escaleras del Metro Auditorio también son unos de los mejores lugares para llorar en México, según sus habitantes. Así como también lo es el Parque de El Retiro y el Huerto de las Monjas en Madrid. Entonces, Waze podría aprovechar e incluir en sus mapas los mejores lugares para llorar en todos los países y facilitarles un poco la vida a las personas, porque llorar no es tarea fácil. Ni siquiera escuchando en la madrugada la música de Sin Bandera.


***

Lucía confiesa que nunca ha sido de llorar, prefiere hacerse la fuerte. Ella se crío con una mamá que decía que “los hombres no lloran”, un papá que la consideró la luz de sus ojos por ser la única mujer en la familia y en medio de seis hermanos hombres, que nunca le preguntaron qué le pasaba cuando ella “se quebraba” en esa mesa de la cocina.


Luis también era reservado con sus sentimientos. Él se crío junto a su hermano menor, una mamá muy sensible y un papá amoroso, pero serio. Alguna vez, en esos días cuando apenas se estaban conquistando, le contó a Lucía que muchas veces prefería quedarse en su casa escuchando con audífonos los partidos, en vez de salir a hacer vueltas con sus papás, lo cual lo llevó a ser introvertido y poco comunicativo. Sin embargo, cuando don Enrique, el papá de Lucía, lo aconsejaba sí dejaba caer con facilidad alguna que otra lágrima.


La madre de Boabdil, un sultán de Granada, le dijo “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre” porque, según los historiadores, el llanto de los niños varones ha sido más castigado que el de las niñas. Los hombres se han criado para aceptar un rol de cazadores y defensores de la tribu, y los que lloran son estigmatizados y muchas veces se vuelven objeto de burlas y regaños. Tanto así que, un proverbio indio dice “no se debe confiar ni en una mujer que ríe, ni en un hombre que llora”.


Las investigaciones de diferentes oftalmólogos coinciden en que las mujeres lloran 5,3 veces en promedio por mes y los hombres 1,3 veces. De igual manera, Elena Jarrín afirma que la duración del llanto es cuatro veces más corta en los hombres. Lo curioso es que la sociedad y su idea de que llorar es sinónimo de “debilidad” se está negando posibilidades inimaginables, como perder un par de calorías. Así lo confirmó un estudio del St. Paul Ramsey Medical Center que dice que “las hormonas que liberan las lágrimas al llorar por una emoción intensa, como es la ruptura amorosa, reducen los niveles de cortisol, sustancia que favorece la retención de grasa en el cuerpo”.


***

El mismo Jesús dijo alguna vez “bendito tú que lloras, porque reirás” y casi como una promesa, así se le cumplió a Lucía. En su cita con el ginecólogo se dio cuenta de que iba a tener otra niña. “Vas a tener que guardar los chulitos de tu otra hija para que se los des a la que viene”, le dijo el doctor para confirmarle la noticia.


Dicen que el llanto de los bebés es crucial para su supervivencia. En un artículo de La Vanguardia dicen que es casi como un “cordón umbilical acústico” y lo que en ese momento se creía en la familia de Lucía era que Valentina sería muy “llorona” por todo lo que tuvo que pasar estando en la barriga de su mamá, pero sucedió todo lo contrario.


Hidemi Yoshida, el hombre que “le enseña a llorar a Japón”, dice que las lágrimas tienen un “increíble poder curativo porque reducen el estrés y hasta alivian el dolor”. Sin embargo, las personas todavía no se creen dueños del as bajo la manga que tienen. De hecho, hasta ahora la ciencia no ha confirmado que un animal pueda hacerlo de la forma en que las personas pueden lograrlo, aunque a veces se hable de las “lágrimas de cocodrilo”.


Por eso, llorar es un arte, tanto así que las verduras, como la cebolla, quieren provocarlo con su mecanismo de defensa llamado factor lacrimógeno. Llorar es resistir, tanto que los gobiernos despliegan armas químicas, como los gases lacrimógenos, y los pueblos siguen al pie de la lucha a pesar del dolor.


Llorar también es celebrar, tanto que en Japón se inventaron el “Ruikatsu”, una “fiesta de sollozos catárticos” que les ayuda a liberarse de estigmas culturales y emociones. Llorar es poder, tanto que las lágrimas de las mujeres que eran contratadas para derramarlas en los velorios de desconocidos, llamadas plañideras, preparaban el paso del difunto al otro mundo, según las creencias romanas y egipcias. Llorar es un don que, aunque la religión cristiana diga que se les concede a unos pocos, todos tenemos la capacidad de “renovar el corazón sin cesar”.


Llorar fue lo que poco a poco le unió de nuevo el corazón a Lucía. Fueron meses de hacerlo en silencio yendo en bus hacia su trabajo, tomando jugo de guayaba del que le hacia su mamá en la comida y antes de dormirse en la noche. Dice que para ella todo lo que pasó no fue nada fácil y con esa idea de que “tenía que ser fuerte” o que “ella era una berraca” mucho menos, porque sentía que no podía dejarse caer. Pero recuerda entre risas cómo hoy es la que hace reír a sus amigas y reconoce que en nuestros ojos se alberga una gran medicina.


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Trabajo realizado para el curso Periodismo VI, orientado por la profesora Carolina Calle.


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