Años en cuarentena
- Mateo Flórez Bedoya / mateo.florezb@upb.edu.co
- 2 jun 2020
- 8 Min. de lectura
Lloré, me reí, volví y lloré y me volví a reír. Regué con agua casi todas las plantas de mi casa, conté ocho suculentas, pero repetí la cuenta y me faltaron dos, porque eran diez las materas que había en mi patio. Lavé casi todas las cucharas con las que comí durante años y nunca me percaté de que unas estaban más torcidas que las otras. En las noches, me desvelé. Durante las mañanas y las tardes, dormí como nunca lo había hecho, así fueron tan solo los primeros días del encierro.

<< La soledad de la cuarentena en El Retiro.
Foto: Mateo Flórez Bedoya.
[endif]--Cada persona vivía una vida de manera diferente, no dependíamos de la pandemia para hacer las cosas del día a día, para poder ver a las personas, a los seres queridos y a los que no eran tan queridos, porque como dicen: “Pueblo pequeño, infierno grande.” Antes caminaba a la iglesia, al banco, al parque o a cualquier lugar con toda la libertad, sin restricciones gubernamentales ni de salubridad, hasta que fue imposible. El Retiro no presentaba ningún caso de COVID-19 el siete de marzo, pero las tiendas de ropa, las papelerías, los gimnasios y la mayoría de los locales ya estaban cerrados sin haberse decretado la cuarentena obligatoria. Los únicos establecimientos que estaban abiertos eran los supermercados: D1, Caribe, el Éxito Express y algunas tiendas de barrio… Los comerciantes del parque principal, aquellos que vendían comida rápida y el resto de los negocios del pueblo tuvieron que cerrar, por seguridad y por obligación.
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Camila Camargo cumplió 21 años el 17 de marzo. Días antes, Federico, su novio, ya le había planeado una fiesta sorpresa y, aunque la relación no era muy buena con los amigos de la novia, él tomó la iniciativa de escribirles por WhatsApp, la mayoría de ellos le quedaron de confirmar. La cuota era de 70 mil pesos, cubría los gastos de la finca en Fizebad, el alcohol de la fiesta y la comida durante los dos días de estadía, pues estaba planeada del viernes 20 de marzo al sábado 21. El cumpleaños nunca se dio y no precisamente por la falta de presupuesto, ni por la ausencia de invitados, ni mucho menos por falta de ánimos; la razón, fue la contingencia. La Alcaldía del pueblo cerró las vías terrestres ese fin de semana; lo que afectó la celebración de Camila, el festín se redujo a una copa de vino en su casa mientras entonó la típica canción de happy birthday, recibió varios mensajes de felicitaciones por sus redes sociales y junto a su mamá y a sus dos hermanos mellizos, celebró ser legalmente mayor en todo el mundo.
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"El domingo 29 de marzo teníamos un año más de vida, mientras que diez personas en Colombia habían muerto por coronavirus."
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Al domingo 22 de marzo, 235 casos fueron confirmados en el país. A través de Facebook, la Alcaldía de El Retiro publicó un informe en el que la Dirección de Salud comunicó que había 37 casos sospechosos de coronavirus, 3 casos probables, un caso descartado y cero casos confirmados; lo que alertó a las personas al ser un pueblo tan pequeño. En ese momento, la ansiedad y el desespero se apoderaron de mí. Hacía tiempo me había dejado de comer las uñas, pero ese día me las devoré todas, no dejé ni sobras; incluso del dedo anular de la mano derecha, me salió un poco de sangre de lo cortica que dejé la uña o bueno, lo que quedó de ella.
Yo sabía lo que podía causar una gripe, pues fui testigo de cómo el H1N1 le quitó la vida a mi papá hace cinco años y cómo más de 17.000 personas en Colombia fallecieron cotagiadas. La angustia volvió a apoderase de la vida de mis seres queridos y de la mía. Yo supe que ambas enfermedades tenían algo en común y eran los animales, aunque sonaba raro, el H1N1 se dio como una gripe porcina (cerdos) y en un comienzo se dijo que la COVID-19 surgió supuestamente a causa del murciélago, pero en ese momento no me cuestionaba por su origen sino más bien por el impacto y lo que estaba ocasionando en las personas.
En esos días me encontraba un poco indispuesto, tenía carraspera, algunas veces me daba dolor de cabeza y malestar general, obviamente temía tener la enfermedad. Sin embargo, sabía que no había tenido contacto con algún extranjero en las últimas semanas, ni había salido del país, pero mi inconsciente me traicionó. Había momentos de mucha duda por las noticias que mostraban los medios, por lo que leía en Instagram y eso jugó en mi contra. Fue tanto el miedo que el 20 de marzo llamé a el hospital San Juan de Dios para saber si me podían a hacer la prueba, me contestó una chica muy formal y me preguntó por los síntomas que presentaba, yo de inmediato le dije lo que sentía, pero ella me respondió: “Los síntomas que presentas es de una gripe normal, no te preocupes y recuerda quedarte en casa”, esas palabras me tranquilizaron y al pasar los días no presentaba ningún malestar.
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No tardó en llegar el coronavirus al pueblo. El 23 de marzo, una persona ya estaba contagiada, todos los guarceños especularon, se preocuparon. Empezaron a buscar al enfermo y en menos de lo que canta un gallo, ya había posibles candidatos, personas que llegaron de Europa en los últimos meses o que hubiesen tenido algún contacto con un extranjero, ese era el perfil de un supuesto portador de COVID-19. Dentro del listado estaba Valeria Villegas, una joven de unos 25 años, quien visitó España los dos primeros meses del año y regresó al pueblo a principios de marzo. Por ese motivo, las personas la postularon como la principal sospechosa y puede que sí haya sido cierto, pero nunca hubo nadie que saliera a confirmar el nombre de la persona contagiada, ni el alcalde, ni el encargado de la Dirección de Salud, absolutamente nadie. Siempre fue una incógnita y, aunque algunas personas se lo preguntaron a aquella chica, ella lo negó, nunca supe si fue por temor a ser juzgada o porque en realidad no estaba enferma.
Con el pasar los días, se acercó la fecha de mi cumpleaños. La verdad no estuve tan ansioso como lo estaba en 2019, cuando cumplí 18, no sé si fue el hecho de convertirme en mayor de edad lo que me animó a salir a comer con mis amigos el año pasado o haber salido a la calle. Pero mis 19 no fueron así, sabía por lo que estaba pasando y entendía que no solo era yo, sino literalmente el resto del mundo. Tenía claro lo que estaba ocurriendo con la epidemia y en realidad, fue un cumpleaños muy diferente no solo para mí sino también para Olimpa Gómez, la mamá de una amiga del colegio y para Manuela Bedoya, la novia de una amiga de la universidad porque los tres cumplimos diferentes edades pero el mismo día. El domingo 29 de marzo teníamos un año más de vida, mientras que diez personas en Colombia habían muerto por coronavirus.
Mientras ese día la cifra de contagiados aumentó a más de 700 personas, yo me desperté a las doce del mediodía, pues trasnoché hasta la madrugada. Mientras miles de personas recibían las condolencias, yo recibí mensajes de felicitaciones por mi cumpleaños, quizás ese día no me partieron la torta como en los años anteriores, ni mis amigos me cantaron el cumpleaños, ni salí de fiesta a una discoteca, pero al menos tenía salud y estaba en casa con Olivia, mi mamá, eso fue lo único que deseé en ese momento. En el transcurso del día no hice mucho, estuve acostado con Olivia, vimos películas y leímos los mensajes que recibí. Dentro de todos había uno que no esperaba, fue el primero que me llegó, nunca pensé que esa persona me fuera a escribir, pero con eso tuve para estar feliz hasta la noche.
A las 10 de la noche, una de mis mejores amigas me llamó desde Nueva York para felicitarme por el cumpleaños, después de hablar y de reírnos, le pregunté a Valentina cómo estaban las cosas por allá. Ella me comentó que un amigo de su prima, que tenía 24 años, había muerto por COVID-19, me dijo: “Él empezó con una gripe muy leve, cuando fue al hospital lo mandaron para la casa porque supuestamente no era nada. A los días no era capaz de respirar, así que llamó de nuevo a urgencias, al rato una ambulancia fue por él y al llegar a la clínica fue empeorando. Lo conectaron a una máquina que le proporcionaba oxígeno y a los dos días murió, las cosas por acá están muy graves, a las personas las dejan morir como si nada”. En ese momento me preocupé, pues ella seguía trabajando en el supermercado y sus necesidades la obligaron a continuar, así fuera una migrante documentada.
Después de despedirnos y de pedirle que se cuidara, la angustia y la impotencia volvieron, porque lo único que podía y debía hacer era quedarme en casa. Antes de que llegara esta situación, en algunos momentos de mi vida sentí que tuve limitaciones, me sentí incapaz de hacer cosas, pero fue algo momentáneo, con el tiempo se me pasaba. Sin embargo, en ese instante la incertidumbre continuó, no dejé de pensar en si se podrían complicar más las cosas, si mi familia y mi futuro se verían afectados, en ese momento se me había olvidado vivir el ahora y, por ende, de mi cumpleaños.
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Los días fueron pasando y yo fui asimilando todo, estar en la casa se convirtió en un hábito, llevaba tres semanas sin salir a la calle, lo más cercano que tenía era el balcón. La mayoría del tiempo, las puertas de las casas de los vecinos del barrio ─El Plan─ se encontraban cerradas, una que otra ventana la abrían y ni un solo niño jugó en el parque infantil. Solo se escuchaban las sirenas del carro de la policía cada cuatro horas cuando hacían la ronda de vigilancia, se veían más los perros sin dueño en la calle buscando comida, que las personas fuera de sus hogares. El Retiro normalmente era un pueblo frío, pero en esos días lo sentí más que nunca. En mi casa me tenía que poner un buzo y a la hora de dormir me abrigaba con seis o siete cobijas. Aunque era prohibido salir y más de noche, algunas veces Rubén Giraldo, panadero del pueblo, pasaba por mi casa a las seis de la tarde, ofreciendo, de puerta en puerta, churros con arequipe a 2.300 pesos, para poder sobrevivir.
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El primero de abril, el Ministerio de Salud dio la cifra de muertes por coronavirus, que había ascendido a 17 personas. Ese mismo día, hace 27 años, nació Sarai Salazar en el hospital de El Retiro. Durante sus años de vida nunca le ocurrió una situación parecida o similar a la que tuvo que enfrentar esos últimos meses, su situación económica en ese momento era pésima, la nueva década no le había traído casi nada positivo, quedó desempleada y sin opciones de trabajo, su cumpleaños le tocó pasarlo sin varias cosas: sin la compañía de su esposo, porque se encontraba cuidando de sus suegros en Medellín; sin la compañía del resto de su familia, sus padres y su hermano, ya que estaban lejos de ella.
Aunque estudió Psicología, la cuarentena también influyó en sus emociones, en la manera en la que veía el mundo y en su vida en general. Antes lo tenía todo y contaba con todos, en ese instante no tenía nada, pasó de celebrar su cumpleaños en grande a no tener dinero para comprar una torta o un buen mercado. Años atrás, cantaba su cumpleaños con sus amigos y sus seres queridos, pero esas 27 vueltas al sol las cantó sola en su casa. El COVID-19 influyó en la vida de todas las personas, pero lo que menos pensó es que haber dicho: “Año nuevo, vida nueva”, se había convertido en una pesadilla.

Retreta en El Retiro, cuanto el ritmo de los años era otro. Foto: Mateo Flórez Bedoya.
Crónica realizada por Mateo Flórez Bedoya en el curso Periodismo IV, orientado por la profesora Adriana López.
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