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El cuidador de la Corona de Córdova


En una bolsa de manila llegó al custodio de Álvaro Arteaga una guirnalda elaborada en 18 quilates de oro. Era la corona de José María Córdova. Empoderado por el alcalde Hugo Castaño, Arteaga depositó la pieza en la caja fuerte del Museo de Arte Religioso, donde la exhibió durante más de veinte años.


Juan José Ríos Arbeláez / juan.riosa@upb.edu.co


Se dice que la suntuosidad de la corona movió a que Bolívar a regalarla a Sucre, quien a su vez declinó recibirla y la entregó a Córdova como verdadero merecedor del reconocimiento. Foto: Wikimedia Commons.


En la nave central de la Concatedral de San Nicolás el Magno de Rionegro se siente fresco, casi frío cuando penetran unas ráfagas de viento desde la plazoleta. Las ventanas son altas y dejan que se cuele una diáfana luz teñida de azul gaseoso. Afuera, el parque arde, lo delata Córdova requemado sobre su caballo de lanceros, inmortalizado por Rodrigo Arenas Betancourt desde mediados de los sesenta.


Por la nave derecha del recinto reverbera el eco de las pisadas, aminoradas por las contadas plegarías de nueve o diez creyentes que se tomaron las bancas. Bajo los nichos de santos, cerca de la tumba del dictador Juan del Corral, se abre una puerta que adivina a un hombre menudo, de escasos cabellos plateados recogidos en coleta. Es Álvaro Arteaga, historiador del municipio desde hace más de cincuenta años, encargado del Museo de Arte Religioso de Rionegro.


Tras el arco del retablo espera otro aire, de historia condensada en el olvido, polvoriento a la luz, olor a guardado. Al costado derecho, en el primer rincón de la sala, contra la pared y sobre una mesa coja de madera las primeras alhajas de metal, dispuestas en oxidación. En esta sala, el suelo abandonó el semblante de baldosa curtida de gris para convertirse en baldosín granate, casi impecable si se compara con el de la catedral.


-¿Espera más personas?, le pregunté, pensando en posibles interrupciones.

-Casi nadie viene – respondió, negando con la cabeza, como restándole importancia a la cosa. – Si mucho, tres o cuatro personas por día, la semana pasada vinieron tres.


El Museo de Arte Religioso de Rionegro es uno de los más ricos en su género en Colombia. La colección comprende pinturas y esculturas, en mayor cantidad de la escuela Quiteña; orfebrería, ornamentos, retratos, libros, instrumentos, un solideo usado por un papa, los báculos de los cinco obispos nacidos en Rionegro, ofrendas del siglo XVIII, capas tejidas con hilos de oro y cuantas coronas de vírgenes pudo comprar la opulencia cristiana hace más de dos siglos.


Entran tres mujeres. Álvaro sale a atenderlas al instante. Las invita a la primera sala, les indica el recorrido por el segundo piso y vuelve sonrojado y con una risa de lado a lado. “Ya se libró la semana”, dice con una carcajada. Al principio parecía que se le ahogaba la voz, pero luego entonaba fuerte, con un seseo inconfundible de paisa de pueblo. Luego lanzaba una sarta de palabras y se emocionaba hablando de historia, condenando bandidos y bajando a Bolívar de su “pedestal”.


Llegan cinco jóvenes con el uniforme del Colegio Las Cuchillas de San José, lo saludan eufóricos, se ríen y charlan, luego se sientan en el piso mientras él los instruye. Cuando Álvaro regresa le pregunto:

-¿Quiénes son los muchachos?

-Los estudiantes de Las Cuchillas que vienen a prestar el servicio social. La alfabetización que llamaban.

-¿Y qué los pones a hacer?, le pregunté.

Me hizo una mueca en el aire, de desconcierto.

-Pues ahí los ponemos a limpiar, a que organicen, a que cuiden mientras entran las personas porque uno nunca sabe. A que escuchen también, a ver si de pronto se les queda algo de tanto escuchar lo mismo.

-También aprenden, ¿no?, le dije. Afirmando más que preguntando y se burló con una carcajada sorda.

-Eso no aprenden nada, a los jóvenes como ustedes no les interesa eso.

Antes que nada, Álvaro no se considera historiador porque como tal no lo es, nunca estuvo en la academia ni se acogió a metodologías ni generó constantes productos académicos o dirigió investigaciones. En Colombia, la profesionalización de la disciplina histórica se dio en la década del sesenta y los limitados programas académicos hasta 1990 hicieron que la mayoría de aspirantes a la profesión migraran a diferentes países donde se establecieron.


Arteaga se acercó a la historia por un motivo muy simple: “En los sesentas un niño no tenía nada que hacer en Rionegro, terminé de acólito”, cuenta Álvaro, con las manos en los bolsillos de una chaqueta caqui, luego va a resolver dudas a las tres visitantes, que se contoneaban viendo las joyas artesanas y la explicación bañada de sátira que les daba el guía.


"En esa época el cura era Samuel Álvarez y era el putas. Se metía al consejo, mandaba todo lo que usted quiera, la máxima autoridad. Entonces metido acá, de acólito, atrás me fueron gustando todos esos monumentos, esos muñecos, todo lo que había, aunque esto era muy diferente pues… Yo me mantenía aquí y un día, cuando comenzó Coltejer, unos sacristanes que acá se ganaba una miseria se fueron para allá. Entonces, no había quien trabajara aquí en el museo y como a mí me gustaba todo lo religioso yo quería quedarme", cuenta Álvaro, y sigue: "Entonces acá arriba, en una de las que hoy son salas de exhibición, dormía uno de esos sacristanes y yo le dije que yo me quedaba acá y que dormía ahí, pero él me dijo: es que su papá es muy bravo, su papá no lo deja. Mi papá era liberal de esos de extremo, anticlericales… pero me dejó venir al fin y al cabo, y ahí cogí el museo. Hace cincuenta y tres años".


Casi todos estudiantes de Las Cuchillas de San José siguen tirados en el piso con los bolsos puestos. Están vestidos de sudadera impermeable color verde y una camiseta blanca. Dos de ellos pasan los trapos con acidia sobre los marcos de exhibición, como si estuvieran sacudiendo mugre. El custodio Arteaga se dispone a mostrarnos las únicas dos piezas del museo que se podrían considerar obras de arte, en palabras del guía. Un cuadro del pintor ecuatoriano Víctor Mideros, elaborado utilizando únicamente las yemas de sus dedos. Y un cristo tallado en marfil, hecho por un autor anónimo.


Imagen de los actos de traslado de las joyas a su actual sitio de exhibición.

Foto: Pa' que vea Oriente. Vea la galería completa AQUÍ.


La Corona de Córdova

El nueve de septiembre de 1799 nació en una vereda de Rionegro José María Córdova; en el mismo lugar donde está establecido el municipio de Concepción en la actualidad. Está transformación ha generado diferentes disputas a lo largo de los años entre los historiadores de los municipios por el lugar natal del libertador. A los siete años, la familia de Córdova migra a San Vicente y posteriormente se asientan en Santiago de Arma Rionegro, donde El héroe de Ayacucho pasa el resto de su niñez y juventud antes de partir a la campaña libertadora.


Desde los dieciséis años Córdova participó en las batallas más decisivas de la independencia: la de rio Palo en 1815, la de Cuchilla de Tambo en 1816, la de Apure en 1819, la de Chorros Blancos en 1820 (vital para imponerse en Boyacá). Posteriormente, el 9 de diciembre de 1924 se proclama como el héroe de Ayacucho en una de las más grandes batallas de la historia, acorralando al Virreinato español en Perú.


Arteaga se emociona hablando de Córdova, la explicación es casi dramatúrgica, “el verdadero libertador de Antioquia”, enorgullecido, levantando los brazos. Se presume que la de Ayacucho, era una batalla perdida desde el planteamiento: los españoles estaban en la parte alta de la cordillera y los independentistas miraban desde abajo, en la planicie. Pero Córdova se anuncia diciendo: “armas a discreción, paso de vencedores”, el Custodio afirma con toda certeza que se trata de la primera vez que se dice esta frase en una batalla y espera que le crea, y embiste con éxito a las tropas del Virrey obligando a los realistas a capitular.


Sucre confesó como consecuencia de la batalla 370 muertos y 609 heridos. Mientras que el Ejército Realista estimó 1800 muertes y 700 heridos. Dice Arteaga que al finalizar la batalla, el Comandante Sucre se quita las charreteras (que son los bordados que llevan los militares en los hombros de sus chaquetas), se las pone a Córdova y lo nombra General de División.


Un año más tarde, cuando Bolívar entra a La Paz, es proclamado como libertador y lo coronan con una guirnalda elaborada en 18 quilates de oro y más de doscientos diamantes. Está compuesta por dos hojas entrelazadas, una de laurel y la otra de palma. Símbolos de la cultura griega y de la cultura judía, debido al fanatismo religioso que abundaba en Bolivia.


La coronación concluyó con largas fiestas. En medio de la noche, Bolívar quiso reconocer la labor de Sucre y le otorgó la corona. Este la rechazó y respondió diciendo que quien la merecía realmente era Córdova, pues había sido el héroe de la batalla clave. Cuenta la leyenda, porque ninguno se anima a asegurar, que entre Sucre y Bolívar coronaron a Córdova en medio de esa noche de fiesta. Un mes después, en Septiembre de 1825, José María le regala la corona a la Ciudad de Santiago de Arma Rionegro, por medio de una carta en la que nombra al municipio como su tierra natal.


Durante 58 años la diadema se pasó entre las manos de las familias prestantes y celebres del municipio, hasta la fundación del Banco Oriente en 1883. El banco se comprometió al cuidado y exposición del tesoro histórico dedicado a la ciudad. A partir de 1964, el Banco de Oriente pasó a tener numerosas transformaciones que terminaron derivando en su compra por parte del Banco Santander, quien seguía cuidando la corona en 1999.


Un día, Arteaga entraba y salía de la catedral del parque cuando se encontró con una fila de camiones que estaban siendo cargados de cajas por trabajadores del banco. Cuando fue a preguntar si habían cerrado el banco, le respondieron que iban a terminar con el museo. En ese entonces, Álvaro ya llevaba más de veinticinco años metido en el museo, no había muchas más personas interesadas por la historia en el pueblo. Se metió a lo oficina del gerente del banco.


-Señor, disculpe, ¿por qué se acabó del museo?

-¿Y quién es usted?

-Yo soy Álvaro Arteaga, el que maneja allí el Museo de Arte Religioso.

-Vea, muy fácil. Yo tengo orden desde gerencia nacional de enviar todas estas cosas a Bogotá. No sé qué harán con eso. Tenga la bondad y retírese.


Álvaro, que toda la vida había sido gomoso con la historia, salió corriendo para la Alcaldía donde Hugo Castaño. Entró rápido, sin cita, como a la oficina de un amigo. Porque era un amigo.


-Hugo, se están llevando el museo del Banco de Oriente.

-¿CÓMO ASÍ?, saltó el ex alcalde y se paró de la silla.


Después, Arteaga pasó a notificar en la Personería y luego en Procuraduría - Explica dónde quedaban las dos en esa época. - Hicieron un reclamo para identificar cuáles de las piezas eran propiedad del pueblo de Rionegro, entre las que figuraba la corona, un retrato de José María pintado sobre marfil, un relicario que tenía Fanny Henderson; novia de Córdova, y otras piezas. Se realizó un acta de entrega, firmada por los funcionarios públicos. Desde ese momento, Álvaro Arteaga pasó a ser el custodio de la corona, pensando el Museo de Arte Religioso como lugar propicio para su cuidado.


Los estudiantes de Las Cuchillas de San José siguen impertérritos, aunque a veces sueltan lentas carcajadas. “Ya, vea la hora, acabamos”, dice uno, señalando la muñeca sin reloj. Álvaro se ríe, los ignora. Las tres visitantes terminan el recorrido y se despiden. El guía les ofrece cartoncitos con fotos de la Corona de Córdova y las invita a ir al MAR, donde ahora se exhibe la corona, bajo la plazoleta principal. Les explica que tenía tantos cartoncitos desde que la tenía como custodio que todavía no se le han terminado, entonces que no ve de otra que seguir entregándolos.


En noviembre de 2017, la alcaldía de Andrés Julián Rendón presentó al nuevo parque de Rionegro, bautizado como la Plaza de la Libertad. Tras dos años de remodelación, se entregó un espacio público con zona verde, comercial y de descanso; rodeado por más de 60 árboles. La inversión fue cercana a los 22.000 millones de pesos y en el 2018 se estrenó el Museo de Arte de Rionegro (MAR), donde la administración pretendía exhibir los objetos históricos del municipio.


La última carta que envió la alcaldía, en ese entonces, era una amenaza al Obispo y al encargado del Museo de Arte Religioso con demandarlos penalmente si no entregaban la corona junto con otras 32 piezas. “El obispo llamó, hubo reunión del sanedrín a nivel diocesano y finalmente me dijeron que tenía que entregar la corona, porque ellos no se planteaban entrar en una disputa legal”, explica calmado Arteaga, y luego se altera como si estuviera en la sala donde discutió hace tres años: “¿Pero es que quién de ustedes recibió algo?, ¿cuál de ustedes firmó algún acta?, fui yo quien recibió todo eso”.


A finales de diciembre de 2019, el destino de la corona fue devuelto al municipio, mismo al que Córdova había regalado siglos atrás. Arteaga batalló hasta el final, reunió 6 300 firmas para evitar que trasladaran el tesoro histórico, pero la carta escrita por José María era irrefutable, la corona era del pueblo (más bien del alcalde de turno). El custodio argumentaba que el Museo de Arte Religioso había hecho de buena manera la tarea de exhibir y cuidar las piezas, además del evidente abandono que tuvo el municipio con la corona durante más de veinte años.


-¿Por qué les dio el despertar por la corona después de tanto tiempo?

-El ego de ese tipo, ¿qué más va a ser?, responde moviendo las manos, mostrándome la obviedad de la pregunta y luego complementa:

-Pero él quería… él quería llevar a Álvaro Uribe allá, para que visitara su museo y ahí lo tiene. ¿Ya lo vio?

-Sí, ya estuve. Está la corona. ¿Y las otras 32 piezas?

-Ahí tiene papito, -responde con ironía.- Están guardadas. Que para la casa de la convención, que le están escribiendo el guion desde hace cuatro años y vea que nada.


Los estudiantes de Las Cuchillas de San José comienzan a marcharse lentamente, Álvaro les dice que salgan de a dos y que no interrumpan la eucaristía que acaba de comenzar. Antes les había dicho que mañana les firmaba las horas de trabajo de hoy. No hicieron nada en toda la tarde. Tal vez, el cuidador tenía razón cuando dijo que a los jóvenes no nos interesaba nada de eso. Aunque no podría culparlos, la cátedra de Historia dejó de ser una materia autónoma en 1984 y en 1994 desapareció del plan de estudios de formación básica educativa en el estado social de Colombia.


No fue sino hasta el 20 de enero de 2020 que se implementó la ley 1874 de 2017, en la que se establece que Historia de Colombia debe ser obligatoria en todos los colegios del país. ¡La historia de la nación!, veinticinco años fuera del aula de clases. Me volteo y le pregunto a Álvaro por el pasado. Cierra los ojos y responde, sereno, pero con pasión: “Si no sabemos la historia perdemos nuestra identidad, y si perdemos la identidad… es tierra de nadie”.



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