RECUERDOS DE UN MAR SOÑADO
Jardín de Pulpos es una obra que habla de los sueños y los recuerdos. Al hacerlo, se permite la confusión y el sinsentido de los mismos. Fue escrita por Arístides Vargas, dramaturgo argentino, exiliado en Ecuador, a partir de la historia de los jóvenes desaparecidos en su país durante la dictadura. Catorce actores del grupo universitario Azul Crisálida Teatro viajaron a Chile para presentarla en la cuarta edición del Festival La Gaviota de Teatro Puerto 2016. Un relato desde el escenario.
“Aquí recogiendo sueños, es que verá, don José, las mareas son los sueños del mar y por las mañanas, al retirarse, van dejando en la playa pedacitos de lo soñado. Yo lo recojo y se los vendo a los turistas: ‘¡Recuerdos de un mar soñado!’”. Jardín de Pulpos.
Las conchas, un pececito muerto, una pecera, botellas, piedras, flores y las ideas escritas en trocitos de papel decoran el escenario mientras los actores señalan lo que ven en la superficie del mar, un montón de ojos con ideas en común.
Afuera, el viento de Coquimbo, el mismo que arrastra las olas azules y verdes, pega fuerte en el teatro, como queriendo ver la función a la que pertenece. Adentro brillan las flores amarradas de la falda de Antonia mientras don José, un hombre sin memoria, recoge sueños en su jaula.
Con la ayuda de Antonia, la loca del pueblo, José, ha venido soñando con su familia, con lo enojados que están por no haberse repartido los afectos en vida y regando los muertos para ver si florecen, se sueña con sus amigos queriendo perder la virginidad y una monja moralista que le dice que para ser un hombre no necesita de prostitutas. En sus sueños se cuelan las sirenas, los militares y los pájaros para mostrarle a un hijo que no termina de morir.
“Ya se va para los cielos ese querido angelito, a rogar por sus abuelos, por su padre y hermanito. Cuando se muere la carne el alma busca su sitio, adentro de una amapola o dentro de un pajarito”, reza la canción de Violeta Parra que llena el auditorio.
“Ahora que el tiempo ha pasado entristezco cuando la gente dice: ¿Qué habrá sido de aquel joven, el de la música en la valija?, ¿qué habrá sido de aquellos jóvenes, de aquellos tiempos, de aquellas ideas, de aquellas grandes ideas en común”, se lamenta la esposa de José.
Su hijo se preparó para el combate, sacó flores y música de la maleta que lo acompañaba y murió en el mar. Los espectadores se aclaran la garganta, suspiran y se acomodan en sus sillas, viendo el dolor de la madre que le sigue planchando la ropa aunque se haya ido.
La mujer hace recordar a las Madres de Plaza de Mayo que persisten en la búsqueda de sus hijos desaparecidos durante la dictadura argentina, donde hubo aproximadamente 30 mil desaparecidos, y que seguramente inspiraron al dramaturgo Arístides Vargas a escribir esta onírica historia que habla de los torturados lanzados al mar.
La historia de la dictadura la vivieron del mismo modo los chilenos, que esta vez hacen el papel de aquellos jóvenes que conservan las ideas en común por la memoria nacional que los une. En su país, según las comisiones públicas encargadas de investigar las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Augusto Pinochet, fueron 40 mil las víctimas y 3 065 están muertas o desaparecidas, entre 1973 y 1990.
Los desaparecidos aparecen en la espuma del mar donde se esconde este Jardín de Pulpos. En Medellín aparecían en el río: “Toda mi juventud, durante el gobierno de Turbay Ayala, uno veía cómo desaparecía un compañero y luego lo encontraban torturado, tirado en el río Medellín, uno veía el nacimiento del narcotráfico que comenzó con desaparecidos, la guerrilla secuestrando, los paramilitares y las bandas criminales desapareciendo gente también, entonces cuando uno vive en un entorno de ese tipo de violencia, tiene que hablar de eso”, asegura el director del grupo colombiano, Luis Alberto Sierra.
“La percepción de la gente fue increíble, ellos entendieron la obra de una manera diferente a las personas de Medellín, se notaba en la energía que se percibía desde el escenario. Ellos no reían en las partes que creíamos graciosas, pero no porque no las entendieran o por amargura, sino más bien porque tenían gran respeto hacia la obra. Me paré en la puerta al final para despedir a la gente, en sus ojos podía ver que esta historia les había llegado al corazón, conocían bien el conflicto y algunos se movilizaron de tal manera que me abrazaban incluso agradeciendo por ser parte de eso”, dice Sara Vásquez, actriz que interpreta a Antonia.
Cristóbal Ovalle, actor del grupo chileno TeatroPuerto y parte del equipo organizador del Festival La Gaviota, describe Jardín de pulpos como “una obra llamativa, con harto código para leer, unos cuerpos actoralmente atentos frente a la necesidad del montaje, una dirección actoral muy interesante, un texto muy concreto y lúdico frente a un tema históricamente tan pesado de contar”.
En los talleres de teatro en Coquimbo tuvimos que representar escenas donde se evidenciaba el maltrato y abuso del poder por parte de los carabineros hacia los civiles, aún se siente el resentimiento hacia los policías que, según los chilenos, tan mal se portaron con la sociedad civil en aquella época. Todavía se siente el impulso desbordante de encender la cultura, el teatro, la música, la fotografía, la pintura y cualquier medio de expresión, después de años de represión artística.
Ese impulso es palpable en las escaleras azules que suben en zigzag por las colinas de la ciudad y las paredes llenas de grafitis y pinturas de elefantes, medusas, delfines, gansos, tiburones, flores, búhos, gatos, faros y pescadores. No se salvan ni siquiera los muros, aún en pie, de las ruinas que dejó el tsunami del 2015. Cada noche la música y las luces se encienden en conciertos y desfiles que les recuerdan a los chilenos lo felices y espontáneos que hay que ser.
En los mercados se reparten volantes invitando a la exposición de esta semana, a la obra de esta noche, al concierto de mañana y la gente va en familia a los teatros, llegan a la entrada de los centros culturales a preguntar qué hay para ver hoy, se suman a escuchar gente tocando en la plaza, los jóvenes quieren dedicarse a las artes y se lo toman tan en serio como para hacerse profesionales en ello y vivir de esa carrera.
Luego de asistir a los talleres de teatro en la mañana, los actores de Azul Crisálida íbamos a almorzar al colegio Juan Pablo II donde se nos servía comida casera. Mientras descifrábamos los sabores de las frutas con las que estaban hechos los jugos, conversábamos sobre lo apropiada que era la ciudad para presentar la obra por las similitudes que tenía con la puesta en escena. “Llegar a Coquimbo, conocer sus playas, escuchar las gaviotas y tratar con la gente, me hizo darme cuenta que aquella ciudad chilena era la ciudad de Jardín de Pulpos, cuando la ensayábamos debíamos imaginarnos el mar en el escenario, cuando estábamos allá y caminábamos por la playa yo podía ver sin esfuerzo a una Antonia recogiendo conchitas junto al faro, fue hermoso”, dice Sara.
*Actriz del grupo Azul Crisálida, del reparto de Jardín de pulpos.