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  • Manuela Gómez Walteros / manuela.gomezw@upb.edu.co

“Ayahuasca: liana que lleva a visitar a los muertos”

“La ayahuasca es una mixtura líquida, con efectos psicoactivos, considerada sagrada por millones de personas indígenas de Sudamérica. Su uso actual se ha extendido por el mundo occidental gracias al interés por las medicinas alternativas, los valores étnicos y el chamanismo, ámbitos donde se usa para provocar estados de carácter curativo, místico y visionario”

Josep Maria Ferigcla. Antropólogo y escritor.

El término ayahuasca proviene de la lengua quechua y significa “liana que lleva a visitar a los muertos”, pues según el antropólogo Josep Maria Ferigcla, los quechuas creían que “cuando se estaba bajo el efecto psicoactivo de la ayahuasca se tenían visiones del mundo habitado por los espíritus de los antepasados”. Actualmente, las ceremonias con Ayahuasca se han expandido desde la selva amazónica hasta las grandes ciudades de Colombia, más recientemente; sin embargo, para el antropólogo Roberto Restrepo, estas ceremonias han perdido el valor espiritual que tenían en un principio, y se les deben llamar experiencias de chamanismo urbano o neo chamanismo.


Para Restrepo, el chamán urbano –mercachifle como él lo llama-, juega con la piscología de las personas que deciden comprar una toma de yagé, pues estas ceremonias en las ciudades reúnen una cantidad de cosas que nada tienen que ver con una ceremonia tan sagrada como la de la ayahuasca. “La experiencia real de yagé tiene una palabra clave: es sagrada, y el plano de lo sagrado es un plano que se respeta”, asegura Restrepo, quien compara una venta de yagé a instalar una venta de ostias en la casa de un feligrés, “es una falta de respeto pedir o comprar yagé, a uno se lo ofrecen”.


“El pensamiento que hay alrededor del yagé es el que le permite al individuo, cualquiera que sea, tener una experiencia extática, de éxtasis; sin embargo, los únicos que pueden contar experiencias del yagé son los indígenas, nosotros simplemente las inducimos. Ahí termina uno aplicando ese dicho popular que ‘uno termina viendo lo que quiere ver, y escuchando lo que quiere escuchar’”, asegura Roberto.


Hay básicamente cuatro razones por las cuales las personas de las ciudades quieren tomar yagé: sanación, pues muchas personas relacionan la ayahuasca con el poder curativo; la espiritualidad, porque hay un acercamiento a una fuerza divina y a la madre tierra; el interés académico, y la curiosidad.


“El yagé es un bejuco rastrero, oscuro, amargo, muy amargo. Los chamanes lo recogen en la noche, lo maceran a media noche y lo revuelven con agua. Ese líquido espeso luego se deposita en la vasija, una que nunca en la vida se lava y que permanece afuera colgada en la parte derecha de la maloca. El chamán la baja a media noche, deposita el líquido, y de allí con pequeñas totumitas -la más pequeña de todas- se saca la pócima y se la van entregando a cada uno”.

Roberto Restrepo. Foto: Manuela Gómez Walteros.



Para Valeria Harbour, estudiante de Ingeniería Aeronáutica, la experiencia de yagé no debe nacer de la curiosidad, o de las ganas de “drogarse”, es algo que debe contemplarse como sagrado. Ella llegó al yagé porque quería conocer más sobre ella, porque tenía dudas e inseguridades y la ayahuasca fue la respuesta. “Ella te abre las puertas, te dice todo lo que tú necesites, tú simplemente llegas con una pregunta y ella te lo va a responder; yo digo ella porque en realidad eso es una conversación con uno mismo, pero es una conversación sin pelos en la lengua. Ella te muestra lo que tú le pidas”, explica Valeria.


La primera vez que tuvo una experiencia de ayahuasca pasó por varias etapas, le tocó competir entre su instinto de supervivencia y su moral, se sintió como un faraón y vio como dos ejércitos luchaban por ella, se sintió como animales, incluso se miró al espejo y apreció cómo le salían los bigotes de leopardo por un lado de la cara, vomitó, soñó, sintió las estrellas más cerca y respondió sus dudas.


La segunda vez Valeria tomó yagé se fue hasta el Putumayo. Sin embargo, no tenía claro lo que le quería pedir, entonces le pidió que la llevara a conocer el universo. “Yo sentía que iba para arriba, subía y subía, y de un momento a otro sentí que algo me haló del ombligo. Miré hacia abajo y vi que lo que me unía con mi cuerpo en la tierra era un hijo color plata. Ella me preguntó que si me iba a soltar y yo le respondí que no, hasta ahí me llegó ese viaje, volví a mi ser y no pinté más”, cuenta Valeria, aclarando que después de esa experiencia no volvió a tomar yagé por un par de años, pues finalmente nadie se quiere quedar por ahí “volando en el espacio”.


“El chamán se sienta en el banquito chamánico y alrededor están los demás, entonces, empiezan a cantar la historia. El mito se cuenta en el lenguaje original, así lo contó su papá, así lo contó su abuelo, el tatarabuelo… no ha cambiado nunca. Mientras el chamán lo cuenta los demás asienten, queriendo decir “claro que sí, así fue, esa es la historia, así me lo contaron…”

Roberto Restrepo. Foto: Manuela Gómez Walteros.



Para Valeria, igual que para Roberto Restrepo, el yagé es una experiencia que no se puede comparar con nada, el yagé es una medicina que ayuda a las personas y que los acerca a la naturaleza y a la madre tierra. Es una experiencia guiada por un chamán que con sus cantos y tambores no deja que las personas que están realizando la toma de yagé se pierdan en el viaje. “El chamán es el mediador entre las fuerzas de la naturaleza, lo espiritual y la comunidad, es el jefe natural”, explica Roberto, quien además vivió ocho años con los indígenas del Vaupés, y ahora siente tristeza al conocer los altos índices de suicidio en las comunidades que conoció, pues según él las causas son los conflictos interchamánicos. “La última vez que fui al Vaupés, ninguno de los niños quería ser chamán, preferían creerle a la tecnología que a sus propias tradiciones. El chamán pasó de ser el jefe a un segundo plano, incluso para muchos dentro de la comunidad es un charlatán”, asegura.


Y es que la crisis chamánica también ha sido consecuencia de los “chamanes” que han degradado su tradición en las grandes ciudades del país, pues con las ventas de yagé se pasó del plano sagrado al comercial. Para Roberto Restrepo, hasta el lugar donde se concibe el yagé es importante. Las malocas son “una universidad para aprender, son un lugar perfecto, allí se escucha, nadie se enferma, la maloca siempre está en movimiento, siempre se está aprendiendo allí”, pero hoy las ceremonias de yagé en las ciudades no tienen en cuenta esto, “nuestra sociedad nunca las entendió y ahora les proponen a los indígenas cambiar las malocas por casas de cemento. Cuando desaparezcan va a dar lo mismo hacer las ceremonias en cualquier lugar y van a terminar sin hacer nada”, sin tradición, sin yagé, sin chamán, sin nada.


Todo debe de girar alrededor de lo sagrado y el yagé es lo más sagrado para los indígenas, es la conexión del líder chamán con el mundo espiritual, no es un juego de curiosidad, por eso para Restrepo “cuando uno tiene esta experiencia real del yagé difícilmente uno va a tener una vida que nada tenga que ver con la espiritualidad”.


“En este momento yo repetiría la experiencia de yagé, y lo recomiendo solo si se tiene una intención, no ir por ir. El yagé es una muy buena opción para personas que sufren de drogadicción, para la gente que no se tiene confianza, para muchas cosas, porque el yagé es una medicina”.

Valeria Harbour

Foto ilustrada por: Daniel Rincón Ramírez






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