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Kilómetros de historias: vida y negocio en la ciclovía 

  • Foto del escritor: Contexto UPB
    Contexto UPB
  • 29 may
  • 6 Min. de lectura

Por Ana Sofía Araque Panesso / ana.araque@upb.edu.co


El sol apenas se asomaba entre los edificios de Medellín, pero la ciclovía ya estaba despierta. El olor único de la mezcla de las rocas diminutas del pavimento con la lluvia de la noche anterior creó una atmósfera fría y aparentemente solitaria. La hora en mi celular registraba las 7:30 a. m. cuando un corredor pasó a mi lado, con audífonos puestos, mientras una familia avanzaba a paso lento con dos perros que marcaban el ritmo. Aquí, en este asfalto cerrado a los carros, se teje una ciudad distinta, una que se mueve al ritmo de los pedales y los pasos.  

¿Qué hace que cientos de personas salgan cada domingo o los festivos a llenar la ciudad de bicicletas y trotes?, ¿es solo deporte o hay algo más?  


El reconocimiento de un nuevo entorno  

Mi recorrido comenzó desde el Centro Comercial Premium Plaza. Mientras calentaba y empezaba a dar los primeros pasos recordé la primera vez que vine a la ciclovía de la avenida El Poblado. No había entendido el ritual. Con un llamado de atención comprendí que los caminantes y corredores van al lado derecho y los ciclistas al izquierdo. Después de caminar la primera media hora, el sudor empezaba a hacerse notar, así como el aumento significativo de personas. Solo unos segundos después bastaron para enfocar a lo lejos una cantidad considerable de toldos y puestos de venta que enmarcaban la ruta y que adornaban a los deportistas con algo de comer, beber o, si ellos estaban en su momento de descanso, podían tener el tiempo suficiente para convencerlos de comprar ropa y accesorios. En lo que me detuve para observar, un vendedor levantó una botella de agua en mi dirección. “¡Agüita bien fría, mujer!”, me dijo con una sonrisa. Aquí no solo se corre; también se negocia, se conversa y se vende.   


Desde el Centro Comercial Premium Plaza comienza el recorrido de la ciclovía. Foto: Ana Sofía Araque
Desde el Centro Comercial Premium Plaza comienza el recorrido de la ciclovía. Foto: Ana Sofía Araque

 Un ciclista que pasó velozmente a mi lado y los gritos de una madre a su niño me obligaron a enfocarme de nuevo en el presente. El sol ya no estaba escondido tras los edificios; ahora brillaba con más fuerza, reflejándose en las gafas de algunos corredores. La ciclovía, al igual que pasó con mi primer recorrido, se había transformado en cuestión de minutos: donde antes había espacios vacíos, ahora había familias, grupos de amigos y vendedores que acomodan su mercancía.  


No soy la única que se adapta a este espacio. Según lo asegura INDER Medellín, alrededor de 25.000 mil personas utilizan semanalmente los 46 kilómetros de las ciclovías en la ciudad. Ellos, además, resaltan el impulso que se le da a los emprendimientos locales. Yo misma, mientras seguía avanzando, me convertía en testigo de ello.   


Un vacío al que hay que prestarle atención  

Mi primera parada de descanso fue en el Parque del Poblado. Al rededor de las 8:30 de la mañana, busqué la sombra de un árbol y me senté en una de las bancas. Observaba el ir y venir de las personas y esperaba a que el sudor se enfriara con la brisa ligera que corría entre los árboles. Mientras bebía agua, mi atención se desvió hacia un hombre que acomodaba su puesto de frutas. Desde que inicié el recorrido, noté varios vendedores improvisados. Antes de salir de casa, ya tenía una inquietud en mente: ¿cómo funcionaba, realmente, el uso del espacio público para los comerciantes? Sabía que, según el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, vender en estos lugares requiere una autorización de la Aalcaldía, con permisos que pueden durar entre 30 días y un año y que son renovables tras una evaluación. Después de una conversación con el hombre del puesto de frutas, confirmé que, en la práctica, la realidad es otra: no todos cuentan con el permiso porque existe un vacío de información al respecto.  

 

La ciclovía en el parque de El Poblado. Foto: Ana Sofía Araque.
La ciclovía en el parque de El Poblado. Foto: Ana Sofía Araque.

Aquel encuentro me dejó pensando mientras retomaba el camino, pero no olvidaba el impacto real que generan los emprendimientos y su relación con la cultura deportiva. Por eso, decidí seguir mi camino. El paso cada vez se sentía más pesado, pero la música que había en el ambiente ayudaba a continuar con una actitud que me hacía olvidar del dolor físico bajo mis pies.   


El ecosistema emprendedor  

Sin parar el paso, me encontraba diagonal al edificio Milla de Oro y una escena llamó mi atención: varios perritos emocionados se reunían en torno a una carpa azul. Sus dueños miraban con curiosidad el espacio y al acercarme descubrí el motivo de su entusiasmo: un emprendimiento dedicado a vender paletas para perros, llamado Can Cream. 


Juliana Jaramillo, la dueña del negocio, con una personalidad tranquila y alegre atendía a todos los perros y al mismo tiempo garantizaba que las personas se sintiesen cómodas con el producto. Ella empezó en el 2022 a vender en la ciclovía. Desde entonces, considera que a través de sus productos, que son saludables y aportan proteína, los perros también pueden ser parte del disfrute que ofrece la cultura deportiva. “La ciclovía ha permitido que se consolide más mi empresa. Ya cuento con una planta de producción…ya tengo una trayectoria”, cuenta Juliana. 


Carpa de Can Cream. Foto: Ana Sofía Araque.
Carpa de Can Cream. Foto: Ana Sofía Araque.

 

Acariciaba uno de los perros cuando el aroma a café recién hecho me hizo desviar mi mirada. Se trataba de un puesto al borde del camino: Café Sevilla. Me acerqué con curiosidad. Hasta el momento veía emprendimientos ligados directamente al esfuerzo físico, pero este parecía ofrecer algo más que una simple bebida. A diferencia de los toldos de colores vibrantes y las mesas improvisadas de otros vendedores, este tenía una estructura de madera clara. Parecía un rincón aparte en medio del movimiento: más que un punto de venta apresurado transmitía la sensación de un lugar donde uno podía detenerse sin prisa.  


Juan Guillermo Velázquez, el propietario de la marca, lleva cinco años aproximadamente con ella, pero fue a inicios del 2025 que abrió este puesto de café en la ciclovía de la avenida El Poblado. Con un tono neutro, pero seguro, mencionó que la ciclovía tiene gran impacto en su marca porque le ayuda a impulsar sus ventas, sobre todo los domingos que solía ser un día quieto para ellos. Los ayuda a posicionar marca porque personas que no los conocían, ahora lo están haciendo. Como me dijo Juan Guillermo, la ciclovía ha sido un gran potencializador. Él, mientras su compañera atendía algunos clientes, también aclaró que el espacio en el que están no es un tema de azar. La sombra del lugar da la posibilidad de entregar un producto fresco.   


 Café Sevilla. Foto: Ana Sofía Araque.
 Café Sevilla. Foto: Ana Sofía Araque.

El puesto de café representa algo distinto: no responde a una necesidad inmediata del deporte, sino que introduce otro tipo de consumo, más asociado con la pausa y la conversación, lo que amplía la manera en que los emprendimientos se insertan en la ciclovía.   


Para este momento, ya son las 11:00 en punto de la mañana. El flujo de personas seguía aumentando y la ciclovía se sentía más viva que nunca. A medida que avanzaba hacia el Centro Comercial Santa Fe, el paisaje comercial también cambiaba: menos improvisación, más estructuras consolidadas y negocios que parecían haber ganado su lugar con el tiempo.  


Emprendimientos en la ciclovía de La Avenida El Poblado. Foto: Ana Sofía Araque.
Emprendimientos en la ciclovía de La Avenida El Poblado. Foto: Ana Sofía Araque.

Un poco más adelante, no tardé en reconocer a uno de estos negocios: Tradiciones Colombianas. Lleva desde el 2021 instalado en el mismo punto, convirtiéndose en parte de la rutina dominical de quienes transitan por allí. Jacob Duque me presentó con orgullo su emprendimiento familiar y me aseguró que el guarapo, la bebida que se ganó el reconocimiento de los caminantes, es el match perfecto porque con el sol y ejercicio que realiza la gente, se necesita de algo para hidratarse. Es una bebida de un fruto natural que es la caña de azúcar y se adiciona el limón, que va con cualquier bebida refrescante.  

 

La ciclovía le permitió a Tradiciones Colombianas tener un crecimiento constante con el tiempo. Actualmente asisten a entre 20 a 30 eventos de ciudad anuales. Su estadía en la vía significa un balance favorable en cuanto a las finanzas para la familia.   

 

El puesto de Tradiciones Colombianas. Foto: Ana Sofía Araque.
El puesto de Tradiciones Colombianas. Foto: Ana Sofía Araque.


El final de mi recorrido no solo me dejó el cansancio en las piernas, sino también la certeza de que la ciclovía es mucho más que un espacio para ejercitarse. Es un ecosistema dinámico donde el deporte, el comercio y la apropiación del espacio público se entrelazan en una rutina dominical que ya es parte del tejido social de Medellín. Cada puesto de venta, cada corredor y cada ciclista aportan a una red de interacciones que, sin planearlo, han convertido a esta franja de asfalto en un punto de encuentro. 


El bullicio nunca paró. La ciclovía, lejos de agotarse, seguía transformándose con cada paso, con cada historia que se sumaba al recorrido. En esta ciudad en constante movimiento, el verdadero latido de las calles no lo marcan los autos, sino las personas que las hacen suyas cada domingo. 

 

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