El mercado gris: la cara oculta del negocio con los diplomas
- Contexto UPB

- 19 nov
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Escándalos recientes y visibles en el sector público han puesto en evidencia una práctica que se origina en esguinces a la norma y cuyos efectos no se dimensiones por completo. Los atajos para cumplir los requisitos de titulación abren la puerta a casos de mala práctica profesional, corrupción en lo público y lo privado y, según se ya se conoce, reservas o dificultades para la convalidación o reconocimiento de los títulos que sí se obtienen debidamente.
Por: Susana Arcila Jiménez y Camila Rojas Hernández / periodico.contexto@upb.edu.co

Del fraude académico al problema nacional
En Colombia, las primeras alertas sobre la falsificación de diplomas surgieron mucho antes de convertirse en noticia recurrente. Desde los años noventa, las autoridades educativas comenzaron a notar un patrón inquietante: títulos de bachillerato y certificados universitarios presentados por aspirantes a cargos públicos que no coincidían con los registros oficiales. Según publicaciones de prensa y reportes institucionales de la época, el ICFES y el Ministerio de Educación empezaron a detectar irregularidades en documentos académicos utilizados en concursos de mérito y procesos de ascenso en la función pública.
Aquellas alertas iniciales marcaron el comienzo de un problema que, con el paso del tiempo, se transformó en un fenómeno estructural. Lo que en principio parecía un caso aislado de falsificación terminó revelando una práctica extendida que combina corrupción, negligencia institucional y vacíos legales. Las universidades y entidades estatales, apoyadas en el principio de buena fe sobre los documentos que recibían, dejaron pasar irregularidades que hoy ponen en entredicho la legitimidad del sistema educativo y la transparencia del Estado.
Panorama a nivel nacional
Se habla de un mercado negro de documentos fraudulentos que se compran y venden como cualquier mercancía. Pero existe otro fenómeno que se basa en la corrupción de los sistemas administrativos o la vulneración de los protocolos de titulación: esguinces a la norma para hacer una carrera con atajos. De eso se trata el denominado mercado gris, detrás del cual se afecta la transparencia del Estado y su solidez. Esta situación ha facilitado, por ejemplo, que individuos sin la formación requerida accedan a cargos que implican la gestión de recursos públicos bajo engaños.
De acuerdo con un informe publicado en 2022 por la Fiscalía General de la Nación, la entidad logró la judicialización de cuatro presuntos integrantes de una red señalada de obtener ilegalmente diplomas entre otros documentos. El material de prueba, reveló que, al parecer, cobraban entre 8 y 26 millones de pesos por un “paquete" que incluía diploma de bachiller o títulos universitarias y técnicos, con las respectivas actas de grado, certificaciones e incluso informes de calificaciones con promedios entre 3.5 y 4.0.
El reporte también señaló que en algunos casos los investigados habrían intervenido dentro de entidades públicas para que ciertos proyectos y contratos se asignaran a personas específicas. Por esta actividad presuntamente exigían recibir el 10% del contrato asignado.
Asimismo, se han reportado múltiples denuncias contra funcionarios públicos en diferentes entidades públicas y gubernamentales. En 2023, la Procuraduría General de la Nación destituyó e inhabilitó por seis años a Daniela Jaramillo Arbeláez, funcionaria de Migración Colombia por posesionarse con un título falso. La ex-funcionaria aseguraba haber obtenido su título como profesional en Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana; sin embargo, la institución confirmó que no habría culminado sus estudios.
Caso similar ocurrió a mediados del 2024, la Procuraduría destituyó e inhabilitó por 12 años a María Constanza Zuleta Obando, presuntamente profesional especializada de la oficina de asesora jurídica del Ministerio de Justicia y del Derecho, por posesionarse y permanecer en el cargo con documentación falsa.
En lo que va corrido del año se han sumado nuevos casos que evidencian las fallas en los mecanismos de verificación académica. El más reciente fue la denuncia pública realizada por la representante a la Cámara Jennifer Pedraza, quien señaló presuntas irregularidades en el proceso de nombramiento de Juliana Guerrero como viceministra de la Juventud. Durante su intervención en la plenaria, Pedraza enfatizó que al realizar la búsqueda del certificado del Saber Pro de Guerrero en la página oficial del ICFES, no aparecen resultados. Ante las declaraciones, Guerrero argumentó que: “la Universidad me dio la posibilidad de graduarme”.
Posteriormente, el abogado de la Fundación Universitaria San José, Juan David Bazzani, corroboró a Noticias Caracol que no pudo comprobar si la implicada presentó el examen ICFES Saber Pro, requisito clave para la obtención del título universitario. Además, la institución educativa decidió destituir al secretario general, Luis Carlos Gutiérrez junto a su equipo de trabajo y abrió una investigación interna tras el debate público generado por la denuncia de Pedraza.
Debido a las acusaciones, el 8 de octubre el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES), emitió un certificado confirmando que Juliana Guerrero no presentó las pruebas Saber Pro, ni Saber TyT, lo que pone en evidencia las fallas de verificación que aún persisten en el sistema educativo colombiano e inconsistencias y rupturas en los procesos de selección del sector público.
¿Por qué se le conoce como mercado gris y no mercado negro?
Posiblemente has escuchado acerca del mercado negro, pero muy pocas veces sobre el mercado gris. No son los mismo, pero ambos conceptos hacen referencia a fenómenos vinculados con la ilegalidad.

En cuanto al mercado gris en Antioquia, dos historias han marcado el debate público sobre la validez de los títulos académicos y la confianza institucional: el caso de César Suárez Mira y el de Julián Bedoya. Ambos procesos judiciales mostraron cómo la falsificación o la manipulación de documentos puede escalar desde un trámite aparentemente menor hasta un escándalo de legitimidad política y académica.
El caso Suárez Mira: un diploma de bachiller en entredicho
En diciembre de 2016, el exalcalde de Bello César Suárez Mir, fue capturado por el CTI de la Fiscalía, acusado de presentar un diploma de bachiller falsificado para aspirar a cargos públicos. La investigación determinó que el documento carecía de registro en el ICFES, lo que alimentó las sospechas sobre su autenticidad.
En 2019, el Juzgado 20 Penal del Circuito de Medellín lo condenó a seis años y diez meses de prisión domiciliaria por falsedad en documento público. Sin embargo, el Tribunal Superior de Medellín revocó el fallo en 2020 y lo absolvió, al considerar que no había evidencia concluyente sobre su participación directa en la falsificación.
La sentencia dejó al descubierto una falla estructural: el sistema judicial colombiano no siempre dispone de mecanismos técnicos suficientes para probar la falsedad documental. En este punto, el abogado y docente penalista Nicolás Ortega Tamayo explica la raíz jurídica del problema: “El diploma se expide en virtud de una función pública; por tanto, habrá falsedad en documento público cuando se altere su contenido o su origen”.
En el caso Suárez Mira, la dificultad no radica solo en demostrar que el diploma era falso, sino en establecer la intencionalidad penal. Como señala Ortega, anteriormente esa confianza institucional, sumada a la escasa verificación técnica, terminó favoreciendo la absolución.
El episodio marcó un antes y un después en el Valle de Aburrá. En Bello, la población interpretó la decisión judicial como una muestra de la distancia entre la justicia formal y la percepción ciudadana de corrupción. Aún con el caso cerrado, la duda sobre la legitimidad de los títulos en la política local persistió. El estado procesal actual es: cerrado; absuelto en 2020 por el Tribunal Superior de Medellín.
El caso Bedoya: la tormenta en la Universidad de Medellín
Ahora bien, para el caso del entonces senador Julián Bedoya Pulgarín, hay que remontarse al 2019, cuando obtuvo su título de abogado en una de las universidades más reconocidas de la ciudad. Poco después, comenzaron a conocerse denuncias de docentes y administrativos que alertaban sobre irregularidades en el proceso académico: exámenes de suficiencia aprobados en periodos atípicamente cortos, reingresos acelerados al programa y requisitos omitidos.
En 2022, la propia Universidad —ya bajo una nueva rectoría— presentó una demanda de nulidad del título ante el Consejo de Estado, reconociendo la existencia de anomalías. En 2024, el exrector Néstor Hincapié Vargas fue condenado por falsedad ideológica en documento público, al comprobarse su aval sobre procedimientos irregulares. Finalmente, en 2025, el Consejo de Estado suspendió provisionalmente los efectos del diploma de Bedoya, decisión que sigue vigente mientras avanza el proceso judicial.
La controversia convirtió a la Universidad de Medellín en el epicentro de una crisis reputacional sin precedentes, y a Bedoya en caso emblemático del mercado gris académico: un espacio en el que las instituciones legítimas terminan siendo instrumentalizadas por intereses políticos. Sobre este caso, el periodista judicial Nelson Matta, quien cubrió parte de la investigación, afirmó: “Lo que vemos es que hay un entramado grande entre partidos políticos e instituciones educativas para lograr gestionar de manera expresa unos títulos y de forma fraudulenta para poder posesionarse en distintos cargos del servicio público”.
La frase resume una de las dimensiones más sensibles del fenómeno: la falsificación como herramienta de poder. Matta agrega que, detrás de estos procesos, “el caso Bedoya muestra que mientras haya utilidad política, habrá protección y silencio”, una advertencia que conecta la esfera académica con la lógica clientelista. El caso Bedoya se evidenció, además de fallas de control académico, una ausencia de protocolos nacionales de verificación para las universidades privadas.
Desde la perspectiva jurídica, Ortega plantea que las instituciones deben responder con mayor firmeza:
“Las universidades deben reportar a la Fiscalía y crear mecanismos de detección, prevención y control de irregularidades.” Ese deber de denuncia, aunque obligatorio, rara vez se ejerce de manera preventiva, lo que explica el porqué casos como este se descubren cuando ya han estallado públicamente. El estado procesal del caso Bedoya es: en curso; título suspendido provisionalmente desde 2025 por el Consejo de Estado.
Vacíos legales y contradicciones normativas
A pesar de que la falsificación de documentos es un delito tipificado en el código penal colombiano, aún existen vacíos legales y contradicciones normativas que dificultan la prevención, el control y la sanción de estas prácticas.
Nicolás Ortega Tamayo, desde su experiencia como penalista, explica que en lo judicial, lo primero que debe establecerse es la naturaleza del documento. Si el caso está relacionado con diplomas universitarios, los cuales son emitidos en virtud de una función pública como lo es la educación, y el documento fue suplantado o carece de causa legítima de existir, se denomina falsedad material de documento público. Por otro lado, si el documento no fue expedido, pero se utiliza a sabiendas de falsedad, se incurre en el delito de uso de documento público falso.
Pero ¿cómo logran escalar estos casos sin ser previamente revisados y/o verificados? Ortega señala que las instituciones públicas y privadas actúan bajo el principio de buena fe, confiando en que la información suministrada por el aspirante al cargo es veraz. Añade que, aunque deberían existir controles más rigurosos, en muchos casos resulta difícil para las entidades prever este tipo de irregularidades, lo que posibilita el fraude.
Asimismo, los mecanismos actuales que posee el Sistema Nacional de Información para la Educación Superior en Colombia (SNIES) y el Ministerio de Educación, también se quedan cortos. Ortega menciona que el aparato estatal y gubernamental no es suficiente, “cada empresa debería iniciar mecanismos robustos de detección de estas posibles irregularidades”. Esto evidencia la necesidad de fortalecer los procesos de verificación para garantizar la transparencia en el acceso a cargos públicos y privados.
Los hechos demuestran que aún existen ambigüedades en las normativas y en los procesos de convalidación de títulos, así como la falta de implementación de mecanismos estructurales que permitan prevenir este tipo de irregularidades.
Ciudadanía en riesgo: efectos de los títulos falsos
La ciudadanía es la principal afectada. Cada diploma falso o irregular no solo abre la puerta a que una persona ocupe un cargo sin preparación, sino que debilita la credibilidad del sistema educativo entero. Para la gente común, la consecuencia es clara: funcionarios públicos sin formación real pueden tomar decisiones o ejercer prácticas que afectan la dignidad y el bienestar de los ciudadanos. El ejemplo más recurrente gira en torno a las responsabilidades de profeisonales del sector salud, pero un administrador mal preparado puede llevar una empresa a la quiebra o dar mal uso a recursos públicos, un comunicador mal preparado ahonda fenomenos de desinformación, ni qué decir de los efectos en ámbitos como el de la Ingeniería, la Química, el desarrollo de software o el diseño .
“Por ejemplo, si hay una persona que llega por rosca a un hospital, no es idóneo y le acomodaron los títulos educativos para que pueda estar ahí, esta persona puede tomar decisiones que podrían afectar las vidas de los pacientes de ese hospital”, agrega Nelson Matta.
El escándalo también genera desconfianza hacia quienes sí cumplieron con todos los requisitos, pues la sospecha se generaliza. O octubre de 2025, el Ministerio de Educación reportó 500 casos de fraude en procesos de convalidación de títulos, estadística que levanta sospechas en organismos homólogos en el exterior que lo pensarán dos veces antes de reconocer un título expedido en Colombia, lo cual afecta a las instituciones de educación, especialmente en sus planes de programas a distancia o abiertos a intercambios.
Esto no solo afecta la legitimidad de las instituciones educativas, sino también de los entes gubernamentales encargados de monitorear y verificar dicha información. A largo plazo, esta pérdida de confianza provoca que la ciudadanía deje de creer en la transparencia y veracidad de quienes lideran las instituciones públicas: “Hay personas que están ocupando unos cargos demasiado importantes a nivel municipal, regional o nacional. Y es importante que estemos todo el tiempo auscultando la idoneidad de esos funcionarios porque sus malas decisiones pueden terminar afectando la economía, el empleo y la salud”, concluye el periodista.
De otra parte, analistas jurídicos consulados por Contexto coincidieron en señalar que la situación puede abrir una línea de jurisprudencia en que no solo se sancione a quienes tramitan fraudulentamente un diploma, sino que convierte a las instituciones en víctimas que buscarán trasladar los perjuicios a las personas implicadas. Es decir, se multiplican las causas penales.
En Colombia, el acceso a la información sobre la validez de los títulos aún es limitado y poco difundido. Muchos ciudadanos desconocen que existen entidades que se encargan de registrar y monitorear estos documentos. El Ministerio de Educación Nacional cuenta con el Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES), una base pública donde se pueden consultar las instituciones y programas acreditados. Sin embargo, este sistema no siempre refleja los casos de falsificación o irregularidades internas, pues su función principal es registrar información académica, no sancionatoria.
Un fenómeno opaco, pero visible
El seguimiento periodístico ha sido decisivo para visibilizar lo que muchos denominaron un “mercado gris” del conocimiento. El periodista judicial Nelson Matta, explicó que el problema no se limita a falsificaciones burdas, hechas en impresoras de barrio. Hay una zona gris o como él lo llama, más bien un agujero profundo y oscuro en la que intervienen universidades, funcionarios y abogados que legitiman títulos con procesos irregulares. Esa es la parte más peligrosa, porque opera dentro de la legalidad aparente.
Matta también señaló que los periodistas enfrentan dificultades para acceder a documentos oficiales que confirmen o desmientan irregularidades: “Las universidades tienden a blindarse bajo el argumento de la confidencialidad académica, lo que termina protegiendo a los responsables. En muchos casos, solo tras una orden judicial se puede acceder a actas de grado o expedientes”.
A partir de testimonios como estos, se hace evidente que la prensa ha funcionado como mediadora entre la justicia y la ciudadanía, convirtiendo los archivos y sentencias en relatos comprensibles. Mientras la burocracia se demora en actuar, los medios abren espacio a la discusión pública. Más allá del escándalo, el cubrimiento periodístico permite revelar patrones comunes: redes de intermediarios, negligencia institucional y ausencia de control sobre títulos con valor oficial. En ese sentido, la investigación periodística no solo denuncia y advierte a las instituciones que el silencio no exime de responsabilidad.
La Fiscalía General de la Nación y la Procuraduría General son las entidades competentes para recibir denuncias sobre falsedad documental o ejercicio fraudulento de una profesión. En el ámbito universitario, las propias instituciones tienen la obligación legal de certificar la autenticidad de sus títulos y de remitir a las autoridades competentes cualquier hallazgo de falsificación o irregularidad. Sin embargo, en muchos casos el temor a los efectos reputacionales ralentiza los procesos.


























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