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Los surcos que giran en Medellín 

  • Foto del escritor: Contexto UPB
    Contexto UPB
  • 29 oct
  • 8 Min. de lectura

Andrés Camilo Hincapié / andres.hincapiee@upb.edu.co


"Cada persona que conoces, en el momento que compra un disco, que va detrás de un disco, que quiere un disco, siempre va detrás de una historia.” 

—Jorge Iván de la Hoz, Granada Chapter 


DJ set de Granada Chapter - Mercado vinilero.                                       Foto: Andrés Camilo Hincapié Espinosa 
DJ set de Granada Chapter - Mercado vinilero. Foto: Andrés Camilo Hincapié Espinosa 

 

Todo vinilo nace de un disco maestro: una pieza grande y delicada que debe tratarse con el cuidado de un vidrio fino, pues de sus líneas en espiral o más precisamente, de sus surcos, dependerán todas las copias. El trabajo para fabricar uno de estos discos pasa por muchas manos; a partir de él se crean moldes metálicos, mediante prensas y calor, se prensan los discos que luego se recortan y revisan. Tras su paso por la fabrica, el viaje continúa hasta las ciudades donde cobran sentido. 


En Medellín el relato del vinilo se escucha gracias a las personas que mantienen vivos sus sonidos: coleccionistas, vendedores, músicos, DJs y amantes de la música. Aunque parece que su moda regresó, la realidad es que nunca se fue. El auge de estos discos viene de una mezcla entre nostalgia, influencias familiares e historias escondidas tras cada tornamesa y cada caratula cuidadosamente preservada. 


Entre esos sonidos se escucha la historia de Jaime Franco, un nombre que resuena para quienes han caminado por las torres de Bomboná, visitado la Corporación Ateneo Porfirio Barba Jacob o han buscado un disco difícil de conseguir en el centro.


De 46 años, Jaime es uno de los dueños de Dyler Music. Es un hombre alto, delgado, de mirada profunda y amable, su trayectoria como DJ, coleccionista de vinilos, casetes y CDs comenzó en la infancia; es una persona curiosa y con un oído afinado para los detalles, pero, sobre todo, es un apasionado por la música. 


Su historia con el vinilo comienza de manera simple, entre los años 1986 y 1987, cuando tenía cerca de ocho años, su casa era un refugio musical, pues no era raro escuchar las voces de Michael Jackson, Camilo Sesto o Lucho Bermúdez resonando entre sus paredes. El origen de estos sonidos viene de su primo, Jaime Ruiz, un melómano empedernido que una vez al mes organizaba lo que el Dyler llama “las fiestas de garaje”: una fiesta con amigos donde se reunían a escuchar vinilos, algunos casetes y bailar toda la noche al ritmo de diferentes bandas de la época, bajo las luces del patio de su casa en el barrio Buenos Aires.  


Sin embargo, la influencia de su familia no terminaba con estas fiestas. Sus padres acostumbraban disfrutar de tiempo juntos alrededor de unos cuantos vinilos y un par de cervezas. Jaime, aun siendo niño, se integraba con naturalidad a esos encuentros: limpiaba los discos y ponía los vinilos en el tornamesa mientras conversaba con ellos sobre la música. Hoy en día, él mismo reconoce ese ritual como su posible inicio como DJ. 


El mundo del vinilo gira a distintas revoluciones por minuto (RPM), velocidades a las que deben girar para sonar correctamente, y por sus manos pasaban discos de todas ellas: los 78, de 40 centímetros, considerados los padres de una era musical y producidos hasta los años 50; los 45, más pequeños, de unos 17 centímetros y pensados para una sola canción por lado, populares para sencillos o EPs (Extended plays), discos que reúnen entre tres y cinco temas; y los 33 o LPs (Long plays), de tamaño similar a los 78 pero capaces de ofrecer un álbum completo.  


Para Jaime Franco, esas revoluciones no solo marcan el ritmo de la música sino también el de su vida. Su amor por ellas se volvió más personal cuando tenía diez años. Fue entonces cuando sus padres le regalaron su primer vinilo: un disco de la banda chilena, Los Prisioneros. En ese momento, solo conocía algunos temas del grupo, pero había conectado con “El Baile De los Que Sobran” una canción que estaba de moda en las emisoras del país. Ese disco se volvió suyo; lo escucho tantas veces que el sonido fue perdiendo nitidez, desgastado por la aguja y la costumbre. A partir de ese momento desarrollo el hábito de dejar que cada canción del disco le hablara una por una hasta que la música se integró a su ADN. 

Pequeños comercios sostuvieron durante mucho tiempo el amor por el vinilo en Medellín. Foto: Andrés Camilo Hincapié.
Pequeños comercios sostuvieron durante mucho tiempo el amor por el vinilo en Medellín. Foto: Andrés Camilo Hincapié.


La caza de un tesoro, que hizo de ciudad

Décadas atrás, conseguir un vinilo como ese en Medellín requería algo de suerte y mucho entusiasmo. Durante los años 70 y 80, la ciudad llegó a tener varias fábricas de discos que producían tanto copias internacionales como grabaciones locales. Sellos como Codiscos, Discos Victoria o Discos Fuentes no solo distribuían grabaciones extranjeras, sino que impulsaban el talento local. 


Tener un vinilo de alguno de estos sellos en la casa era tener un pedazo de la historia sonora colombiana. Pongamos por caso Discos fuentes, considerada pionera en la industria fonográfica y una de las empresas más antiguas de América Latina. Fue fundada por Antonio Fuentes en 1934 en Cartagena y trasladó sus operaciones a Medellín en 1954, entre otras razones, por influencia de su esposa Margarita Estrada.  

Esta compañía prensaba vinilos y construía memoria. En sus micrófonos se registraron las voces de artistas como el Joe Arroyo y Fruko y sus Tesos. 


Sin embargo, el tiempo no se detuvo para la ciudad, y la tecnología tampoco. Hoy, los sonidos de Discos Fuentes vienen a través de bits. La empresa discográfica se convirtió en Edimúsica, una editora musical que se encarga de promocionar y publicar canciones a través de una plataforma digital.  


De la misma manera, a comienzos de los noventa, con la llegada del walkman y el auge de los casetes, la experiencia musical se volvió portátil: ya no estaba atada a la sala de la casa; ahora cabía en el bolsillo. Para Jaime, ese pequeño reproductor de audífonos naranjados significó un inicio oficial en su camino como coleccionista.  


Así lo recuerda el Dyler Music, esa fue la oportunidad para tener entre sus manos cada vez más música. Pasó de un disco de vinilo a cinco o diez casetes. Empezó a grabar cintas, a intercambiarlas, a armar compilaciones como quien escribe cartas con canciones. Y, sin saberlo, se convirtió en coleccionista.  


Aunque Jaime ya era un enamorado del vinilo, no les temía a los nuevos formatos. En 1993 se compró su primer CD, buscando ampliar su colección con aquello que le permitiera descubrir más música. Su curiosidad lo llevó a recorrer la ciudad en busca de nuevos sonidos, y daba la casualidad de que Medellín vibraba con tiendas que eran templos para melómanos: La Feria del Disco, Discos La Rumbita y Compactos y Videos son solo algunas de las que había en la ciudad. Cuando Jaime visitaba una ellas, salía con un disco bajo el brazo, y muchas veces con un casete en mente. 


Porque, además de comprar, grababa. Hacía compilaciones caseras para sus amigos, les ponía nombre, las decoraba y, poco a poco, empezó a venderlas. Su trabajo como Dyler había comenzado. Para entonces, el vinilo ya no tenía la misma fuerza. El casete y el CD dominaban el mercado: eran más prácticos y baratos; pero los tres formatos seguían conviviendo. Cada uno gozaba de su propia experiencia de escuchar música y Jaime navegaba entre esos mundos. 


Fue así como, el 21 de junio de 1994, encontró un trabajo en La X, una emisora que marcaba tendencia. La radio fue su escuela; allí empezó su camino como Dj, pero de radio, como lo llama él. Aprendió de música, a empatar canciones y a mezclar géneros bajo la tutela de locutores como Julián Bustamante.  


Desde ahí, salto a los bares. Llevaba sus maletas llenas de CDs y casetes. El vinilo, aunque más escaso, nunca desapareció de su maleta, y así continuó trabajando hasta que, en los años 2000, la llegada de internet a Colombia significó un duro golpe para los formatos físicos en la ciudad. Si bien las primeras conexiones a internet en el país se rastrean al año 1994, no fue sino hasta el siglo XXI cuando se empezó a convertir en algo común en los hogares. 


Con el internet, aumentó la piratería y consumir música era más fácil que nunca. Atrás habían quedado los días de pasear por tiendas de la ciudad en busca del vinilo perfecto. Ahora bastaban unos cuantos clics para encontrar todo el mundo musical al alcance de la mano. No era fuera de lo común encontrarse con la venta de “tripletas” en semáforos de la ciudad: CDs que podían contener toda la discografía de diferentes artistas a precios económicos.  


A pesar de esto, Jaime Franco nunca paró de trabajar. Como Dj, puso el vinilo en pausa, los CDs y los casetes, y dio el salto al formato MP3. No obstante, este clásico del audio nunca desapareció. El vinilo permaneció bajo el radar del consumidor promedio y continuó vivo para quienes sabían dónde buscarlo: coleccionistas y melómanos. También, para las manos inquietas de los Crate diggers; personas que buscaban vinilos durante horas o incluso días, hasta encontrar esas joyas perdidas en el tiempo. 


Jaime Franco - el Dyler Music ha sido un apasionado y promotor del disco en Medellín. Comparte incluso con colegas como Jorge Iván de la Hoz - Granada Chapter. Fotos: cortesía y Andrés Camilo Hincapié.


Cambios en el negocio y una pasión intacta


En medio de esta transición se alzó Tower Records, en el Parque Comercial El Tesoro, un refugio temporal para el formato físico. Venía directo de California, Estados Unidos, y era conocida como una tienda de cultura musical. Fue clave para la supervivencia del CD y demás medios físicos en una época en que el mundo comenzaba a digitalizarse. En ese mismo lugar, trabajó Jaime Franco, testigo de una industria que empezaba a olvidarse del sonido de los surcos, pero que se resistía a dejar morir lo material. 


Entonces se escuchó un grito de lo análogo, el 19 de abril del año 2008 se celebró el primer Record Store Day, el Día de las Tiendas de Discos, protagonizado por la Banda Metalica desde Rasputin Music, en California. Fue un gesto de resistencia frente a lo digital, un homenaje a ese ritual de buscar con intención y descubrir nuevos sonidos. 


Aunque nació lejos de Medellín, este gesto encontró eco en Colombia. Desde el año 2023, el país se sumó a la tradición a través de La Roma Records, que asumió el rol de embajadora en Bogotá. Medellín se unió con la participación de Surco Records, en La Pascasia, además, este año 2025, como parte de la última edición, el grupo bogotano Frente Cumbiero lanzó un álbum especial titulado Inconcreto & Asociados, pensado exclusivamente para la ocasión.  


Señas de un regreso

Pero no nos adelantemos tanto, ¿cómo volvió el vinilo al frente en la ciudad? 

La respuesta no está solo en la nostalgia ni en las colecciones privadas que sobrevivieron al paso del tiempo, está en la escena cultural que empezó a recuperarlo como símbolo. En febrero de 2016, de la mano del melómano Óscar David Sevenina, nació La vinilada, como primera actividad pública de La Licuadora. Inspirado por sus visitas a ferias de discos en París, Sevenina busco replicar en Medellín esos sonidos culturales.  


Según cuenta la historia, la primera edición de La vinilada fue un espacio único en Medellín para conversar, intercambiar y celebrar la cultura del disco, algo poco común por aquel entonces. 


Con el paso de los Volúmenes, el evento transitó por varios escenarios y se consolidó como un espacio para celebrar la música y el formato físico. Hoy, La vinilada se celebra cada tres meses en el Exploratorio del Parque Explora, habiendo alcanzado su Volumen 31 el sábado 14 de junio de este año. Su impacto ha sido tal que ha inspirado otros encuentros alrededor del vinilo, incluso a eventos que han adoptado su nombre.  


Sin embargo, falta algo más por contar. Volviendo a Jaime Franco, ¿cómo nació Dyler Music?  

Empezó con sus días en el colegio cuando grababa casetes; empezó cuando Jaime compró su primer lote de CDs y vinilos y vendió a sus amigos aquello que les podía gustar; empezó cuando su pareja, Paola Ramírez, mejor conocida como Wonder Pao, le propuso llevar esa idea a otro nivel y crear una página en redes sociales.   


Dyler Music es una expansión de su colección personal, una que dice más de él que cualquier palabra. Es un retrato íntimo de su propio mapa sonoro que va de los clásicos a rarezas que solo el oído atento sabe captar. Jaime es un guardián de la memoria que encierran esos surcos. Sabe que algún día no estará para girar los discos, y desea que su colección termine en manos que la valoren. En cada vinilo que guarda hay un pedazo de historia, tanto de la música como de la vida que ha vivido. 

 

Conozca las voces e historias que hacen parte de la vida del vinilo en Medellín haciendo clic en el botón:


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1 comentario


juan salazar
juan salazar
01 nov

Un punto más para la historia de los coleccionistas en la ciudad!

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