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El radioteatro tiene un secreto: Ailatan, un bosque en La Floresta 

  • Foto del escritor: Contexto UPB
    Contexto UPB
  • 15 oct
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 17 oct

Por Susana Arcila Jiménez / susana.arcila@upb.edu.co


Son las 6:55 p.m. de un martes fresco pero pesado en La Floresta, Medellín y pienso en lo lejos que estoy generacionalmente de conocer voces como las de Bernardo Romero Lozano, uno de los primeros directores de cine, teatro y televisión colombiano, o Roberto Uguetti, una de las voces protagónicas de Radio Nutibara, en el radioteatro de los años 40, 50 y 60. De repente noté el alumbrado público y los ruidos del estudiantado de la Institución Educativa Concejo de Medellín tras la jornada escolar y me di cuenta del paso del tiempo, de lo mucho que se ha transformado la urbe. ¿Por qué hoy es ajeno hablar de radioteatro en Colombia? De hecho, resulta ajeno hablar de radioteatro en Medellín.


En la época dorada del radioteatro y la radio tradicional, hace más de 50 años, las emisoras armonizaban el oído de la gente que se sentaba a escuchar “La ley contra el Hampa” (años 50–60) o las aventuras de “Kalimán, el hombre increíble” (1963–1995 en radio) para entretenerse e incluso informarse un poco. Cuando la ausencia de la televisión era colectiva y la radio vivía su época dorada, las radionovelas y el radioteatro acompañaban las horas y los días del pueblo colombiano. 


La radio, desde su masificación entre finales de los años 20 y las décadas de 1930–50, consolidó el radioteatro como un formato popular y accesible en toda América Latina: dramatizados, radionovelas y series en vivo llenaron las parrillas e incluso funcionaron como dispositivos de alfabetización cultural y entretenimiento masivo.

 

Hacer radioteatro en esa época se basa en la ambientación y recreación de historias, con una atmósfera capaz de crear imágenes sin necesidad de verlas en público; sin embargo, el radioteatro clásico y tradicional se transmitían en vivo, a modo de cápsulas dentro de las emisoras de las cadenas grandes de comunicación como Caracol o la Radio Nacional de Colombia. 


El cubrimiento y deseo de visibilización del arte en la ciudad y los medios, liderados por la radio, abren espacio a quienes cuentan las mejores historias, a quienes tienen nuevas ideas o quienes logran adaptar las narraciones europeas del teatro clásico. Además, el radioteatro articula lecturas de la literatura, adaptaciones dramáticas y ficciones locales que acompañan procesos de modernización cultural en varios países de la región.


En Colombia, para los años 50, la generación de contenido radiofónico era masiva. La cantidad de propaganda y publicidad radial invitó a las voces de la radio tradicional a realizar locuciones comerciales, narraciones promocionales. La industria comercial fue el primer acercamiento de muchas actrices y actores de teatro contemporáneo; la simultaneidad de la generación de este contenido y la creación del entretenimiento radial permitieron el encuentro tras los micrófonos de profesionales procedentes de diversos ámbitos. 


A raíz del crecimiento exponencial de las radionovelas y el radioteatro en cápsulas de entretenimiento, comenzaron a darse espacios de profesionalización como el famoso “radioteatro a escala”. Un recuento histórico hecho por Señal Colombia explica que se trataba de la apertura de espacios dominicales para adaptaciones dramáticas infantiles, hechas por guionistas de un modo tal que se elevaba la calidad técnica y dramática del medio. Ya entre las décadas de 1960–70 la televisión y la radio comercial comenzaron a remodelar sus parrillas de programación con formatos musicales y noticiosos, mientras que las producciones dramáticas migraron a la televisión o se transformaron con estructuras más seriales y comerciales. En Medellín, como en otras capitales, parte del radioteatro tradicional se redujo, aunque siguen existiendo dramatizados y programas locales con tradición. 


El colectivo Radio Escénica de Colombia (REC), en una sesión de ensayo de sus obras. Foto: Susana Arcila.
El colectivo Radio Escénica de Colombia (REC), en una sesión de ensayo de sus obras. Foto: Susana Arcila.

Del esplendor al olvido 

En el siglo XXI han surgido proyectos de revitalización, fusión con prácticas sonoras contemporáneas y estrategias digitales. Colectivos y compañías locales reinterpretan el formato: Radio Escénica de Colombia apuesta por conectar el radioteatro con la escena contemporánea y con festivales nacionales. El Teatro Popular de Medellín, por su parte, saca cápsulas de radioteatro infantil en colaboración con programas educativos de lectoescritura. 

Sobrevive además Revelaciones del Bajo Mundo, nacido en 2008 bajo la fiebre de los blogs digitales. Este formato escrito fue creado por el periodista y dramaturgo Nelson Matta, en esa época vinculado a El Colombiano. “Era un blog especializado en la cobertura de hechos noticiosos ligados al crimen organizado en el Valle de Aburrá”, recuerda Nelson sobre Revelaciones del Bajo Mundo. Con el crecimiento que tuvo, fue el único que logró sobrevivir en la actualidad y mutó al podcast.


“La transformación del radioteatro en Medellín es absolutamente triste. Porque es lo que le pasa a la vejez, ¿no?”, me dice Felipe Álvarez, director y dramaturgo del colectivo Radio Escénica de Colombia (REC), el único grupo que hoy sigue haciendo radioteatro en vivo. La vez, dice, “es olvidada. Que es muy querida, es añorada, pero es olvidada. Y eso le pasó al radioteatro en esta ciudad. Esta ciudad fue la que con Tolima y Barranquilla pusieron el radioteatro de moda en el país”. Y, mientras lo oigo conversar, pienso que parece que Medellín lo revivió.  


Una casa mágica en La Floresta 

Ahora se hace más oscuro. El grupo de estudiantes que me acompaña en el antejardín de una tienda vecina se ha ido. Tras leer un mensaje que me permite ubicarme, veo una silueta en un balcón de lo que parece una casa residencial. Supongo que es para mí. Es Julián Ospina, uno de los participantes de REC, a quien Felipe le ha indicado que me espere en el balcón para abrirme la puerta. 


Le sonrío cuando logro identificarlo y comienza a bajar las escaleras en caracol hacia la reja. Cuando se ingresa a la Sala REC te recibe un balcón con una pequeña mesa redonda y sillas con el sticker del grupo. No hay puerta en la entrada: solo un marco de acero negro y un pasillo oscuro que da a un patio cerrado; más tarde se convertirá en el segundo escenario, en Ailatan. 


A la derecha, unas telas amarillas juegan a las cortinas. Una tarima improvisada con cojines anaranjados sirve de base. Frente al recibidor, escucho una conversación fantástica de una obra ficticia antioqueña. Por primera vez oigo los cánticos de Plumoncha en vivo, una de las criaturas de Ailatan. Aquella voz que se pausa entre chismes fuera de personaje me conecta con los sonidos que llegan desde el pasillo. 


La hora pico de las 7:00 comienza a perderse entre las paredes de la casa del radioteatro. Medellín está sorda y ciega frente a lo que esa casa resguarda. Comienzo a detallar algunos elementos: un piano amarilloso junto a cojines coloridos, instrumentos pequeños, un olor a casa vacía, a café y a juventud. Hay un teatro escondido en La Floresta. 


El ensayo comienza. La música inicial está acompañada por un tono infantil y femenino que dice: “Y tú, ¿cómo te llamas?” marca el paso de los demás personajes. La Floresta desaparece y ahora estoy en Ailatan. Julián introduce sonidos que entran en discusión: “Esta escena ya no irá”, “cambiamos el sonido”, “esta es otra opción”. Estoy en La Floresta, me acuerdo cuando se dice “Esperen”, pero luego vuelvo a Ailatan y me imagino a todos los personajes. 

Mientras me termino la última cucharada de granola, las cortinas amarillas se llenan de chistes y tablazos. El baile y los diálogos se atropellan entre sí. Más allá de las 8:00 aparece la voz del narrador; figura que más adelante, Felipe me dirá que se agrega al teatro europeo cuando se quiere transformar al radioteatro. 


Hacer teatro involucra intervenir constantemente el guion y el montaje. “Esta es una obra prioritariamente escénica, a pesar de que tiene pequeños elementos de radioteatro”, comenta Felipe. Los elementos sonoros se hacen presentes: un cimbronazo metálico se busca entre lo que hay en la casa o en un banco de sonidos. 

Dentro de la obra convergen elementos de voz en off, donde los personajes pasan a un plano invisible, detrás del telón, para narrar al público. Los reconocidos follies —sonidos creados en escena por las mismas voces— aparecen aquí. En el radioteatro tradicional había una figura encargada de sincronizar efectos con el guion y los tiempos de las voces. 


Hablando de sonidos, la música del ensayo acaba. En un abrir y cerrar de ojos a la Sala REC la invaden las onomatopeyas. Se escucha fuerte y claro un: “ayustubilacatafi” proveniente de la mariposa Yuyú. Me impresiona. Tengo miedo de reírme, pues el elenco está en silencio, concentrado. Yo estoy impactada, ¿con que así hablan las onomatopeyas?, pienso. A partir de ese desconcierto, la normalidad se adhiere a mí. Escuchar a Yuyú me lleva otra vez a pensar que estoy en Ailatan. 


Lo que sueñan las voces 

Cuando visualizo los ensayos de La niña que aprendió a volar en Ailatan, me remonto a la infancia. Me habría encantado ver luces de colores, escuchar pájaros o reírme junto con La Agustina mientras la actriz saca un cartel que invita al público a reír o sentir miedo de la voz vigorosa del Sr. Nacirema. “[...] hicimos esta obra para tocarle el corazón a niños, niñas y personas más de mayor edad”, agrega Felipe. 


La pandemia fue un punto de quiebre. “Cuando nos encerraron y no podíamos hacer nada, como teatro nos esforzamos muchísimo en buscar qué podíamos seguir haciendo. Y pensamos: si los niños no podían ir al teatro nosotros íbamos a llevar el teatro a sus casas. Ahí revivimos la idea de radioteatro que algunos ya habían trabajado”, comenta Teresita Estrada, directora del TPM. 


“Las obras que hemos llevado al Radioteatro han sido escritas por dramaturgos del Centro de Creación e Investigación Dramatúrgica, textos pensados para ser vistos y escuchados que transformamos en guiones para ser solo escuchados”, complementa Iván Zapata. 


El nacimiento de Radio Escénica ocurrió también en la pandemia. “Bueno, tenemos dos opciones, o paramos acá y hacemos un parche lindo de pandemia o seguimos investigando este lenguaje. Entonces seis de ellos me dijeron: ‘No, Pipe, hágale, pero si tú diriges’. Esa fue la condición. De ahí sale Radio Escénica de Colombia. La pandemia fue nuestro inicio”. 


En otra visita a Ailatan, el escenario ha cambiado. Es domingo en la mañana, hay más luz. El pasillo se ve más corto y ancho. Las cortinas amarillas hoy están apagadas. Al fondo cuelgan vestuarios y hojas falsas. Los zapatos en el suelo y el gorro de Galathea dibujan una silueta extraña. 


“Y tú, ¿cómo te llamas?”. Comienza el ensayo. Ahora veo más elementos. Visitar los ensayos de esta obra es como armar un rompecabezas de un solo color pero que al final tiene forma. Mis ojos presencian el momento en que el Sr. Nacirema le roba el color amarillo al corazón de Plumoncha. 


Escucho aves y criaturas, veo cómo hacen los sonidos que acompañan la atmósfera. Los árboles humanoides se desplazan en el espacio. Y como si estuviera escrito, veo la reacción de una niña al escuchar el idioma de las onomatopeyas; sorpresa, confusión y curiosidad. El tiempo se va volando con las alas de Plumoncha, las de Yuyú y todas las criaturas voladoras de este territorio. 


¿Qué depara para el futuro del radioteatro en Medellín? “Yo, por ejemplo, podría con un software de inteligencia artificial revivir la voz de algún muerto que quisiera entrevistar, digamos, Luis Carlos Galán o Jorge Eliécer Gaitán”, responde Nelson Matta. “Yo lo imagino llevando el radioteatro a la ruralidad. [...] La radio debería volver a la ruralidad. Porque al final, creo que el teatro debe servir para disminuir brechas culturales. [...] La poesía no puede ser un asunto del cual solo algunas personas se beneficien”, agrega Felipe Álvarez. 


¿El color amarillo en la ruralidad? Por ahora, solo espero que regrese a Ailatan. Son las 3:00 de la tarde. “¿Cómo así que ya son las 3:00?”, escucho. Pienso igual. El radioteatro escénico exige bastante. 


“Bueno, ¿cómo se sintieron hoy? Si seguimos así… nos va a ir muy bien”. Comienza Felipe.  “¿Dónde?”, dicen.  “Así, ensayando”. Agrega irónico.  “¡Ah! Yo pensé que en la vida”. Remata alguien. 


“Bueno, ¿qué piensa Susana?”. Se dirige a mí.  Solo puedo decir:  “¡Esto está increíble! Yo quiero venir a ver esto”. 


Se ríen y sonríen agradecid@s. Agradezco la oportunidad. Al pasar la reja, estoy de nuevo en La Floresta. Sala REC, en ese momento, no es más que una casa residencial que curiosamente no tiene puerta. Pero lo tiene todo, porque detrás de esa fortaleza de acero negro está desempolvado el cajón del radioteatro en Medellín. 




Vea y escuche un recorrido por el radio teatro de hoy


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