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Los cementerios de Medellín, espacios de muerte y vida


La historia de la ciudad ha estado condensada en las necrópolis, lugares que eran reflejo de la estratificación social y hoy se han convertido en espacios de inclusión.


Por: Estefanía Hernández Ruiz / estefania.hernandezr@upb.edu.co


Los cementerios de Medellín le han dado un nuevo significado a la muerte, un elemento que ha ido transformando su sentido paralelamente con la sociedad. Ellos son los responsables de albergar a las personas que ya pasaron por el mundo, que contribuyeron a la ciudad y hospedan a aquellos que dejaron huella en los que aún viven. Estos lugares han sobrevivido a cargar con el peso de la muerte, a ser el mayor miedo de algunas personas, los protagonistas de relatos terroríficos, pero, esencialmente, han sido los testigos de la historia paisa. Ahora, los estigmas están desapareciendo. Por esto, hoy día las necrópolis impulsan diferentes proyectos para hacer ver a la sociedad que, al contrario de lo que se ha pensado, son espacios culturales, patrimoniales y de vida.


Alguna persona que camine por las calles del barrio La América puede pasar por el lado de un cementerio sin darse cuenta, pues su colorida fachada con murales es algo inusual en estos espacios. Tampoco es de extrañar que alguien se encuentre en internet con una invitación del Parque Cementerio Campos de Paz para realizar un recorrido guiado, donde se reconoce el legado de quienes descansan allí. Mucho menos se espera que un camposanto, como el San Pedro, sea un museo y dé a conocer los grandes mausoleos de figuras públicas que propulsaron el desarrollo urbano de Medellín. Así mismo se encuentra el Jardín Cementerio Universal, que surgió como un espacio de inclusión y que trabaja constantemente por reivindicar la memoria, reparar víctimas y no repetir la violencia que ha vivido la capital de Antioquia. Incluso, estas zonas de descanso eterno han dirigido charlas para discutir sobre la muerte y el duelo, ¿cuándo habían surgido conversaciones abiertas acerca de estos temas? La concepción del fin de la vida ha cambiado.


“Los cementerios, esencialmente, han sido los testigos de la historia paisa”. Foto: Estefanía Hernández.


La religión católica estaba profundamente arraigada en diferentes esferas y ámbitos de la vida pública de la ciudad. Medellín heredó de la colonia europea su devoción hacia el credo y sus costumbres funerarias. Así mismo, las clases sociales se diferenciaban entre alta, media y baja, la brecha entre políticos y artesanos era notoria y permanecía en el descanso eterno. La estratificación social en vez de desaparecer, prevalecía.


Antes de que el rey español Carlos III ordenara por razones de salubridad, en 1787, construir los cementerios extramuros, es decir, a las afueras de la ciudad, los enterramientos tenían lugar dentro de las iglesias. Eran cementerios intramuros. Allí, las personas trataban de sentarse más cerca al altar durante las eucaristías porque luego, a quienes pudieran pagar “el derecho de asiento y sepultura”, los enterraban debajo del puesto que ocuparon en vida. Casi siempre las personas adineradas eran quienes tenían la capacidad de pagarlo y creían que les llegaba la bendición primero que al resto de asistentes. Según esa idea, rápidamente, recibirían la salvación y el perdón de sus pecados. Diego Bernal Botero es profesor de Historia en la Universidad Pontificia Bolivariana y secretario permanente de la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales. Él explica que cuando ya no cabían más los difuntos en el templo, se realizaba “la monda”, que consistía en quitar las baldosas, cavar una fosa común más profunda y arrastrar todos los cuerpos allí.


Medellín atiende a esa orden de construir cementerios extramuros 22 años después, cuando en 1809 se bendice la primera necrópolis ubicada por fuera de un templo, llamada San Benito. Así lo registra Gloria Mercedes Arango, socióloga y magister en Historia de Colombia, en su texto “Los cementerios en Medellín 1786- 1940”. Las personas tardaron en comprender que la descomposición de los cuerpos en el templo se volvía nociva para la salud y Bernal comenta que mostraron un poco de resistencia a ser inhumados fuera del lugar. La renuencia a abandonar la costumbre se evidenció en las capillas de San Juan de Dios, el Carmen y San Benito, que en 1824 continuaban enterrando difuntos. Así pues, en 1826 el congreso formuló una ley para prohibir entierros en las iglesias, pero Santander la vetó y en 1846 fue aprobada otra que ordenaba que todos los fallecidos fueran sepultados en camposantos.

Un mito popular cuenta que estas tres imágenes del artista Vieco, ubicadas en el Cementerio Museo San Pedro salen a caminar todas las noches para dar la bienvenida a los nuevos difuntos. Foto: Estefanía Hernández.


El primer cementerio privado de Medellín fue fundado en 1842 por el médico Pedro Uribe Restrepo y miembros de la élite, porque el San Lorenzo, un camposanto abierto desde 1828, no cumplía con normas sanitarias. El panteón nació bajo el nombre de San Vicente de Paúl. En 1871, fue bautizado nuevamente como San Pedro porque así se llamaba la única galería que existía en ese momento y así era distinguido por los habitantes. La guía cultural Daniela Córdoba cuenta que los fundadores lo construyeron “ornamentado, bonito y simétrico”. Aunque no era su intención inicial, el lugar pronto se posicionó entre la sociedad como “el cementerio de los ricos”. La cercanía, ya no al altar, sino a la capilla, seguía siendo esencial para los devotos. En este punto, liberales y conservadores discutían sobre quién debía llevar el mando de los sitios sagrados públicos. Los primeros, un poco más laicos, preferían a las autoridades locales y los segundos, a la iglesia. La ley de separación de relaciones iglesia-Estado de 1853 confirió a las autoridades la administración de las necrópolis. Según Arango, la iglesia recuperó el control en 1855, bajo el gobierno de Manuel María Mallarino.

Extracción del acta de fundación donde se menciona la importancia de la salubridad para el bien general de la población.

Foto: Estefanía Hernández.


¿Y los no católicos?

La presencia de extranjeros que no profesaban el culto católico comenzó a ser recurrente en la ciudad. Como lo plasma el acta de fundación del San Pedro, se debía determinar un área para su sepultura pues, al morir, no tenían dónde ser inhumados con igual honra que los fieles religiosos, afirma Bernal.


Arango registra que, desde 1835, el gobierno republicano autorizó la entrega de un terreno para la construcción de una necrópolis y una capilla para que los extranjeros no católicos celebraran sus propias ceremonias. Por el contrario, la diócesis determinó en 1871 que las personas de cultos distintos fueran enterradas en un espacio cercano pero diferente al camposanto, en el muladar. Era un sitio anexo al cementerio católico, ni bendito ni sagrado, destinado a los pecadores, los suicidas, los no bautizados, los herejes y todo aquel que era indigno de ser inhumado en el lugar santo. La figura del muladar era tan fuerte que, en el San Pedro, las puertas de ingreso eran separadas, una para el católico y otra para el laico, al igual que las estaciones del tranvía.


En 1891, el general estadounidense Edward A. Wild muere en Medellín por una enfermedad, luego de ser convencido por su compañero de guerra, Anthony Jones, de viajar a Colombia para construir el ferrocarril de Antioquia. Como no era católico, pero sí célebre, la iglesia no lo podía enterrar en el muladar ni le podía hacer misa, entonces el San Pedro empezó a promover un sector laico para inhumar dignamente, manifiesta Bernal. El cementerio respondió a una necesidad, configuró un asunto que se venía discutiendo hacía décadas y les brindó acogida a los extranjeros que, aunque no practicaban el catolicismo, tenían derecho a ser sepultados decentemente al morir.

Mausoleo ubicado en el Cementerio Museo San Pedro, perteneciente a la Familia Saldarriaga Duque, dueños de Pintuco.

Foto: Estefanía Hernández.


En este sentido, las clases altas podían construir un mausoleo en el San Pedro para que reposara toda su familia. De esta manera, sus apellidos relucían en la entrada del recinto y eran reconocidos por la comunidad. Al contrario, las clases bajas esperaban ser enterradas, a duras penas, en el “cementerio de los pobres”. El San Lorenzo fue apodado así por estar en “El Camellón de la Asomadera”, donde habitaban los artesanos. Por otro lado, las personas “indignas” no podían ser despedidas en ningún camposanto porque no cumplían con la doctrina religiosa. Para ellos estaban destinados los muladares, y así quedaban discriminados incluso luego de su muerte.


De esta forma, los cementerios separaban ricos, pobres e indignos: después de morirse no se libraban de las clases sociales. Estas se hacían más fuertes puesto que determinaban dónde y cómo pasarían la eternidad. Por lo tanto, la muerte era concebida como un asunto de riquezas, que distinguía si las acciones en vida del difunto lo hacían digno o no y la manera de percibirla era influenciada por la religión católica.


Un destello de unificación

La construcción del cementerio parroquial de La América fue aprobada en 1898, después de que Rafael Velásquez, uno de los primeros pobladores de La Granja, como se conocía la zona en ese entonces, realizara la petición. De hecho, La Granja no era un barrio sino un corregimiento de Medellín, con fincas y jardines. Lo mismo sucedía con los terrenos donde se encuentra hoy ubicado el cementerio Universal, eran campestres y solían llamarse Rancho Largo. La finca Rancho Largo fue adquirida en 1927 por la municipalidad, cuando decidió que debía crear una necrópolis en la que todos los ciudadanos tuvieran lugar, independientemente de sus creencias o clase social.


Han pasado 125 años desde que fue aprobada la construcción del cementerio parroquial de La América. Foto: Estefanía Hernández.


Para estos años se empezaba a notar un cambio en el concepto de muerte. Bernal dice que, en 1930, Enrique Olaya Herrera, presidente de Colombia que perteneció al Partido Liberal, propuso dos opciones para garantizar digna sepultura a todos los ciudadanos. La primera era que los municipios construyeran su propio panteón y, la segunda, que cada municipio se pusiera de acuerdo con la iglesia para admitir a personas no católicas y eliminar el concepto de muladar. Es así como el 20 de julio de 1933, el municipio puso la primera piedra del cementerio Universal de Medellín y su diseño quedó a cargo de Pedro Nel Gómez por medio de un concurso público. Andrés Arredondo, antropólogo y encargado del tema de la memoria en el Universal, expone que este lugar se constituyó como un punto de inclusión, que recibió a todo el mundo sin distinción.


Agroarte Colombia, un colectivo integrado por vecinos del barrio San Javier, registra que aún en 1939 el cementerio parroquial de La América estaba llevando a cabo sus inhumaciones en la tierra. Más tarde, en 1953, el arquitecto Gustavo Moreno Llano fue el encargado de reformar totalmente el sitio debido a que no contaba con el edificio que vemos actualmente. Así, en 1955 el camposanto fortaleció el alquiler de lotes en la comunidad.


Murales del cementerio parroquial de La América. Foto:Estefanía Hernández.


Hasta entonces, la iglesia católica no permitía la cremación puesto que concebía el fuego como un componente del infierno y el purgatorio, pero en el concilio vaticano II de 1962 a 1965, se flexibilizó. A propósito de la estratificación, Bernal señala que la cremación comprende, de alguna manera, un mismo ritual para ricos y pobres, por lo que es un factor unificador. Lo que difiere es lo que se hace con las cenizas. Posteriormente, el cementerio Campos de Paz fue fundado en 1969 y la Arquidiócesis lo bendijo el 31 de agosto de 1970.


“Capilla La Asunción” y “El Hombre en Busca de Paz”, obras artísticas del Parque Cementerio Campos de Paz.

Foto propia.


En 1979, el cementerio Universal cayó en crisis tras un profundo deterioro debido al mal manejo administrativo y conforme estaba siendo distinguido como “el cementerio de los pobres”, el Concejo municipal decide llamarlo “Jardín Cementerio”. El Concejo tenía la finalidad de volverlo más “competitivo” y de este modo comienza a cambiar la imagen del recinto, incursionó en servicios exequiales y ratificó su posición incluyente para la ciudadanía. Pese a la nueva narrativa que adquirió el Universal, Arredondo expresa que Medellín mantuvo la concepción de que es la necrópolis de los pobres. La verdadera intención del Universal ha sido reivindicar la inclusión.


“Mausoleo Ausencias que se Nombran” construido en honor a las víctimas de desaparición forzada. Foto: Estefanía Hernández.


Luego, la violencia procedente del narcotráfico que invadió Medellín impuso, de alguna manera, distintas prácticas rituales que produjeron un nuevo estigma para los cementerios, que se volvían lugares peligrosos en medio del crimen. A partir de esta época, fue más necesario que antes replantear cómo se estaba concibiendo la muerte, teniendo en cuenta los procesos habituales de duelo que pasaban los habitantes de la ciudad. Por dicha criminalidad, numerosos paisas tuvieron que enterrar a sus familiares en el Universal, que registró una ola de inhumaciones en 1985 según Memorias y Patrimonio de Medellín, un programa de la Alcaldía. Pronto, el Instituto de Medicina Legal determinó que el panteón alojaría a Personas no Identificadas (PNI), por lo que se invierte en 1995 para reparar su infraestructura y se convierte en un espacio crucial en medio de la violencia.


Dice Arredondo que durante esta época se crearon prejuicios y mitos acerca de prácticas clandestinas o satánicas dentro del Universal. Por lo tanto, el estigma sobre este recinto laico posiblemente aumentó y la perspectiva cambió.


Entre tanto, las películas también han abierto las puertas a historias de fantasmas que espantan a medianoche, animas que cuidan el lugar y zombis que vuelven a la vida. Ellas introdujeron una tendencia hacia lo tenebroso, haciendo a los cementerios focos de terror y, posteriormente, han sido apoyadas por el turismo dark o turismo oscuro que se enfoca en sucesos de tragedia y dolor.


El Jardín Cementerio Universal aloja tumbas esperando a ser nombradas, almas por ser reconocidas. Foto: Estefanía Hernández.


Diferentes proyectos, mismo objetivo

En 1998 el San Pedro se estableció como museo de sitio, un espacio para conservar el patrimonio cultural. El lugar no solo transformó su nombre a Cementerio Museo San Pedro, sino también su modo de acercarse a la gente, dándoles valor a las historias de los difuntos que aloja. Catalina Velásquez, fundadora y presidenta de la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales, fue la gestora de la declaración del camposanto. Ella señala que empezó a construir narrativas desde diferentes saberes, para dar a conocer los múltiples relatos que tiene el recinto por contar y no ser reconocido solamente como un espacio de llanto y dolor.


Asimismo, cuenta que el camposanto estaba localizado en una comuna protagonista de la guerra urbana y que sería difícil cambiarle la mirada a una ciudad en la que hubo tantas víctimas de dicha guerra. Velásquez necesitaba buscar alternativas para interpretar nuevamente los espacios de muerte. Ella se encontró con que, aparte de protegerlo, les aportó a los habitantes otras miradas sobre el dolor y la tragedia en una de las ciudades más violentas del mundo, como estaba catalogada Medellín. Desde ahí empieza el proyecto del Cementerio Museo San Pedro, que se ha destacado por las visitas guiadas, la Noche de Luna Llena y Floristeros del más allá. Estas actividades buscan transmitir a los visitantes sentido de pertenencia y el legado de antiguos habitantes. En 1999 es declarado por el Ministerio de Cultura como bien de interés cultural, y se ha constituido en un lugar que trabaja tanto para los muertos como para los vivos, al ser patrimonial, ritual y artístico.


Cada mausoleo va conformando la historia del cementerio y de Medellín. Foto: Estefanía Hernández.


El Centro Nacional de Memoria Histórica documenta bque la Operación Orión se llevó a cabo en el 2002, cuando fuerzas gubernamentales entraron a la Comuna 13 para capturar a supuestos colaboradores de la guerrilla. Sin embargo, hubo irregularidades y víctimas habitantes del sector. Este suceso, cercano al cementerio parroquial de La América, dejó profundas heridas en la comunidad, al igual que otras operaciones que tuvieron lugar allí. Por un aumento en la cantidad de fallecidos, el panteón requirió una ampliación en el 2005. De esta manera, Agroarte Colombia vio la necesidad de transformarlo en un sitio de memoria y esclarecimiento para las víctimas por medio de actividades que formen sentido de pertenencia, dando paso a Galería Viva.


Esta iniciativa “ha logrado cambiar el paradigma del terror, el rencor, y el miedo como principal factor de desarticulación comunitaria”. Así lo exponen las placas ubicadas en el cementerio que resumen el propósito de Galería Viva. La Red Territorial de Memorias de la Comuna 13 también ha participado junto a Agroarte en esta labor de reconocer vivencias pasadas para empoderar a la comunidad y buscar la verdad para curar las heridas. Luis Fernando Álvarez, “AKA”, líder en el proceso de Galería Viva, apunta que no quieren que el lugar sea revictimizante, sino que junte a la gente del territorio y refleje lo que pasa en la ciudad. El colectivo ha llevado a cabo actividades en el recinto centradas en la gestión del dolor por medio de las plantas y el arte, por lo que el camposanto está rodeado de naturaleza y murales. El “AKA” explica que todo fue un proceso, empezaron sembrando 200 botellas en la fachada con algunos rostros de víctimas y cada actividad la han relacionado con lo religioso debido a que el cementerio es parroquial. En una ocasión, los vecinos les pidieron pintar a un sepulturero que se accidentó y falleció, lo cual les permitió empezar a realizar representaciones artísticas dentro del sitio y ganarse el cariño de la comunidad. A partir de eso, la organización ha usado el arte y la agricultura para contribuir, desde el camposanto, al acompañamiento del duelo, la memoria y la reconstrucción de la verdad.


“Esta es una pintura frente al tema de los duelos compartidos, sobre una colcha de retazos” -AKA. Colectivo AgroArte. Foto:Estefanía Hernández.


Por su lado, el Jardín Cementerio Universal cumplió 90 años en julio de 2023. Desde que nació, empezó a transformar el significado de la muerte, tratando de erradicar las discriminaciones por raza, credo o clase social. Tal como lo afirma Andrés Arredondo, el Universal se ha convertido en un lugar significativo para la lucha contra la desaparición forzada y el olvido. En este sentido, la Unidad Municipal de Atención y Reparación a Víctimas del Conflicto Armado planteó en 2010, la construcción de un espacio de reparación simbólica para las víctimas sin identificar y desaparecidas. En el 2016, la Fiscalía General de la Nación y el Instituto de Medicina Legal empezaron a buscar personas no identificadas (PNI) que podrían estar inhumadas allí y en el 2017 fue fundado el mausoleo “Ausencias que se nombran”. El panteón fue concebido gracias a la lucha de las víctimas y, según Arredondo, fue destinado para inhumar las personas víctimas de desaparición forzada que fueron plenamente identificadas, reivindicando su nombre, su memoria y su identidad. El Jardín Cementerio Universal, ideal para avistar aves, ha acogido a difuntos que no les permitieron el ingreso a otras necrópolis por alguna condición y ha sido un colaborador clave en la reconstrucción de la memoria paisa.


Cartel en pro de la verdad ubicado en el Jardín Cementerio Universal. Foto: Estefanía Hernández.


El Parque Cementerio Campos de Paz no se quedó atrás, pues desde el 2022 está llevando a cabo el proyecto In Memoriam, liderado por Diego Bernal y el grupo de investigación “Ni ángeles, ni perros”. Dicho proyecto consiste en una constante investigación histórica donde revisan la colección funeraria, hacen perfiles históricos de las personas inhumadas allí y realizan recorridos abiertos y gratuitos. La idea es que los ciudadanos se acerquen al camposanto y se quiten los estigmas de la muerte. Los coordinadores de esta iniciativa realizan cada mes un trayecto con diferentes temáticas. Por ejemplo, en marzo tuvo lugar “Entre sueños y pasiones: mujeres, un recorrido por sus vidas y legados”. En abril, el recorrido fue sobre “Glorias del deporte: disciplina, sacrificios y logros que nos inspiran”. De esta forma, han empezado a activar el patrimonio y a darle espacio a las historias que han pasado por la ciudad, que yacen en el Parque Cementerio y que dejaron legado en sus seres queridos. Además, realizan talleres, grupos de apoyo, conversatorios, e incluso, cine foros, centrados en acompañamiento al duelo, donde cada actividad es guiada por psicólogos y especialistas que orientan a la comunidad.


“Entre sueños y pasiones: mujeres, un recorrido por sus vidas y legados” en el Parque Cementerio Campos de Paz. Foto: cortesía.


Así tuvo paso el renacimiento de la muerte en los cementerios, que empezaron a trabajar por reactivar el patrimonio, construir la memoria, acompañar el duelo, y mostrar la vida que puede dejar la muerte. Dichos sitios han ido más allá de lo que se ha entendido como el fin de la vida y aunque empezaron siendo la ciudad de los difuntos, hoy en día son un espacio también para los vivos. Son un recinto para quienes quedan afrontando el duelo, los que quieren aprender más de su territorio y honrar a los que han sido víctimas de la violencia que ha vivido Medellín. Además, son lugares que cada día esperan a ser visitados para mostrar la historia de la ciudad, sus errores y el pasado que no se debe repetir. También evocan el presente, dan cuenta de qué está sucediendo en la ciudad, cómo se están reparando actualmente a los habitantes y qué se está haciendo para sanar las heridas que han estado abiertas por algunos años. El futuro está instaurado en el trabajo que realizan estos sitios persistentemente para no olvidar la historia y para que cada generación se proyecte con base en las que reposan en los panteones de la ciudad. Son el pasado, el presente y el futuro. Hoy en día, los cementerios de Medellín son lugares llenos de vida.


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Investigación periodística realizada desde el Semillero de Periodismo Urbano, bajo la orientación del profesor Juan Esteban Mejía Upegui.










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