Librero, librero
Dos testimonios sobre el oficio de habitar la palabra, pasando páginas, revisando historias, recomendando autores...
Por: Paola Cañas
“...Había contraído contigo compromisos imprudentes y la vida se encargó de protestar: te pido perdón, lo más humildemente posible, no por dejarte, sino por haberme quedado tanto tiempo”.
Con aquellas últimas líneas del libro Alexis o el tratado del inútil combate, el librero Wilson Mendoza descubrió que para leer una historia debe dirigirse al punto final y retroceder, solo un poco, hasta los penúltimos renglones porque allí encuentra confesiones que lo impulsan a querer apreciar completamente el relato.
"Me gustan los finales", nos dijo, mientras con sorpresa abríamos nuestros ojos que querían indagar como detectives por los detalles de la “fracción del paraíso”. Como lo definió el librero Luis Alberto Arango, quien entre risas quiso conversar por un momento con Borges.
"Acuérdate que él se imaginaba el paraíso bajo la forma de una biblioteca", señaló. Entonces respondí: "¡Borges, estamos de acuerdo!"
Aquella mañana soleada, aún sin esos diálogos en mi memoria, me dirigí cerca de la estación Estadio del metro, específicamente a una entrada delimitada por un rectángulo grande de color rojo oscuro, en el que leí “Librería Grámmata” con letras delgadas como si estuvieran escritas por un lápiz, también gigante, que decidió unir las dos M para que se sostuvieran.
Al lado, casi tocando el balcón del segundo y último piso de la casa que admiraba en silencio, noté la existencia de un barco dibujado, tal vez con el mismo lápiz, contenido en un cuadrado de color madera claro, que acompañaba a las letras: Palinuro, Libros leídos.
No pude detenerme en los detalles, pues fui interrumpida por alguien que corría hacia mí intentando acortar una distancia nombrada hacía seis meses en los noticieros. Karol, una amiga cuyo nombre sonoro me hace recordar el mar, me abrazó con fuerza olvidando miedos y recomendaciones, emocionada por aquella invitación que le había hecho para que descubriera un lugar ubicado tan solo a dos cuadras de su casa.
Asombro, asombro, sentimos al entrar juntas a un espacio rodeado por más de 75 mil libros. Protocolos, protocolos, eso experimentamos cuando la primera persona que vimos nos pidió levantar los pies para que cada zapato fuera rociado por un líquido transparente.
El paisaje que asombró a las cronistas.
Foto: Paola Cañas. >>
Luego de los torpes movimientos que conlleva aquel procedimiento caminamos con una curiosidad que al instante determinó los libros que exploramos por unos segundos, retirándolos suavemente de los estantes de madera, también de tono claro, cuya única diferencia a simple vista se encontraba en los letreros encima de ellos que actuaban como direcciones.
Entre la calle del Ensayo y teoría literaria, cerca de la cuadra de Comunicación y Periodismo y al lado de la carrera Latinoamericana, encontramos un libro sobre el horóscopo chino, cuya pasta azul clara y su dibujo de un pequeño cerdo que parecía feliz me hizo abrirlo. Karol se acercó con dudas y al no encontrar interés en este decidió mirar otro libro grande de color naranja. "Nunca he sabido de dónde son esas rocas", me dijo mientras lo miraba.
Nos sentamos en un mueble oscuro en el centro de muchos colores rodeadas por el intento de empezar a conversar, acabó pronto por la llegada de Wilson Mendoza, el librero, que, al notar cómo nuestra mirada lo perseguía, recordó su cita y tomó una silla de madera oscura.
Con tono firme me pidió que le explicara mejor sobre lo que indagaría. El librero, interesado por el desarrollo de la entrevista, no le realiza tantas preguntas a las personas que acuden a él de forma cotidiana porque sabe que su oficio se sustenta en el diálogo fluido.
"En las librerías de los centros comerciales no hay tiempo para conversar. En aquellos lugares contratan a vendedores que no evalúan el contenido",dijo.
Wilson nos contó que en su oficio a veces solo tiene la función de escuchar y haciéndolo se ha dado cuenta de que a las personas les gusta que los libros acompañen sus emociones. "Es que son muy buenos acompañantes", nos confesó.
A él, por ejemplo, lo han guiado desde hace 28 años, en los que gran parte de estos trabajó en varias bibliotecas hasta que hace poco realizó lo que él define como su proyecto de vida: su propia librería; su propio espacio para conversar.
Ante mi pregunta por la relación que tiene con las personas, me dijo que la función principal de un librero no es ayudarlas, pues aquello se hace de forma inesperada, porque realmente lo que más le gusta es estar entre libros, entre historias. "Un librero es quien recomienda los libros porque ya los conoce, entonces quiere que otros también pasen por ellos", definió.
Algo confundidas, le preguntamos entonces si había leído todos los libros que nos rodeaban. De forma amable, con un poco de gracia, nos dijo que eso es casi imposible, casi, casi, porque el librero que hace su trabajo con pasión sí debe leer una parte del contenido de todos los textos, como una sinopsis y una breve biografía de cada autor o autora.
Me conmovió comprender que cada día conoce el mundo por medio de un escritor nuevo porque constantemente nacen editoriales, algo que él relaciona como un auge de las librerías independientes en Colombia que surgen por gusto, no solo enfocadas en vender. "La lectura te da un espacio en dónde habitar y es un espacio muy amable", nos explicó.
En cuanto al lugar físico, al que todos los días acude, este se compone de recuerdos que se conectan con la biblioteca del bloque 22 de la Universidad de Antioquia, el primer sitio donde trabajó. "Yo intenté buscar algo más pequeño para hablar con la gente, pero internamente siempre quise buscar algo que fuera similar a donde inicié a leer", contó.
Otro aspecto que lo convenció de alquilar aquella casa fue el árbol grande que con hojas brillantes se ubica al frente y parece cuidar lo que él define como su “librería de barrio”.
Considerando esto, se inspiró para crear una cafetería que resguarda a los lectores, incluso a los que no compran nada y le hacen sacar hasta 20 libros de los estantes. Aquello no le hace juzgarlos. Incluso afirma que cosas como esta le han permitido fijarse en los detalles.
"La mejor forma de desarmar a alguien enojado es atenderlo bien. A veces cuando los clientes vienen tristes me doy cuenta de que no buscan un libro, buscan una conversación". Entonces, hacer un perfil del lector para saber qué libros recomendar es difícil, porque las personas nos componemos de características inusuales, a veces contradictorias. Como las que sustenta Wilson cuando nos contó que a un médico que conoce no le gusta leer sobre medicina y que a un economista le fascina el psicoanálisis.
Entre aquellas elecciones reconoce que su observación le ha permitido saber que existen reglas específicas para comprar un libro, por eso le parece importante entregarlos abiertos. Hay quienes se fijan en el tamaño de las letras, si la edición es especial o si la pasta es dura.
"A veces el último paso para que alguien se lleve un libro es acercar su cara y olerlo. Si no les huele bien, no se lo llevan", cuenta Wilson. Otras personas se basan en el contenido y leen la primera página. Las más atrevidas, como las interpreté, de forma aleatoria leen una frase y así toman la decisión.
Concentradas en el diálogo le preguntamos qué es lo que tiene en cuenta para comprar un libro y así fue como nos contó que leyendo los finales decide si quiere conocer el porqué de toda la historia. Con este método, descubrió que aquel hombre que pide perdón por haberse quedado tanto tiempo, durante las 69 páginas del relato, se da cuenta de que le atraen los hombres hasta que, finalmente, se lo confiesa a su esposa.
Por estas características tan diversas le parece justo que las personas se trasladen de acuerdo con sus intereses y así ha descubierto la importancia de Palinuro, su vecino.
Así llegamos donde Luis Alberto Arango, quién se encontraba en su oficina en el segundo piso y aceptó hablar con nosotras en su propio mundo de libros leídos imaginado por el artista Elkin Obregón, al que graciosamente y con admiración define como un mago, quien en tono de juego comentaba que quería tener su propia librería de libros viejos, como también se les conocen. "En Europa y Estados Unidos le dicen librerías de viejo. Son anticuarias de libros". Nos confesó que con ayuda de Sergio Valencia y Héctor Abad Faciolince empezaron este proyecto en el que le tocó aprender mucho.
"Si los libros son una mercancía para ti esto no sirve. Porque no hay un pregrado de librero, no existe ni podrá existir, ¿a quién le enseñan a ser librero?", pregunta. Entre las historias de aquel inicio recordó que en los estantes se encuentra una fotografía de la revista Cromos publicada en 2005, dos años después de la fundación de la librería.
"Karol, mirá esta foto". Asombrada, Karol la miró con detenimiento y se rió ante el comentario inusual de Luis Alberto: "Elkin aquí parece Gandalf, el de El señor de los anillos".
Foto: Paola Cañas.
Mirando los estantes, nos comentó que la librería cuenta con literatura universal de la A a la Z, haciendo un garabato con su mano que no comprendí muy bien, pero que intentaba mostrar el orden en el que se ubican los libros. "Literatura de Colombia, de la A a la Z, ta, ta, ta...", dijo haciendo el gesto.
Mientras nos explicaba esto yo le apuntaba con mi celular grabando cada frase. Pero hubo algo que no pude captar: el asombro que percibí en sus ojos cuando admiraba los detalles del sitio que todos los días recorre y que le ha dado, según él, los 17 años más gratificantes de su vida.
"Hay una querencia por los libros, por quién llega, por los autores. En nuestro caso particular es amor, porque esto no genera plata", dijo. Incluso nos confesó que en dos ocasiones estuvieron a punto de quebrar. En la primera, unos amigos cercanos los ayudaron y en la segunda, en 2015, tuvieron que dejar su lugar en el centro, cerca de Bellas Artes y alquilar con Wilson la casa donde se encuentran ahora.
A pesar de esto, nos afirmó que la librería tiene más de 500 amigos, incluso nos dijo que, si nos fijamos en la página de Facebook o Instagram, podemos encontrar que tienen 3.500 seguidores. Con su celular nos mostraba aquel número con emoción mientras Karol tomaba de una mesita cinco portavasos que le llamaron la atención. "Son muchas las cervezas que han puesto encima, ¿oíste?", le dice.
Entre sonrisas que se nos desprendían por su personalidad cálida le preguntamos el origen del nombre de la librería. Palinuro nos sonaba un poco raro, en cambio para él es un término cercano. Al parecer, tanto Virgilio como Cervantes mencionaron la palabra en sus obras, pero fue el escritor Fernando del Paso quien lo terminó de convencer de proponer el nombre por su libro Palinuro de México, uno de sus favoritos, el cual se encuentra en una de sus repisas firmado por el autor el mismo año que fundaron la librería. "Toda una hazaña", pensé.
En comparación con el trabajo de Wilson, ante Luis Alberto acuden personas con ideas más claras sobre lo que quieren, pero en ocasiones simplemente le recomiendan autores. Es un acto recíproco, así lo define, porque ambos aprenden.
"Uno ama esto porque estamos contenidos en esos amigos que son las palabras. Hay un texto de Neruda muy bello, que se llama...ese lo deberían conocer ustedes...Que se llama… Juliana, ¿recuerdas el texto de Neruda que trata sobre las palabras?", le preguntó a su hija que de forma rápida encuentra un video en Youtube.
Al ver aún mi celular apuntándole decide acercarse para que las ideas del escritor queden también grabadas. "Oigan esto, este es Pablo Neruda, el poeta chileno", dijo.
Mirando a un punto fijo sonreía por las frases que escuchaba. Nosotras, concentradas ,nos miramos con complicidad ante ideas que nunca habíamos considerado.
"¿Y usted ha escrito?2, le pregunté con un poco de confianza luego de escuchar aquel texto.
"Tengo tres libritos publicados. Velos, aquí están", dijo mientras los sacaba de una estantería.
Realmente sí son libritos, porque tienen un tamaño pequeño. Uno de ellos nos llamó la atención porque tenía un dibujo que su hijo menor hizo cuando tenía cuatro años. "Me pintó", nos dijo.
"Desorden alfabético", uno de los "libritos" de Luis Alberto. Foto: Paola Cañas. >>
Aquel libro contiene reflexiones sobre las definiciones de palabras arbitrarias. Una de ellas era librero, cuyo texto es de los más largos. Con libertad me dejó tomarle una fotografía así que luego de leerlo con más calma, encontré en este fragmento una esencia:
“Un librero puede salvar vidas. Un buen libro, recomendado a tiempo, puede ser la tabla del náufrago y la isla del edén de un desesperado”.
La idea de publicar este A-Z, como se les conoce, fue de su hija Juliana, quien en Navidad imprimió algunos textos, los unió en forma de libro y se los dio como regalo. Nos cuenta que lloró al verlo y se animó a sacar más copias.
Tal vez Karol y yo experimentamos la sensación de que pronto terminaría la conversación, incluso estábamos caminando hacia la salida, pero una foto de Leila Guerriero nos detuvo de pronto.
"Es que su escritura me compró", admitió cuando le indagamos por qué entre libros leídos y fotografías de escritores un poco viejos ella se encontraba allí en su foto a color.
"En 2007 leí un texto sobre ella y me gustó tanto que le escribí a la revista El Malpensante, donde publicaba. No pensé que me contestaría y como al mes recibí un correo: “Querido Luis Alberto, perdón por la demora, pero estaba viajando…” ¡Dizque perdona la demora!", exclamó emocionado.
Cuando se conocieron en persona, el librero le regaló sus tres libritos. Él también tiene sus textos, todos firmados por la periodista argentina. "Ella goza mucho porque yo le digo: 'Leila, aquí está tu club de Leilófilos'".
Dicho club, ante nuestra sorpresa, realmente existe, pues cada 15 días Luis Alberto, sin falta, le comparte a sus amigos las columnas de opinión que ella escribe para El País de España. "Vea, ellas conocen a Leila, ¡eso me alegra más! ", le dice a su hija emocionado.
Creo que los tres nos sorprendimos ante la idea de conocer a la misma Leila. Tal vez nos veíamos distantes a Luis Alberto y sus libros leídos. Pero entre tantos relatos, al verla, nos reconocimos ante una escritura que nos unía sin saberlo y que nos permitió habitar aquella “fracción del paraíso”.
Antes de irnos, el librero nos recomendó varias de las obras que no conocíamos de ella. Finalmente nos preguntó de nuevo nuestros nombres asegurando que podíamos volver cuando quisiéramos.
<< El rincón para Leila Guerriero. Foto: Paola Cañas.
"Ya saben que por aquí estamos los Leilófilos", dijo levantando la voz para las que íbamos de salida.
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