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La niñez entre la calle y la resocialización

Valeria Ríos Flórez / periodico.contexto@upb.edu.co


El martes en la tarde era la reunión con Brayan Urrego en la casa de Andrés, la persona que nos presentó y que, además, lo apadrinó por varios años. Yo ya sabía de su existencia mucho antes de ese encuentro y debo advertir que desde el primer momento quise conocer detalles de su historia.


Cuando llegué me estaba esperando sentado en una silla del balcón. Al verlo, lo primero que pensé fue que me había equivocado en todas las imágenes que días atrás había construido en mi cabeza sobre él: que era un muchacho que conocía de cerca los quehaceres de la calle, se acostaba una o varias noches con el estómago vacío y no tenía muy buena relación con su mamá, aunque ella misma haya sido quien lo llevó a que se resocializara en una fundación. Lo imaginaba como la típica nea de barrio, pero en muchas ocasiones la portada del libro poco o nada tiene que ver con su contenido.


Tiene tez blanca, es alto, bastante flaco, de ojos claros, lleva un jean ajustado, una camiseta que le sobrepasa la cintura y tenis que podrían ser talla 40. Portaba un reloj muy llamativo en su mano derecha y lleva las uñas limpias y organizadas, una cuestión poco común en un alguien que tiene 20 años. El cabello perfectamente peinado y asentado con gomina o con alguno de los tantos geles que usan los hombres para arreglarse. Su mirada denotaba una combinación entre nobleza, fuerza y fragilidad.


No podía ocultar que estaba nervioso, el movimiento constante de sus manos lo delataban. Sin embargo, no nos costó romper el hielo. Empezó por decirme que desde pequeño ha sido receptivo, le gusta escuchar a los demás y aunque puede ser tímido al inicio después de un rato logra ser tan abierto como si de un amigo se tratara.


Aunque con el tiempo ha aprendido a ser selectivo con sus amistades, mientras cursaba la básica primaria en la Institución Educativa Fe y Alegría de Manrique, fue una ardua tarea aprender a negarse a hacer lo que él era consciente de que estaba mal hecho. Nunca fue el primero del grupo porque entre muchas cosas, como bien me dijo: “salía y hacía lo que yo quería, muchas veces ni hacía tareas; me iba a hacer cosas con amigos, a jugar en la calle, a gaminear, por así decirlo.”


Los juegos de Brayan no eran precisamente jugar con carros, asistir a un partido de futbol o ir a un parque de diversiones, sino subirse a los buses por la parte de atrás e irse pegado de la puerta con sus amigos hasta pasar cerca de su casa, o, en ocasiones, cuando corrían con suerte, entraban y jugaban en el corredor del bus. “A esa edad uno solo piensa en divertirse y no en que, si uno se cae de ahí, se va a aporrear”, dice entre risas.


En la zona nororiental de Medellín, en la Comuna 3, barrio donde creció, era normal ver cómo robaban, saber dónde y quién distribuía la droga y tener conocimiento de que el vecino podía ser un asesino, el campanero de la zona o una víctima más de las llamadas vacunas. Las bandas criminales no perdían oportunidad para reclutar niños y entrarlos al negocio. Brayan no fue la excepción. Por permanecer tanto tiempo en la calle, en repetidas ocasiones recibió diferentes propuestas para hacer dinero fácil y rápido. Así como también besos, abrazos y sexo a cambio de probar la droga.


De acuerdo con lo dicho por diferentes organismos de la Alcaldía en el Plan Docenal: Medellín, ciudad y ruralidad de niños, niñas y adolescentes: “El reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes en la ciudad de Medellín se sigue presentando a partir de la presión que ejercen los grupos armados para inducirles a pertenecer a sus organizaciones, mediante la tenencia de armas de fuego, conducción de carros y motos y entrega de dinero. Aún en contra de su voluntad son forzados a ingresar a estas estructuras criminales a través de amenazas a ellos/as y sus familias, despojo de propiedades, hechos de violencia física y sexual, entre otros.”


A pesar de que él asegura nunca haber accedido, sí reconoce que las necesidades económicas y el constante “no” de su mamá cada vez que le pedía algo de plata, lo llevaron a robarle en dos ocasiones. “Uno en ese momento siente mucha adrenalina de que lo vayan a pillar, a castigar, a pegar. Y claro, mi mamá se daba cuenta de que le faltaba plata. La primera normal, pero a la segunda no me salvé. Fue a buscar debajo de mi colchón y ahí estaba la plata porque yo la guardaba para gastármela en el colegio. Ese día me pegó tan duro que me sacó sangre en las piernas.” me dijo.

Hay diversas opiniones y explicaciones para remitirse a la idea de “delincuencia”. Desde la mirada de Émile Durkheim, el sociólogo francés que junto a Karl Marx y Max Weber estableció formalmente la sociología como una disciplina académica, propone: “aunque la delincuencia parece ser un fenómeno inherente a cualquier sociedad humana, el valor que se le atribuye depende de la naturaleza y de la forma de organización de la sociedad en cuestión.”


A su vez, afirma Michel Focault: “El hombre al delinquir, no se encontraría fuera de la ley, sino “fuera de la naturaleza” ya que ha roto el pacto social, volviendo a un estado de barbarie. Debido a ello, es considerado un enemigo dentro de la sociedad: “el infractor se convierte en el enemigo común. Peor que un enemigo, incluso, puesto que sus golpes los asesta desde el interior de la sociedad y contra esta misma: un traidor. Un “monstruo”.


En el contexto colombiano, específicamente la “delincuencia infantil”, según la Defensoría del Pueblo, se entiende como aquellos delitos, contravenciones o comportamientos que socialmente son juzgados y que cometen las personas que son consideradas como jóvenes por la ley, en este caso, quienes tienen entre 12 y 18 años, como está expresado en el artículo 34 del código civil colombiano.

Los procesos de resocialización se fundamentan en afianzar las capacidades de los niños en su autonomía, responsabilidad y sentido crítico. Foto: Cortesía.


En la búsqueda de los motivos por los cuales estos jóvenes deciden cometer actos ilícitos y para entender su reincidencia, la Procuraduría General de la Nación y la Fundación Antonio Restrepo Barco realizaron un estudio en el 2007 que arrojó un alto porcentaje de adolescentes que consumen sustancias psicoactivas y delinquen para poder conseguirlas. Sin embargo, otra parte de la población lo hace por necesidades económicas y, por lo tanto, entre los delitos más frecuentes se encuentran: el hurto, venta de estupefacientes y prostitución.


Andrea Tillares Cifuentes en su tesis de grado El arte como herramienta de mediación. Experiencia artística para la resocialización de menores infractores de la ley en Colombia, explica que esto se debe a la falta de oportunidades educativas, el difícil acceso a ellas y el fracaso escolar. También, se tienen en cuenta factores en términos sociales como el trabajo infantil, “ya que existen registros de niños entre los 6 y 14 años que se encuentran vinculados a trabajos informales y otros casos de niños y jóvenes que han optado por la prostitución y el tráfico de drogas”, asegura.


En respuesta a la escasez y las necesidades económicas, sociales y afectivas, Patrizia Benvenuti, en su texto Violencia juvenil y Delincuencia en la región de Latinoamérica, afirma que: “la asociación de bandas y pandillas, como arma de rebelión contra la falta de oportunidades y como alternativa de ingresos, es otro detonante de este fenómeno, claro ejemplo de ello está en la ciudad de Medellín, en donde hay pandillas juveniles con afiliados de tan sólo 8 o 10 años de edad.”


Asimismo, en el Plan Docenal se menciona que el ICBF, uno de los mayores entes reguladores del bienestar y el cumplimiento de derechos de niños y jóvenes: “ha informado que en los últimos años se registra un aumento de adolescentes infractores —según lo define la Ley 1098— asociados a casos de homicidios, hurtos y expendio de estupefacientes. Es conocido que inician como informantes y con actividades de menor impacto, pero van ascendiendo hasta convertirse en perpetradores de asesinatos, secuestros y violaciones sexuales”.

Un día cualquiera después de muchas discusiones y problemas con su familia, Kelly, la mamá de Brayan, llegó llorando a su trabajo, una casa donde se encarga de hacer el aseo. Sus patrones, que tienen como profesión la docencia, le preguntaron qué le pasaba, que por qué estaba tan preocupada. Ella les contó que tenía muchos problemas en su casa y que su hijo mayor, Brayan, era indisciplinado, mentiroso, irrespetuoso, que siempre que llegaba de trabajar lo encontraba en la calle y que además estaba empezando a robar. Siguieron haciéndole preguntas sobre el trato que le daba a sus hijos, a lo que ella admitió que les pegaba, les gritaba y no les daba confianza; pero que no sabía cómo podía mejorar esta situación si no tenía plata para pagarle a alguien o la colaboración de su mamá para que estuviera al pendiente de ellos.


Ante este panorama, le sugirieron buscar una fundación que no solo ayudara sus hijos sino también a ella, porque no estaba siendo realmente una buena mamá, según ellos “por falta de sabiduría y el desconocimiento sobre cómo afrontar las dificultades.”


Decidió pensarlo esa noche. Entre lágrimas me confesó que se sintió como una basura y que creyó que iba a cometer el peor error de su vida. “Llegué a la casa llorando, no sabía qué hacer”, dice Kelly. Le comentó a quien en ese momento era su pareja y estuvo de acuerdo en que ingresaran a Brayan a la fundación. “Eso es preferible a que se nos pierda y el día de mañana encontrarlo por ahí, muerto” le dijo él. Sin embargo, cuando se lo comentó a su mamá, no estuvo de acuerdo. Su única respuesta fue: “Eso no lo hace uno, eso es una mala madre”. Aun así, se hizo consciente de que no podía ser egoísta y de que iba a ser lo mejor para su hijo.


Los dueños de la casa de familia la ayudaron a buscar la fundación y entre varias opciones, decidieron hacer el proceso con la Fundación niños, niñas y adolescentes de la Divina Misericordia de Envigado. Entidad que se fundó en 1996 por Liliana Suárez, su actual directora, y un joven que se encontró alguna vez en una iglesia. Ella estaba ayudando a un niño, habitante de calle, y él, al ver este gesto, le propuso que formaran una sociedad.


Iniciaron unas salidas los sábados donde hacían recorridos para acudir esta problemática. Empezaron la labor con 3 niños y con ellos trabajaron unos meses. Luego, vieron la necesidad de brindarles un hogar, por lo que alquilaron una casa en La Estrella y la adecuaron con cosas de cada uno: colchones, ollas, platos, cobijas, almohadas, cortinas y productos de segunda necesidad que les sobraban y eran necesarios para brindar el servicio, comentó ella.


Según el Plan Docenal el Censo de habitantes de calle realizado en 2009 en Medellín se identificaron 3.381 habitantes de calle, definidos como las personas de cualquier edad que generalmente han roto sus vínculos familiares y hacen de la calle el lugar único para su supervivencia. Y 20.971 habitantes en calle, es decir, personas de cualquier edad que realizan en calle actividades que le permiten un sustento económico y se alterna con la casa y la escuela y del total de censados, fueron identificados 1.080 niños, niñas y adolescentes, 153 de calle y 927 en calle. Lo que fue aún más alarmante en esa época es que “solo 55 niños, niñas y adolescentes que se encuentran en situación de calle, tienen garantizado la apertura de proceso administrativo de restablecimiento de derechos y, por lo tanto, 16 niños, niñas y adolescentes continúan con sus derechos vulnerados.”


Tiempo después ambos se dieron cuenta que esta era una población que necesitaba una atención especializada por ser niños habitantes de calle. “Ellos respondían con mucha agresividad, violencia y en los colegios no los aceptaban. Nosotros no teníamos capacidad para profesionales entonces fuimos estudiando la idea de mejor prevenir el niño en situación de calle, y esa es la población que atendemos ahora: niños de escasos recursos, que tienen a sus padres en la cárcel, viven con los abuelos, ellos ya son mayores y no pueden hacerse cargo, madres que son internas y manejan horarios muy extensos, por violencia intrafamiliar y desplazamiento forzoso” expresa Liliana.


Según lo dicho por la Personería de Medellín en el Plan Docenal, entre el 1 de enero y el 30 de diciembre de 2014 recibieron “1.774 declaraciones en el Formato Único de Declaración –FUD– por desplazamiento forzado intraurbano; así mismo reporta para el año 2013 las comunas 13 (San Javier), 8 (Villa Hermosa), 1 (Popular), 3 (Manrique) y 7 (Robledo) como las que marcaron la pauta negativa como principales comunas expulsoras, grandes generadoras de desplazamiento forzado intraurbano.”


El proceso para el ingreso tuvo varias condiciones. En primera instancia hicieron una entrevista con los padres, en este caso Kelly y su pareja con el psicólogo, el pedagogo y otros profesionales de la fundación y después, la tuvo Brayan con estas mismas personas. Llenaron un formulario y tras varios papeles, fue aceptado. “Desde ese momento empezaría un reconocimiento del espacio por parte del niño, en el que se identificaría su adaptación y se determinaría bajo qué condiciones se iba a quedar”, dijo la directora. Ya todo estaba listo para empezar este proceso donde él podría formarse y, en especial, resocializarse como persona. “Yo creo que es el paso más duro que he tomado”, comenta la mamá.


El término “resocialización” ha sido definido y estudiado desde la criminología, el derecho penal y la sociología por diferentes autores. En el caso de Focault, en el texto Pensamiento Penal de Michel Foucault, escrito por Edison Carrasco Jiménez, se menciona que el filósofo considera que “la pena resocializadora nace con la prisión moderna, a fines del siglo XVIII. No obstante, sólo alcanzará un desarrollo y dimensión especial en la última parte del siglo XIX, cuando el proyecto de transformación de los individuos se promueva plenamente por las disciplinas vinculadas a la cuestión criminal y se acompañe por creaciones institucionales y reformas legislativas del sistema penal.”


En el mismo texto y similar a las consideraciones anteriores, es citado Rousseau, quien aporta su significado: “Cualquier malhechor, atacando el derecho social, se hace por sus maldades rebelde y traidor a la patria; violando sus leyes deja de ser uno de sus miembros; y aun se puede decir que le hace la guerra. El proceso y la sentencia son las pruebas y la declaración de que ha roto el pacto social y de que por consiguiente ya no es un miembro del estado.”


En sus orígenes, también se tiene en cuenta que Rotman reconoce que la resocialización puede tener cuatro modelos respectivamente: “el modelo penitenciario (que tendría por elementos básicos el trabajo, la disciplina y la educación moral), el terapéutico o médico (sobre el que gira la mayor parte del debate actual sobre la resocialización), el modelo de aprendizaje social, y una concepción de la resocialización orientado por los derechos de los presos.”


Para llegar a la fundación, surgieron varios impases, porque, aunque estaban en la misma ciudad, las calles de Manrique no son iguales a las de Envigado, un lugar que ellos reconocían como el sector donde vive “la gente de plata”, dice Brayan. Se perdieron, no conocían direcciones, pero preguntaron en una tienda cerca a la cancha La Paloma y así fue como pudieron llegar.


Le pregunté a Brayan cómo se había sentido cuando su mamá lo dejó allá. Particularmente reconoció este como uno de los momentos más difíciles desde que inició el proceso. “En el momento fui muy fuerte, no solté ni una sola lagrima, le dije: ‘Hágale ma, te amo, chao’, pero después de que ella pasó esa puerta yo me eche a llorar y pensaba ‘Dios mío, ¿yo qué hago acá?’ Ella siempre me habló de lo bonito, pero nunca de lo malo, de la cantidad de personas que había que tolerar ahí, de los esfuerzos que había que hacer y el montón de pensamientos diferentes que había a los tuyos”, respondió.


A pesar de que él siempre había sido independiente y teniendo tan solo 10 años intentaba salir adelante, estar ahí le produjo una sensación de abandono. Aunque no estaba todo el tiempo con su mamá, pasar de verla en las noches a poder hacerlo sólo cada ocho días, fue un cambio radical.


Ese primer día en la fundación fue determinante. Al entrar, todos los niños lo miraban extrañados y curiosos, pero el primero en acercársele fue Adrián, el que se convirtió en uno de sus mejores amigos. Cuenta que muchas veces trasnocharon y Adrián le contaba sobre su vida, “era de esos niños que tenían a la mamá en la cárcel y había vendido dulces los fines de semana antes de llegar allá” me dijo.


Ese día se la pasó conversando y conociendo, pero cuando llegó la noche admitió que se sintió solo y vacío. “No dormí. Me sentía diferente en la cama y ajeno a todo lo que estaba sucediendo, pero sentí que en parte eso me iba a ayudar” aclara Brayan.


Me inquietó conocer cuáles son las dinámicas que se llevan a cabo en este tipo de lugares porque, como en cualquier institución, deben ser bastante rigurosos, y, en efecto, después de escucharlo, confirmé que así son: “Levantarse a las 5:30 a.m. Tender la cama, lavar la ropa interior. Luego entrabamos al comedor a desayunar y ahí no se hablaba. Yo siempre he sido de hablar mucho y esa era mi mayor debilidad, entonces los llamados de atención eran para mí. Después de terminar de comer, nos cepillábamos los dientes, íbamos a estudiar y luego volvía a la fundación, ya me estaba acostumbrando mentalmente a estar ahí”.


Para él no es complejo adaptarse a nuevos espacios y saber que ya tenía algunos conocidos hizo la situación más llevadera. Además, agrega: “Llegábamos, almorzábamos, nos cambiábamos al uniforme de la fundación, hacíamos las tareas, llegaban las alfabetizadoras, pero como cosa rara, nunca había una para mí. Desde que recuerdo yo era el niño que le tocaba quedarse con la cuidadora; nuevo y encima eso. A las 4:30 p.m. tomábamos el algo y después nos íbamos a hacer cualquier actividad, jugar futbol, por ejemplo. Si estábamos haciendo algo por fuera, llegábamos tipo 6:00 p.m., comíamos, nos cepillábamos y a las 8:30 o 9:00 p.m. nos acostábamos a dormir”, narra con entusiasmo Brayan, como si me estuviera contando un cuento donde él es el protagonista.


El primer viernes que Kelly podía pasar a recogerlo, lo vio e imaginó que su hijo estaba bien, pero la realidad era otra, confesó él. Sin embargo, como era el primer fin de semana y la estaba esperando con tantas ansías, quiso hacerle creer a su mamá que estaba muy feliz, que era un lugar maravilloso. Lo que nunca le contó fue que lo regañaban constantemente, que era el último en dormirse y como sería normal, los castigos no se hicieron esperar: barrer, trapear toda la casa, lavar la ropa de los demás o lavar los platos. Brayan poco a poco pasó por todos, pero asegura que prefería asumirlos que dejarse consumir por la monotonía. “Hubo un momento donde me di cuenta que la rutina no era lo mío. Me agobia, no la soporto”, dice.


El domingo en la tarde cuando volvió de su casa ya sentía más propio el lugar. Se estaba acostumbrando a que ahora ese era su nuevo hogar. “Aprendí a verle cosas diferentes al día a día. Es chévere porque eso te enseña a llevar la vida viviendo el día, lo cotidiano. No ver los días como uno más sino como una oportunidad de que cosas nuevas pueden suceder. Ahí fue donde aprendí a estar conmigo mismo, a construirme y me di cuenta que el mejor proyecto soy yo mismo”, agrega.


Para hablar del término resocialización en Colombia hay que remitirse al Código Penal de 1980, donde se incorporó legalmente este vocablo. Fue de conocimiento público gracias a varios tratados internacionales aprobados por Colombia que se convertirían posteriormente en leyes, como lo son la Ley 74 de 1968 y la Ley 16 de 1972. Antes de este concepto, se usaban las palabras “reforma” y “readaptación social” según Kenny Dave en su texto Resocialización del individuo como función de la pena.


Posteriormente, en 1993, el Código Penitenciario y Carcelario encontraría definida la resocialización como “función, finalidad y tratamiento de la pena, dándole un desarrollo más amplio que el del código penal de 1980” en los artículos 9 y 10 que establecen la finalidad de la pena y el tratamiento penitenciario, respectivamente. En conjunto, de acuerdo con la Corte Suprema de Justicia, “Por resocialización se entiende la acomodación y adaptación de una personalidad al medio del cual se desprendió en razón de la conducta y del delito cometido. Buscase con ella que el hombre vuelva al seno social desprovisto de aquellos motivos, factores, estímulos, condiciones o circunstancias que, contextualmente, lo han podido llevar a la criminalidad, con el propósito de evitar que reincida, es decir, que caiga de nuevo en el comportamiento delictivo”, afirma Dave.

Susana Pineda, trabajadora social de la Universidad Pontificia Bolivariana, señala que el proceso de resocialización tiene varias fases. En la primera de ellas, cuando se trata de un menor de edad, es necesario hacer un diagnóstico donde se determina cuáles son los factores de vulnerabilidad y generatividad y se hace un enlace con el ICBF. Después, se inicia el proceso de intervenciones o ayudas con alta seguridad, paulatinamente, según su progreso, se pasa a media seguridad y finalmente, se determina cuándo puede salir el menor y reintegrarse nuevamente a la vida en sociedad. Además, afirma que “debe hacerse un plan trimestral de acompañamiento psicosocial donde se plantean unos objetivos de trabajo para que el menor pueda cumplir con su resocialización.”


Conforme fue transcurriendo el tiempo, psicólogos, cuidadores y voluntarios conocieron el caso de Brayan y en la escuela de padres, a su mamá, quien, además, me contó que este tipo de espacios le ayudaron para entender que es importante el diálogo, la confianza y el ejemplo que se da en casa para el crecimiento y la buena educación de los niños. “Fue mucho el apoyo en la fundación. Fue una situación muy dura para él y para mí, pero nos educaron como familia”, dice Kelly.

No puede desconocerse que fueron años difíciles y que tanto Brayan como su núcleo más cercano experimentaron cambios como consecuencia de esta nueva vida que empezaba a construir. Para su mamá, recogerlo cada ocho días, pero tenerlo que volver a dejar allá, significaba “un enorme vacío llegar a la casa y saber que no lo iba a encontrar”, dice ella al mismo tiempo que reconoce que es una cuestión que hoy todavía le duele. Y para él era un mundo inexplorado que, aunque quería creer que era una buena oportunidad, le tomó tiempo, esfuerzos y sacrificios recoger los frutos.

Mientras conversábamos, Brayan recordó que justo cuando estaba atravesando esos momentos difíciles, un día se le acercó Jorge Iván Salazar, benefactor de la fundación, y le dijo: “todo lo que usted quiera lograr, está en y depende de usted”. No está seguro si aún vive o si ya habrá muerto, pero de lo que sí tiene certeza es que esas palabras marcaron su vida en ese momento y se convirtieron en aliento para esos días en lo que solo veía el lado negativo de las cosas. “Eso me hizo entender que uno como persona, aunque puede ayudar a los demás, nunca debe olvidarse de sí mismo ni ponerse en segundo plano porque nadie va a ser eso. Las personas vienen y van como la vida misma”, me dijo.

Después de todo, empezó a ser un joven reconocido por ayudar a los demás. Se convirtió en un líder dentro de la fundación y un referente de caballerosidad, respeto, compromiso, solidaridad, compañerismo y, en especial, de superación personal. No solo su mamá dice que es un hombre muy diferente al que entró; sincero, atento, humilde, comprensivo sino también sus amigos, los profesionales que acompañaron su proceso y quienes conocen de cerca su historia de vida.


Desde antes de ingresar a la fundación “soñaba con ser cantante, estudiar Administración de Empresas o Negocios Internacionales”, dice. Pero sus aspiraciones y su forma de ver la vida no son las mismas después de salir de ese proceso. Durante los 6 años que permaneció en la fundación, se reeduco, cambió su forma de actuar, pensar y aprendió a controlar sus emociones. Allí pudo confirmar que hay una gran diferencia entre oír y escuchar, y él ha podido desarrollar las habilidades suficientes para saber muy bien cómo hacer la segunda, así que después de terminar el colegio, se propuso estudiar piscología en la Universidad de Envigado y dice: “no solo lo hago por ayudar a la gente sino por conocerme y ayudarme a mí mismo”, y así lo está haciendo, lo está logrando. Hoy tiene la oportunidad de trabajar, estudiar el pregrado que quería y ser un hombre independiente como siempre lo ha sido.

No omitió añadir que su motivación para elegir esta carrera fue su propio proceso y el conocer personas en la fundación con las cuales logró identificarse. Una de ellas fue Andrés, quien trabajaba allí, conoció de cerca su caso y decidió ayudarlo económicamente. Pero lo que fue aún más valioso es que le permitió conocer detalles importantes de su vida, e incluso, lo llevo a su casa y le presentó a su familia. Dejó de ser un miembro más de este lugar y pasó a ser, con los años, un amigo, confidente y, ahora, es como un hermano mayor.

Al igual que el caso de Brayan, continúan llegando cientos iguales o similares a la fundación. Liliana asegura que atienden actualmente a 1.300 niños y que hay temporadas en que los ingresos aumentan como resultado de las dificultades económicas, cuando los padres se quedan sin trabajo o porque la violencia intrafamiliar crece considerablemente.


A propósito de esta última causa, de acuerdo con lo dicho por el Consejo de niños, niñas y adolescentes del corregimiento de Altavista en el Plan Doctrinal “Hay violencia porque falta dinero, porque la gente no tiene empleo, por el vicio y las mentiras, porque la gente no sabe resolver los problemas”. Conjunto a esto, se analizan otros factores como el alza en los productos de la canasta familiar, la calidad de los empleos y el pago por ellos, pues este es el sustento de muchas familias y, por ende, de niños que terminan en instituciones como el ICBF o fundaciones sin ánimo de lucro.


“La Fundación World Vision reporta en el informe de diagnóstico de la Comuna 1-Popular en 2013, que los niveles de desempleo, especialmente con el grupo poblacional de jóvenes, continúan siendo muy altos en la ciudad, lo que genera decisiones de vida en esta población que condicionan la misma de acuerdo al flujo económico existente, como lo es la vinculación al conflicto, las adicciones, el tráfico y la delincuencia, los embarazos en adolescentes, interrupciones de embarazos y problemas de salud mental”, se informó en el documento realizado por la Alcaldía de Medellín.


Entre estos casos, se encuentra el de Miguel Ángel, un niño que tiene 10 años y ahora, permanece en la fundación de lunes a viernes. Algunos fines de semana va a su casa donde está su mamá, su tío y su hermano.


Aunque por la situación de salubridad que vive la ciudad no fue posible ingresar, conocerlo y tener una charla de forma presencial, con los audios que me hicieron llegar de él por medio de Susana, una de las cuidadoras de la fundación, pude hacerme una imagen de su rostro. Su voz tranquila, segura, inocente y fuerte me hacen pensar que es hábil, despierto y que a pesar de que su mamá no tiene tiempo para cuidarlo, se siente cómodo donde está.


Al fondo de su voz se escucha el bullicio de niños que hablan, corren, juegan y gritan. Tal vez para ellos es un mundo y una realidad más colorida que la que viven afuera. De hecho, de forma implícita él lo reconoció, dice que lo han llevado a varios paseos y que antes casi no salía. También me manifestó que puede conectarse perfectamente a sus clases virtuales, hacer sus tareas, gracias a la ayuda de sus profesoras en la fundación, y genuinamente, al final del audio y casi entre risas, agregó “y aquí hay mucha comida”.


El acompañamiento en la fundación no solo está a cargo de personas que reciben un salario mensual sino también por profesionales que ofrecen su conocimiento de manera voluntaria. Entre abogados, psicólogos, sociólogos, antropólogos y cuidadores velan por el avance de los distintos casos. Estefanía Arango, psicóloga que ha hecho parte de este grupo de voluntarios, resalta: “las principales actividades que se desarrollan radican básicamente desde un acompañamiento psicosocial, desde lo pedagógico o desde lo psicológico. Allí estarían todas esas impresiones diagnosticas, remisiones, ICBF, comisaria de familia y demás. Talleres, habilidades para la vida, conciencia emocional y exploración” A su vez, dice que uno de los puntos más importantes es que a través de todas estas actividades se busca garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes, bien sea desde el ámbito académico, médico o nutricional.


Parece que la rutina no es muy diferente a la que momentos atrás me narró Brayan. Este pequeño se levanta, tiende la cama, se baña, se viste y espera a que el resto de sus compañeros estén listos para bajar a desayunar. Luego se conectan todos a sus clases. En el primer descanso deben hacer las tareas que les hayan asignado en ese momento y luego volver nuevamente a conectarse. Después almuerzan, tienen diferentes actividades, comen algo en la tarde, continúan en juegos o dinámicas y, finalmente, en la noche comen algo y se van a la cama. El único distintivo es que Miguel lo ha dicho más lento y con unos cuantos “Aaahh sí, y entonces luego...”, como expresiones propias de su edad.


Más adelante, empezamos a hablar de qué era lo más difícil de estar en la fundación y con un tono más bajito, me dice: “separarme de mi papá porque después de que dejé de vivir con él yo me puse muy triste” pero seguidamente lo escucho decir algo que confirma que los niños bajo ninguna situación dejan de ser eso, niños. Y es que dice que su momento más feliz fue cuando llegó a la fundación. Sintió que además de que lo recibieron muy bien, la compañía de su hermano y algunos amigos que hizo después, le hicieron todo más sencillo.


“Extraño a mi papá, a mi abuela, a mi tía, a mi mamá y a mi familia de Gómez Plata”, expresó. Y es que, en definitiva, son personas que no se reemplazan ni con toda la atención, la educación, los juguetes y la comida del mundo.

De hecho, el psicólogo de la Universidad de Envigado Andrés Felipe Ramírez, afirma que ingresar a este tipo de espacios genera que la vida del menor cambie radicalmente. “El mayor pilar emocional que tiene un ser humano a lo largo de su vida, especialmente en la niñez, es la familia. Al alejarse de ellos debe asumir otros retos, exige que el niño empiece a ser resiliente en su cotidianidad, exige que el niño comprenda su realidad de forma diferente, exige que él dialogue con su entorno de forma diferente y exige, además, que el niño desde temprana edad aprenda el significado de la palabra ‘desapego’. Esto sin mencionar que puede no comprender lo que está pasando y puede detonar en él comportamientos desadaptativos, lo que sería muy comprensible; comportamientos que son generados por la impotencia, el sentirse abandonado y por la frustración”.

Así lo reconoce también la Alcaldía de Medellín en el Plan Docenal cuando explica que es importante tener en cuenta que las necesidades de los menores no solo son económicas sino también afectivas. Es imprescindible elaborar un duelo, reconstruir los proyectos de vida, comprender el desarraigo y esa separación inevitable que se produce con la familia; esto con el fin de cuidar su salud mental y brindar garantías después de la etapa de violencia, maltrato o postconflicto que haya vivido el menor.

Miguel Ángel desea continuar en la fundación porque en su casa no tiene internet para hacer las tareas y, además, así evita pasar tanto tiempo solo. Ahora puede compartir con muchos amigos y personas que lo quieren, según me contó en nuestra conversación virtual pero inolvidable.


Para despedirse de mí, aunque no sepa quién soy yo, quiso dejarle un mensaje a todos los niños que están pasando por una situación igual o similar a la suya: “No se angustien cuando lleguen acá, no tengan miedo porque acá de todas maneras siempre lo van a querer a uno y estén felices por la vida que tienen”.


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Reportaje realizado para el curso Periodismo IV, orientado por el profesor Ramón Pineda.



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