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La Naviera: un navío que surca un mar de cemento


Por Alejandro Zapata Peña / alejandro.zapatap@upb.edu.co

Con la colaboración de Estefanía Hernández *

 

En el centro hay un edificio en forma de barco por el que muchos pasan de largo, este navío esconde secretos que ha ido pescando desde sus inicios a mediados del siglo pasado.

 

 

Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de miedos,

aunque el hilo de su discurso sea secreto,

sus reglas absurdas, sus perspectivas engañosas,

y toda cosa esconda otra.

 

Italo Calvino

 

De pequeño siempre solía hacer fila con mi mamá para coger el bus de Campo Valdés en la calle Palacé. Algunas veces agarrado de la mano de ella y otras, un poco distraído, con ganas de perderme en la multitud errante del centro. Varias veces me quería escapar por ese cruce entre Palacé y la avenida La Playa —que continúa al occidente como la avenida Primero de Mayo—, siempre me ha generado curiosidad. Es una artería del centro de la ciudad, su sangre la componen los carros, buses y peatones agrestes que buscan una amalgama de direcciones. Grupos de turistas bajan hacia la plazuela Nutibara, para desembocar en la Plaza Botero, otros suben para juniniar, mientras que varios vociferan y ofrecen lo mejor en frutas, verduras, buñuelos, chontaduro y hasta lo último en bluyines de bodega.

 

Después de recordar los primeros años de infancia y de cómo el centro me tragaba por completo con su hollín de bus, el vocifero de las 10 mandarinas por dos mil y la música decembrina del Loco Quintero o Aicardi, me di cuenta que, en medio del movimiento que genera día a día esta ciudad, hay un edificio.

 

Es un barco que navega en medio del cemento de la ciudad. Un buque que ha surcado el olvido de una ciudad afanada por el comercio; que va de aquí para allá sin que sepa que hay una nave estacionada en el tiempo y que guarda los secretos de la altamar antioqueña que nunca existió. Se trata del edificio La Naviera, o Edificio Antioquia. Ubicado entre la avenida Palacé y la calle Primero de Mayo hoy renace como un buque al que muchos quieren estar a bordo.

 

Palacé sigue siendo la misma calle en la que de pequeño cogía el bus de mi barrio. El hollín y el barullo de la calle armonizan una de las entradas del edificio, se trata de una puerta de unos 2 a 3 metros bañada en aluminio, robusta y gorda como pocas en la ciudad. Intento tocar con el puño, pero se hace inútil, pues es tan grueso el portón que hace daño a los nudillos.

 

Hay seis imágenes que llaman la atención antes de tocarla: la primera muestra un hombre con una maleta que se aleja de un barco; la segunda muestra el vapor, el cielo y un barco en un puerto; las dos del medio dibujan un escudo con una cruz y un ancla; mientras que las dos últimas señalan a tripulantes y barcos conviviendo en lo que alguna vez fue la más próspera empresa de navegación marítima antioqueña.

 

Este par de puertas que están del lado de la carrera Palacé y otro par al costado de la avenida Primero de Mayo le dan antesala a uno de los edificios más emblemáticos de la historia moderna de esa Medellín con delirios de industrialización y megalomanía del comercio. Al anunciarme con el guardia y al permitirme ingresar al edificio me doy cuenta de que hay grandes joyas que pasan desapercibidas por la bulla del centro.

 

Esta mole de 8 pisos tiene la forma de la proa de un barco que echó ancla en 1949 con su fundación por parte de la Compañía Naviera Colombiana, una entidad antioqueña que agrupó varias empresas de navegación marítima a principios del siglo XX para impulsar el comercio, el turismo y la competitividad de la industria antioqueña.

 

En Champanes, vapores y remolcadores Historia de la navegación y la ingeniería fluvial colombiana, de Germán Silva, se cuenta que se trataba de una empresa que con 35 buques a vapor ofrecía viajes de Medellín en tren hasta Puerto Berrío y por el río Magdalena hasta Barranquilla y la costa atlántica del país. Además de ofrecer transporte de mercancías y todo tipo de insumos para la industrialización de principios del siglo pasado.

 

Para Manuela Bonilla, arquitecta de la Universidad Pontificia Bolivariana. “Esta edificación no se puede entender como una obra arquitectónica aislada, sino como parte de un proyecto urbano alrededor de la plazuela Nutibara. Fue un proyecto impulsado por la Sociedad de Mejoras Públicas que contemplaba el cubrimiento total de la quebrada Santa Elena y la construcción de varias obras arquitectónicas importantes alrededor, como el Hotel Nutibara, para consolidar un nuevo centro urbano que aportara la construcción de una ‘moderna Medellín’”.

 

Edificios como La Naviera, La Bastilla y Fabricato lideraron esa idea de dejar atrás la arquitectura antigua y republicana que representaba muchos de las edificaciones de esa época, ese afán de destruir y construir lo ‘moderno’ fue la razón por la que muchos edificios en el centro tienen formas parecidas.

 

Pero al poco tiempo, la tan exitosa empresa de navegación quebró por la desaceleración de la industria marítima en el país y el eventual progreso a mediados del siglo XX con la aviación y nuevas formas de transporte. Por lo que La Naviera pasó a llamarse Edificio Antioquia, administrado por la Gobernación desde 1954. Por sus pasillos se instauraron desde oficinas de las Rentas Departamentales, fiscalía, loterías y en la dictadura de Rojas Pinilla fue residencia del gobernador, brigadier General Pioquinto Rengifo.

 

Hoy doy los primeros pasos en este buque de historia, todo es ovalado aquí, desde las ventanas en forma de claraboyas hasta las habitaciones que generan una atmósfera de estar a bordo de un barco en medio del cemento citadino.

 

En 2006 el edificio fue declarado bien de interés cultural de Medellín y pasó a las manos en comodato de la Universidad de Antioquia. Es un edificio que a pesar de su abandono está empezando a recobrar vida. Cuatro facultades reciben clases o hacen presencia en el edificio. En 2021 empezó su renovación a cargo de la Agencia para la Gestión del Paisaje el Patrimonio y las Alianzas Público Privadas, esta le lavó la fachada al ‘buque’, limpió y restauró su interior.



Un recorrido por La Naviera y su Museo de la vida. Fotos: Alejandro Zapata Peña - Estefanía Hernández.


Un Museo de la Vida

 

Estoy adentro del ‘barco’, la puerta estaba en mantenimiento por lo que los martillos y la reparación se escuchaba en todo la primera planta, el piso rojizo de granito pulido parece un tesoro dentro del propio barco pues, como lo dijo Reinaldo Spitaletta, escritor y periodista —quien me acompañó a desentrañar las verdades de este bote— “este tipo de granito ya es escaso verlo”. Las claraboyas y las lámparas conservan figuras ovaladas y redondas que confabulan con el ambiente marinero que alberga el edificio.

 

Me encuentro con Yésika López, gestora cultural de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia, es la encargada de mostrarnos el interior del edificio y la perla que guarda por dentro: un Museo de la Vida, un espacio que acoge los albores y desarrollos de la medicina en el departamento y el país. Al principio de la exposición se encuentran imágenes del edificio y su historia, mientras que en el costado derecho hay un espacio en el que un portillo, que asemeja la ventana de un barco, tiene en su interior el buque a vapor Medellín, uno de los navíos que alcanzó a tener la Naviera Colombiana, junto a la ventana hay una veintena de barquitos de papel.

 

Después de una bienvenida entre fechas y acontecimientos importantes del edificio y la academia, subimos a un mezanine, ascendemos por unas escalas prolongadas que nos dan pie a la cara de Héctor Abad Gómez, aquel doctor y especialista en Salud Pública que por la defensa de los derechos humanos fue asesinado en Medellín.

 

Su rostro se proyecta en uno de los cuadros que hay en la sala de la Academia de Medicina de Medellín, fundada el 7 de julio de 1887 por un grupo de médicos en la ciudad, presidido por el doctor Manuel Uribe Ángel y quienes en sus consignas velaban por “(...) El fin de formar una sociedad que, a la vez que se ocupara en el adelanto de la ciencia, especialmente en sus aplicaciones al país, sirviera al Gobierno de cuerpo consultivo para las numerosas cuestiones de higiene pública y de salubridad general, que con no poca frecuencia se le ofrecen”.

 

Subimos al nivel 2 en un ascensor al que se le notan los años, huele a 1949 y al dejarlo sus puertas casi se tragan a Spitaletta, quien disimula con suspicacia a pesar del estruendo que varios escuchamos. Sin embargo, esto no es impedimento para conocer de las otras 4 salas que hay en el museo, una de ellas dedicada a la anatomía del cuerpo humano, con el nombre de El cuerpo en escena, se pueden ver facsímiles que retratan en dibujo las arterias, venas, músculos y esqueleto humano. Su autor fue Paolo Mascagnni, quien, durante 30 años dibujó un cadáver de 1,70 metros.

 

Durante el recorrido también se pueden ver partes de cuerpos humanos conservados con la técnica de la plastinación; los hace ver parecidos a momias, pero con rasgos aún conservados como venas, labios y una piel lánguida entre blanca y amarillezca. Además, narices, cerebros, pies, uñas y demás rasgos son el llamativo de esta sala.

 

Sin embargo, en otras habitaciones las sorpresas aparecen en forma de videos y testimonios de médicos que ha tenido la facultad de la Universidad de Antioquia. Además, se puede ver instrumentación quirúrgica —que parece elementos para deshuesar a un robusto animal que piezas de medicina—.

 

Finalmente, una de las salas argumenta que el VIH pudo haber pasado de un chimpancé africano a un ser humano a finales del siglo XIX, se trata de la Sala Vida - Grandes epidemias de la humanidad, dedicada al virus; sus características, datos y cuidados frente a él.

 

Los pasillos del navío de vez en cuando dejan ver la rosa de los vientos, grabada en algunos puntos, sus ventanas del occidente dejan ver una plaza en movimiento que armoniza con los rayos mañaneros que pegan contra la plazuela Nutibara, los hermanos del ‘buque’, el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe y el Hotel Nutibara, lo acompañan desde que surcó los primeros años en este mar de cemento.

 

Entre algunos de quienes han nacido en este siglo y los pequeños que alguna vez caminamos de la mano de nuestras mamás, hay una percepción dañada del Centro, a los que algunos llaman “Peligroso” o “El sopladero de Medellín”… No saben que en varios edificios hay espacios como este museo que acogen y le dan significado a la ciudad. En medio de tanto narcotour bien valen propuestas para darse un "vueltón" por un Museo de la Vida.

 


Video: Alejandro Zapata - Estefanía Hernández


*Trabajo desarrollado en Semillero de Periodismo Urbano, bajo la orientación del profesor Juan Esteban Mejía Upegui.

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