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Jamás, un comedor como el de una plaza

Simmon David Ayala Mosquera y Valentina Giraldo Restrepo*.


No era yo el único sorprendido cuando, a clase de seis de la mañana, Valentina llegaba contando que había desayunado caldo de pescado, patacones y tilapia frita en la madrugada. Ahora, después de recorrer junto a ella los comedores donde se sirve lengua, oreja, sancocho y sudado de careta antes de que amanezca, me doy cuenta que las particularidades son propias de las plazas de mercado.



Plaza Minorista José María Villa. Foto: Simmon David Ayala Mosquera.


Una mujer tomando Pilsen en una cantina de La Minorista, riendo junto a un cura de sotana negra y tinto en mano, bajo el calor infernal del mediodía. Una vitrina de seis niveles repleta de Cristos Caídos y Guadalupanas entre pandequesos, plátanos y lociones amarra hombres en la Plaza de La América. Un Frisby en medio de gallinas despecuesadas en plena Mayorista.


Y es que la creación de las plazas, al menos en Medellín, tampoco está exenta de particularidades. Tuvo que ocurrir un incendio en el mercado de Cisneros en Guayaquil — una zona que llevaba tiempo buscando ser modernizada — para dar paso a la creación de La Minorista y las plazas satélites, una inversión de 25 millones de pesos en 1969 que intentó solucionar el problema del abastecimiento y los vendedores ambulantes.


Los comerciantes, según un estudio de la firma Ingenieros Arquitectos Consultores (AEI), pasaban turnos de 12 a 15 horas los siete días de la semana en Guayaquil y dejaron su cotidianidad para moverse en su mayoría a la ya conocida Plaza de Flórez y a esos cinco puntos satélite: Castilla, Belén, Guayabal, Campo Valdés y La América.


Los problemas no se solucionaron, pues las ventas callejeras solo se movieron del centro a las periferias. Las inconformidades no se hicieron esperar y los vendedores formaron grupos sociales reaccionando a la falta de atención a sus necesidades. El proyecto liderado por Empresas Varias no dio los resultados esperados y en un informe de 1983 ya se empezaba a hablar de negociar la salida de las plazas, que costaban más de lo que producían. Hoy sobreviven la plaza de La América y Campo Valdés.


Resulta difícil hablar de las plazas en general, cada una es un mundo en sí misma con unas dinámicas muy propias y, a pesar de ser tan diferentes, tienen un elemento común: son un gran centro de encuentros e intercambios. Ramiro Delgado Salazar, profesor del Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, cuenta que las plazas de mercado son un espacio más que necesario para las ciudades, existe una relación obligatoria con ellas pues allí se intercambian insumos, se crean vínculos con el otro y, al final, todos de alguna forma u otra tenemos que algo que ver con ellas.


En 1993 Benjamín Quiñonez, ex-gerente de Carulla, afirmó con plena seguridad que las plazas de mercado se iban a acabar. El tipo decía que los autoservicios y supermercados estaban desplazando, gracias a su funcionalidad, la cantidad de problemas sin solución que según él había en los mercados populares.


Ya han pasado casi treinta años y como dicen en la calle, ahí siguen dando guerra. Las amenazas a su existencia podrían parecer cada vez mayores: las tiendas tipo hard discount como D1, los supermercados de toda la vida y sus formatos vecinos y las plataformas digitales que le llevan a uno a la casa todo lo que necesite. Sin embargo, guiados por un pensamiento similar al del señor Quiñonez, le preguntamos a Álvaro Molina cómo veía el futuro de la plaza y él respondió que mientras las ciudades existan, las plazas de mercado también.


Decidimos creer en esa premisa, por un asunto que más allá de la lógica parte del deseo. Cómo imaginar una Medellín en el centro sin carretilleros descolgando por las rampas de la Minorista y dejando en el camino uno que otro limón, o sin el calor de los fogones del sector Quincalla y sus pregoneros indicando que se ha llegado al lugar perfecto para almorzar. Seguramente la ruta de bus de San Antonio de Prado no sería la misma sin pasar por la Mayorista. Dónde encontrar muestras de lo que es el regateo puro y duro, la negociación en su máxima expresión y la labia casi hipnotizante de quienes se dedican a vender desde cacharros hasta gallinas vivas. Jamás, un comedor como el de una plaza.


La muerte del mercado popular sería en sí la muerte de la parte más abrasadora de la ciudad y, a su vez, el olvido de una lucha ciudadana: la de los comerciantes y rebuscadores que vivieron las duras y las maduras en la antigua plaza El Pedrero en Guayaquil, entre incendios y abusos de la fuerza pública y que hoy, después de años de requerimientos, amenazas y trabajo incansable se hicieron con un lugar en una de las plazas que existen en Medellín. Las plazas de la tradición, el recuerdo, la esencia y el encuentro.


Este comedor interactivo contiene las historias, platos y personajes encontrados en un recorrido por seis plazas de Medellín y sus alrededores. Toca cada plato para conocer una plaza diferente:


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*Este trabajo se publicó originalmente en el blog de los autores, en desarrollo del curso Laboratorio de producción periodística.

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