La fe no se contagió del virus
- Alejandro Zapata Peña /
- 16 abr 2020
- 5 Min. de lectura
Relato de rutinas parroquiales y oficios religiosos "a lo que da la conexión". Así se vivió una Semana Santa inédita al oriente de Medellín.
Soledad y silencio de domingo, vientos fríos provenientes de Santa Elena se perciben en el ambiente y la diversidad sonora de aves deleitando con su singular silbido el oído de todo un barrio. Rayos de luz de un sol dominguero tropiezan con las campanas de una de las parroquias del sector en la iglesia San Joaquín y Santa Ana ubicada, al oriente de Medellín, en el barrio Quinta Linda.

<< Con este parlante se hace el rezo del Angelus por el personal de salud en el mundo. Foto: Alejandro Zapata.
Construida en julio del año 2000, nunca antes se vio obligada a cerrar en plena Semana Mayor sus metálicas rejas que hacen de puertas. El innombrable virus no solo ha atacado al sector económico y político sino también la vida cultural y religiosa de la comunidad, obstaculizando, descomponiendo y haciendo imposible cualquier integración eucarística y sacramental en las parroquias. La restricción la ratificó la Arquidiócesis de Medellín, de acuerdo con lineamientos del Gobierno Nacional.
Ornamentos parroquiales en pandemia
Organizando el altar con dos cirios blancos rodeados por varias ramas, adecuando algunos telones de tintes rojos, disponiendo todos los ornamentos en escena, se encuentra el presbítero Silvio Peña, encargado de celebrar la misa. Más atrás lo acompaña un Jesús simpático que cabalga un burro con un rostro extraño y dos tiras amarradas a su hocico, no muy grande, con rasgos poco definidos y piel grisácea. Aquel Jesús —de los tantos que hay—, particularmente sostiene en su brazo izquierdo un ramo, aludiendo al Domingo de Ramos que en épocas de Semana Santa evoca cientos de rostros alrededor del templo, pero esta vez dejó las bancas de la iglesia como un completo desierto.
Simultáneamente, cerca al altar, se sitúan dos objetos para nada acordes con la ornamentación eclesiástica y bastante extraños para el clérigo: un par de teléfonos celulares listos para filmarlo mientras ofrece la palabra a los devotos.
Al cura el virus le ha llegado como un baldado de agua fría. La Semana Santa y el significado de la gente en las bancas es muy valioso para él. Se dispone a iniciar la “Eucaristía virtual” y junto a él, Diego Mejía, sacristán de la parroquia, se encuentra organizando los últimos detalles técnicos para la transmisión vía Facebook Live e Instagram. Una vez adecuado todo para la emisión Diego camina con paso acelerado, falta poco para las 12:00 del día, se dirige hacia la parte trasera del convento donde se encuentran las campanas, con contundencia agita la cuerda que sostiene el badajo de la campana para hacerla sonar, haciéndole saber a los vecinos el comienzo de la misa.
Ese toqueteo de campanas desde el 11 de marzo se viene presentando de acuerdo con las invitaciones desde la Santa Sede en la Ciudad del Vaticano a rezar el Ángelus por los afectados del COVID-19.
Los cristales de las cámaras de los teléfonos parecieran ser un par de ojos que apuntan directamente a la mirada inquieta del presbítero al retumbar en su mente que una Semana Santa totalmente inusual está por comenzar. Para él, un Domingo de Ramos —en sus más de 45 años como padre ordenado— nunca había sido tan extraordinario a tal caso de presentar la misa a través de dispositivos electrónicos.

El reto tecnológico puso a prueba la vocación de los religiosos. Foto: Alejandro Zapata.
La angustia de los párrocos
Al padre Silvio le inquieta no ver a la gente en las bancas:
“Es difícil, el alma del sacerdote es la gente, yo no soy padre si no tengo gente, ¿a quién le iré a celebrar la misa?, ¿A quién voy a confesar? Es complicado.
"Sabía que hoy mi iglesia no abriría, mi mente y corazón cayeron en una notable percatación (SIC) de que mi parroquia estaría vacía, nadie a quien aconsejar, sin ningún niño para bendecir, ningún penitente para absolver, pocas manos que apretar, ¡nada! Estos días he celebrado la misa solo, sabiendo que hay almas hambrientas de la Eucaristía, entonces me pregunté, ¿cómo es posible ser sacerdote sin pueblo? ¿cómo es posible ser iglesia sin la comunidad alrededor?
"Todo esto es complejo, hace días vengo viendo la televisión y veo muchas noticas de cómo cuidar la salud física, pero… ¿dónde queda la salud espiritual? Veremos qué podemos hacer desde aquí”.
Algunas de las estrategias
El párroco no se queda lamentándose. En su mirada aún se perciben destellos de fe y esperanza. Está en constante búsqueda de alternativas. Desde hace un par de días junto con la ayuda de Diego sitúan un altavoz, no muy grande, con dos antenas que permiten desde un micrófono transmitir la aguda voz del clérigo a la hora de predicar la palabra.
El parlante está en el atrio del convento, un lugar que después de varias baldosas se avista un terreno colmado de pasto y árboles que armonizan con el sector. El sonido alcanza máximo hasta una cuadra del barrio. Algunos de los transeúntes, todos con tapabocas, poco a poco observan el parlante y se acercan a persignarse, echarse una bendición o simbólicamente hacer un gesto que demuestre su absoluta devoción.
A lo largo de las calles se siente el pálpito de un sector bastante devoto: balcones adornados con figuras de Jesucristo que sujeta ramos trayendo a la memoria junto con algunos telones de color borgoña y rojo el aroma al inicio de Semana Santa. Ese rojo, según los colores litúrgicos, es el del Espíritu Santo que en la mayoría de miradores no falta.
Transcurren los días lunes, martes, miércoles y se repite el toque de campanas, el color morado es omnipresente al interior de la capilla, en estos encuentros no más de cuatro personas completamente distanciadas se disponen con sus respectivos tapabocas a recibir las palabras del evangelio. Diego, después de tocar las campanas, minuciosamente se asegura que los dos móviles que apuntan directamente al sacerdote, el altar y la Biblia, estén transmitiendo en vivo.
Nuevos caminos hacia la fe
Aquellos días, entre Facebook Live e Instagram, las predicaciones del padre Silvio llegaron a captar la atención de 140 espectadores que, desde ordenadores, teléfonos celulares, tabletas y demás dispositivos se conectaron. Las habitaciones, las salas e incluso las cocinas se convierten en pequeñas parroquias a donde llegaron las ondas de sonido y las transmisiones que propagan las oraciones del párroco. Diego Díaz Uribe, delegado arzobispal para Comunicaciones de la Arquidiócesis de Medellín asegura que en el municipio existieron alrededor de 340 parroquias que celebraron las Eucaristías sin la presencia de los fieles y solo fueron transmitidas por los distintos medios digitales.
Lucía Hincapié es una de las creyentes más fervorosas del barrio, para ella el triduo (Jueves, Viernes y Sábado Santo) es de los momentos más especiales del año y no puede perder las palabras del padre Silvio. Es por eso que su hija Martha no dejó de configurarle el teléfono celular para escuchar la misa como si estuviera junto al padre. Las arrugas de Luci hacen notar sus 91 años, de los cuales en ninguno de estos había vivido un episodio tan trágico para la Iglesia católica, para el mundo, para ella.
El mismo Viernes Santo, la Vigilia Pascual de la noche del sábado y el Domingo de Resurrección, fueron para doña Lucía y millones de feligreses una nueva experiencia de fe, con métodos, medios e ideas inéditos en la historia del clero y en la Semana Mayor, todo para que un virus no arrebatara la fe.