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  • Laura Trujillo Arango / laura.trujilloa@upb.edu.co

Medellín: “UNA OBSESIÓN GENERALIZADA POR ESTAR SIEMPRE EN OBRA”, GREGORIO HENRÍQUEZ

Medellín es una ciudad sin centro histórico, que se ha encargado de sistemáticamente erradicar los espacios patrimoniales para continuar con una expansión urbana enfocada hacia la modernidad y la innovación. Se ha transformado a costo de la eliminación de la historia arquitectónica. El antropólogo, escritor y asesor cultural Gregorio Henríquez ha dedicado sus investigaciones a la reconstrucción histórica y a incentivar la conservación patrimonial de eso que nos dejaron.


Numerosos espacios del Centro de Medellín han desaparecido sin que se conozca su verdadero valor histórico.

Foto: Matín Villaneda


¿Qué se entiende por centro de Medellín?, ¿cómo han influido las élites de la ciudad en esa conformación de centro?


Va desde la Avenida de Greiff hasta el Centro Administrativo La Alpujarra. Y del Río, detrás del SENA, hasta el Museo Casa de la Memoria. Es la comuna 10, La Candelaria. En las élites estaba ese centro. Lo que es hoy Parque Berrio, era su plaza principal. También eran importantes la Calle Real (actual Boyacá) y el antiguo barrio San Benito, actual La Candelaria, también arrasado.


Existía una triada de iglesias que marcaba la pertenencia a una élite establecida. La Veracruz, La Candelaria (antigua catedral) y la del barrio San Benito. Después se van moviendo a la Villa Nueva, que es la Catedral Metropolitana, Parque de Bolívar. Y hacia la época de 1920, con don Ricardo Olano, se establecen en el barrio Prado. Cerca, pero no metidos en el centro. Fueron de Prado a Laureles y de ahí a El Poblado. Hoy se siguen alejando.


¿Ese alejamiento de las élites corresponde a los movimientos migratorios que llegaron a ocupar también el centro de la ciudad?


Claro, porque una de las características de la élite es no revolverse. Antes se relacionaban, pero empezaron a tomar distancia en la primera parte del siglo XX.


Es claro que el centro se ha transformado de manera constante. ¿Cómo es esa transformación y con qué frecuencia se realiza? Partiendo de la premisa de que -a excepción de la última- con cada administración se hace una intervención.


Los periodos de transformación son cada vez más cortos. Antes pasaban varias administraciones sin que se hiciera una gran intervención. En la década de los 70’ se construye la Avenida Oriental, que modifica el patrimonio. Es a partir de los 90’ que se interviene periódicamente. El Metro es un referente para ello, porque el trayecto centro implicó tumbar gran parte de la ciudad. Desde ahí, cada administración tiene una idea de qué debe ser la ciudad para ser moderna y cosmopolita. Existe una arquitectura del descreste o monumental. Se crea un mercadeo de ciudad: entre más condecoraciones tenga, es mejor y más exitosa.


También influye que el alcalde ya no gobierna para la ciudad, sino para su propia carrera política en camino hacia la presidencia. Están en campaña todo el tiempo, y para estar en campaña hay que mostrar obras. La última administración fue un punto culminante. Siempre es el nuevo alcalde el que tumba lo que hizo el anterior. Él tumbó lo que había hecho. Sobre las pirámides hizo las jardineras, y sobre las jardineras, las estaciones de Metroplús. Es la primera vez que un alcalde se hace eso a sí mismo.


La Alcaldía de Luis Pérez es un punto de inicio de ese modelo. Es la responsable del Parque de Las Luces, para construirlo se demolió el Pasaje Sucre, que estaba en el inventario de patrimonio y era lo que quedaba del antiguo mercado de Guayaquil. Fue derribado irregularmente un puente festivo, a espaldas de la ciudad. A partir de ahí empieza una especie de piñata con las licencias. Caen casas de bahareque y edificios antiguos. Medellín dice haber sido fundada en 1616, ¿dónde está la ciudad de 400 años?


¿Cómo convergen esos métodos para destruir la ciudad con la ley de patrimonio actual?


En Medellín, epicentro de la industria constructora, ese tema es muy flexible y laxo. Las licencias se otorgan, los permisos se dan abiertamente. También se enferman edificios, se cierran casas y se dejan caer. Aquí no hay sanción ni accionar de las curadurías, no se está legislando para defender el patrimonio.


Medellín es una ciudad sin referentes más allá de la moda de la época. ¿A qué se le puede atribuir esa mentalidad constantemente modernista?


Es siempre estar en el panorama, llevando la delantera. Lo que representa esa mentalidad modernista es el Edificio Coltejer. Tumbar el teatro Junín para construirlo justo ahí y no en cualquier otro punto, es un símbolo de ciudad. Medellín no tiene una identidad.


Todo inicia con la visita de Mon y Velarde. Él llega a estas tierras, enviado por la corona, para ver qué estaba pasando. Encuentra que en Medellín las únicas construcciones dignas de relevancia son la Veracruz y la Candelaria. Por ello, prohíbe que se construyan casas con techos pajizos. Por decreto, las casas debían construirse con materiales y tener una determinada configuración. A partir de ahí se perpetúa esa percepción de estar siempre en desarrollo. ¿Cómo quedará de bonita Medellín cuando la terminen? porque no hemos podido. Es como una obsesión generalizada de estar siempre en obra, siempre en una serie de proyectos.


¿Cuáles son los factores específicos que hacen que Medellín no tenga centro histórico?


Nuestra falta de sentido de pertenencia hacia lo patrimonial. Nosotros en lo histórico, sino en lo viejo, y lo viejo hay que tumbarlo: “aquí se hace un edificio, esto es un lote”. Pesa más ese rédito del lote, que lo colonial de la casa. No sabemos lo trascendental que puede ser conservar un casco histórico. No tenemos esa idea de preservar para las generaciones futuras. Uno de nuestros líderes dio la visión que tenemos todos nosotros cuando le preguntaron por las pirámides de la avenida Oriental y su opinión porque las iban a tumbar. Él dijo: "ah, es que ya cumplieron su ciclo". Si todas las sociedades tuvieran esa visión, hoy muchos monumentos no existirían porque cumplieron su ciclo. Tenemos un problema para construir identidades, no lo hemos logrado hacer como sociedad.


¿Cómo logra Medellín aún contar una historia?, ¿Cómo se logra escudriñarla a partir de lo que queda?

Son retazos, somos un relato fragmentado. Estamos apenas descubriendo qué nos dejaron. Podemos narrar el subsuelo, porque alguien se preocupó por restaurar el acueducto y el alcantarillado. Hoy aprovechamos para contarnos a partir de lo que nos queda.


¿Cómo puede haber equilibrio entre desarrollo y conservación de la memoria histórica?


Es un diálogo, un equilibrio a la hora de decir: esta es una ciudad y esta es su historia. Ese es el gran reto para las administraciones futuras, continuar con ese avance que se necesita, pero no con la demolición. En Ayacucho volvieron a abrir la casa del maestro Efe. Gómez. La convirtieron en una pizzería, pero está conservada. Converge la preservación con los nuevos usos y almas de los espacios.


Por último, ¿cuál sería la ruta para combatir la indolencia de los ciudadanos respecto a su patrimonio, y que se cree un sentido de pertenencia hacia la historia?


Cátedras ciudadanas. Hay que apropiarse del espacio y el entorno. Recorrer la ciudad y descubrir lo maravilloso que hay en ella. Volver a contar su historia. Por los vacíos históricos ha pesado más la cultura Narco que la historia antigua de la ciudad, porque es lo que se tiene más a la mano. Hay que promover la ciudad y su patrimonio. Se debe empezar con los propios habitantes. Muchos medellinenses no conocen Medellín, y yo no defiendo lo que no conozco, porque no lo he apropiado. Por eso es un trabajo ciudadano.




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