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  • Julián Sierra y Laura Fernanda Vargas /

LA TRANSFIGURACIÓN DE SANTA ELENA

El corregimiento silletero se está transformando. El atractivo que constituyen el clima y el paisaje supone riesgos para la conservación de sus recursos naturales, sus tradiciones culturales y la vida en comunidad.


En el altiplano oriental de Antioquia, superando la ladera oriental de Medellín, existe un corregimiento que es parte esencial de la historia de Medellín y el Valle de Aburrá. Santa Elena. Hoy, cuenta con aproximadamente 21 081 habitantes, cifra que se fue incrementando desde el año 2005, cuando la cifra de pobladores era la mitad. Desde 2016, en promedio, cada año han llegado mil nuevos habitantes. ¿Por qué ocurrió este aumento en los últimos cuatro años?

Las familias tradicionales lotearon sus tierras para sus descendientes, que hoy prefieren arrendar o vender como una mejor fuente de ingresos que la floricultura y otras labores del campo. Casas cada vez más próximas en el sector El Rosario de la vereda Barro Blanco. Foto: Contexto.


Por muchos años, la principal actividad en el sector giraba en torno al agro, específicamente con cultivos de papa, fresas, moras y flores; estas últimas son el eje de otra dinámica importante en la zona: el turismo ligado a la tradición silletera, aquella que ha sido protagonista de la fiesta más importante de la ciudad: la Feria de las Flores, que justamente exalta la labor y la tradición de los campesinos.


“Aun así, es importante resaltar que la gran mayoría de la población habita viviendas ubicadas en estratos bajos, mostrando la situación de precariedad en que se encuentran los habitantes de esta zona rural del municipio”, señala el Plan de Desarrollo Local vigente en 2019. Según el documento, el 72% de los habitantes de Santa Elena pertenecen a los estratos 1, 2 y 3.


Eso incide en el precio de la tierra, que poco a poco ha cambiado su destinación hacia usos residenciales. Adriana Díaz vive hace más de cinco años de la vereda El Placer, cansada del estrés que le producía su rutina en la ciudad, decidió invertir sus ahorros para construir en una parcela: “Si tú alquilas una casa en la ciudad y pagas millón cien, aquí con eso alquilas una finca con zona verde y chimenea. Es vivir en estrato 2 y 3, pero con la calidad de un estrato 4 o hasta más por la tranquilidad y el silencio”, explica.


La de Díaz es una historia similar a la de miles de personas que en los últimos años han decidido alejarse del Valle de Aburrá: “si te acostumbras y sabes organizar tus compras y tu tiempo, no es tan traumático”, dice.


Esta es una de las principales razones por las cuales la dinámica poblacional de Santa Elena ha cambiado. Del agro como rutina, se ha pasado a una vida rural atravesada por la idea de lo que pasa en la ciudad, ya sea porque se esperan comodidades similares o porque el modo de vida urbano representa lo que justamente se pretende evitar para que la vida sea sostenible: por ejemplo, el bullicio y la contaminación de la urbe.


La paradoja es que este auge ha elevado el costo de vida en la zona. Wbeimar Cano Urrego, quien fue corregidor de Santa Elena explica que “el valor de la tierra está en alza e incluso el costo de vida es más caro, porque la mayoría de personas que están llegando son jubilados, y hay que sumarle que muchos de los productos vienen desde el Centro”. Cano Urrego afirmó que el corregimiento no es ajeno a la ola de migración venezolana presente en el país, y que cada vez aumenta más el número de ellos en las veredas, lo que en efecto se confirma con los vendedores de frutas y verduras puerta a puerta o las personas dedicadas a la albañilería, que encuentran trabajo gracias al auge constructor, que en algunos sectores de veredas famosas como Barro Blanco, no tiene formalidad y planeación.


La encuesta de Calidad de Vida estableció en 2013 que un 12,64% de la población de Santa Elena procede de otros, pero resalta la notoria tendencia migratoria, en busca de una segunda residencia o residencia campestre. Otra expresión de desplazamiento intraurbano, según el documento.


Los campesinos, acostumbrados a obtener sus ganancias a partir de las actividades agrícolas, están atraídos por las rentas del arriendo o la venta de predios que generalmente se fragmentan en varias partes que por un lado les aseguran un capital, pero por otro densifican la población de la zona y sobrecargan la demanda de servicios públicos y vías, por ejemplo. “Yo siento que se está afectando realmente porque se va a volver igual que una ciudad, cada vez hay casas más cercanas. La gente que está más protegida es la que tiene lotes grandes, parcelaciones grandes, que no tienen para venderlas, sino para su disfrute”, contrasta la señora Adriana Díaz.


Precisamente, Santa Elena ocupa el segundo lugar de los corregimientos con mayor número de predios sin registro de propiedad 2.60% (2 211 predios), superado solo por San Cristóbal con 5.04% (4.283). Las cifras pueden ser mayores, considerando lo que se aprecia en veredas como Barro Blanco, en donde se observan numerosas construcciones nuevas y explanaciones donde antes había potreros y cultivos de flores, que también han dejado de ser rentables porque el clima en Santa elena está cambiando. Gustavo Londoño, miembro de una de las familias distinguidas en la zona por su tradición silletera, explica que dejar el cultivo y arrendar los predios se va volviendo una opción pues se han vuelto más frecuentes las granizadas que dos o tres veces al año afectan con gravedad las cosechas y dejan al labrador sin cuota para sus ingresos.


Londoño cita cifras del DAGRD, dependencia a cargo de la gestión del riesgo en Medellín, que hace parte del despliegue administrativo que también se ha visto retao ante el crecimiento anual del corregimiento, hecho que demanda mayores inversiones en seguridad, salud, transporte, vivienda y otros temas de gobierno:


“Tenemos campañas que ayudan al campesino con programas de presupuesto participativo; ubicados en casi todas las líneas; educación, transporte, vías, deporte, personas en situación de discapacidad, salud y vivienda. Hay un presupuesto que se invierte de acuerdo con estas líneas de trabajo, pero pienso que hay cosas en seguridad por mejorar”, cuenta Londoño.


La Secretaría de Gestión y Control Territorial de la Alcaldía de Medellín implementó durante la pasada administración el programa Construye Bien, desde el cual se ejerce una supervisión a nuevas construcciones: “Sí se necesita un permiso para poder construir, este permiso lo emite la curaduría, cualquiera de las cuatro que hay en Medellín, previo el lleno de algunos requisitos exigidos por el POT (Plan de Ordenamiento Territorial)”, concluyó el excorregidor Cano.


Adriana Díaz y Gustavo Londoño advierten que hay veredas en las que ya no se puede construir. En efecto, Contexto pudo constatar que en el sector El Rosario de la vereda Barro Blanco hay nuevas construcciones a las que no se les ha concedido autorización para nuevas conexiones al acueducto veredal.


Díaz sugiere que “más que frenar el crecimiento es saber organizarlo haciendo cumplir las normas de construcción. Por ejemplo, que (una edificación) tiene que estar a diez metros de las cercas y que no puede haber una casa en menos de dos mil o tres mil metros; y repito están vendiendo pedacitos aquí, pedacitos allá”. Las grandes tierras que antes de repartían entre los descendientes de familias tradicionales hoy se están repartiendo además entre arrendatarios y compradores.

Las nuevas construcciones aumentan la demanda de recursos naturales y ejercen presión sobre el ecosistema circundante: bosques y corrientes que, además de un bello paisaje, son despensa de agua y aire para Medellín, donde ya son habituales las alertas por la calidad del aire. Foto: Contexto.

Una nueva oportunidad


El Plan, Mazo, Piedra Gorda y Barro Blanco, son las veredas con un mayor número de habitantes. Pero el crecimiento también representa oportunidades.


Con los nuevos pobladores, también han llegado a Santa Elena nuevas costumbres y nuevas formas de vivir. Nuevos restaurantes, ferreterías, peluquerías, minimercados, fincas turísticas, entre otros emprendimientos están fortaleciendo la economía local, que incluye nuevas actividades como el eco turismo que aprovecha el paisaje de la zona en que se asientan no solo las fincas silleteras que reciben visitas todo el año, sino reservas naturales, espacios para deportes extremos y spas.


Existen entonces transformaciones que son compatibles con la protección del medio ambiente, pero se necesita atención constante para que no se salgan de control. A propósito, el concejal Jaime Cuartas Ochoa hizo un llamado de alerta ante la desfinanciación actual del Jardín Circunvalar, proyecto municipal concebido para fomentar actividades de aprovechamiento y conservación de los recursos naturales que ayuden a conservar la zona verde al oriente de la ciudad y contener la urbanización. Una prueba concreta de lo sensibles que son los recursos naturales en la zona, es la escasez de agua en sectores de las comunas 8 y 9 de Medellín, atribuida por EPM a la baja del caudal de la quebrada Santa Elena, que ahora también surte a los nuevos pobladores aguas arriba, donde aumentan los vecinos puerta con puerta.

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