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  • Lady Johana Orozco Ortiz / lady.orozco@upb.edu.co

El transeúnte que será olvidado

Es lunes. 9:26 de la mañana en una de las estaciones del metro de Medellín. Para la hora, hay demasiada gente y los pasajeros logran salir de los vagones con mucho esfuerzo. El barrendero de la estación Universidad levanta el polvo sin descuidar su plática e intercambio de risas con el vigilante.


El ruido del fondo te informa que están cortando el césped y una mujer de unos 23 años con acento rolo habla por celular acerca una fiesta a la que asistirá. Sales del lugar y entras a la comuna 4 de Medellín. Aranjuez. En la calle Gutiérrez Lara con 71 te recibe el Parque de los Deseos. Es amarillo mostaza y su baldosa es tan dura como seca.


Alrededor se logra divisar dos edificios que están en busca del desarrollo científico y tecnológico de la ciudad: Parque Explora y el Planetario. En la parte derecha se puede observar el centro comercial Aventura y oficinas gubernamentales.


Al caminar por el lugar puedes percibir los olores que abren el apetito de los visitantes. Desde el fondo sale un aroma a empanadas de carne, morcilla recién hecha, huevos revueltos, café y tortas de chocolate; todos al mismo tiempo, pero el olfato logra distinguirlos.


En el centro del espacio cultural están cortando el césped. De nuevo ese olor a campo, pero ahora desaparece rápidamente por el humo de los buses de Aranjuez.


Los árboles están como si el verano estuviese en pleno apogeo. Con flores de colores vivos, uno de ellos captó la atención de una niña de 3 años que miraba asombrada cómo los pétalos caían sobre sus cabellos. Los tomaba en sus manos y los observaba como si nunca hubiese visto algo similar. Tocó con suavidad uno de ellos y sonriendo le entregó uno a su hermana mayor. Ella la tomó en sus brazos y caminaba dándole besos en las mejillas.




Pero este parque realmente no evoca al campo. Tiene una baldosa tan seca que cuando te sientas puedes sentir la arena en las manos. Todo parece un desierto hasta que te topas con las dos fuentes que fueron puestas justo en el centro. Están allí para el entretenimiento de cientos de familias que acuden los fines de semana para divertirse con los más pequeños.


¿Qué pasa allí un lunes a las 9:40 de la mañana?


Son la ducha perfecta para un transeúnte del lugar.


Es un joven trigueño de unos 24 años. Su cara tiene una barba café, al igual que su cabello y ambos son abundantes. Tiene unos pantalones que le llegan hasta la rodilla, unos tenis marca Nike de color gris, del mismo color de su camisa.


Camina por el sendero que da justo al frente del Planetario. Se pone de rodillas a la fuente y saca de su bolso un recipiente de detergente vacío para extraer agua. Toma el agua en sus manos. Comienza a echársela en todo el cuerpo, aún con la ropa puesta.


Inicia con los brazos, las piernas, su cara y presta total atención a su cabello y a sus partes íntimas. Se detiene un instante, voltea y comienza a hacerle una oración al cielo. Vuelve al recipiente para beber un poco. Su bolso se queda en el lugar y él comienza a caminar hasta la acera que da a la calle que divide el parque del centro comercial Aventura.


Mira su reflejo delante del paradero. Todo a su alrededor está tranquilo y pocas personas se percatan de su presencia.


Analiza que cada parte de su vestuario esté bien acomodada. Coge una camisa blanca y se la pone como turbante. Sonríe como si aquella tela le hubiese cambiado la vida.


Camina hacia el lugar donde había estado por primera vez. Se echa el último poco de agua que queda, reza, coge su maleta y se va caminando hasta el lugar donde paran los buses de color verde aguacate. Justo debajo de la estación del metro.


Se dirige hacia el primer bus de la fila y comienza una conversación con una mujer que esta al lado de la ventanilla. Todo parece ir muy bien porque no dejan de salir risas por parte de ambos. Llega un momento en el que ella le estira su mano. Las monedas comienzan a caer al piso, pero no todas son visibles, lo que hace complejo recogerlas a cada una. Pero esto no es impedimento para él, que deja su maleta en el suelo, se quita la camisa blanca que cubre su cabeza y se mete debajo del bus para lograr encontrar cada centavo que pudo haber ido a parar allí. Sale, recoge su maleta y la mira de nuevo a ella.


-Muchas gracias.


Ella solo alza el brazo y hace un movimiento para despedirse de él.


Cuando el bus se pone en movimiento, él se sienta justo al lado de la fuente donde había tomado su “baño “unos minutos antes. Comienza a contar cada moneda. De su maleta saca una bolsa negra donde vierte cada peso que tenía en las manos. Comienza a caminar por el lugar para seguir pidiendo algunas monedas. Solo dos personas le dan.


Hace un gesto al cielo y se sube a un bus color verde aguacate y se pierde en medio del tráfico de la ciudad.


Él se fue a seguir buscando el sustento, pero la vida en el parque continúa como si aquel hombre nunca hubiese pasado por las fuentes. Los operarios que construyen una tarima para un evento masivo siguen en su tarea y el barrendero ha abandonado su plática con el celador para sacar la basura de la estación, depositarla en las canecas que están al lado del que corta el césped y seguir en lo suyo. Solo quien escribe se pregunta qué será del individuo que se acaba de subir al bus.


La niña que se impresionó por la flor ni si quiera notó al hombre que se bañó en el parque. Hay paz en el parque de los Deseos un lunes en la mañana. Cada uno esta en su vida, cada quien se preocupa por lograr el sustento para el diario vivir. En cada local hay una persona trabajando para poder llevar el dinero a su hogar.


El parque de los Deseos nació como un espacio cultural y de encuentro sin distingos con los progresos de la ciudad representados en las formas del lugar como una de las excusas. En la Medellín se parques nuevos y remodelados hay más de un lugar así. ¿Qué significa realmente un espacio para el encuentro en que la gente misma pasa desapercibida?




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