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  • Estefanía Pérez Botero /

El "oro" difícil de las canecas

Los recicladores de oficio en Medellín, buscan un reconocimiento que estabilice y le de formalidad a su trabajo, en medio de la preocupación por el aumento de las basuras en todo el mundo y el agotamiento de los sitios de disposición en la ciudad. Una mirada al reto de reciclar, a propósito de la cumbre del clima COP25.



Cartón, plástico, vidrio, vidrio cortante, papel sucio, papel limpio, hierro, hierro viejo y peligroso, basura de cocina, alimentos a medio comer, en putrefacción o recientes, bolsas y bolsas envolviéndose una tras otra por tamaño y resistencia; manos que tocan esas bolsas; palpan como un médico la barriga de una materna, en un tacto revelador, de formas posibles, materiales con ciertas asperezas, siluetas de botellas, la raspadura del cartón, la dureza del plástico. El reciclador tiene ciertas dotes de adivino, mañas que le dan ojos a las palmas de las manos y una intuición para sacarle provecho al nudo desordenado de bolsas que guardan dentro lo que se rechazó como basura.


El trabajo no es fácil y eso es un sobreentendido. Basta sopesar con los ojos el peso de una carreta, el olor conservado que puede tumbar a un hombre en ayunas o los materiales peligrosos que son como trampas en la búsqueda de un tesoro escondido. A Nelsy Polo Montero quizá todo eso se le vino a la cabeza cuando tomó la decisión de ponerse a reciclar, eso y pensar que la gente veía a todos los recicladores como marihuaneros y gamines.


Nelsy tiene 36 años, es bajita, morena, tiene el pelo negro crespo y porta con pulcritud el uniforme azul oscuro y el carné colgado de la camisa que la identifica como miembro de la Cooperativa Multiactiva de Recicladores de Medellín, Recimed, donde ha trabajado los últimos 10 años. Su vida hasta este punto ha sido de estaciones: desde los dos desplazamientos por grupos armados que ha padecido, hasta los siete trabajos diferentes que tuvo antes de llegar a la cooperativa.


Su familia es de Necoclí. De allá se vinieron, primero atravesando ríos furiosos, amarrados ella y sus siete hermanos en una fila que evitara que se perdieran en la corriente y la noche espesa. De allá los sacaron las guerrillas que mataban los animales de las fincas y los paramilitares que quemaban casas y cortaban cabezas a diestra y siniestra, en la búsqueda de supuestos colaboradores de sus enemigos.


Nelsy Polo_Foto:Néstor Rueda

Por eso Nelsy y su familia llegaron a Cereté, Córdoba y arrastraban con ellos un estigma que los señaló para que la gente no les diera trabajo. Lo mejor que ella pudo conseguir fue encargarse de vigilar bicicletas, vestida como hombre porque ese era oficio vedado para mujeres. No estudiaba y lo que conseguía no alcanzaba para pagar la escuela, que entonces cobraba matrícula. Tenía ocho años cuando una maestra bondadosa la vio y la matriculó en la escuela con cuatro de sus hermanos.


Desde ahí su camino ha sido de golpes de suerte; episodios brillantes y grises en los que se ganó la rifa de una beca que le permitió terminar de estudiar, fue empleada doméstica por 15 mil pesos mensuales y después pudo trabajar como mercaderista en Colanta, donde conoció a su primer esposo, que no veía con buenos ojos el trabajo de la mujer y al que dejó al cabo de un año. Se vino de Cereté hasta Medellín donde vendió minutos de teléfono celular y confites, y fue empleada doméstica por un tiempo. La primera vez que le pagaron su sueldo, creyó que le adelantaban el dinero de varios meses y eran 480 mil pesos.


Nelsy llegó a Recimed hace 10 años por referencia de una amiga; tenía ya su primer hijo y el trabajo que hacía no le daba para sostenerlo. Aceptó con algo de pena, le dieron un costal con la instrucción de que fuera buscar tarros entre las bolsas. Hoy su trabajo está limitado a una unidad residencial, donde tiene dos cuartos asignados, una para guardar lo reciclado y otro para separarlo: “Después de un tiempo en el trabajo le digo a mi mamá: ‘al fin encontré el trabajo que yo quería’, he trabajado en otras empresas y en ninguna encontraba como eso que lo llena a uno plenamente. Aquí he podido tener un ingreso, pero yo digo que el trabajo del reciclador es más de corazón, con el medio ambiente ‘’.

El reciclaje es un reto que tiene también connotaciones sociales para una ciudad. Foto: Martín Villaneda.

Ciudades de basura

Medellín genera 1 800 toneladas de residuos diariamente, que van a parar al relleno de La Pradera, en el territorio del municipio de Donmatias. Allí se reciben 56 000 toneladas mensuales, puestas en porciones de terreno llamadas vasos, ninguno reutilizable. El vaso que actualmente usa Medellín es de 22 hectáreas y tiene capacidad hasta 2023 y es por eso que, así como sucedió en los primeros años del siglo XXI con el cierre del relleno Curva de Rodas, en unos años habrá que buscar un nuevo sitio de disposición.


Todo este panorama, en un contexto de aumento poblacional constante de Medellín, lo que se traduce en más basura generada por una ciudad conformada por hogares que generan 3 kilos diarios cada uno, una media libra por cada ser humano. De eso, el 60% es material biodegradable, que no se aprovecha en su mayoría por los problemas para clasificarlo en el hogar y darle un segundo uso como abono; al otro 40% pertenecen los materiales reciclables y los que son peligrosos.


Según datos de Emvarias, en 2018 solo el 23% de los residuos sólidos que potencialmente se pueden reciclar en Medellín, fueron aprovechados; en 2019 se recuperaron 5 197 toneladas, muy por debajo de lo que el índice de calidad de vida Medellín como vamos plantea como ideal para 2030, que sería de 70 mil toneladas anuales recuperadas.


Entre los que trabajan por mejorar los números del reciclaje está Recimed, la cooperativa de Nelsy, con trece años de trayectoria y cerca de 500 recicladores de Medellín y Barbosa vinculados. Según explica Leonardo Gómez Marín, su director, el propósito esencial es buscar la dignificación y la formalización del oficio para que se saque mejor provecho de los residuos y facilitarles el trabajo a sus miembros.


Un reciclador con mucho trabajo y rutas claras puede alcanzar a ganarse un salario mínimo, pero son casos excepcionales. El promedio de ganancia de un reciclador es de 400 mil pesos mensuales. Lo que ha buscado la cooperativa es establecer alianzas con la oficialidad y los locales comerciales para aligerar el trabajo y entregar incentivos que pueden redondear un sueldo estable que se acerque al mínimo; más aún si se tiene en cuenta el contexto y la asociación que perdura de ese trabajo en el imaginario y contextos conflictivos como el de la mendicidad o las drogas.


Para Milena Jaramillo, coordinadora de uno de los programas de resocialización para habitantes de calle en la Secretaria de Inclusión Social, la relación de la mendicidad y el reciclaje no es tan problemática como se piensa: “No es ni bueno ni malo, depende de que estén en procesos muy precarios en los que no haya precauciones ni capacitación para que no peligre su vida en el trabajo, cosa que es menos probable que pase si (los recicladores) están bien organizados y formalizados. (...) Contrario a lo que se piensa, (esta relación) tiene un impacto muy positivo para la comunidad y para ellos, porque es un oficio que adoran, que les da libertad en sus horarios e ingresos constantes. El asunto es crear estrategias para formalizarlo”.


Leonardo Gómez reconoce que en esos procesos de formalización sí ha habido una participación de la Alcaldía para promover y hacer seguimiento a los programas, pero cree que se pueden mejorar aspectos que integren mejor al reciclador al sistema de aseo de la ciudad y se pongan en marcha proyectos postergados que, según Gómez, son promesas de campaña y acciones del Plan de Desarrollo, que se quedaron a medias o sin implementar.


Contexto quiso precisar con la Secretaría de Medio Ambiente qué se ha hecho y qué falta por hacer en materia de reciclaje en la ciudad. Las respuestas oficiales siguen pendientes y, a medida que se agota la vida útil de La Pradera, son más importantes.





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