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  • Luisa Fernanda Osorio Echeverry / Semillero Óptico

#ElCineDesdeJardín (V) Jinete de ballenas, un conflicto


Jinete de ballenas (2002). Cortesía Mubi.


Jinete de ballenas (2002) hizo parte de una selección de 12 producciones extranjeras que integraron la Muestra Central del 4to Festival de Cine en Jardín: Cine y patrimonio, maneras de encontrarnos. Producciones como Toda la memoria del mundo (1956) y Museo (2018) también hicieron parte de la muestra.


De entrada, con un póster de una infante cuyo rostro es adornado por un símbolo y una banda alrededor de su cabeza, Jinete de ballenas parece una prometedora película sobre una tribu indígena que habita en el corazón de la selva y realiza prácticas primitivas (todo un cliché), pero resulta un poco alejado de lo que realmente es. El escenario central de la película es un pequeño poblado en la costa oriental de Nueva Zelanda, habitado por aborígenes de la tribu Whangara que creen descender de Paikea, un ancestro milenario que escapó de la muerte montando en el lomo de una ballena.


Esta producción fílmica de ‘Niki’ Caro es protagonizada por Keisha Castle-Hughes, quien, encarnando el papel de Paikea ('Pai') Apirana -una niña de 11 años- guiará al espectador por esta historia con tintes de drama y comedia que desde el principio nos revela el conflicto interno y familiar de la infante. Al momento de nacer, su madre y hermano gemelo mueren, su padre abandona la villa y ella debe permanecer con sus abuelos. A medida que crece, Pai comprende amargamente que, muy a pesar de la crianza y el cariño que le ha brindado por años, su abuelo le guarda rencor y la culpa por el infortunio de su pueblo al haber interrumpido la línea de hijos primogénitos destinados a gobernar.


Para ganarse el cariño y reconocimiento de su abuelo (‘Koro’), ‘Pai’ tendrá que “romper” cada tradición y descubrir el poder que reside en ella, no solo para ser jinete de ballenas, sino para unir nuevamente a una familia dividida durante 11 años y enseñar a su comunidad que las costumbres no deben ser una fórmula imposible de cuestionar o transformar.


A través de una armónica combinación entre realidad y mística -en ningún momento la imagen parece tan desfasada como para no ser posible, aunque el espectador sabe que no corresponde a la realidad-, el filme revela al espectador una lucha entre valores tradicionales que se establecieron como absolutos y las nuevas generaciones que alzan su voz y piden participación en la sociedad que les tocó vivir o padecer, según como se mire. No muy distinto a lo que ocurre ahora en diferentes países alrededor del mundo en los que las mujeres exigen participación política y la comunidad LGTBI reclama igualdad de derechos.


En el desarrollo de la narración se aprecian tres generaciones que tratan de coexistir, cada una con una manera de ver el mundo: un abuelo que se aferra con religiosidad a las enseñanzas de ancestros míticos que durante años han guiado las costumbres y normas sociales de la comunidad maorí; un hijo que, tras cuestionar dichas tradiciones y buscando huir de su padre, abandona el lugar de origen; y una nieta cuya intención es probar que es digna de tomar el papel de líder para continuar el legado de sus ancestros y, así, demostrar que su nacimiento no fue un simple error. El valor y perseverancia de ‘Pai’ serán sus mayores pilares para confrontar un mundo en el que, si bien las mujeres desempeñan roles importantes (educación), los hombres adquieren mayor protagonismo en sociedad y son quienes toman las decisiones de la comunidad.

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