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  • Maria Camila Tamayo Tamayo /

La avalancha se llevó mi casa, mi sueño

Uno de los más recientes desastres naturales en Colombia es el de Mocoa-Putumayo, ocurrido el 31 de marzo de 2017, que dejó 332 muertos y centenares de damnificados. Entre las versiones e historias que hacen memoria de los acontecimientos, está el testimonio de Carlos Alfonso Jácome, un hombre de 38 años que sobrevivió con su familia y que relató así los acontecimientos:


Yo llegué a Mocoa hace 15 años, salí de Buenaventura sin nada, solo con mi esposa y mi hijo mayor, que en ese entonces tenía pocos meses de nacido. Me puse a trabajar en construcción, pero pagaban muy poquito, entonces me conseguí una carreta y me puse a vender verduras ahí en el barrio. Yo siempre viví en San Miguel, eso al principio era una invasión, poco a poco fue mejorando, aunque seguíamos con las calles destapadas, las casas de madera y zinc, matorrales entre una y otra, lámparas que no servían y ríos por todos lados. Pero al menos teníamos eso y estábamos contentos, dígame ahora…


Con el tiempo, comencé a vender en otros barrios, hasta que me recorrí casi todo el pueblo con mi mercancía, así fue como levanté a mis hijos. La gente me distinguía, ya sabían que, Mi So, era el negro de la carreta que vendía las verduras frescas y baratas. Quién sabe dónde habrá quedado mi carretica.


Vea le cuento: yo ese día estaba jugando fútbol con mis so (amigos) en la cancha del barrio y se largó un lapo de agua durísimo, entonces dejamos el partido así y nos fuimos para la tienda. Eran como las 10:30 de la noche y yo pegué (se fue) pa’ mi casa, cuando iba llegando vi el río muy crecido y sucio, eso lo sabe uno que ha vivido siempre al lado de él, si está sucio y baja ramas, es porque arriba se desbordó. Entonces entré a la casa y le dije a mi mujer que nos fuéramos porque ese río se iba a salir y nos inundaba la casita, ella levantó a los niños, yo empaqué lo importante y salimos. Cuando abrimos la puerta, ya el agua estaba en la calle, el puente ya no se veía, entonces pegamos pa’l puente de Villa Rosa, pero tampoco había paso, La Taruca también estaba crecida y no dejaba cruzar.


En ese momento me empezó a entrar miedo, más porque la gente era llorando y gritando que venía una avalancha. Lo primero que hice fue subirme con mi familia a una casa de 3 pisos. De un momento a otro, se fue la luz, eso indicaba que alguna cosa le había pasado a la subestación, que quedaba mucho más arriba del barrio. En esa casa había muchas personas, todas desesperadas porque afuera nos esperaba lo peor. Yo entré al cuarto donde estaban mis hijos y mi esposa, los abracé fuerte y les dije que los amaba mucho, porque sentía que iba a perder a alguno. Mis hijos se aferraban a mi persona, como si yo fuera su salvación, y me gritaban que no los dejara morir, entonces le dije a mi esposa que si ella quedaba viva enterrara a mis hijos, y le prometí que, si el vivo era yo, los enterraría a ellos. La besé y salí al corredor.



"Así quedó parte del vecindario de Mi So después de la avalancha", Carlos Alfonso Jácome. Foto: Maria Camila Tamayo


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Vi cómo bajaban árboles enteros, piedras gigantes, carros con ocupantes, motos, bebés, niños y adultos. También vi cómo las casas de enfrente se derrumbaron con todas las personas adentro, ellos gritaban y pedían auxilio. Por un momento pensé en tirarme a rescatar a esos vecinos de toda la vida, a los bebés que apenas llegaban al mundo, a los niños que jugaban con mis hijos, a los que me compraban mis verduras a diario. Pero no podía, tenía que cuidar a mis 3 pelaos y a mi esposa. Vi las estructuras derrumbándose como si fueran fichas de dominó. Aunque a pedazos, solo quedaron dos viviendas en pie; la de la tienda del barrio y en la que estábamos nosotros.


La avalancha fue disminuyendo y pudimos rescatar a 5 personas que quedaron atrapadas contra la casa; 2 niñas, un niño, un hombre y una mujer. A la señora la conocía, me compraba verduras en el barrio Los Pinos. Los 5 estaban demasiado aporreados, llenos de lodo y de sangre.


Cuando creíamos estar a salvo, ¡taque!, llegó otra avalancha que, aunque menos fuerte, arrasó con lo poquito que quedaba, ustedes no se alcanzan a imaginar el tamaño de las piedras que bajaban, yo no sé de dónde salió tanta piedra, mis so. Cuando yo llegue al cielo, porque allá quiero llegar, lo primero que voy a hacer es agradecerle a mi Dios y a María Santísima por habernos salvado ese día. Lo segundo, va a ser preguntarle de dónde salió tanta piedra, porque se los juro que no me explico eso. Tuvimos pánico toda la noche, llorábamos como unos niños, mucho más, al ver el terror en los ojos de nuestros hijos.


A eso de las 4:00 de la mañana, que estaba medio aclarando, empezó a llegar la Cruz Roja, el Ejército, los Bomberos y la Policía. Ahí fue que pudimos sacar a los heridos y a nuestras familias. Con la luz del día llegó el dolor; yo vi todo mi barrio arrasado, vi muertos por donde caminaba y gente que salía milagrosamente del lodo. Esas imágenes se quedarán el resto de vida conmigo, lo grabé todo en mi memoria, aunque también grabé que Dios me dio otra oportunidad y la tengo que aprovechar.


Después de unos días llegamos a un albergue del gobierno y permanecimos allá un tiempo, me tuve que ir porque por esos días llovía mucho y mis hijos pensaban que se iba a venir otra avalancha. Un amigo nos prestó una pieza para los 5 y allá sobrevivimos hasta que decidí regresar a Buenaventura. Llevaba 13 años sin ver a mi mamá y sentía la necesidad de abrazarla, porque estuve a punto de no poderlo hacer más nunca. Mi So no es el mismo de antes, ahora entiendo que como tengo a mi familia, así mismo los puedo perder en un abrir y cerrar de ojos, en una ida a jugar fútbol.


Esa avalancha se nos vino con fuerza, con rabia, no hizo caso a ninguna condición; allí murieron niños y grandes, negros y blancos, pobres y ricos, buenos y malos. A Mocoa llegué por un sueño –tener casa propia–, yo me vine de allá sin él, porque un año después de cumplirlo, la naturaleza me lo arrebató. Perdí amigos, conocidos y clientes, perdí mi casa, ahora no sé ni siquiera dónde está mi carreta… Y como llegué hace 15 años, así me devuelvo, sin nada, solo con mi familia.



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