Un viaje al pasado
Marta García es una archivista que trabaja y a la vez se devuelve en el tiempo. Ella lo cuenta con entusiasmo: “Uno se encuentra unas cartas y unas comunicaciones que uno dice ¡oh por Dios!, ¿cómo pasaba esto?, y uno imaginariamente se devuelve en el tiempo… Trabajar en el Archivo Histórico es poder transportarse en el tiempo, ¡claro! Poder entender cómo era esta ciudad hace mucho tiempo”.
El Archivo Histórico de Medellín (AHM) es un lugar donde se guardan valiosos documentos del Concejo, la Personería y la Alcaldía. Se creó en 1993 y desde el año 2000 está en una hermosa casa del siglo XIX que perteneció a la adinerada familia Villa Gaviria. La casa está construida en tapia y teja, las maderas de sus puertas y la baldosa de su piso son originales, al igual que las ventanas que dan a la calle Colombia entre las carreras Girardot y el Palo. También, tiene cielorrasos en latón reconstruidos de los originales.
Es un lugar solitario, especialmente los viernes, en un día normal pueden ir de 0 a 5 personas y al año el promedio de visitantes está entre 2000 y 3000 personas. La casa tiene 120 años y su entrada es como las de aquellas tradicionales del campo. Los visitantes, por lo general investigadores o estudiantes que hacen tesis, llegan a una cerca de madera donde los recibe Claudia, una vigilante extrañada de que venga alguien. Ella les dice: “Buenas, qué necesitan”, mientras revisa las cámaras de seguridad que se ven en su computador.
Aparte de las formas de la casa, lo único que queda como una posible huella del campo el ambiente de orden y tranquilidad. Lo único que interrumpe la quietud es el sonido constante del aire acondicionado que suena como una nevera en la noche de cualquier casa silenciosa. A la izquierda de la entrada, al ladito de la silla de la vigilante, hay 40 casilleros para guardar los objetos personales.
Lo primero que se ve al entrar es una gran pila que no tiene agua porque está mala, rodeada de macetas con plantas como: Aloe vera, helecho, palmas, corazón de María y miami. Encima de los casilleros hay 40 ejemplares del periódico Universo Centro que nadie todavía se ha llevado. La casa tiene tres patios, todos ellos al aire libre, no tienen techo y conservan sus pisos en piedra original.
Fotografías: Manuel José Sierra Mejía.
Casual mente
Al lado izquierdo de la pila de agua sin agua está Marta García en su escritorio. Tiene una sonrisa en su rostro y las mejillas coloradas,tiene el pelo rubio casi tinturado de rojo, usa unas gafas de marco azul cielo y una blusa azul oscura sin mangas con flores rojas y azules, un jean azul oscuro y unos zapatos rojo vivo. Todo muy artesanal.
— Yo siempre he dicho que soy archivista por accidente… por la casualidad de la vida me encontré con esto— afirma Marta.
Detrás de ella hay tres fotos panorámicas de Medellín tomadas desde el Cerro Nutibara en los años 1928,1955 y 1968. El AHM tiene una página web donde se encuentran 380 mil registros de documentos. Mientras Marta mueve con agilidad sus manos robustas y busca en la web un archivo sobre religión, dice que los términos han cambiado con el tiempo y que en 1700 no se buscaría religión, sino fiestas religiosas. Cuando abre el documento, la letra del mismo es enredada y poco entendible, pero Marta estudió Paleografía y eso la hace descifrar los círculos y garabatos con destreza.
Marta conoce este lugar como la palma de su mano, se desliza por sus pasillos y llega hasta una gran puerta de madera, detrás de ella están los documentos. Cuando entra, cierra la puerta, se pone los guantes de nitrilo para poder tocar los documentos, y siente ese olor tan particular de este lugar: una combinación de aserrín y vejez; como ella lo define, “olor a archivo”.
Comienza a moverse entre todos los estantes de papel y toma el libro de actas del Concejo de Medellín 368-1936 y comienza a leer con emoción. Señala algunos empastados elegantes de color verdoso, pero también muestra “lo no tan bonito”, como dice ella. Unos dos metros a la derecha hay documentos con letras un poco borrosas, hojas rotas y pastas vinotinto rasgadas.
“La restauración es una tarea dispendiosa. Por ejemplo, a aquellos documentos restaurados, folio por folio se les hizo una historia clínica, es como cuando uno va al doctor”, cuenta Marta con seguridad en sus palabras.
El poder de las historias
— Huy esto pesa, esto pesa— dice Marta mientras coge un guion del radioperiódico Clarín.
— ¿Mucho? —
— Bastante. Es que está muy gordo — replica Marta, mientras forcejea con el libro, va en busca de una escalera para apoyar el guion del noticiero.
Marta ha llegado a una de las partes que más le gusta de ser archivistas, leer historias: “Se avisa en Dabeiba a Enrique Luis que viaje hoy a Turbo…”, lee Marta en voz alta. En ese tiempo no había celulares tocaba así.
Luego, leyó los servicios sociales del Clarín Matinal: “Se avisa en Salgar a Óscar Herrera que se recibió la encomienda. ¿Qué sería la encomienda?, todos nos quedamos con las ganas del chisme, porque no sabemos cuál era”.
Ella vive por las Torres de Bombona 30, su trato con todos es cariñoso, con su voz dulce y amable no dice Jaime, dice Jaimito, y a ella le dicen Martica. Lee a Saramago, en especial el libro Todos los nombres. Trabajar en el AHM la mantiene sensible y consiente del pasado.
“La mayoría de la gente cree que los archivistas somos las personas que estamos como aburridas cuidando estas montañas de papeles. Es el imaginario que tiene la gente, pero a mí me ha resultado muy divertido”, explica Marta.
— ¡Que no me la coja la tarde mi Martica!— expresa cariñosamente Claudia.
—¡Ah no! Porque salgo volada, ¿cuánto falta? — Pregunta Marta.
— 15 minutos, pero ya en 10 cierro la puerta— afirma Claudia.
Esto marcaba el fin de un recorrido por el AHM. Cuando se llega al frente de esa casa es como si se detuviera el tiempo, su acera de piedra sigue siendo la misma, pero la soledad la acompaña. Pero Martica lo explica mejor: “lo realmente importante de un sitio como este es que la gente venga y lo use”.