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Un adversario de la informalidad

Por: Alejandro Zapata Peña y Camilo Pérez Montoya


El mundo despertó este 2020 junto con un nuevo enemigo que iguala a la familia humana en una misma lucha: prevenir el contagio por el SARS-CoV-2 al costo de evitar la vida social y el ritmo frenético al que la sociedad estaba acostumbrada. El reto desde entonces ha sido salvaguardar la vida no solo de las personas, sino también de los estados. Esto ha llevado a que en los últimos meses los gobiernos hayan centrado su atención y esfuerzos en el sector económico puesto que, según el Fondo Monetario Internacional, el crecimiento económico a escala global para este año se estima en un - 4,9 %.


Dentro de este panorama, el sector informal de la economía se constituye como uno de los más afectados. Para la Organización Internacional del Trabajo se estima que de los 2000 millones de trabajadores informales que hay en el mundo, cerca de 1600 millones están siendo afectados por las medidas de aseguramiento implementadas por varios de los estados. «“Morir de hambre o por el virus” es el dilema que enfrentan muchos trabajadores de la economía informal», asevera la OIT en su informe sobre la crisis por la COVID-19 y la economía informal.


De acuerdo a cifras del DANE de la Gran Encuesta Integrada de Hogares GEIH (febrero 2020), en Medellín la tasa de desempleo es de 40.8 %. Dentro de aquel porcentaje se encuentran Egidio Peña y Luz Mila Ossa que con su emprendimiento han construido 42 años de tradición zapatera y seguidamente Clara Montoya, que junto a su familia ha levantado un negocio de comidas rápidas en el barrio Manrique, el cual ha perdurado como uno de los más exitosos del sector. Sus historias le ponen rostro al reto que ha representado la coyuntura para los trabajadores informales, el vaivén y los esfuerzos por sobrevivir a la pandemia.


Máquinas bajo sábanas

Un buen tiempo se silenciaron estas máquinas en el taller de Creaciones Elizabeth. Foto: Camilo Pérez.


“El arte más olvidado y despreciado”, así denomina Peña a la actividad que por más de 40 años le ha dado de comer a su esposa y a sus hijos. En tiempos de confinamiento: suelas, plantillas, empeines y demás fragmentos del zapato parecen estar desapercibidos en el corto pero fructuoso taller situado en la comuna 9 (Buenos Aires), al oriente de la ciudad. Los dos se encuentran lijando en el taller una silla de madera destinada para su hija Elizeth, no es la primera vez en los últimos meses que se ven obligados a ocuparse de otro tipo de oficios diferentes al de estar pegando, cosiendo y ensamblando calzado.


Ellos hacen parte de los 1600 millones de trabajadores que hoy en el mundo están obligados a producir o vender menos a lo que estaban habituados. Corría el año de 1985 y Creaciones Elizeth, —como llamaron su microempresa— producía la suma de 500 pares de zapatos elaborados a su totalidad y paso a paso cada semana, en ese entonces la microempresa fue altamente reconocida por la gran calidad de zapatos que fabricaba la pareja junto a sus 25 trabajadores, llegando así a ganarse Ossa el reconocimiento a la mejor microempresaria de Antioquia.


La suerte que hoy corre Peña y Ossa en cuanto a la manufactura del calzado no es la mejor, las cerca de seis máquinas con las cuales fabricaban el zapato completo, hoy permanecen bajo sábanas, “Aquí no apoyan al pequeño, nunca lo apoyan, lo tratan de asfixiar y ahogar”, son algunas de las frases en las que enfatiza Peña al estar lijando la silla de su hija con mirada concentrada y cavilando qué le deparará el futuro de su negocio en plena coyuntura pandémica.


A lo largo de la pandemia de 20 a 50 pares semanales de tan solo la parte superior del calzado es lo que logran producir, de este rendimiento gran cantidad va a parar a vendedores de locales comerciales del centro de la ciudad, —uno de los sectores últimamente más afectados por cierres y contagios—. Tanto para Peña como Ossa las esperanzas de una reapertura fija del comercio están intactas para poder así tratar de alcanzar aquellos números de zapatos que producían antes de todo el desbarajuste.


Con el miedo en un lado y la necesidad en el otro



“Como si estuviera por allá encerrado”, así describió Clara Montoya la calidad de la llamada telefónica cuando se disponía a contar la historia de su negocio, casi haciendo una metáfora de la situación actual. Desde hace 15 años, doña Clara junto con otros socios, entre ellos su hija, trabaja en su negocio de comidas rápidas ubicado en el barrio Manrique Oriental. Con sus empanadas, papas y pasteles se han hecho reconocidos entre la comunidad que, asegura Montoya, gusta mucho de su producto.


<< Con menores volúmenes de ventas, este nogocio en Manrique se ha mantenido en pie.

Foto: Alejandro Zapata.


“Hay que volear mucho, pero da para que le quede a uno algo… Eso antes de la pandemia”, expresa Clara refiriéndose a un tiempo de abundancia del que ya se dista mucho, puesto que durante el confinamiento muchas han sido las consecuencias. Los clientes tradicionales del negocio tienen miedo de salir a comprar y no cuentan con los mismos recursos de antes para hacerlo, puesto que el desempleo ha aumentado y “la gente va a preferir comprar un paquete de arepas que un pastel”, dice Juan Pablo, el hijo de Clara.


El negocio ha podido seguir funcionando gracias a un permiso expedido en la acción comunal del barrio. Montoya y su familia intentan mantener las medidas de seguridad como el lavado de manos; el uso del antibacterial, guantes, tapabocas y distanciamiento social, asimismo usan cintas señalizadoras para separar a la gente. Sin embargo, el trato con las personas se ha vuelto más complicado, puesto que en el intento de cumplir con las medidas de seguridad y a la vez brindar un buen servicio, las personas se molestan por lo que ven como trabas para comprar el producto.


A las dificultades se le suman las constantes intervenciones de la policía para establecer controles en las actividades del negocio a pesar del permiso con el que cuentan. Son frecuentes los llamados de atención por el funcionamiento durante el confinamiento y la aglomeración, y constante la amenaza de un comparendo. Continuar trabajando representa un riesgo y un miedo constante que esta madre de dos hijos describe como una confusión horrible, pero que aún así está dispuesta a tomar porque “usted sabe que uno tiene que reinventarse”, dice ella.


Para Clara Montoya las medidas que ha tomado el Gobierno no responden a las necesidades de negocios como el suyo. Ella y su hijo concuerdan en que la apertura parcial de la economía emprendida desde la Administración Nacional han estado encaminadas a otro tipo de comercio, pero no a ayudar a las personas que no tienen un trabajo estable, quienes como ellos deben continuar laborando atenidos a las diferentes consecuencias de desacatar la ley.


El negocio conocido como Empanadas de Trasmayo ha tenido que despedir a los tres trabajadores con los que contaba antes de la coyuntura por la COVID-19. “Ahora solo trabajamos nosotros (ella y sus hijos) para lo poquito que se hace, a veces no se vende todo”, asegura Montoya. A pesar de todo, Clara es consciente del enemigo al que se está enfrentando: sabe que el riesgo de contagio es real y que la clausuración de la economía responde a un intento por salvaguardar el bienestar general.


Clara Montoya reconoce que recuperarse de los efectos de la pandemia será un proceso difícil, sin embargo, invocando la gloria de su Dios, expresa la vibrante esperanza de que una vez se reabra la economía puedan empezar a reconstruir lo que perdieron. Ella y su hijo saben que “eso no va a ser para mañana ni para pasado mañana”, pero está expectante de que para el bien de todo el mundo la situación empiece a ofrecer un mejor semblante.


Los Peña y los Montoya reflejan el drama de un sector económico golpeado por una situación que socava las bases del trabajo informal. El sentimiento es compartido: la añoranza de épocas no muy lejanas donde sus negocios daban los frutos del trabajo de muchos años, la sensación del abandono estatal en medio de la zozobra y la expectativa de un mejor porvenir. Son estos los pensamientos que abundan en el quehacer de muchos de los trabajadores informales que en medio de la pandemia articulan diferentes estrategias para sobrevivir a una lucha entre el temor y la carencia.


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