En Bellavista hay una buena señal
- Contexto UPB
- 30 jul
- 10 Min. de lectura
Por Valeria Hernández Martínez / valeria.hernandezm@upb.edu.co
Nos alejamos de Medellín y el paisaje se tiñe de un naranja rojizo, característico de los ladrillos en las fachadas de las viviendas aledañas a la carretera que conduce al sector de Machado, que deja de ser la carrera 44 y se vuelve la diagonal 45 de la creciente ciudad de Bello, metros después de un frustrado autódromo que lucha contra la maleza. A la orilla contraria, imponente, se levanta una edificación azul y blanca cuya cornisa está repleta de metros y metros de alambre de púas. No puedo evitar tragar un poco de saliva al ver como una inmensa puerta vehicular nos da ingreso al hermético primer filtro de acceso.
El frío gélido de las 7:00 a. m. se infiltra por entre las ventanas a medio abrir. Estamos a la espera del dragoneante Sepúlveda, quien cuenta con nuestras autorizaciones de ingreso. Conforme la espera se intensifica, un bus se estaciona detrás de nosotros, del cual bajan personas en fila y esposadas entre sí. Algunos tiemblan y chasquean sus dientes y es difícil saber si se trata de una reacción al clima o a otro tipo de elementos externos. Reconozco que no es un panorama sencillo, sabiendo bien que nunca me he enfrentado a este tipo de entornos.
El docente de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) y director de su Centro de Producción Audiovisual, Álvaro Hoyos, estaciona su vehículo para proseguir con el registro necesario para ingresar al Centro Penitenciario Bellavista, el cual, contrario a cualquier prejuicio, recibe a sus visitantes de brazos abiertos —claro está, siguiendo todos los lineamientos necesarios—.
Cuando le comenté a mi familia sobre mi visita a, quizás, uno de los lugares más inusuales a los que me ha llevado mi trayectoria como periodista amateur, me advirtieron de tener cuidado a la hora de ser requisada al ingresar, sin embargo, los rigurosos filtros no se sintieron invasivos más allá de todo lo protocolario. Trato de concentrarme cuanto más puedo y aguzar todos mis sentidos, puesto que a partir de este punto, todas mis pertenencias se quedan atrás.
Guiada por Hoyos, atravesamos un pasillo con decoraciones alusivas al buen comportamiento y a los valores institucionales del recinto. El docente me pregunta cómo me siento y con gran naturalidad, respondo que no tengo tantos nervios como pensaba. Atravesamos un espacio con poca iluminación, donde se realizan las visitas conyugales. El policía de turno en aquel espacio saluda efusivamente y nos permite pasar a un pasillo en las zonas abiertas y verdes del lugar. La mayoría de hombres porta pantalones caqui con naranja, escucha música en radios y se desplaza en grupos por doquier.
Una enorme pared de ladrillos blanca permite ver a través de su cima alambrada las imponentes montañas de la ciudad, los edificios y el verde característico de nuestra “eterna primavera”. Abajo, un mural que lee “los sueños son libres”. Hay figuras religiosas, uno que otro gato que se pavonea entre las personas y para mi gran sorpresa, un estanque de peces. Sin tener mi reloj a la mano, calculo que deben ser un poco más de las 8:00 a. m., aún así, hay un gran movimiento de funcionarios y privados de la libertad que hacían tareas de cuidado de los espacios.
Bajando un par de escaleras, en una esquina en la que jamás me hubiese fijado, un letrero anuncia el ingreso al Centro de Producción Audiovisual de Bellavista, con un estudio televisivo dotado con cámaras y equipos gracias a la UPB. Es posible encontrar la Radio Penitenciaria de Colombia (RPC), la primera del país en emitirse desde una cárcel y ser escuchada por más de 50.000 personas, patios de diversos recintos carcelarios, familiares de reclusos y señales reportadas de oyentes desde el extranjero.

Luces, cámara y antes de la acción
Los orígenes del canal Bellavista Televisión se remontan mucho más atrás de la intervención de la UPB. En 1990 se comenzó a evolucionar gradualmente el sistema penitenciario del país, con el fin de resocializar a los reclusos en pro de generar espacios para la comunicación y la adquisición de conocimientos en habilidades afines a la producción y edición de material audiovisual. Posteriormente, el surgimiento de Bellavista Stereo, la emisora del establecimiento carcelario se incorporó a esta iniciativa que incluye también a personal del Inpec (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario) y ha servido de ejemplo para otros centros penitenciarios nacionales que han desarrollado sus propios proyectos radiales o televisivos que abordan temas de interés general tanto para reclusos como para la sociedad en general.
En 2017, Durán, un dragoneante activo en aquel entonces en Bellavista, se pone en contacto con el docente Hoyos, solicitando ayuda para el Centro de Producción de Audio y Video (Cepav). Despertando el interés del docente, acuerdan verse en el campus universitario, donde Durán comenta que los inicios del Cepav se remontan años atrás, cuando se instalaron más de 200 televisores dentro del centro penitenciario que posteriormente fueron removidos por el director de entonces. Sin embargo, la estructura de los televisores seguía intacta, lo que llevó a un acuerdo con Cable Bello para la realización de productos audiovisuales en una frecuencia del canal que pudiera ser visto en las celdas.
Ese mismo año, la Arquidiócesis de Medellín encargó a la UPB el cubrimiento de la visita del Papa Francisco al Centro de Eventos La Macarena. Para esto, se utilizó una unidad móvil, la cual fue adaptada de lo análogo a lo digital y a bordo de la cual se hizo el cubrimiento del evento por parte de un equipo conjunto de la UPB y el Cepav. Es así como Bellavista recibe su primera gran donación de equipos por parte de la institución educativa.
El proyecto recibió un golpe sorpresivo cuando el Dragoneante Durán falleció. El proyecto quedó pausado indefinidamente. Aquello, hasta que, a inicios de 2025, el nuevo encargado, el dragoneante Sepúlveda, buscó ponerse en contacto con Hoyos para reactivar el Cepav. Previamente, se habían donado micrófonos, consolas, cámaras, trípodes y demás elementos para el desarrollo de actividades en la radio y en el canal televisivo, sin embargo, algunos de estos ya no se encontraban en el mejor estado. De la mano de proveedores aliados a la UPB, se dotaron nuevos equipos para el uso de los reclusos y se comenzaron a impartir clases de lenguaje audiovisual y de imagen, que recopilan una gran variedad de temas de interés para el desarrollo y producción de videos y otros productos.
Hoyos espera escalar este convenio en algo más allá de los cursos y las dotaciones. Espera convertir esto en algo interinstitucional que pueda ligarse al área de formación continua universitaria, debido a las oportunidades que brinda a futuro para el desempeño laboral de los privados de la libertad. De la mano del rector de la UPB y del director de Bellavista, busca generar espacios de intercambio entre ambas instituciones, puesto que tienen infinidad de conocimientos que compartir, construidos por la experiencia profesional y el estudio que estas personas tienen de la materia, incluyendo cátedras universitarias con miembros del programa. Esta formalización ha madurado progresivamente y ahora es cuestión de tiempo que la secretaría general dé su aval para finalizar el vínculo. “Las rejas están en la cárcel. Si ellos (los reclusos) aprenden y trabajan, van a poder generar maneras de sentirse libres en su espíritu”, recalca Hoyos, añadiendo también que “incluso hay gente en la calle que se siente presa por muchos motivos. (…) Está en nuestro ADN como comunidad Pontificia ayudar a los otros”.
Un latido común audible entre micrófonos
Al entrar al Cepav, Hoyos me muestra el lugar donde se desarrollará el curso del día de hoy. No es un espacio particularmente grande, cuenta con un muro lleno de repisas con los implementos donados por la UPB, unos dos o tres computadores en perfectas condiciones, anaqueles que, asumo, serán para mayor almacenamiento y una particular lámpara con forma de luna que se enciende y apaga intermitentemente, dándole una sensación fresca al lugar.
Hoyos saluda jovialmente a quienes ingresan por la puerta, listos para la que sería la segunda clase dictada por el docente en estas instalaciones. Me dispongo a encontrar un buen asiento en la medialuna formada por las sillas para los asistentes y no es hasta luego de haber recibido un vaso de agua que arriban el dragoneante Sepúlveda y otro par de privados de la libertad a la sala, a quienes el docente me introduce: “Es periodista del medio universitario Contexto UPB. Viene a acompañarnos hoy para escribir sobre estas iniciativas audiovisuales dentro de Bellavista”.
Comparto un saludo cordial y breves apretones de manos mientras me indican sus nombres y me explican que trabajan en la cabina de la RPC. Escucho atentamente, hasta que me solicitan una entrevista en vivo desde la cabina radial. “¿Yo? ¿Una entrevista?”, pienso. A pesar de haberlas realizado tantas a otras personas a lo largo de mis estudios, nunca se me ocurrió que alguien podría tener interés de realizarme una a mí. Accedo sin pensarlo mucho.
En la pared al fondo del reducido espacio, las enormes letras RPC anuncian con gran orgullo a que se destina este lugar. Frente a dicho letrero, es posible hallar una consola equipada y un par de monitores de gran tamaño, útiles para la dirección de la radio. El techo se adorna con luces led que cambian de color cada cierto tiempo. Un par de mesas juntas albergan ordenadores, micrófonos Rode, sillas de escritorio y para mi gran sorpresa, fuentes y camas para una gata inmutable de cuya presencia casi no me percato.
En esta radio participan comunicadores sociales y periodistas, tanto de profesión, como empíricos. Es un espacio de constante aprendizaje y crecimiento, donde cada invitado que arriba, pasa a ser parte de la extensa historia, aún en desarrollo de la RPC. La cabina, modernizada y dotada gracias a la iniciativa de los reclusos y de la UPB, me recibe calurosamente con música sonando por lo bajo para poder hacer audibles las voces de quienes me hacen un espacio en la mesa principal.
Los reclusos me explican que estos espacios son comunes para sus oyentes, donde invitados han pasado por la cabina a contar sus historias o su relación con las iniciativas del Cepav. “El docente Hoyos ya ha venido muchas veces. Nos encantaría que nos brindaras un punto de vista diferente”, dicen. Aún con los nervios de saber que mi voz retumbaría en los parlantes de muchos centros penitenciarios del país en pocos minutos, me dispuse a tranquilizarme para responder todas las preguntas que me realizaban, las cuales variaron desde el propósito de mi visita como estudiante, la relación de la UPB con Bellavista, mis motivaciones tras la elección de estudiar mi pregrado y demás temas afines.
En las pantallas de los ordenadores, puedo ver los mensajes en directo que llegan a la radio de seguidores solicitando canciones. “Es mi primera vez en la radio”, digo, una vez me indican que estamos fuera de aire. Los presentes se sorprenden, aludiendo a mi manera de responder. El dragoneante Sepúlveda incluso cuestiona mi acento, preguntándome si vengo de otra región del país por mi vocalización y neutralización. Entre risas, recibo cálidas bienvenidas en caso de un futuro regreso y menciones de que es bueno dar visibilidad a estudiantes universitarios sobre iniciativas y temáticas como lo es el Cepav de Bellavista.
Sesión de capacitación orientada por el director del CPA de la UPB. Foto: Agencia de Noticias UPB.
Dentro del aula de la medialuna
Con manos temblorosas, salgo de la cabina hacia el salón donde Hoyos dicta clase a los privados de la libertad. Es una locura, ¡acabo de salir al aire en la radio! Me hubiese encantado avisar a todos mis familiares y allegados en el momento para que pudieran haberlo oído. Al ingresar al espacio, el docente se encuentra explicando las fases de la producción audiovisual.
Hay más de 10 personas sentadas escuchando activamente. Algunos escriben en libretas, mientras que otros participan con gran entusiasmo: Es inspirador ver cómo cada uno tiene una manera diferente de aprender. Hoyos habla con apropiación y recurre a una gran variedad de términos, ejemplos y recursos audiovisuales que pueden interesar a su público: la importancia del trabajo en equipo en la televisión, géneros y formatos de la grabación de contenidos, uso de planos y ángulos, riesgos en un set, entre otros. Me sorprendo al ver cómo los privados de la libertad hacen alusión a conocimientos previamente adquiridos en el curso, mencionando interfaces de edición con las que ya se encuentran familiarizados, comentando sobre fotogramas y demás temas que a mí misma me costaron semestres enteros en memorizar.
El tiempo destinado para estos cursos va desde las 8:00 a. m. hasta las 12:00 m., aproximadamente, puesto que después de dicha hora es difícil el ingreso y la salida del centro penitenciario. Es por esto que Hoyos busca optimizar el tiempo al máximo, pasando a una especie de segunda clase del día: gramática del lenguaje audiovisual. Al tomar en cuenta lo previamente explicado, procede a enseñar sobre el uso de planos, ángulos e iluminación, a sacar provecho del movimiento en la cámara, a relacionar de forma sensata el sonido y la imagen y a resaltar el sentido de pertenencia de sus aprendices enfatizando en que cada persona tiene un área de interés en la que puede ahondar a la hora de realizar proyectos.
La clase llega a su fin cerca del mediodía. Entre agradecimientos y elogios, los privados de la libertad se despiden de Hoyos, quien pide a todos repasar atentamente sus notas y los conceptos estudiados en las clases realizadas hasta aquel entonces, puesto que realizará un examen evaluativo al finalizar el curso. Me enternece ver cómo le preguntan al docente si es posible que comience a regresar dos veces a la semana, en lugar de una sola, quizás en ansias de exprimir al máximo los aprendizajes y espacios fuera de la rutina que mantienen a todos los reclusos entretenidos y motivados al adquirir nuevas habilidades que podrán poner en práctica en un futuro.
Un mundo de posibilidades, a pesar de los sesgos
Los centros penitenciarios como Bellavista son espacios de cambio, inflexión, reconstrucción y autodescubrimiento. No sólo para sus reclusos, sino también para quienes entramos de manera expectante y con una guardia más alta de lo que se requiere. Esto me lo demuestra la amabilidad con que fui recibida y con la que me despiden mientras hago el mismo recorrido que hice al ingresar para salir junto a Hoyos. Un par de personas lo intercepta en el corto camino, disculpándose por no poder estar en la clase del día y pidiendo que envíen los archivos utilizados por el docente de forma impresa al dragoneante Sepúlveda –encargado de coordinar los ingresos y horarios de los cursos con el docente–, para así poderlos estudiar al no haber estado en la explicación.
No es extraño en este tipo de establecimiento el generar sesgos y cierto temor a ojos de una sociedad discriminatoria, sin embargo, las iniciativas de aquellos quienes están motivados a crecer y salir renovados, demuestra ser más grande que cualquier prejuicio dentro del Cepav. Hoyos me pregunta cómo me sentí. Asiento levemente antes de responder positivamente, “Donde no tengas (contenido suficiente) para sacar un texto… imposible”, me dice, entre risas y evidentemente debo darle la razón.
En fechas más recientes, posteriores a mi visita, Hoyos ha continuado con los cursos afines a producciones audiovisuales en el Cepav, y la RCP ha desarrollado diversos productos, como un podcast en el cual acogieron al jugador de fútbol Juan Guillermo Cuadrado como invitado e incluso una radionovela titulada “Estratos de amor” que busca retratar una perspectiva distinta del romance y los estratos socioeconómicos con relación a los centros penitenciarios.
La mayoría de privados de la libertad con quienes pude interactuar de primera mano mantienen una actitud de optimismo frente a su estatus, recordándose que nada nunca será para siempre y que cada persona es una construcción de fragmentos de instantes y momentos. Suspiro mientras el auto que conduce Hoyos nos vuelve a acercar a esa conocida jungla de concreto en que vivo. Debo contar esta experiencia al mundo, porque a diferencia de los momentos, los recuerdos que me llevo sí serán para siempre.
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