En la Feria también ruedan tradiciones de familia
- Contexto UPB

- 6 ago
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Actualizado: 13 ago
Por Valeria Uribe Rengifo / valeria.uriber@upb.edu.co
Medellín, la ciudad de la gente, de sus sonrisas, de su calidez contagiosa. Medellín, la ciudad de colores rebosantes, de saludos entre desconocidos y momentos únicos. Medellín, la Medellín de las ferias y fiestas, la del orgullo paisa. La Medellín de tradiciones, la Medellín montañosa que florece.
Sábado 10 de agosto, Feria de las Flores, desfile de autos clásicos y antiguos. 7:50 a.m. el evento tiene novedades en su desarrollo, parte de un nuevo recinto, la Universidad Pontificia Bolivariana, existe expectativa, esta es la vigésimo séptima edición del desfile, autos convertibles.
Mañana fría, silenciosa a la hora, el cielo clarito, poco movimiento, los parqueaderos empedrados entre el bloque 11 y el bloque 9 de la universidad son el lugar en el que aguardo, estoy identificando la dinámica del espacio, observo, y cómo si de un suceso de aquellos inexplicables se tratara, giro la mirada, sin haber aguardado mucho, y veo cómo se aproxima una de esas camionetas que son imposibles de no voltear a ver, de esas que encuentras por ahí muy pocas veces, de aquellas que les revuelven los recuerdos a los padres y abuelos de muchos, una Mercury M-100 modelo 59.

Una camioneta quizás azul, quizás verde clarito, depende de a quién le preguntes; pero si le consultas a su dueño, es color verde marfil. La camioneta de don William Pérez, el señor de mirada tranquila, ese que a simple vista se sabe que tiene las más bellas cualidades, que preguntarle algo es fácil por la sonrisa con la que te recibe.
Parquea el vehículo en el lugar indicado. Me presento. Le pido un ratico de su tiempo, me sonríe, no es bueno para hablarle a una cámara o a una grabadora, pero le encanta el desfile, le encanta la gente, le encanta compartir su pasión; no se niega, pero me invita a hablar con ella.
Me dice que ella, su nieta Laura, me responderá todo lo que necesite, que ella sabe todo lo necesario. No mintió, Laura, una joven de 23 años, me saludó, apretó mi mano, y comenzó a contarme como si se tratara de un guion, la historia detrás del vínculo de su familia y el evento y la razón por la cual esa mañana, habían tres personas allí, don William, doña Emperatriz y Laura, la nieta que va a mantener viva esta tradición en la familia Pérez, porque ama los carros tanto como su abuelo lo hace, eso dice doña Emperatriz, quien sonríe mientras la mira y agradece el amor que le tiene a esta tradición que tanto la hace vibrar a ella, a su esposo y claro, a Laura.

Laura puede decir que toda la vida ha hecho parte del desfile porque según su abuelo desde los dos años asiste y según ella es desde los seis. Hay un tema que resolver ahí, pero en medio de las risas a ambos les encanta hacer suyo ese espacio, porque siempre ha sido así.
Ella, como la determinó don William cuando me estrechó la mano, la contadora, la joven de ojos brillantes, presencia segura, cabello rubio y sonrisa risueña, me explicó que hace 20 años la camioneta participa en el evento y que cada año preparan con meses de antelación la vestimenta y la temática con la que adornarán la camioneta y siempre, asegura, procuran que el nuevo desfile supere al anterior. Este año lo que buscaron fue honrar la cultura cafetera, mandaron a hacer unos chalecos en colores ocre y crema para estar a juego y fueron a Fredonia días antes a fin de comprar unos palitos de café para adornar el volco de la camioneta junto con unas hortensias azules y blancas que combinaban a la perfección con las canastas, el verde de los palos de café y sus trajes.

Laura Pérez, la que le dice pa a su abuelo, a la que a leguas se le siente el amor por esto, el amor por el hombre y la mujer que están a su lado, el amor por lo que dice, por lo que cuenta y por la historia de su familia, te conquista inmediatamente y te hace sentir esas chispas en el estómago por la pasión que detalla.
Cuenta que ha crecido tanto el gusto por estos vehículos, que su carro del diario es un Willys modelo 54 que tiene hace 4 años. Ella siempre recalca que esto es una pasión, un amor pa’ toda la vida, que espera pase de generación en generación y cree que esto sucederá cuidando al carro y amándolo mucho.
Emperatriz Medina, la mujer de altura media, de esas que frunce el ceño cuando estas lejos y cuando te le acercas tiene una sonrisa dulce, la mujer que lleva veintidós años asistiendo al desfile y compartiendo esta pasión con su esposo. La que se siente exclusiva y muy contenta al asistir cada año a este evento. La que se siente muy orgullosa de que Laura se haya enamorado de este cuento, porque como lo dice su abuelo, ella se pegó sola. Doña Emperatriz está segura de que si algún día su esposo falta, su nieta continuará con la tradición, porque a pesar de que a su hijo esto no le suena mucho, Laura es una apasionada y eso a ella le encanta.
William Pérez, el señor de 68 años, un hombre cercano a la vez cauteloso. Servicial como ningún otro, el de gafas cuadradas y sonrisa tímida. Al que desde siempre, desde pelao’, le han gustado los carros viejos, al que no le falta la bendición por la mañana cuando hay desfile, ese, don William, el que antes de la camioneta Mercury M-100 modelo 59 que tiene actualmente, había tenido seis antiguos, como el Simca, Ford 54, Ford 56, Willys, Comando, Renegade 77 y la Wagner.
Don William, el que dice que vio esta camioneta en el año 2004 y se enamoró, porque era un carro distinto a todos, un carro de lujo en la época, exclusivo; el mismo señor que dice que con los años este gusto no se le acaba, me contó qué el vendedor tardó casi un año en entregársela, pero eso no le impidió visitarla todos los días para sobarla en el parqueadero en el que estaba. Apenas le fue entregada, comenzó el proceso de restauración, quitó cada pieza no original del vehículo y se dedicó a recobrar la esencia de la camioneta, remplazando hasta los frenos de aire por los frenos de fábrica. Actualmente, luego de muchos ires y venires, de muchas horas de don William dedicadas a la Mercury en taller, se encuentra en proceso de búsqueda de las placas de antigüedad, ahora que está jubilado y se dedica a organizar carros y a consentir su camioneta.
"Todo, todo, todo está como vino el carro: fresnos, dirección mecánica, todo." William Pérez hablando de la camioneta.
Dentro de los preparativos para el evento, la familia debe enviar fotografías del vehículo, posteriormente se verifica la originalidad y el estado de este, para luego hacer el pago de la inscripción. Días antes del evento don William prepara con gran detalle la camioneta, la mima, la ama, y eso se siente, la adora y la sonrisa en su rostro lo delata.

Inicia el desfile, 10:30 a.m. sonidos por doquier, grandes motores resuenan, bocinas de todo tipo suenan al unísono, el sol llegando a su punto más alto y a pesar de lo que esto podría significar, las personas bordean la vía de salida de los autos, nada les impide presenciar el comienzo del desfile. Vehículo 231, allí van don William, doña Emperatriz y Laura, sonriendo, llenándose de la alegría con la que también se colman los presentes.
Apenas salieron de la universidad sintieron el cambio en la ruta. Fue toda una nueva experiencia vivirlo desde la UPB. Muchas personas, se sentía lo magno del evento de apertura, Laura compara esta edición con la tradicional en la sede de El Colombiano, en dónde, a pesar de ser abierto al público, el aforo era más reducido, con menos movimiento. Sintieron algunos problemas en la logística, claro, hubo bastantes cambios, pero se lo disfrutaron a cada kilómetro bajo el abrazador calor que cubría a la ciudad en ese momento.
Laura dice que el valor del desfile reside, en gran medida, en enseñarles a los más pequeños de la historia de la ciudad tras estos vehículos, a la par que se les transmite el amor por esta pasión que tantos corazones moviliza. Y no miente, porque los niños lo adoran, preguntan, se suben, piden fotos, van de aquí para allá, los ojos les brillan cuando ven un carro de estos pasar.
El desfile partió de la UPB, continuó por Bulerías y la 33, posteriormente tomó la autopista Sur y luego la avenida Regional, pasando después por la avenida Ferrocarril y Las Vegas, hasta llegar a la universidad Eafit, donde culminó en horas de la tarde.
Viajaron en el tiempo, sentían que el desfile, este año, semejaba a los desfiles de antes que circulaban por las vías que hoy conocemos como secundarias. En algún momento el desfile tuvo mucho protagonismo recorriendo las calles del barrio Laureles y Floresta; esa ruta era más cercana, más con la gente, tal como lo sintieron en esta ocasión.
Igual que en cada desfile, no hubo novedad alguna con el vehículo, como dice Laura, se portó súper bien, como siempre lo hace. Desafortunadamente, no tuvieron la misma suerte una Ford, similar a la Mercury y un Willys azul clarito, autos que ayudó a desvarar don William, tal como siempre lo hace, eso le gusta, disfruta ayudar, sabe demasiado de carros, y procura que el otro esté bien.
"De las mayores cosas que yo quiero aprender de mi abuelo es la virtud del servicio; siempre el servicio a los demás, siempre está para los demás. Entonces ese es como un objetivo de vida". Laura Pérez hablando sobre su abuelo.
Este desfile abrió las puertas para que muchos de los espectadores ingresaran al lugar de apertura y de cierre del evento. Fue bastante diferente, dice Laura, pero le parece bonito que las personas puedan disfrutar como lo hicieron aquel día de los autos.
Los Pérez no suelen ingresar al lugar en dónde culmina el desfile, pues para la tarde ya se encuentran bastante cansados y lo único que desean es llegar a casa y descansar un poco. Pero este año decidieron entrar, lo hicieron a las 4 p.m. y se lo disfrutaron con el tradicional salpicón, del que cuenta Laura; ese que cada año reparten a los participantes. Este postre también hace parte de la costumbre del evento; todo este suceso es una tradición.
"Todos los años dan un salpicón, entonces es como ya una tradición". Laura revela una de las tradiciones del desfile.
A las 5 p.m. salieron, fueron a comer algo para comentar sobre el evento, estar juntos y hablar de cómo les fue. Y así esperar al próximo, para perpetuar en el tiempo esta bonita tradición de la familia Pérez, del amor que se tienen y que le tienen a esta pasión.
Luego de haber hablado con los tres, a pesar de aquellos imprevistos que pudo tener el evento en la presente entrega, siempre coinciden que este desfile es y será el momento del año más esperado, debido al legado tras esta tradición, al empeño que disponen en el cuidado, decoración y preservación del vehículo. Pues, a pesar de que salen en la camioneta en cada ocasión posible, es innegable que esta siempre se sentirá como la vivida muestra de la unión que han construido entre los tres; este evento es el símbolo cúspide del vínculo que se consolida con cada año que pasa y esperan que eso nunca cambie.
“Mi abuelo es el amor de mi vida, así sea un viejito cantaletoso” dice Laura entre risas, mientras lo mira de lejos consentir la camioneta.

























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