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Suena una alarma desde el confinamiento

Por: Ana María Gaviria Ramírez/ana.gaviria@upb.edu.co


El aislamiento ha empeorado el estado de la salud mental, especialmente en los jóvenes. Armando es un ejemplo de hasta dónde pueden llegar estos síntomas.


Ese sábado, 3 de septiembre del 2020, a las 10:30 p.m., Armando Díaz se dirigía a guardar el taxi que acompañó sus luchas y desdichas. El pequeño carro amarillo que escuchaba los continuos reproches, pero que ahora atesoraba para sus amigos la personalidad máscara que ocultaba la ansiedad.


Las 10:30 p.m. era la hora de irse a descansar. El trabajo del día, las horas esperando en una calle concurrida del parque de Copacabana alguna carrera habían hecho estragos en su cuerpo y mente. En su casa, en el barrio Fátima del mismo municipio, lo esperaban Daniela, su cuñada; José, su hermano y, Carmen, su mamá; personas que, aunque acostumbradas a su personalidad callada y misteriosa, estaban contentas con su llegada.


<< Los problemas de salud mental se viven en silencio, en medio de la rutina.

Foto: Daniela Gómez Isaza.


La noche de ese sábado, Armandito —como le decía Daniela de cariño— entró a la casa, probó algún bocado de comida y, como era costumbre, decidió quedarse un par de horas jugando en su celular un popular juego llamado Free Fire. Este pasatiempo, tanto para él como para la mayoría de los jóvenes de su edad, 20 años, se había convertido en un espacio de conectividad y dispersión con amigos durante la pandemia causada por el SARS-CoV-2.


El miércoles 25 de marzo de ese mismo año, día en que comenzó la cuarentena obligatoria en Colombia. El encierro, las clases virtuales, la falta de interacción física y emocional dejaron estragos en la población y, tal como lo indica la Personería de Medellín, desde el 14 de mayo aumentaron las llamadas al 123 por temas relacionados con el suicidio. Pasaron de un promedio de 650 mensuales a recibir 5.850, esto corresponde a un aumento del 300%.


Una llamada pudo ser la solución. Armando es un ejemplo de lo difícil que es tener una cifra exacta, pues algunos de los potenciales casos se abstienen de pedir ayuda. Sin embargo, Natalia López Delgado, subsecretaria de Salud Pública de Medellín, advirtió, a través de la oficina de prensa de la Alcaldía, que la Línea Amiga para la salud mental se encontraba disponible las 24 horas, los siete días de la semana.


La noche siguió corriendo para Armando. Luego de terminar lo que él llamaba una “partida” en el tan mencionado juego se acostó a dormir. No sin antes dejar un breve mensaje de buenas noches para su novia Natalia, joven con la que llevaba aproximadamente cuatro años de noviazgo.


Ella estuvo presente durante varios intentos de suicidio que experimentó el joven; uno de ellos en el 2013, cuando él tenía 17 años. Su familia lo encontró convulsionando en la sala de la casa. Inmediatamente fue llevado a la Clínica Bolivariana de Medellín donde estuvo en coma durante cinco días. Al despertar, Natalia decidió terminar la relación, pues se encontraba expuesta a múltiples dudas. La noticia fue abrumadora para Armando y, entendiendo los antecedentes junto con el mal manejo de las emociones, apareció aquel impulso que lo llevó a intentar lanzarse del quinto piso de la clínica. A lo mejor para él era menos doloroso el duro pavimento que amortigua la caída que una ruptura amorosa de quien consideraba la mujer perfecta. La pronta respuesta de las enfermeras que cuidaban de él impidió el acto.


Las decisiones de los jóvenes en momentos de presión son precipitadas. Al final la pareja solucionó las diferencias. Para ese sábado de septiembre la relación seguía, pero ese mensaje de buenas noches contenía las últimas palabras que Natalia leería de quien ella consideraba el amor de su vida.


A la mañana siguiente la normalidad se interrumpió en la casa de los Díaz. Una pequeña frase, de aquellas que muy poco se atienden pero que retumban para siempre en la madre de Armandito.

Mamá, estoy aburrido.


Así, la casa se quedó en silencio. Sin embargo, basados en la personalidad de Armando y su continua inconformidad con lo que lo rodeaba, su familia ignoró la queja.

Está listo el desayuno, gritó Daniela.


No hubo respuesta. El ambiente era tenso. Esa mañana no hubo huevos calientes sobre el comedor, más bien, por el afán de salir a realizar las comprar rutinarias, Carmenza, José y Daniela se apuraron en comer un pequeño pan con algo de café tibio. Armando no estaba interesado en recibir bocado de comida, ni mucho menos en ser partícipe de las compras.


Sobre las 10:30 a.m. su mamá, hermano y cuñada se aproximaron a la puerta con la intención de salir un par de horas a comprar un tarro de pintura, necesario para poner un poco más bonita la casa.

No quiero ir, me quedaré jugando Free Fire, dijo Armando.


Fueron las últimas palabras que oyeron de él. Un par de minutos después se aproximan hacia la salida. Revisaron que nada les faltara: las llaves, el dinero, entre muchas otras cosas.


No pasó más de hora y media. Daniela, Carmenza y José volvieron a la casa. Daniela se dirigió abrir la puerta. La abrió y vio a Armando. Colgado. Él había utilizado una fuerte cuerda que encontró para quitarse la vida en el marco de la puerta de su habitación. Ya no importó la pintura. Ahora, entre gritos, llantos, llamadas y desespero, corrieron a bajar el cuerpo amoratado. Tenían la esperanza de salvarlo.


Se dirigieron inmediatamente al Hospital Santa Margarita del Municipio de Copacabana, en aquel taxi amarillo. Al llegar al hospital la mirada de los médicos decía que la vida de Armando se había ido. Lo reanimaron sin tener resultado. Por razones de bioseguridad, la familia tuvo que esperar afuera. Carmenza, aferrada a la gran reja blanca que enmarcaba la entrada al lugar, se daba golpes continuos repitiendo la dolorosa frase: “Es mi culpa, yo no lo escuché”.


Después de ahí, llegó la parte más difícil: afrontar la perdida. Entre música y pitos de sus colegas taxistas fue despedido a las afueras de su casa. Daniela, su cuñada, no soportó la presión que significaba volver a aquel lugar y recordar una y otra vez la imagen que presenciaron hacía solo un par de horas. Decidió irse a vivir nuevamente con su mamá, aunque aún, entre llantos, recuerda al ausente joven.


Carmenza y José siguen sin asimilar el suceso. Están abrumados por el vacío que ha quedado en sus vidas. Además, cuando las puertas se cierran les recuerda una y otra vez aquel suceso que marcará sus recuerdos para siempre.


La cuarentena ha afectado a los jóvenes. El Ministerio de Salud afirmó que, en la población entre 12 y 23 años, el 52,9 % tiene uno o más síntomas de ansiedad y el 19,7 % manifiesta cuatro o más síntomas de depresión. Manuela Molina, psicóloga de la Universidad de Antioquia, dijo que los intentos de suicidio han aumentado en Colombia, sobre todo en el periodo de cuarentena, por la ruptura de la cotidianidad. Además de haber sido imprevista para todos.


Son pocos los esfuerzos en Colombia para prevenir y tratar los casos de suicidio. La salud mental nunca ha sido prioritaria en los sistemas sociales y educativos. La pandemia ha fomentado los síntomas de dichas enfermedades. Armando es un ejemplo de esta problemática, que viven muchos jóvenes.

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Trabajo preparado para el curso Periodismo I, orientado por la profesora Diana Milena Ramírez H.


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