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Muerte en un tiroteo de rutina

Hace nueve años mataron al soldado Vallejo y todavía no se sabe por qué. Las circunstancias del combate fueron inusuales, así lo cuenta el testimonio de Johan Van Den Enden, su "compañero rana". Aún así, el caso se archivó sin dar respuesta a los implicados.


Juan José Rios Arbeláez / juan.riosa@upb.edu.co

A mediados de marzo de 2013, el Batallón de Infantería #2 de Cartagena nos envió en un patrullaje de rutina a los Montes de María, en Sucre. Yo hice parte del grupo de 22 soldados que realizaban expedición como práctica de salida.


Habían pasado cinco meses desde que me había presentado a la Base Naval #3 de Barranquilla y había pasado por tres meses de entrenamiento en la Base de Infantería de Sucre; luego tuve un traslado al Batallón #2 de Cartagena, y de un momento a otro, de nuevo aquí, a Sucre, en los Montes de María.


“Nuestra zona” estaba compuesta por numerosas montañas verdes y áreas extensas a menos de mil metros de altura sobre el nivel del mar, montecitos redondos y alargados que parecen formar raíces inmensas, donde hace un calor que se siente el el aire cada vez que se respira.


El paisaje de los Montes de María, la zona de patrullaje de Van den Enden y Vallejo. Foto: Sociedad Concesionaria Vial Montes de María.


Caminábamos y el cielo era gris, pero no era frío. Parecía advertir que, cuando las nubes se abrieran, un sol rabioso nos iba a chamuscar. Hicimos dos paradas administrativas durante el patrullaje: una a las seis de la mañana; otra a las nueve y media de la mañana; y ahora habíamos encontrado un río en medio de una zona plana, ideal para la tercera parada, a las doce del día, para descansar y comer.


A mi lado se encontraba Diego Leonardo Vallejo Morales, un soldado que había entrenado conmigo en la Base de Infantería desde el ingreso. Vallejo no le hablaba a nadie; era un tipo problemático, serio, fuerte. Se había peleado con su "compañero rana" a los puños y yo fui el sustituto. Desde ese momento todo lo hicimos siempre juntos: dormir, entrenar, mear y 'darnos en la jeta'. Lo que fuese lo hacíamos juntos porque éramos dos tipos muy parecidos.


En el argot militar, el "compañero" rana es una pareja inseparable que se asigna a efectos de la seguridad durante las operaciones. La táctica se inspira en la reproducción de las ranas Arlequín, en la cual el macho pasa hasta 5 días pegado al lomo de la hembra fecundando los huevos. Imagen de referencia: patrullaje de comandos Jungla. Ejército de Colombia.


Apenas se hizo un perímetro de seguridad de 400 metros, nos relajamos sobre la manga, bajo la sombra. Estábamos en una gran superficie plana, alrededor de las montañas pero lejos de ellas. El cielo se había abierto hacía unas horas y nos quemaba con una luz que obligaba a mirarse los pies. Unos se quitaron todo y se metieron al río, otros se acostaron bajo los árboles a dormir. Yo me quité la guerrera y comencé a desarmar mi arma para realizarle mantenimiento. Vallejo me vio y me preguntó por lo que hacía, me dijo que era apenas para que nos prendieran a plomo, se rio y se fue a recostar sobre un tronco.


Pasados diez minutos, mientras terminaba de limpiar el fusil, escuché un disparo de una AK-47. Pasaron varios segundos, mientras me preguntaba quién podría haber disparado esa arma, hasta que se escucharon otros dos disparos seguidos y de golpe entendí que era imposible que alguno del batallón hubiese podido disparar ese fuego, [el fusil AK-47] es un arma soviética y el Ejército colombiano compra armas americanas o israelíes.


Los disparos se intensificaron mientras todos los soldados nos cubríamos en el suelo. Me escondí tras un tronco mientras intentaba armar el fusil y engrasar nuevamente las partes que había limpiado hacía unos minutos. Pasó minuto y medio mientras terminaba de armarlas y me di cuenta que Vallejo estaba al lado mío.


El combate continuó, los insurgentes disparaban desde una zona al mismo nivel de altura, lejana, ideal para la ventaja que tenían sus armas contra las nuestras.


Durante el tiroteo, Vallejo y yo nos conversamos. Cada tanto echaba la mano hacia atrás para tocarlo y preguntarle cómo se encuentra; "manazos" duros, para sentirlo porque no lo podía ver. En una de esas mando la mano y no lo siento. Miro al suelo, a mi derecha y estaba ahí, tirado en el piso con el arma en la tierra. El combate terminó después de otro eterno minuto. Ellos eran menos, nos habían hostigado pero dejaron de disparar por que se vieron en inferioridad.


Todavía aturdido por el ruido, me volteé a ver a Vallejo y sabía que estaba muerto. Fui al suelo y lloré, lloré de verdad. Vallejo se había convertido en mi amigo, en mi "compañero rana"; todo lo hacía con él y lo confiaba a él. Diego entró a la institución temiendo por su vida, había estado en el mundo del narcotráfico de Cartago, lo habían amenazado de muerte y entró a la institución para salvarse. Murió a los cinco meses, en una operación de rutina, apenas rozado por una bala que parece que la hubieran bañado en cianuro, porque cuando lo encontramos, apenas tenía un rasguño al costado del cuello, como si la muerte lo hubiera besado.


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