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Lo que no se nombra, no existe

Un recuento que supera el silencio y el tiempo, por recuerdos que revelan con qué trata una familia cuando una persona se debate en medio de las adicciones.


Laura Restrepo Rodríguez / laura.restreporo@upb.edu.co



Oriente

Oriente

Oriente

Oriente

Oriente

Yo me voy a morir (Oriente)

Caramba

Me voy a matar (Oriente).


En los pocos momentos en que Jorge se encontraba en su casa, escuchaba salsa, en especial Oriente, de Henry Fiol. No perdía oportunidad de poner a sonar la canción en su grabadora.


Fruco, así lo llamaban sus amigos, no por el grupo de salsa sino por su gran parecido al mono de las salsas Fruco que salía en los comerciales de televisión de la época. Era 1980 cuando Jorge comenzó su adicción, tenía 16 años y estudiaba en el colegio Salazar y Herrera. “Era muy extrovertido, muy ágil e inteligente para que va a hablar uno. Era muy hábil para decir mentiras, para coger las cositas ajenas”, cuenta Mauricio, uno de los 13 hermanos Rodríguez Agudelo, quienes llegaron a Medellín en 1964 desde el Nordeste antioqueño, en busca de mejores oportunidades.


Luz María Agudelo y Dagoberto Rodríguez se casaron el 12 de abril de 1953 en el municipio de Segovia. Ese mismo año nació la primera de los 14 hijos que tuvieron. De los ocho mujeres y seis hombres, diez nacieron en el municipio minero de Antioquia y los cuatro restantes en Medellín. Jorge fue el último en nacer en aquel contexto rural, quien luego tendría que adaptarse a la transición de una vida en la urbe y a ello agregarle una madre que tuvo que encargarse de las actividades de crianza y cuidado sin ningún apoyo.


Llegaron a la calle 82, luego a la calle El Palo y finalmente se instalaron en el barrio Cristóbal, ubicado en la zona centro occidente de la ciudad. Los hijos mayores se encontraban trabajando para ese momento, era 1980 y Jorge comenzó a relacionarse con gente vinculada al expendido y consumo de drogas. “Empezó con los amigos allá en La América, una galladita de amigos muy viciosos y él se empezó a amañar ahí y en el colegio”, cuenta su hermano, con quien por edad compartía amigos, en especial los Córdoba, a quienes muchos conocían como los jíbaros del lugar y con quienes Fruco comenzó a estrechar sus vínculos.


A sus 16 años comenzó a consumir marihuana, sus hermanos comenzaron a notarlo porque llegaba con los ojos rojos. Se dejó crecer el pelo por un tiempo y empezó a usar camisas leñadoras, “ya uno sabia cuando estaba trabado”, dice Mauricio. Luego vino el vicio del bazuco que combinaba con marihuana y, a partir de ahí, Jorge empezó a amanecer en la calle y su familia el sufrimiento de convivir con un adicto. Su hermano cuenta que “después le empezó a gustar la cocaína y en las facciones de la cara se notaba, la bazuca adelgaza, empezó a coger físico de drogadicto”. Ya no era uno sino tres tipos de sustancias las que consumía.


Transformaciones profundas

Según el psiquiatra Álvaro Cárdenas, “los pacientes que utilizan estimulantes como la cocaína tienen mucho riesgo compulsivo, de arritmias cardiacas, hay un empobrecimiento tisular generalizado, se enflaquecen, la piel pierde brillo, lozanía. El aspecto del cocainómano con el tiempo se va notando, una persona deteriorada físicamente”, lo anterior habla de los daños aparentes, en la parte mental hay un deterioro más profundo. Al consumir este tipo de sustancias el área tegmental ventral del hipocampo se ve alterada, esta zona es donde el cerebro regula la recompensa y el placer. “Cuando un muchacho empieza a usar sustancias que generan placer, se corre el riesgo de que en la estimulación de ese placer se genere aprendizaje, eso es un complique, esos muchachos cuando quieren dejar de consumir les resulta muy difícil porque hay un área muy primitiva que está sobre estimulada, que está pidiendo el estímulo y donde la voluntad está muy nueva”, explica Cárdenas.


La capacidad de decisión para esas personas se queda corta, el cerebro relaciona el consumo con mayor producción de dopamina, lo que genera un efecto placentero y, al no recibir esas dosis, la ansiedad con la que responde el cuerpo es muy fuerte. Así lo menciona el doctor Cárdenas “Estos muchachos se vuelven muy ansiosos entonces acuden a benzodiacepinas, alcohol. Ellos descubren que la ansiedad se baja con depresores, entonces acaban con poli adicciones”.


Cuando el consumo de sustancias como el bazuco se hizo más habitual, Jorge ya no era tan bienvenido en su casa, las normas cambiaron y los horarios para ingresar se volvieron más restrictivos. Debian ir a buscarlo a un sitio llamado El Avión, una tienda en la calle 40 del barrio Cristóbal. “Ahí empezó a relacionarse con todos los amigos que en esa época eran de marihuana y de bazuca, esa era la droga de moda en ese tiempo”, dice Mauricio sobre lo que pasaba entre los años 80 y 90.


Según el proyecto sobre sustancias psicoactivas Échele cabeza, el bazuco está compuesto de alcaloides de la hoja de coca, procesados en la pasta base de la cocaína y es adulterado con sustancias como la cafeína, anfetaminas, la acetona, la gasolina roja, insecticidas o el Levamisol, que es usado en el mercado como desparasitante de animales. Julián Quintero, codirector de la Corporación Acción Técnica Social, dedicada a la investigación y regulación de mercados de sustancias ilegales habla en el podcast Dosis de los tipos de consumo que pueden clasificarse en problemático, recreativo o adictivo y hace énfasis en el tipo de cocaína que se consume en Colombia, la cual en un 90% es pura y en un 10% es contaminada. Esto, aparte de ser una problemática social que parece lejana, se convirtió en la realidad cercana de los Rodríguez Agudelo.


Fruco para los amigos y Jorge para la familia, nunca pudo tener una larga temporada sin consumo, pero cuando llegaban esos momentos de lucidez era trabajador y de muy buen gusto, disfrutaba de la buena comida y siempre quería verse bien. Su hermana Marina lo recuerda en los pocos momentos que interactuaban: “Hay veces que hacía de comer, hacía lo que le provocaba, el a mí me pedía mucho que le hiciera la torta casera y yo le decía: ‘Jorge ya venden la torta casera’ y él me decía: ‘No, no, no eso no es lo mismo, yo le traigo los ingredientes’. Llegaba a veces y me decía: ‘Mona, aquí le traje o hice esto y le traje’. Él era de muy buen comer y le gustaban las comidas buenas, de muy buen paladar.”


A veces Jorge también llegaba apurado. Cuenta Marina que decía: “ ‘Bueno mamá, despáchame rápido que me están esperando’, pero era pura manipulación, era para que le sirvieran de primero y apenas veía uno, estaba haciendo la siesta para después irse a trabajar.” Dice la hermana que siempre había sido hábil y evasivo, en las ocasiones que se le preguntaba por qué consumía la respuesta era un “porque se me da la gana” cada vez más violento.


Los cambios en el semblante de Jorge ya se aprecian en esta imagen de una celebración con la familia que persistía en su intento de mantenerlo cerca y sobrio. Foto: Cortesía.


Complicaciones

Los primeros cinco años de los veinte que duró la adicción de Jorge no habían sido muy problemáticos, cuando cumplió los 21 ya había una poli adicción, el bazuco y la cocaína se agregaron a las sustancias que consumía diariamente, sin dejar de lado la marihuana que funcionaba como un depresor. Los 15 años restantes se vieron rodeados de violencia, no se podían dejar cosas en la casa porque su destino final sería una prendería.


“El sufrimiento de mi mamá de estar pendiente de él, de que llegaba tarde o no llegaba o se subía por los techos, eso es lo que dañó el ambiente familiar”, Marina lo cuenta mientras le cuesta recordar. Como una de las mayores, cuidaba de los más pequeños y debía trabajar para sustentar sus propias necesidades. “Él se perdía hasta sus ocho días, no ha llegado, era esa zozobra en la casa. Cuando aparecía, tocaba el timbre y uno se asomaba al balcón, yo le decía: ‘Ay, Jorge no te puedo dejar entrar’ y él me decía: ‘Ay, déjeme que yo me manejo bien’ y uno se entraba destrozado sabiendo que no lo podía recibir, porque ya había orden, mi mamá decía no hay que abrirle la puerta a ver si de pronto cambia o alguna cosa”.


Muchas de las otras medidas que la madre tuvo que tomar consistieron en sacarle la comida a la puerta, lo que también representó muchas discusiones. Algunos en la familia apoyaban que entrara para que no pasara la noche en la calle o siguiera consumiendo, otros decían que había que ponerle mano dura y no era justo que entrara en esas condiciones; la comida no rendía con el apetito que a Jorge le abrían las drogas y había que esconderla para hacerla rendir. Las discusiones llegaron hasta las agresiones físicas entre los hermanos.


Según la psicóloga de familia Gloria Pérez, “tener un miembro adicto generalmente genera resquebrajamiento de las familias, decisiones, inculpaciones y evasión de esa problemática por la frustración que genera, aunque en muchos casos es una realidad dura que une a los miembros”. En este caso fue todo lo contrario, se empezaron a hacer más evidentes las divisiones, no había respeto por la autoridad y Jorge había desarrollado una adicción severa. La doctora Pérez añade que incluso las familias pueden convertirse en codependientes, pues los adictos muchas veces son chivos expiatorios de patologías relacionales del grupo.


Marta, otra de las hermanas, coincide: “Yo creo que es más que todo la intolerancia familiar, lo más enfermo son las mismas familias. Él a veces quería quedarse aquí. Yo una vez le regalé un televisor para que se quedara más en la casa y la mamá decía que no, que él no se iba a quedar todo el día ahí, que se fuera y se lo quitaron” y explica: “Creo que como fuimos una familia numerosa, era más difícil que todos estuvieran de acuerdo. Incluso muchos le atribuyen su mayor recaída a una ruptura amorosa con una novia, que al ver que estaba metido en ese mundo decidió alejarlo de su vida y el final de esa relación representó posiblemente una necesidad de huir por parte de él.

Para Margarita Moreno, trabajadora social y docente del grupo investigativo de Familia en la Universidad Pontificia Bolivariana, ese tipo de dinámicas familiares representan el modelo tradicional de crianza donde hay una desvinculación del hombre en las tareas de cuidado: “Uno encuentra distintos tipos de crianza que varían de acuerdo con esa participación del hombre. En las familias tradicionales sí hay un ejercicio del poder del hombre hacia la mujer. Muchas veces ella es ama de casa, ejerce ese trabajo de cuidado, pero no lo nombran cuidado. Eso es un trabajo y económicamente aporta mucho.”


Los Rodríguez Agudelo, hacen parte las familias numerosas de las décadas del 60 o 70, época en la que la transición demográfica estaba en un 5.6%, es decir que en promedio se tenían cinco hijos por familia, a pesar de que para su caso hubo un excedente de nueve personas. Los 14 hijos estaban a cargo de una sola persona, su madre, lo que implicaba una sobrecarga en las tareas domésticas y del cuidado. Luz María asumía esto además del rol de autoridad mientras su esposo trabajaba distribuyendo refrescos por las carreteras del nordeste de Antioquia.


Según la profesora Margarita Moreno, también está la sacralización de la maternidad, que tiene que ver con el mito mariano o el de la Sagrada Familia, en el que se entroniza el papel de la madre, pero en la práctica hay subordinación. En este contexto, sumar la variable demográfica de una familia extensa genera más condicionamientos, por las circunstancias económicas, la accesibilidad a la educación, la necesidad de conseguir un trabajo para mejorar las oportunidades y los factores que establecieron la decisión de migrar de un pueblo a una ciudad, con las complicaciones del contexto urbano que fue el que tocó a Jorge.


Margarita Moreno menciona que “la adicción lleva a un punto límite donde detrás va la persona y detrás va la familia, entonces se deteriora la salud mental, con la paz, con el ambiente”. El éxito en las dinámicas de una familia depende más de la manera en que se afrontan retos como las ausencias.


Tocar fondo y luego…

Hubo varias ocasiones en las que Jorge tocó fondo, aunque para él realmente nunca hubo un límite, pues parecía llegar más lejos. Marta cuenta que: “Una vez robó un arma y lo metieron a la cárcel. Llegó todo juicioso pero ya había un prejuicio, él llegó con ganas de mejorar, pero no encontró ese apoyo”. Durante la adicción hubo muchos periodos donde permaneció internado, estuvo en tres centros de rehabilitación y más veces de las que pueden contarse con los dedos de una mano, estuvo recluido.


Lina, otra de las hermanas, trata de recordar la ocasión en que tuvo que ayudarlo a salir de la cárcel Bellavista por el robo del arma. Para la época se encontraba cursando el cuarto año de derecho: “Era la primera vez que iba a una cárcel de esa magnitud, ya después llegar al patio de él y verlo tras las rejas con todas esas personas para mí no fue fácil, darle la mano, saludarlo. Sin embargo, yo a él lo vi relativamente tranquilo. Él me dijo que quería salir ligero, entonces hablamos de la audiencia que íbamos a tener en la Fiscalía”.


El prontuario criminal no reuslta la huella más difícil de borrar, según cuenta Lina: “Yo hice parte y me siento víctima de esa adicción, en el sentido de la violencia que se vivió, de esos miedos que se despertaron en mi tan tenaces y con los cuales todavía batallo”. Para Lina, su hermano marcó un antes y un después en la historia de su familia, algunas medidas que se implementaron hace 35 años siguen vigentes: las puertas de la casa se mantienen cerradas porque la familia no olvida la angustia que les producía la llegada de Jorge a tocar la puerta y el timbre en la madrugada, luego de sus noches de excesos. Se cansaron y la confianza se acabó.


“Mi mamá le sacaba la comida tipo seis de la tarde porque no se dejaba entrar por días”, recuerda Lina y explica: “Para una mujer que viene de un pueblo, adaptarse a la ciudad le quedó muy difícil con todas esas necesidades que teníamos los hijos a nivel afectivo y emocional, porque era una carga demasiado alta para ella”. En 2001 murió Dagoberto Rodríguez, el padre. Le dijo a Jorge en su última conversación que, si no cambiaba y se comportaba bien con la mamá, él se lo llevaba. 18 meses después esa última palabra tuvo efectos.


El último contacto con Jorge solo lo tuvieron algunos de sus hermanos, cerca a un almacén de cadena en la plaza de La América. Envió un angelito de regalo para una de sus sobrinas y por eso para sus hermanos Jorge fue un ser noble que no encontró un mejor reemplazo para la ausencia que las drogas.


Ese dos de agosto Jorge estuvo en un concierto de salsa en Envigado y luego se encontró en La América con Mauricio: “Yo hasta estuve con él por ahí hasta las cuatro o tres de la mañana, ya en un tiro yo le dije: ‘Vámonos’ y él me dijo: ‘No, yo quiero ver amanecer’”.


Al levantarse al mediodía siguiente, Mauricio supo por su mamá que Jorge no había ido a la casa. “Cuando me dio por subir a La América y me dicen: ‘¿Cómo siguió Fruco?’ Y yo: ‘¿De qué?’ Y me dijeron: ‘A Fruco lo apuñalaron anoche’ ”. La búsqueda llegó hasta la Unidad Intermedia de San Javier donde le dijeron que ese muchacho ya había fallecido y de ahí fue remitido al anfiteatro. “Cuando llegué me mostraron la foto y lo reconocí, también me mostraron el cuerpo”, cuenta Mauricio que tuvo que acompañar la reacción de dolor de su madre.


Paradójicamente, fue con la madre de unos jóvenes del mundo de las drogas que Fruco había tenido un altercado durante su última mañana. El asesinato con el que se quiso ajustar cuentas fue el inicio de una nueva etapa para que la familia procesara todo lo vivido al hacer un voto que bien retrata Rubén Blades en Amor y control: “y por más drogas que uses, y por más que nos abuses, la familia y yo tenemos que atenderte”.


Que por error fuera otro el cuerpo que llegó a la sala de velación cuando toda la familia esperaba los restos de Jorge, fue para algunos de sus hermanos el retrato póstumo de un ser que nunca se sintió identificado. Dicen que por eso amaba escuchar Oriente, porque se sentía como un pájaro perdido en el mundo.


Yo me voy a morir (Oriente)

Caramba

Me voy a matar (Oriente)

Mira baby

Me voy a morir (Oriente).

Un pajarito herido

Abandonado en el mundo

Con desespero profundo

Vuela buscando su nido.

Totalmente perdido

Como un ciego sin bastón

Se le tiembla el corazón

Y adivina hacia el monte

Y busca el horizonte

Con esperanza y resignación.


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