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Lazo rosa


Valeria Villamil Cock / valeria.villamil@upb.edu.co


El cabello café ondulado que llegaba hasta los hombros se fue desvaneciendo. Corrían los mechones por el suelo de la habitación. La máquina de afeitar sonaba incesantemente retumbando entre las paredes. Mechones en el suelo, cabeza rapada y una peluca color café eran la nueva realidad. "Crecerá", repetía Gladys frente al espejo, un tanto viejo y desgastado, que estaba colgado justo al lado de la ventana.

Como un visitante foráneo y sin previo aviso, el cáncer de mama llegó a su vida como una masa irregular en el seno derecho. Segunda semana de enero del 2020, la máquina de rayos X exploraba su cuerpo. 15 de enero, la biopsia. 7:00 am marcaba el reloj, las manecillas se movían coordinadas causando un ligero ruido en el hospital. Sentadas en la sala de espera, 12 mujeres se encontraban en la misma situación, la angustia se reflejaba en su mirada. Llegaron las 11:30 am, 10 nombres fueron llamados a lista, Gladys, fue el sexto. La oncóloga entró y anunció, aquellas mujeres nombradas tenían cáncer.

—¿Cuánto me queda de vida? — preguntó Gladys.

—El cáncer no es la muerte — respondió la oncóloga.

Entre abrazos y miradas de empatía, la médica explicó con lujo de detalle el camino al cual se iba a embarcar Gladys. Su primera parada, la quimioterapia. Un olor a manzanilla recorrió el lugar, la psicóloga llegó con una aromática. Desconsoladas y con lágrimas recorriendo sus rostros, fueron llamadas de una en una. Con una cálida y compasiva sonrisa, la psicóloga le ofreció un espacio seguro para desahogar lo que sentía.

“No he llorado con la noticia, no pienso hacerlo. Lo afrontaré con calma”, dijo Gladys y siguió: “¿Qué debo hacer primero?”.


<< El autoexamen de seno es una herramienta preventiva que es necesario conocer y promover.

Foto: Valeria Villamil Cock.



13 de marzo, primera quimioterapia. La sala de espera del Bloque 5 de la Clínica Las Américas no estaba vacía. Los rostros no eran familiares, pero el apoyo se sentía cercano. Tatiana, una enfermera oncóloga, reconoció su rostro en la habitación. La esposa de uno de los cinco hermanos de Gladys, era su prima. Se conocían por relaciones entre familiares, pero no en persona. Al cabo de una corta conversación, con un apretón de manos, Tatiana ofreció su completo apoyo hacia ella.

Sola y sin acompañante, se sentó en una de las sillas vacías que se encontraban en el gran salón frío y silencioso, lleno de máquinas, cables con líquido, enfermeras con su equipo médico, una almohada y cobija en cada sillón, un televisor de unas 24 pulgadas y un baño cerca, por los mareos.

— ¿No tienes acompañante? — preguntó una de las enfermeras presentes en la habitación.

— Todavía no le he dicho a nadie — respondió Gladys.

— ¿Entonces vas a estar sola en la sesión? — insistía la enfermera.

— Tatiana estará conmigo — concluyó Gladys.

A medida que le suministraban la medicación, Gladys, tranquila y optimista le realizaba preguntas a Tatiana sobre el procedimiento, buscaba en qué entretenerse y observaba a su alrededor mujeres y niñas de diversas edades siendo parte de la misma batalla. Por su parte, para Tatiana era complicado realizar dichos procesos y dejar de lado el sentimiento familiar. Anécdotas personales invadían su mente, el hecho de tratar a alguien allegado era un tanto más difícil.

La enfermedad se había manifestado en su familia cercana tiempo atrás. Seis años tenía el primo de Tatiana, diagnosticado con Leucemia. Dulce e inocente, debía combatir una batalla contra la enfermedad, la quimioterapia fue su arma de guerra, luchó con cada una de sus fuerzas y al cabo de un tiempo, venció a la temida enfermedad. Seis meses transcurrieron, las bajas defensas apoderaron su cuerpo. Esa vez sus fuerzas no fueron suficientes para vencerla y en cuestión de un mes se apagó su vida.

“Dios les prestó seis años a sus padres, un anhelado y esperado hijo”, dijo Tatiana. “Fue un proceso muy duro, siempre hubo acompañamiento, pero trabajar con la familia es mucho más complejo”, concluyó.

Desde entonces, aquella vivencia impactó su labor. Día tras día, entre 80 a 120 historias son compartidas con ella. Sueños, planes y “lo que quiero ser cuando grande” son las conversaciones que sostiene con sus “mini pacientes”, como los llama Tatiana. Niños y jóvenes, a los que la enfermedad les ha quitado una pierna o un brazo, una parte que, cuando ganen la batalla, deberán encontrar la forma de vivir como antes y aceptar la pérdida que dejó una marca en sus vidas. Cada que Tatiana finaliza el proceso con un mini paciente, su corazón se arruga un poco más.

Para Tatiana, cada paciente es un mundo. Hay quienes encuentran en la familia su fuerza, quienes necesitan del apoyo de sobrevivientes de la misma batalla. Y hay quienes recurren a Dios. Ver todos los días a pacientes con cáncer es un reto para ella. Pero ser parte de la mejora de sus vidas, es la recompensa para su corazón.

Viernes. Llega a las 7:00 de la mañana y se pone el uniforme de trabajo y camina entre los pasillos del primer y segundo piso, Radio y quimioterapia.

— Buenos días — dice Tatiana.

Organiza las carpetas de los pacientes, comprueba cada uno de los procesos que requieren y comienza su recorrido. Primera estación, pacientes con quimioterapia. Segunda, radio. Aunque solo puede ver los ojos tras las máscaras, Tatiana percibe el ánimo de los pacientes: agotados, pálidos, con calambres y un tanto mareados. Transcurre el tiempo en las sesiones; tres horas y media después, el acompañante, quien estuvo casi todo el tiempo, se acerca a su persona y con palabras de aliento, da por terminada la sesión, algunos aplauden :“lo hiciste muy bien” repiten unos otros.

Tatiana, antes de marcharse, les brinda toda la libertad para hacer preguntas y les responde cada una, con la misma confianza y seguridad como si fuera la primera. Se despide de cada paciente con el mismo carisma, les hace cumplidos, los aconseja, los escucha y se los encomienda a Dios.

— Nos vemos en 8 días, si Dios quiere — dice Tatiana.

6:00 pm marca el reloj, su turno se acaba. Realiza una ronda por última vez en el primer y segundo piso. Escribe notas de enfermería, completa los registros en la historia clínica, agrega la evolución del paciente, su aplicación de medicamentos y estado y programa su próxima cita. Cuando el día es muy agotador, asiste a uno de los servicios que ofrece la clínica, el psicólogo. Se tocan todos los puntos tratados en el día, la sensibilidad con los pacientes y el sentimiento de fatiga o sinsabor que dejan las historias de sus pacientes. Su día en la clínica termina.

Después de un día de quimioterapia, Tatiana, va a descansar, prepararse para el día siguiente y recobrar la energía que dejó en el lugar. Gladys llega a su casa con múltiples calambres en los dedos de las manos y los pies; las uñas las siente débiles y quebradizas, el dolor en las articulaciones no desaparece, y el sueño y desaliento se apoderan de ella. 8 días después, la sensación y la rutina son las mismas.

Segunda quimio, 20 de marzo. El peso era todavía mayor. Algo solitaria se encontraba batallando Gladys. Nadie era conocedor de su nueva realidad, salvo ella. La enfermedad la estaba desgastando poco a poco, no podía superarlo sola, como pensaba. Después de unos días, el 27 de marzo, mientras toda su familia se encontraba reunida en la casa de su madre, a lo lejos de la habitación se escuchó decir, de boca de Gladys: tengo cáncer de mama.

Por un instante, el tiempo se detuvo, las conversaciones quedaron entrecortadas, las miradas hacia ella fueron sincronizadas. El silencio se apoderó de la habitación y con cara de desconcierto, como una polifonía de voces, los presentes dijeron:

— ¿Cáncer? —

Cada familiar dispuso de un momento a solas, de uno en uno se fueron acercando a ella. A algunos, les resaltaba en sus ojos compasión. Otros, con pálpitos acelerados, hablaban entre ellos. La mayoría, con brazos de acogida rodearon su cuerpo. Las lágrimas brotaron de los ojos, las miradas de tristeza se hicieron notar.

Entre palabras de aliento y compañía, un suspiro le permitió a Gladys tomar un nuevo aire. La carga que llevaba sobre sus hombros se hizo más ligera. Con una esperanza puesta en su rostro en forma sonrisa, Gladys batalló cada día contra el cáncer. En cuestión de nueve meses, su cabello café ondulado brilló nuevamente.


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