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En Jardín, un festival ¿de cine?

 Andrea Montoya Posada - Juan José Ríos Arbeláez / periódico.contexto@upb.edu.co

 

Hace ocho años que la Corporación Antioquia Audiovisual celebra el Festival de Cine en Jardín, al suroeste del departamento. El evento se ha posicionado como  una ventana para reflexionar sobre los temas más coyunturales del país y ha desarrollado programas curatoriales y seminarios académicos acerca del posconflicto, el patrimonio, el campesinado. Este 2023, en su octava versión, el certamen abordó como tema el narcotráfico.


Víctor Gaviria, director del evento, argumentó que la idea con esta temática era centrarse en una reflexión que vinculara la visión de la comunidad en las conferencias, talleres y proyecciones que se hicieron del 18 de septiembre al 1 de octubre. 


Para Gaviria, la selección del tema está profundamente asociada al reconocimiento en el fracaso de la guerra contra las drogas: “Vamos a construir entre todos un nuevo paradigma para ver este problema, escapando a cualquier actitud moralizante que nos lleva al camino sin salida del prohibicionismo”, señaló el cineasta antioqueño en el anuncio del evento.


El actor Andrés Parra conversa con Luis Alirio Calle en el parque principal de Jardín. Foto: Festicine Jardín.


Sábado, un poco de cine

Según caía el sol de la tarde del sábado, Andrés Parra, famoso por encarnar a Pablo Escobar en televisión, estaba en una banca del parque principal ante la mirada de unos cientos que lo escuchaban hablar sobre la salud mental. Decía que: “Es un asunto muy serio, weon”, con su específica capacidad para entonar cada palabra de diferentes maneras. “La gente cree o estima que solo hay problemas grandes y que, si a uno le va bien en la vida y todo funciona, pues que no tiene derecho a sentirse mal, pero eso no es así”, terminó diciendo cuando ya era de noche y el tumulto lo aplaudía.


En 2012 Caracol TV estrenó Escobar: el patrón del mal, la serie se grabó en ocho meses, costó cerca de 6 millones de dólares y llegó a tener un índice de audiencia de 16.0 en Colombia, como una de las más vistas en la historia. La serie se mantiene con vigencia en las listas mundiales de la plataforma Netflix.


Hace tiempo que Parra abandonó el papel de Escobar para no encasillarse en la piel del capo colombiano. Por los años en los que era furor el dramatizado, ahora retransmitido por Caracol, el debate social se dividía entre la necesidad de rescatar la memoria histórica del país y  la amenaza de vender morbo con narrativas de miseria que terminaran por debilitar la imagen del país y de Medellín.


Parra aseguró que había personas que, cuando se lo encontraban en la calle, le agradecían los favores de Escobar, por anchetas, por una casa, por hacer un barrio. “El malo hace todo lo que el sistema no lo deja, lo que todos queremos hacer. Entonces yo creo que por eso esa fascinación que tenemos con el malo”, dice el actor sobre los antagonistas amados por el público.


A eso de las siete empezó El rey (2004), de Antonio Dorado, quien fue discípulo de Carlos Mayolo, en el Coliseo Municipal. Ninguno de los estudiantes de cine que merodeaba el parque parecía tener idea de dónde quedaba la instalación; comentaban que tal vez verían las películas el domingo; a la noche del sábado, el  aire de fiesta ya se había colado por todo el pueblo.


Seis cuadras más arriba del parque, subiendo la falda que compone el pueblo, queda la placa deportiva que corresponde al nombre de Coliseo Municipal. Algunos jóvenes estaban sentados alrededor de las rejas, pero no porque la cancha estuviera repleta, sino porque adentro no se podía fumar. 


Ya en la charla, Dorado contó cuánto se había embargado para producir la historia de uno de los primeros capos caleños de la mafia, Pedro Rey. Apuntó que de cine en Colombia no se vivía, que era una pasión: “Yo vivo es de las clases, porque soy docente desde el noventa”, aseguró el director de otros tres largometrajes a una audiencia que no alcanzaba a llenar las sillas Rimax de la cancha y que en su mayoría se componía por adultos de Jardín.


Cuando le preguntaron por los referentes y la cuestión del género en el cine Colombiano, Dorado se remitió a Jesús Martin Barbero y la necesidad de respetar la cultura popular y no pensar en la “cultura culta”.

-La alta cultura que llaman, lo ayudó el presentador.


Sobre ese reflejo del narcotráfico se tomó la palabra un hombre del público, enfocándose en la necesidad de no repetir un fenómeno que, según él, se sabía que no ha cesado por completo. La intervención fue más una declaración que una pregunta para el director, que en algún momento había dicho que: “A Al Capone lo mataron saliendo de una sala de teatro”, dando razón al vínculo entre la mafia y las viejas costumbres dramáticas.


“Así como la función de los artistas es dar cuenta de lo que hemos vivido, si queremos acabar con el cine de narcotráfico, tenemos que acabar es el narcotráfico. Siempre que este tipo de historias sigan impactando nuestra memoria, estaremos obligados a decirlo”, reflexionó después el director caleño.


Mientras corrían El rey, pasaba el conversatorio y la cena de La coca: de la sombra al plato, para el que había que hacer reserva. En la Placa Deportiva Simón Bolívar proyectaban la película del chileno  Dunav Kuzmanic, Ajuste de cuentas, de 1984, que tampoco tuvo mucha audiencia porque a las siete y media empezó Caleidoscopio, la competencia nacional de cortometrajes que llenó por completo la placa deportiva del Colegio Moisés Rojas Peláez.

En la cancha no quedaban sillas y la gente se acumulaba en el piso o se montaba entre los muros de atrás, mientras que otros entraban y salían de la proyección. Dieciocho cortos de entre cuatro y veintitrés minutos fueron presentados durante tres horas y media.


En la categoría de ficción ganó Sara Jurado con Sempiterno. Tiene que llover, de Diego Pérez, fue reconocido con el segundo lugar. Montaña azul, de Sofía Salinas y Juan Bohórquez, se hizo con el primer lugar de documental, al que acompañó Acuatenientes de Andrés Gil. En la categoría experimental, los ganadores fueron Juan Pablo Adames con En laberinto y Las máquinas tristes de Paola Michaels.


Mientras tanto, las películas colombianas, Anhell69 y La bonga, eran vistas por una baja audiencia, compuesta por adultos de Jardín que aprovechaban el evento para ver lo que estaba en las salas de cine de las ciudades. Anhell69 estuvo durante septiembre en las salas de Medellín. La bonga, estaba en un pre-estreno y esta era la segunda vez que la mostraban en el Festival.


A la misma hora pasaron en el Teatro Municipal de Jardín, The Thing, un drama gringo de ciencia ficción de 1982 que, de alguna forma, la organización puso en la programación, que hasta entonces se había concentrado en la visualización de un cine social.


La sala que administra Comfenalco se llenó con los jóvenes y estudiantes de cine que habían abandonado el Caleidoscopio tras ver dos horas de cortos y no se habían ido todavía a rumbear.


Hernán Arango, concursó en Caleidoscopio con Esto era/es Colombia. Hace diecisiete años es realizador audiovisual y además es docente.

-¿Cuáles cree que son las líneas bajo las que se plantea el cine colombiano en la actualidad?

-El cine colombiano atraviesa un momento muy sano. Muy heterogéneo. Esta desde la comedia guarra, que hereda cierto porcentaje de su humor de la televisión, están las películas profundas, películas de referentes… entonces creo que hay mucha heterogeneidad en la actualidad.


Arango es consciente de que, en materia de producción, cada vez se hacen más películas en el país. La posibilidad de becas o el acceso a las convocatorias es cada vez mayor tras la entrada en vigor de la ley de cine (Ley 814 de 2003), que tiene como propósito hacer del cine una industria sostenible.


En 2022 se estrenaron 57 largometrajes colombianos a lo largo de todo el año, pero apenas un 3,4 % del público fue nacional. El año con mayor número de producciones locales fue 2019, con 62 largometrajes estrenados, de los que el público nacional representó un 3,4%.

-¿Qué tan accesible es ese cine heterogéneo para el público general del país y no el especializado?

-Hay cine para todo el mundo. Está Dago García, que ha hecho desde cine de autor hasta lo más comercial. Aquí no hay industria como sí en otros países, entonces la mayoría de proyectos se realizan con becas que suelen ser del Ministerio de Cultura. Y la cultura aspira a una mirada reflexiva y esa mirada no busca un eco comercial ni masivo.


Sin embargo, el cine que algunos llaman "de comedia guarra" suele componer la tradición por excelencia del cine colombiano, en vísperas de Navidad. El paseo 4 es la película colombiana más taquillera de la historia y tuvo 1'693.873  espectadores, según cifras de Proimagenes. Otras nueve películas de comedia acompañan la lista. Esos estrenos decembrinos componen la mayor apuesta de las grandes salas del país como Cine Colombia, Procinal, CineMark o Royal Films, que a la larga reciben la mayor cantidad de público por su enfoque comercial.


A propósito de la distribución en las salas, el problema no es que los cines no quieran proyectar las películas, sino la respuesta del mercado a la oferta de Hollywood. “Muchos directores colombianos no van a querer estrenar en Cine Colombia. Porque vos estás con tu película hecha con las uñas, ellos estrenan La Monja 4 y te tiran a la última función de la noche”, señala Adriana Mora, integrante del comité de Caleidoscopio desde la primera edición en 2016 y docente universitaria.


Existen plataformas gratuitas como Retina Latina y RTVC play, que cuentan con catálogos de cine latinoamericano y local. Sin embargo, Netflix y las otras plataformas de streaming, que acaparan la mayoría de usuarios, mantienen catálogos con dos líneas temáticas demarcadas en el cine local: humor "guarro" y cine social.


El de Valentina Colorado esun caso que lo ilustra. Esta residente de Jardín todas las noches ve películas y las que le gustan son las de narcos. “Las mexicanas y las colombianas. Las veo en Netflix. Si hubiera sabido que esas películas eran de eso, hubiera sacado el rato para ir a ver”, asegura.


Haz clic en la imagen para conocer algunas voces de los espectadores y talleristas del Festival de cine de Jardín sobre el cine colombiano.


Día 2, un poco menos de cine y talleres

El domingo, que era el día de cierre, comenzó a las diez de la mañana con dos conversatorios: La planta sagrada que el narcotráfico degrada y Conversación sobre lo narco. La mañana fue cálida y el parque estaba poblado de visitantes, aunque para Colorado, comerciante del parque, durante el Festival había menos gente en el parque que la que habitualmente ocupa el espacio en los fines de semana.


No había mucho agite ni afán por las proyecciones pendientes. A las once y media pasaron La tía rica (2017) de German Ramírez, en un pequeño salón de Centro Vida, que no se llenó. Víctor Gaviria se movía fluyendo entre las calles, desapercibido unas veces y otras no. Iba afable, incluso cuando llegó tarde a Narco cultura (2013), de Shaul Shwarz y no le dejaron entrar al teatro .  


En simultáneo, se proyectaba Manto de Gemas (2022), de la cineasta mexicana Natalia López. Su largometraje explora el secuestro asociado al narcotráfico en las zonas rurales de México. López rompe con esquemas de continuidad y de planos, acercándose al sentido emocional de la historia. La sala se fue vaciando lentamente mientras transcurrió su proyección. 


Mora, directora del corto Soneto de las 7 noches (2020), se disculpa por el fatalismo al sentenciar que “la gente en Colombia no va al cine. Ellos no van. Aquí pega es el tanque, las películas infantiles y las películas de superhéroes”.

A las cuatro de la tarde se proyectó la última película del festival, Gomorra (2008). Un desesperanzador filme narco del italiano Matteo Garrone. Apareció bajo unos lentes oscuros el mismo presentador que había estado en la proyección de El rey y repitió la sentencia que había hecho Dorado: “A Al Capone lo mataron saliendo de una sala de teatro. ¿A cuál Al Capone se referirán?, ¿al que murió por un infarto tras un derrame cerebral?". El Teatro Municipal de Jardín, que al principio parecía lleno, quedó casi vacío mientras transcurría la película.   


Para Mora, el problema de la audiencia en el cine colombiano no viene desde las temáticas, porque encuentra diversidad en la oferta; tampoco viene de las producciones, porque cada vez son más. Entre 2003 y el 2020 se hicieron 485 largometrajes y 977 cortometrajes, muchos más que en toda la historia de Colombia, desde  la primera película hecha en el país María (1922).


El informe de Proimágenes también revela que, de los 57 largometrajes estrenados el año pasado,  "25 son documentales (46% del total), 20 son dramas (37% del total), seis son de comedia (11% del total), dos de misterio (4% del total) y uno de terror (2% del total)".




“En Colombia se ha hecho todo menos apuntar al público. No hemos educado al público. Tendríamos que dar a conocer el cine desde la primaria. Aquí solo un puñado van a ver cine a los festivales, ese puñado específico que ve las películas nacionales”, sostiene Mora, la directora y docente. Pero el grupo específico de estudiantes y entusiastas del séptimo arte ya ha abandonado la sala, mientras que en la pantalla se repite la crudeza de Gomorra

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A la misma hora, en Centro Vida, se hicieron la entrega de resultados del taller de escritura creativa y el taller audiovisual que se realizaron de jueves a domingo. La mayoría de participantes eran estudiantes de Jardín o de las veredas cercanas, que habían sido motivados por sus maestros a hacer parte del Festival.


Alexandra Franco es de la comunidad indígena de Karmatama Rúa, en Jardín. De cine ha visto poco porque no prende mucho el televisor y hace muy poco instalaron el internet en su zona, en el Festival solo vio un cortometraje, pero le gustó porque en el taller audiovisual aprendió a tomar fotos y videos. “Las películas, normales, pero volvería porque quisiera aprender más cosas”, responde sobre la posibilidad de participar en el Festival el próximo año. 


Katherine Marulanda y Ana María Guerrero tienen menos de trece años y ya habían participado en un corto que hicieron en la vereda Morro amarillo, en la edición anterior del Festival. Sin embargo, esta era la primera vez que hacían parte de los talleres.


“Aprendimos que un cuento no siempre tiene que ser feliz, que puede ser duro o abierto. También nos enseñaron a entrevistar, a responder y cómo editar”, enumeraban juntas al responder. Ninguna de las dos ha podido ver mucho cine colombiano. Todas las películas que han visto son las que pasan por televisión, pero han quedado curiosas y anotaron el nombre de un par de plataformas gratuitas para ver películas nacionales. Eso mientras pasa el año y el Festival de entusiastas vuelve a llenar las calles de Jardín.

 

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