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El feminicidio en Colombia se volvió paisaje: ¿qué hay más allá de las cifras? 


Sara Rodríguez Lopera / sara.rodriguezlo@upb.edu.co

 

Reconozco que el miedo de ser asesinada por mi misma condición de mujer era de los últimos temores que se me pasaban por la mente; sin embargo, cuando comencé a leer noticias sobre cómo cuerpos de mujeres eran hallados en maletas y el concepto “feminicidio” se hacía cada vez más paisaje, hizo que investigar sobre este tema se convirtiera en una necesidad para mí. 


Según el Observatorio Colombiano de Feminicidios entre el 2018 y el 2023 se registraron 3.628 feminicidios en Colombia; en enero de este año, por su parte, ya van registrados 64 feminicidios de los cuales 4 han ocurrido en Medellín. ¿Cuáles son las causas por las cuales el feminicidio continúa perpetuándose?  

 

Comencemos por el principio: ¿Qué es un feminicidio? 

El XX Informe sobre la situación de violación de derechos humanos de las mujeres en Medellín y territorios de Antioquia 2022 cuenta que el feminicidio se tipificó como delito autónomo mediante la ley 1761 del 2015, luego de las múltiples movilizaciones y reclamaciones de justicia frente al crimen contra Rosa Elvira Cely, quien fue golpeada, ultrajada, apuñalada, torturada y empalada y su solicitud de auxilio fue desatendida por el Estado en la Ciudad de Bogotá en el año 2012. 


El Congreso colombiano decretó en el artículo 104A. Feminicidio, que: Quien causare la muerte a una mujer, por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género o en donde haya concurrido o antecedido cualquiera de las siguientes circunstancias, incurrirá en prisión de doscientos cincuenta (250) meses a quinientos (500) meses. Algunas de las circunstancias que menciona el artículo tienen que ver con perpetrar un ciclo de violencia física, sexual, psicológica o patrimonial, aprovecharse de las relaciones de poder ejercidas sobre la mujer, haber cometido el delito para generar terror o humillación a un enemigo y que la víctima haya sido privada de comunicación y libertad de locomoción.  

 

Y ahora con ley, ¿hay menos casos? 

En el boletín VIVAS NOS QUEREMOS: Informe Anual 2023 hecho por el Observatorio Colombiano de Feminicidios, se registraron las siguientes cifras:  



Estas cifras demuestran que estructuralmente hay muchas cosas que necesitamos cambiar y dejar de perpetuar. Luis Benítez, licenciado en Ciencias Sociales y Magíster en Problemas económicos, afirma que “a pesar de que supuestamente la sociedad avanza en temas de género, políticas públicas y acciones judiciales, los hechos, las cifras dicen todo lo contrario”. En pocas palabras, el tema nada que retrocede. Pero lo que sí es claro, es que a partir de estos datos se arrojan una serie de avistamientos que podrían responder a las causas por las cuales se dan estos crímenes. Y digo “podrían”, claro, porque este fenómeno va más allá de las cifras. 

 

Sí, hay patrones  

Los motivos por los cuales ocurren los feminicidios abarcan desde los discursos que permean el comportamiento de los hombres y las mujeres, hasta las respuestas institucionales que no solo resultan siendo ineficientes, sino que se encuentran cargadas de estereotipos que entorpecen los procesos. Laura Peláez, psicóloga y magíster en derechos humanos y en psicopedagogía, afirma que “hay una raíz patriarcal que todavía impera en nuestras relaciones y que se asume que lo masculino tiene mayor poder sobre lo femenino”, esta sería entonces la base en donde no solo nace la respuesta a las causas del feminicidio, sino que también responde el hecho de que las cifras no hayan disminuido con respecto a años anteriores. 

 


Nosotros no nacemos hombres, nosotros nos hacemos hombres. ¿Y quién hace los hombres? La cultura. ¿Y qué es la cultura? Todo lo que vivo”. Benítez afirma que es a través de los vínculos, las relaciones, los contextos sociales, el lugar donde se vive, la televisión, la familia, la escuela e incluso la iglesia, en donde el concepto de “hombre” se crea. En nuestra cultura, por ejemplo, existe la idea de que el hombre debe ser inteligente, libre, fuerte, viril, heterosexual y exitoso económica, política y socialmente. De hecho, en otros contextos, el hombre, además, debe estar armado, poseer alto capital económico y cuenta con el derecho de disponer de cualquier mujer.  


Entonces, si una y otra vez se refuerza este deber ser, ¿qué pasa? Te lo crees. Y resulta que es en esa construcción sociocultural del concepto “hombre” donde aparece un notable desprecio por lo femenino. La mujer no es inteligente, ni fuerte, ni exitosa, es emocionalmente débil, debe estar a disposición del hombre y permanecer en la casa cuidando y criando a los hijos. Todo esto nos lleva a la actual cultura machista y patriarcal que permea muchas dinámicas sociales, familiares y de pareja, afianzado el rol del hombre como un sujeto hegemónico que asume su masculinidad no solo con la fuerza, sino con la violencia.    



Colombia, especialmente Medellín, tienen una cultura permeada por el legado del narcotráfico que promociona estereotipos ligados al género, donde el hombre es fuerte, proveedor y violento, y la mujer es sumisa, llamativa y cosificada. Esta cultura promueve valores machistas que son perpetuados tanto por los hombres como por las mujeres: “ser la mujer del duro implica asumir una posición de dependencia, de riesgo. Pero esa es una aspiración cultivada socialmente, donde, de hecho, las amigas, las familias y las madres lo perpetúan”, explica Peláez que es por eso que allí la violencia es legítima, porque es una manera de ejercer poderío sobre el cuerpo de la mujer. Se normaliza, entonces, que el duro tenga varias mujeres, que agreda sexualmente a menores y que la primera madre que se oponga a sus deseos con sus hijas, se va del barrio.   



Empecemos por el hecho de que las violencias de género son independientes de los niveles sociales que puedan tener las personas; sin embargo, Luis Benítez cuenta que cuando se tienen condiciones socioeconómicas de pobreza, también se tienen condiciones socioculturales de pobreza, es decir: “cuando tienes menos recursos, menos acceso a los sistemas de salud, a los sistemas educativos, a los planes de acciones integrales de bienestar, cuando vives en barrios deteriorados donde la delincuencia permea, hay mayores condiciones para que se dé un feminicidio.” Esto no quiere decir que en las condiciones socioeconómicas más altas no ocurran este tipo de cosas, sino que allí, “además de la física pena y vergüenza que representa la denuncia, los hombres tienen el poder de hacer que las acciones judiciales o psicosociales se desestimulen”, afirma Benítez.  


Cuando las mujeres carecen de oportunidades a nivel educativo y laboral, se incrementa el factor de riesgo para sufrir violencias basadas en género. Laura Peláez explica que “no es lo mismo cuando hablamos de una mujer que tiene una experiencia formativa que le ha permitido hacer una reflexión y una deconstrucción sobre su vida, sobre su feminidad y sobre sus proyectos, a una mujer que no ha tenido esas oportunidades”. La educación permite en la mujer no solo conocimiento en habilidades blandas y duras, sino el reconocimiento de prácticas violentas que son muchas veces naturalizadas.  




Por el ámbito laboral, Benítez afirma que “muchos de los feminicidios están vinculados con el hecho de que la mujer no logra salirse de un entorno tóxico” pues la condición de dependencia generada por la falta de acceso al empleo, la obliga a quedarse allí y a asumir esta serie de prácticas que, a la larga, tiende a desensibilizar.  

 


“Desde que se está midiendo el feminicidio, el patrón es que la pareja sentimental sea la causante del delito”, afirma el licenciado, y es que resulta que dentro del feminismo hay una categoría que se ha estudiado y es la del amor romántico, una de las que más le interesan a Benítez. Esta categoría y forma de amar propia del machismo y patriarcado plantea la siguiente idea: “Estás conmigo, eres mi propiedad y no puedes estar con nadie más”. Las mujeres están subordinadas al hombre o al hogar, no cuentan con voz, poder o reconocimiento; por eso, aquellas que deciden salir de allí, por un lado, vulneran la dignidad del hombre y este entra a vengarse, y por el otro, si deciden separarse no solo rompe el vínculo de amor, sino que fracasa en la construcción de una familia: fracasa como mujer.  


Entonces, ¿por qué hacerlo? ¿por qué separarse? “No se vaya a poner en ese peligro que le va a ir peor, además, ¿qué va a pasar con sus hijos? Si usted lo denuncia la va a sacar de la casa”, Benítez afirma que son las madres quienes muchas veces les hablan así a sus hijas. Hay un montón de circunstancias que impiden a la mujer denunciar y salir de ese entorno, desde lo jurídico y socioeconómico hasta lo familiar y la vecindad.  

 

Y las instituciones, ¿pa´ cuando? 



Las líneas de atención ayudan a la mujer no solo en aspectos de gestión emocional sino en la asesoría de acciones legales que puedan tomar contra su agresor. Aunque estas líneas hayan podido llegar a prevenir algunos feminicidios, continúan siendo deficientes e insuficientes los departamentos que hacen justicia.  


La respuesta institucional es tardía por temas relacionados con la corrupción y poca agilidad en los procesos; pero hay un problema aún mayor, afirma Benítez: “No hay instituciones que tengan una noción clara de lo que es una violencia basada en género” lo que hace que no solo se desconozca esta violencia, sino que no se entienda, por lo que se termina revictimizando a la mujer, justificando la violencia e incluso desconfiando de su testimonio. 

Las organizaciones feministas, por su parte, han tenido un importantísimo papel en el tratamiento, gestión, prevención, educación y asesoramiento de las mujeres víctimas de violencia de género. Luz Mery Arias Muñoz, una de las fundadoras de la corporación feminista Vamos Mujer, explica más a fondo sobre el papel de este tipo de organizaciones, su diferencia con respecto a las demás instituciones, las estrategias que utilizan y su impacto en las mujeres:  


 

La dualidad de la denuncia: un asunto entre el reconocimiento y la traición 

“Laura, ¿qué significa denunciar?”, le pregunté. Ella se incorporó, tomó el micrófono de mi mano y me respondió: “La denuncia tiene un efecto simbólico. No solamente un efecto legal. Entonces, cuando una mujer decide denunciar, decide hacerse cargo de eso que le está haciendo la pareja o expareja. Ella se reivindica, independiente de que el sistema luego le imponga una pena al agresor, la posibilidad de alzar la voz y de ser capaz de decir ´esto no está bien´, permite sentar un precedente, implica un empoderamiento femenino a nivel simbólico.”   


Sin embargo, en la denuncia también ocurre una ruptura, una traición. Cuando la mujer denuncia, culturalmente se piensa que está rompiendo un vínculo amoroso y esto implica renunciar a una tradición marital, familiar y filial, “no es gratuito que la iglesia te diga 'hasta que la muerte los separe' ”, afirma Benítez.  

 

Y ahora, ¿qué hacemos?  

La psicóloga Laura Peláez afirma que para neutralizar el fenómeno tiene que haber diferentes niveles de cambio: el primero deben ser las respuestas legales; lo segundo, la respuesta institucional y, finalmente, el más difícil, el cambio cultural. Estos niveles de cambio no excluyen la responsabilidad de otras entidades o acciones que se pueden realizar. Por ejemplo, en la educación formal, las universidades deben “formar sujetos sensibles y éticos que puedan responder a estas problemáticas desde un lugar más empático”, dice Laura, o desde la educación informal donde se abran espacios entre amigos y familiares para señalar conductas que no están bien. El papel de los medios de comunicación no se queda atrás, no solo porque visibilizan la noticia de lo que ocurre, sino que también, en términos preventivos, de empoderamiento y reconocimiento pueden hacer algo más. Luis, por su parte, propone un trabajo más intensivo con los hombres: “si nosotros logramos hacer un trabajo psicopedagógico con los hombres, creo que lograríamos disminuir el feminicidio y las tasas de violencia contra las mujeres”. Sin embargo, no hay apoyo, ni económico ni institucional, “el trabajo con hombres en masculinidades en Colombia es muy reciente y escaso, por eso no hay una acción estatal en ese sentido”, cuenta Luis.  


“Ser mujer ahora es distinto a ser mujer hace 20 años”, afirma Laura. Hoy en día tenemos una sociedad un poco más sensible, hombres más feministas, investigaciones que hablan al respecto; sin embargo, no sigue siendo un asunto sencillo de abordar. “¿Cuáles son las causas por las cuales el feminicidio continúa perpetuándose?”, me preguntaba en un principio, y después de esta investigación concluí que las razones por las cuales impera el delito del feminicidio varían entre: por un lado, la falta de oportunidades a nivel educativo y laboral de las mujeres. Pues esto no solo les impide reconocerse como víctimas en entornos violentos y denunciar, sino que también llegan a normalizar, justificar y aceptar violencias que tienden a escalar a este delito. Por otro lado, la cultura machista, misógina y patriarcal que se ha construido en la sociedad y que ha permeado la cultura colombiana durante años, primero, no es culpa de los hombres, sino de un sistema que domina y promueve discursos de género en contra de la mujer; esto incluye el legado del narcotráfico, la respuesta generalmente prejuiciosa de las instituciones, el insensible tratamiento de las noticias sobre violencias de género por parte de los medios, el consumo de publicidades tóxicas y el estereotipo que se tiene sobre el rol que debe cumplir cada género.  


Afortunadamente, los discursos se crean, se destruyen y se transforman. Los hombres lloran, las mujeres son fuertes, ¿Cuál será ahora el discurso más conveniente para comenzar a tratar este tema de raíz? El miedo no está en la calle, el miedo está en el sistema. 

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