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Del miedo al encuentro

Hugo Andrei Buitrago Trujillo / hugo.buitrago@upb.edu.co


Es poderoso este asunto del temor latente, lo saben quienes lo usan para violar toda norma social y de convivencia: para meterse en contravía, evadir una fila, asaltar a otro, acosar sexual o laboralmente… saben que quien los padece, seguramente, preferirá callar porque teme una reacción violenta, porque teme que se le acuse de quisquilloso, porque teme perder su trabajo.


Resulta insoportable vivir atemorizado. Agobia, agota. El miedo es paralizante y catastrófico.


Quienes usan las armas contra personas inermes quieren generar miedo y, con éste, propiciar silencio. Acallar unas voces que, curiosamente, les causan pavor. Un pánico terrible a que les muestren que no pueden simplemente meterse en contravía, saltarse la fila, quedarse con lo ajeno, arrebatar dignidades.


Por eso, resulta particularmente trágico que el temor se meta en los espacios educativos, porque lo contrario al miedo es la confianza y las aulas deben ser el escenario donde, a partir de esa confianza en que son un espacio de respeto y tolerancia, se encuentren y debatan las distintas ideas, soportadas en quienes antes, también desde diversos puntos, se han dedicado a interpretar a nuestra humanidad.


La confianza y el respeto, antítesis del miedo, son los cimientos sobre los cuáles le apostamos al fortalecimiento del pensamiento crítico como una de las herramientas esenciales para la consecución del cambio social: la posibilidad de leer el entorno, poner esa lectura en contexto y actuar en consecuencia con aquello que suponemos, como individuos o como colectivo, debe cambiar para tomar el rumbo de lo que como sociedad definimos como deseable. Un encuentro que posibilita reconocer a los otros y reconocerse en ellos, no por nuestras similitudes, sino por nuestras diferencias. Cada encuentro nos cambia, cada diálogo nos toca y alimenta.


La educación está signada como un llamado constante a subvertirse, a transformarse y transformar (el espacio, la sociedad, el entorno…) dinámica y constantemente; estas características hacen que la educación sea una de las voces que la inamovilidad social se esfuerza por acallar. No es gratuito que nuestros maestros en los barrios y en las escuelas rurales sean constantemente amenazados por agentes fuera de la ley.

<< "... lo contrario al miedo es la confianza y las aulas deben ser el escenario donde, a partir de esa confianza en el respeto y la tolerancia, se encuentren y debatan las distintas ideas...".

Foto: José Luis Vahos.






No obstante, hay formas más sutiles y cotidianas de instauración del miedo, algunas de ellas acentuadas gracias a la permanente conectividad de estos días, otras delatadas gracias a éstas, todas lamentables por ir en contravía de lo que se espera de un encuentro entre estudiantes y docentes: la discusión de ideas de manera libre.


El desprecio por el pensamiento que dista del propio, la construcción del otro como enemigo, ha resultado un contagioso mal que ha traído formas más o menos solapadas de censura. Así, un ejercicio en clase es concebido como un ataque político; un docente es enfrentado a un cacique político de cuenta de un trino de un estudiante, que privilegia señalarlo de activista antes que defender y debatir sus ideas dentro del aula; o un padre de familia ofende en medios sociales a una docente que considera indeseable por suponerla en otra orilla ideológica. De igual manera, el uso de estos medios sociales también ha permitido identificar cómo hay docentes que censuran, irrespetan, descalifican y agreden a los estudiantes de cuenta de sus posturas y símbolos políticos, traicionando su rol y el espacio del diálogo diverso que supone la educación.


No es factible justificar un espacio de educación en el que los estudiantes sientan miedo de expresar sus ideas, que omitan el esfuerzo de fortalecer sus argumentos y escuchar los contrarios, por miedo al escarnio, la nota o el menosprecio; pero tampoco es posible pensar en un docente que llegue al encuentro con sus estudiantes con temor de abordar temas espinosos, de exponer contrargumentos (que no necesariamente serán los de su convicción), ante la posibilidad de verse inmerso en un conflicto mediático de proporciones nacionales en el que, una vez más, los argumentos se pierden bajo una lluvia de manifiestos viscerales en cuyo ruido es imposible la construcción, nuevamente, del diálogo.


Inocular el miedo en ese escenario que debiera ser el de confianza y respeto por excelencia, el de la enseñanza, es la estrategia más efectiva para garantizar la inamovilidad de la sociedad, con el miedo atando el debate, el diálogo, la presentación de ideas, la construcción conjunta del conocimiento, lo único que se garantiza es que se pierda el pensamiento en favor de la repetición acrítica de fórmulas, es la receta para evitar la transformación, es la condena de no conocernos, reconocernos y permearnos. Es el fin de la esperanza.

"No es factible justificar un espacio de educación en el que los estudiantes sientan miedo de expresar sus ideas, que omitan el esfuerzo de fortalecer sus argumentos y escuchar los contrarios...". Foto^: Diario del Paro

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