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  • María José Castrillón Sánchez /

El mejor salpicón de Medellín


‘La vida es fácil niña, todas estas señoras que están acá son mi familia. Sin pensarlo, estamos reunidos por desgracias ajenas’’, dijo don Leo mientras recorría con su mirada cada rincón de aquel espacio que, durante más de 15 años, le ha dado techo y comida a su familia para vivir.


Cuando don Leo en el 2010 puso los papeles de renuncia en el escritorio de su jefe, jamás se imaginó que su vida cambiaría tanto. El quepis negro que portaba cada noche se convertiría en una gorra blanca, aquella camisa manga larga, se convertiría en un delantal con un estampado grande que dice ‘‘Frutería Don Leo’’. Y aquella portería similar a una jaula en las noches, se convertiría en un negocio hecho de metal, sudor, lágrimas, noches de tragos y cientos de sueños por querer cumplir.


Luz Oliva decidió apoyar a Leo para dejar atrás aquel trabajo que les robó a los dos horas, minutos y segundos de estar juntos. No pensó que esa decisión sería la más importante de su vida. Desde aquel momento las madrugadas en vela esperando a su marido, después de jornadas de más de 10 horas, se convertirían en una nueva casa, nuevos viajes y muchísimo tiempo libre.


Yuri Patricia tomó a su hijo y, con la poca valentía que le quedaba, se alejó de aquel lugar donde lloró, gritó y pidió ayuda; su alma sintió un descanso. Quedó atrás aquel hombre que durante cinco años fue su esposo y al mismo tiempo su verdugo. Debía comenzar una nueva vida, no pensó que sería junto a sus padres Leo y Luz en el proyecto de venta de frutas.


Mary Luz perdió a su esposo por una supuesta bala perdida y sintió que sus venas se congelaban, al mismo tiempo que su corazón mermaba las pulsaciones. Murió su esposo, el padre de su hijo y el amor de su vida. Tenía que salir adelante y por eso recurrió a su hermana mayor, Luz Oliva, quien iniciaría un nuevo proyecto junto a su esposo, Leo.


Frutos de vida


En medio de la calle 16ª y la carrera 43, en la Avenida El Poblado, se ubica el negocio número 002, marcado así por Espacio Público de Medellín. Desde lejos se observa un letrero grande que dice: ‘‘Dios bendice este negocio’’. Al bajar la mirada, se puede observar, en medio de los racimos de bananos y plátanos, otro letrero, más pequeño y menos llamativo: Frutería Don Leo.


Don Leo, quien es el creador y dueño de la frutería que lleva su nombre, es un hombre oriundo de Urrao, lugar reconocido por el queso dulce y el cultivo de las granadillas. Él comenzó a vender esas frutas que hace 16 años en una de las avenidas más concurridas de Medellín. A esas granadillas se le sumaron bananos, plátanos, peras, manzanas, naranjas, mandarinas, aguacates, uvas, entre una decena más de frutas jugosas y coloridas, adornan uno de los paisajes más grises e industrializados de Medellín.


A las 5 de la mañana, don Leo y Luz Oliva están esperando a Fredy, su conductor de confianza, en la salida de su casa ubicada en Manrique oriental. Se dirigen a la Plaza Mayorista para surtir frutas frescas a su negocio: ‘‘Yo iba antes a la minorista, pero más de una vez me robaron las bolsas llenas de frutas. Entonces hace 13 años, aproximadamente, voy a la mayorista’’, afirma don Leo, delgado, de 64 años, tez oscura y una sonrisa pícara que agudiza el tamaño de sus ojos.


A las 6:15 de la mañana, Yuri Patricia, su hija; y Mary Luz, hermana de Luz Oliva, llegan en un taxi, cada una cargando una bolsa en cada mano. Yuri Patricia es una mujer joven, robusta, que mide cerca de 1.72 m, guarda en su entre ceja una arruga que alude a su temperamento fuerte. En cambio Mary Luz una mujer vieja, delgada, que mide cerca de 1.55 m, saluda a don Leo con dos arrugas a cada lado de su boca que aluden a su peculiar gesto, pues tiene más sonrisa que dientes.


Mientras Luz Oliva empaca 20 vasos de fruta picada en papel transparente. Yuri Patricia sostiene un cuchillo mondador entre sus manos y, al ritmo de las manecillas del reloj, rebana 5 manzanas rojas. Mientras que don Leo junto y Mary Luz resuelven cómo acomodar las sillas para que los próximos comensales disfruten de su estadía. Todos cumplen una función, todos son familia, todos están ahí como un rompecabezas.


Cada día de la semana, cuando se pasa por la frutería, las mujeres que atienden esta caseta tienen uniformes diferentes: el lunes se hace homenaje al color rosado de una buena pitaya, el martes es de mora azul, el miércoles de azul cielo, el jueves del limón y el viernes son de las uvas moradas.


Fruta podrida

Aunque la variedad de frutas sea abundante, para don Leo ninguna de ellas se vende tan bien como un buen vaso de salpicón. ‘‘La gente que trabaja por acá cerca lo que más compra es salpicón. Una persona puede comprar 6 vasos de salpicón’’ afirma Don Leo mientras, con un trapo blanco con más rotos que tela, espanta a los moscos que se le quieren acercar a su producto estrella.


‘‘Este negocio mío, yo lo quiero más que a una hija, mejor dicho, es mi tercer hijo’’, afirma don Leo. Para él, llegar a la estabilidad económica y laboral que tiene ahora no ha sido nada fácil. En el 2004, cuando inició con su local, la mujer que comparte caseta con él intentó “salarle” el negocio por medio de la brujería y magia negra.


‘‘El 31 de diciembre y nos íbamos de vacaciones, los 15 días que siempre saco con mi familia. Empezamos a empacar todo lo de los estantes. Cuando estábamos recogiendo las cosas del último estante mi esposa encontró una medalla grande que tenía dibujado como unas serpientes. Yo llevé eso donde una señora que vive por el barrio, ella sabe de brujería y esas cosas. Me dijo que ese medallón lo habían puesto ahí para salarme el negocio. Con el tiempo me di cuenta de que era esta señora que vende pasteles de pollo aquí al lado’’, expresa don Leo mientras señala el sitio exacto donde encontró la medalla.


‘‘Es que yo pude irme con mi esposa para un crucero por Aruba gracias a esto. Tuve la oportunidad de comprar mi propia casa. Le debo mucho a las frutas’’, afirma don Leo con una sonrisa entre cruzada con risas.


Y así ese pequeño negocio, con estructura de metal y colores que adornan el día más oscuro de marzo, es un oasis en medio del apresurado caminar de los cientos de ciudadanos transitan. Algunos lo reconocen y otros solo lo miran, pero lo que todos en silencio guardan en su mente es que ‘‘Frutería Don Leo’’ es una parte irremplazable de la Avenida El Poblado.


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Trabajo realizado en el curso Periodismo IV, orientado por el profesor Juan Carlos Ceballos Sepúlveda.






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