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  • Melisa Gómez Vanegas /  melisa.gomez@upb.edu.co

Un recogimiento diario

La tarde oscurece.

Las aves se guardan,

los grillos cantan.

Por estos días en los que el tiempo se ha estirado y la sensibilidad ha llenado de colores mis ojos e intensificado mis sentidos, veo la vida pasar un poco más lento y todo comienza a tener sentido. Aquella ceiba pentandra, que tiene cuatro veces mi edad y adorna mi vista cada que miro por la ventana, es la majestuosa culpable de que cada año por esta época de abril sufra de severas crisis de alergias y estornudos constantes. Por las lluvias del mes, este inmenso árbol suelta unas lanitas a través de sus frutos llamadas capok. Según me contó un tío, eran utilizadas hace muchos años como rellenos de almohadas. Seguramente si hubiese nacido en aquella época habría muerto ahogada mientras dormía.


Capok de la ceiba pentandra.

Foto: Melisa Gómez Vanegas >>


Los días pasan,

la cuarentena aumenta.

La mente no descansa.

El miércoles 08 de abril fue reportado el primer caso de COVID-19 en el municipio de Copacabana, donde vivo. Las calles comenzaron a verse más solas al pasar de los días, el silencio que siempre había anhelado escuchar al fin ocurrió, pero en unas circunstancias que jamás hubiera deseado.

El corazón se rompe

Su fachada muere

Vuelve a sentir

Las bases de la cultura oriental nos enseñan una vez más que es tiempo de sentir, de fluir, de excavar en los adentros de nuestra mente y ser, conocernos a nosotros mismos y dejar de mecanizar de una vez por todas nuestra vida, a nosotros mismos, lo que sentimos y nos rodea. No estamos acostumbrados a sentir, queremos controlarlo todo y tal vez esta es la oportunidad que necesitábamos para volver a nacer, para vivir de verdad. No para sobrevivir como estábamos acostumbrados.

Los besos no lo entienden,

los abrazos se entristecen.

El virus espera.

Este período enclaustrada en casa me ha invitado de una manera sutil a conocer más a fondo a mi familia. Por ejemplo, descubrí que mi madre tiene una paciencia infinita y súper poderes, pues además de ser profesora universitaria de economía internacional, es madre cabeza de familia: se acuesta a la 1 de la mañana y se levanta cinco horas después, de lunes a viernes. A las 7, ya tiene listo el desayuno, el almuerzo y media casa organizada.


Además de todo esto, se baña con agua fría, por no decir helada, sin hacer ruidos de congelamiento ni quejarse, esto sí que es un súper poder. Corrige torres y torres de exámenes repletos de gráficas y números que se ven terriblemente tediosos de hacer -imagino que es peor revisarlos- mientras lo hace prepara sus siguientes clases y las próximas actividades evaluativas. Atiende las inquietudes de sus alumnos por correo y grupos de WhatsApp mientras recibe llamadas de sus hermanas por el teléfono fijo de la casa, lava los trastes en cuestión de segundos y por donde quiera que pasa todo reluce. Le queda tiempo para regañarnos a mi hermano y a mí por no hacer determinada labor a la velocidad de la luz como lo hace ella. También se maquilla y organiza para entrar en la virtualidad a dictar sus clases. Lo sé, es increíble que se bañe con agua fría a esas horas de la mañana y lo disfrute.


<< Una oportunidad para reconocernos. Foto: Melisa Gómez Vanegas.


Descubrí también que mi hermano no es un robot (sus extraordinarias habilidades matemáticas, agilidad en video juegos, responder solo lo preciso, moverse mecánicamente y ejercitarse como si fuera una máquina) sino que tiene sentido del humor, una novia y de vez en cuando me abraza. La verdad me alegró saber que tenía sentimientos y que, por lo menos, uno de los dos puede triunfar en el amor.

Este aislamiento ha sido un recogimiento para mí, además de observar mi alrededor con detenimiento, he tenido la posibilidad de adentrarme en lo más profundo de mi ser y descubrir quién soy en realidad. Hay que tener tiempo y agallas para querer escuchar lo que tiene por decir el crítico más despiadado de todos: la conciencia, pero también mucho amor para abrazar esa oscuridad y recordarle que no es tan mala como uno cree. Solo espero que, cuando esto pase, nada vuelva a ser igual y que todo lo que está ocurriendo valga la pena para replantear nuestro estilo de vida y empezar de nuevo, con más humildad, con más respeto, con solidaridad, amor y sobre todo, conciencia.

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Trabajo realizado en el curso Periodismo y literatura, orientado por la profesora Marcela Gómez Toro.

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