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  • Melisa Gómez Vanegas /  melisa.gomez@upb.edu.co

Postales desde el recogimiento

Hechos cotidianos y pensamientos que se cruzan en la rutina del encierro de una joven periodista. Huellas de la pandemia en la vida de las personas a su alrededor.

En una tarde veraniega como esta se conoció en Medellín la noticia del primer caso de Covid-19 en Colombia.

Foto: Melissa Gómez.


El comienzo del fin

Ya estábamos informados y advertidos sobre su existencia, pero como todo en nuestro país, fue tomado como una broma. Risas iban y venían, memes, charlas constantes e incredulidad sobre el verdadero impacto que podría generar este minúsculo pero poderoso virus en los colombianos. Solo íbamos a entenderlo cuando tuviéramos que lidiar con él frente a frente.

El 7 de marzo de 2020 todo transcurría común y corriente: las personas corrían a sus trabajos, no dormían lo suficiente, trabajaban de más, no quedaba tiempo para mirar el paisaje, ni hablar con el vecino; mirarse a los ojos había pasado de moda, también disfrutar de un atardecer, el tiempo no era suficiente; hasta que algo detuvo el reloj: todos los afanes y ocupaciones tomaron un segundo lugar. Las redes sociales, televisores, periódicos y radios anunciaban la tan esperada, pero aterradora noticia: “Se reportó el primer caso de COVID-19 en Colombia”. Desde ese día, todo empezó a ser diferente, las risas y burlas frente al virus comenzaron a convertirse en caras de preocupación a medida que pasaban los días, aquel pequeñín se apoderaba poco a poco de todos los rincones de Colombia y el mundo.

Según la página web oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) esta infección suele venir acompañada con fiebre y síntomas respiratorios (tos y disnea o dificultad para respirar). En los casos más graves, pueden causar neumonía, síndrome respiratorio agudo severo, insuficiencia renal, e incluso, la muerte. El virus resultó ser mucho más fuerte de lo que estaban esperando, la impaciencia y el miedo se apoderaron de las personas.

Algunas de las recomendaciones comenzaron a circular desde la OMS y otras entidades como el Ministerio de Salud y Protección Social para no propagar la infección: la buena higiene de manos y respiratoria (cubrirse la boca y la nariz al toser y estornudar). Asimismo, evitar el contacto estrecho con cualquier persona que presente signos de afección respiratoria, como tos o estornudos. Admito que pensé más de una vez que estaba contagiada, pues no sabía si los estornudos se debían a mis constantes alergias por el polvo y las lanas o si el COVID-19 estaba haciendo estragos en mi sistema inmunológico. Mi familia comenzaba a mirarme como un bicho raro.

Pasaban las horas y fueron aumentando rápidamente los contagiados y muertos a causa del COVID-19 y con esto las restricciones del Gobierno Colombiano frente a su población: cierre de fronteras marítimas, fluviales, áreas, terrestres y cualquier tipo de conexión física con el exterior, aislamiento obligatorio, cierre de universidades, colegios y entidades importantes, pico y cédula para evitar aglomeración de personas y aún más contagios. Todo tipo de medidas fueron tomadas por parte de las figuras de poder del país y comenzó a reinar el caos en las cabezas, los miedos a los que muchos temían enfrentarse un día tomaron forma y salieron de sus escondites, soledad, incertidumbre, ansiedad, depresión, quietud, hambre, desigualdad y la madre de todos los miedos, la muerte.

Las calles comenzaron a verse más solas al pasar de los días, el silencio que siempre había anhelado escuchar al fin ocurrió, pero en unas circunstancias que jamás hubiera deseado. No había carros, ni motos, no había gritos en las calles, solo el sonido del balanceo de los árboles con el viento y los pájaros revoloteando por todos lados, demostrándonos que son ellos los verdaderos dueños de este espacio. La naturaleza por fin fue liberada de nosotros y nuestro bullicio constante. La vida, el destino, el karma o tal vez Dios nos pusieron un pare a todos los seres humanos, un pare para enseñarnos que no somos tan poderosos e invencibles como creemos.


Día número “no sé qué” de cuarentena


​“¿Ya se lavó las manos?”, esos fueron los buenos días, buenas tardes y buenas noches de mi madre durante todos los días de cuarentena que llevábamos. Graciosamente fueron más duros los primeros días en cuanto a la relación con mi familia y el encierro. Con el pasar de los días ya no había peleas ni gritos, mi mamá seguía regañando, pero en una intensidad mucho menor; y mi hermano, de tan solo 15 años, con los andrógenos en pleno despertar y pasando por la etapa de la “aborrescencia”, empezaba a adaptarse a esta nueva realidad. Todos estábamos más tranquilos, en calma, respetuosos, aprendiendo a conocernos y a convivir, un privilegio que no muchas familias tienen.


<< La ventana y el balcón han sido el único espacio de contacto con la realidad. Foto: Melissa Gómez Vanegas.


Daniela, una de mis mejores amigas, vive sola aquí en Medellín con su hermana mayor, hace más de 2 años. Su madre, Adriana Zapata, se fue en busca de mejores oportunidades a Estados Unidos. Adriana reside en la ciudad de Orlando, en el estado de Florida, no es indocumentada, entró al país con una visa adjudicada por la embajada de Estados Unidos solicitada en Bogotá. Esto le permite identificarse cuando le piden algún documento y tener muchos más beneficios que aquellos que no tienen pasaporte, como por ejemplo acceder a salud, abrir cuentas en bancos o rentar cuartos. Eso sí: no puede recibir ningún servicio del país, pues su único pecado es que entró al mismo con la excusa de ser turista, pero se quedó a cumplir el sueño americano.


Me tomé el atrevimiento de preguntarle cómo estaba, que tal la estaba pasando con esta situación catastrófica que pintaban los medios de comunicación con el coronavirus. Me respondió con toda la tranquilidad del caso a través de una nota de voz por WhatsApp: “Mija, no es cierto todo lo que andan diciendo los medios de comunicación y algunas personas por ahí, aquí no dejan morir a nadie. De hecho, hay servicios de hospitales que atienden a personas indocumentadas y en mi condición y no tienen que pagar de inmediato, después de ser atendido, medicado y enviado a su casa la cuenta llega a su dirección con facilidades de pago. Acá no dejan morir a nadie, independiente de que no tenga seguro o dinero”. Me dio muchísimo alivio escuchar eso, pero me llené de muchas más dudas.


Ella, como si me leyera la mente comenzó a responder una por una mis inquietudes, me comentó que seguía trabajando común y corriente, pero teniendo los cuidados necesarios, cubriéndose con tapabocas y guantes a donde saliera. Y como no tiene carro propio, tiene que tomar el transporte público, pero todo allí es muy organizado: un asiento ocupado y el siguiente no, uno ocupado y el otro no, al igual que la cabina del conductor, que está completamente aislada y sellada para evitar contagios. Además de todo esto, el gobierno decretó transporte público gratuito hasta el mes de junio. Este testimonio me abrió un panorama completamente diferente al que me habían creado.


Al parecer, la vida de Adriana no marcha tan mal hasta el momento, pues en reiteradas ocasiones me aclaró: “No le tengo miedo al coronavirus, pero lo respeto. Solo espero poder seguir con salud para aportarles a mis hijas económicamente y volver a verlas en un futuro no muy lejano”.


La vida y la muerte en una misma realidad

Hace poco, el compartir con nuestros seres queridos era algo usual o por lo menos lo era para mí. En mi familia somos muy unidos y vivimos todos en el mismo conjunto residencial, lo que hace usual compartir un algo, una visita o reunirnos para cantar los cumpleaños. Hace poco cumplió años la esposa de uno de mis tíos, todos nos conectamos por videollamada a la hora usual en la que solíamos cantar todos los cumpleaños, siete de la noche. Cantamos con la misma alegría de siempre el “cumpleaños feliz”, pero esta vez sin torta y sin abrazos; fue nostálgico ver cómo simulaban abrazos a través de la pantalla y saber que estábamos tan cerca pero tan lejos, separados por apenas algunos muros y pisos de distancia. Por fortuna, nosotros estábamos celebrando la vida, así fuera de esa manera tan distante, a diferencia de otros a quienes les ha tocado enfrentar la muerte de un ser querido en este aislamiento obligatorio.


Este, por desgracia, fue el caso de una de mis compañeras de grupo de la Universidad. María Alejandra Espitia, quien en una de las clases virtuales expresó lo triste que se estaba sintiendo por la pérdida de su tío abuelo, el que más quería. Después de clase, sentí la necesidad de preguntarle qué había pasado y si estaba bien, pues hablar con alguien en un momento de tristeza puede ser útil. Me comentó que le decía por amor Juancho y sus amigos más cercanos lo llamaban El mago Fedor, pero su nombre real era Federico Martínez. Tenía aproximadamente 70 años y, por desgracia, había comenzado a sufrir de alzhéimer, pero fue mucho más astuto que la enfermedad, pues cargaba siempre con él una libreta donde tenía anotadas todas y cada una de las cosas verdaderamente importantes para él, entre ellas los nombres de sus familiares y sus características físicas.


Don Federico se encontraba viviendo con una de sus hijas en Bogotá cuando el confinamiento comenzó, de un momento a otro empezó a bajarle la presión, por lo que tuvieron que llevarlo al hospital y allí de inmediato lo dejaron en la Unidad de Cuidados Intensivos. Estuvo dos días con la presión muy baja, “parecía como si una vela se estuviera apagando de a pocos. Al final, murió tranquililito”, me contó María Alejandra.


Para su desgracia, todos sus familiares viven en diferentes lugares del país y debido a las circunstancias, ninguno pudo tomar un avión y dirigirse a despedirse como lo deseaban. “Una de las cosas que más me rompió el corazón, fue que su hija logró grabar un video de su ataúd solito. La iglesia estaba completamente sola, solo estaba ella, fueron imágenes muy fuertes para toda la familia”, esas palabras me hicieron sentir temor.


Al parecer, el calvario no acababa allí puesto que además no había cupos en los cementerios hasta junio o julio, lo que los obligó a cremar el cuerpo de Juancho. Él nunca quiso ser cremado y lo expresó reiteradamente a su familia, pero las circunstancias no le permitieron cumplir su último deseo.


Los rituales fúnebres han cambiado drásticamente. Nada de salas de velación, nada del último adiós, nada de despedir al ser querido. Afrontar una pérdida en tiempos de aislamiento debe ser algo completamente diferente y aún más doloroso, porque lo primordial en el momento es prevalecer la salud de los que están vivos y evitar contagiar a más personas. María mencionó por último: “como familia no hemos podido tener ese espacio para llorar, reír y hacer memoria de él, todavía es difícil entender que murió”.


Aislamiento = Recogimiento

​Todos estos cambios en nuestros hábitos, rutinas y costumbres han causado cuestionamientos y reflexión sobre lo que hemos estado haciendo bien y mal al pasar de los años, sobre lo poco que hemos valorado a quienes nos rodean y lo que nos rodea. Lo mucho que hemos dejado de lado el sorprendernos con la sencillez y lo que todos los días nos brinda la vida: una flor, un atardecer, la sonrisa de un niño, el canto de los pájaros, las caricias del viento, un instante con nuestras familias. Intercambiamos lo que nos hacía sentir vivos por una esclavitud constante con el consumismo y materialismo, una competencia infinita con el otro por el que más tiene o pretende vivir mejor.

“ (…) No las cosas excepcionales, sino lo infinitamente pequeño y sutil: no el movimiento, sino el descanso que hay en el movimiento, porque cuando las observamos calmadamente, todas las cosas obtienen plenitud (…) ” , Luis Racionero.

Opté por llamar este encierro recogimiento. La perspectiva del mundo cambia al poder tener acceso a lo que realmente necesitamos, nos encontramos con nosotros mismos, muchas cosas vanas dejan de importar y al tener tanto tiempo de sobra ,comenzamos a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida. Aquella ropa cara, carros lujosos, cadenas, lociones, zapatos y demás objetos, dejaron de ser una catapulta imaginaria para todos aquellos que se creían mejores que los demás solo por poseerlos, porque encerrados en casa no tienen a quien presumírselos. Es allí cuando la pregunta ganadora invade las mentes: “¿Qué más tengo para aportar que mis bienes materiales?”. Ahí también empiezan a cobrar valor las verdaderas amistades, la familia, la solidaridad, el buen trato y sobre todo, la labor de todas aquellas personas que fueron mucho tiempo insignificantes para la sociedad y ahora son los héroes del país por arriesgar sus vidas ejecutado su oficio: personal de limpieza, domiciliarios, campesinos, vigilantes, conductores de transporte público, policías, militares, medios de comunicación y muchos más.

Lastimosamente no todo es reflexión y aprendizaje para las personas de nuestro país, pues en realidad no todos tienen la misma rentabilidad económica para subsistir en cuarentena. De hecho más del 46% de la población colombiana vive del empleo informal, según el Dane. Es decir, aproximadamente 23 millones 632 mil personas no tienen certeza sobre cómo subsistir durante esta cuarentena, algo realmente preocupante. Durante una entrevista realizada vía Instagram el 4 de abril, Angélica Lozano, Senadora del partido Alianza Verde, dijo: “esta cuarentena nos muestra la desigualdad absoluta en nuestro país y la importancia de reinventar nuestras formas desde lo social, lo económico, lo ambiental y lo humano”.

Se siente alivio pero al tiempo impotencia saber que nuestras familias son privilegiadas al continuar trabajando en casa, virtualmente, pero puede haber vecinos que tal vez estén pasando una mala situación ya que no contaron con la misma suerte y que existen millones de personas en Colombia que están aguantando hambre en este momento. Nos encontramos en una encrucijada.


Imagino que la pregunta común es: ¿Salgo a trabajar para comer y corro el riesgo de infectarme o me quedo en casa sin ingresos y muero de hambre? Con dolor en el alma, la verdad es que, al fin y al cabo, cualquiera de las dos opciones llevarían al mismo fin.


“El mundo como lo conocemos después de esta tragedia no será igual”, repite constantemente mi madre en tono de aviso. “Hay que comenzar a adaptarse a lo que viene”, reitera. Solo espero que así sea, que todo haya que volver a reinventarlo y por fin hacer las cosas correctamente. Con humildad, amor, solidaridad, perdón y sobre todo respeto por la madre naturaleza.


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Trabajo realizado en el curso Periodismo IV, orientado por la profesora Adriana López. Este y otros textos se encuentran en el blog de la autora.

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