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  • Laura Idárraga Giraldo /

Una realidad para transformar

No somos inmunes al miedo, a la ignorancia y mucho menos al Covid-19. Estamos viviendo días de pánico que nadie esperaba pero que a todos incumben. Se afectaron los empleos, la economía, las relaciones internacionales, nos abastecemos, nos aislamos, nuestro mayor contacto es por redes sociales; le creemos al miedo y, además, los que no estamos contagiados suponemos ser inmunes a esta pandemia, y nadie está exento. Parecemos en un futuro distópico, es decir, “una sociedad ficticia indeseable en sí misma”, la diferencia es que es real y es ahora.

Hemos llegado al punto de depender de un distanciamiento social para poder sobrevivir y seguir relacionándonos. Es irónico cómo debemos entrar en soledad para unirnos todos hacia una misma causa. Lo particular es que no es si se quiere, no es voluntario; es una obligación, como si se tratara de una realidad “de vida o muerte”. La pandemia ha sido de las pocas situaciones que trata con igualdad a la población, no sabe de clase sociales, no tiene distinción entre ricos y pobres. Por esto, es tan peligrosa como justa.

Y no hace falta buscar profundamente para darse cuenta que es algo que nos está cobijando a todos. Las consecuencias del mal comportamiento de la población bajo las normas de aislamiento impuestas no solo por el Gobierno sino también por la OMS, son evidentes en el aumento de la cantidad de infectados y hasta muertes. Pareciera que incluso con una emergencia mundial, el rebelde que sale de su casa, considera su propio mundo más relevante que en el que vive realmente. Les dicen egoístas.

Sin embargo, se unieron artistas, empresas, organizaciones, se crearon campañas, fundaciones y hasta hospitales destinados estrictamente para el trato de esta situación. Fue necesario recibir un golpe de la realidad para abrir los ojos y ser conscientes de la importancia del bien común por sobre todo lo material. Se esperaría que la consecuencia de esta pandemia sea no volver a lo mismo cuando todo acabe, es decir, dejar la preocupación superficial y afán de consumo, que si se genera un cambio y es bueno, que sea permanente.

Nos contagiamos de Covid-19 pero también de algo positivo: se expandió la creatividad. Ahora el que no sabía cocinar intentó algo nuevo en la cocina, el que había dejado de pintar desempolvó sus pinceles de nuevo, el que había dejado el libro a medias lo acabó y empezó el siguiente. En tiempos de tragedia se volvió necesario volver a lo simple y cercano, lo superficial y material ahora está en un tercer plano, nos tocó ponerle pausa a la carrera en la que vivíamos y apreciar el tiempo en soledad.

El trabajo en línea y otras formas de coordinar nuestra labor hacen parte de las transformaciones producto del aislamiento. Foto: Alcaldía de Medellín.

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