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#ElCineDesdeJardín (I). Mirarnos a los ojos

Los integrantes del Semillero Óptico Audiovisual, en un ejercicio de formación académica y de contribución al crecimiento de la apreciación cinematográfica, presentan una serie periodística que profundiza en la muestra artística y académica del último Festival de Cine de Jardín. Primera entrega de #ElCineDesdeJardín: un análisis.


Foto: Semillero Óptico Audiovisual


Con muchas horas de viaje a cuestas (seis por trayecto, en los casos más infortunados), una convocatoria importante —pero menor con respecto a la de 2018— un espacio arquitectónico de exhibición reinaugurado, algunos momentos emotivos, estrenos, déjà vus cinematográficos y un balance positivo concluyó el 4to Festival de Cine de Jardín, cuyo tema se rotuló Cine y patrimonios: maneras de encontramos.


Las anteriores ediciones de Jardín, en sintonía con algunas coyunturas sociopolíticas, se ocuparon de asuntos como el posconflicto, la tierra y la democracia. Esta, en el marco de la restauración del Teatro Municipal Rafael Leonidas Velasquez Rojas y la celebración de los 200 años de independencia nacional, se enfocó en el patrimonio y todos sus despliegues temáticos. Estos acontecimientos eran, al tiempo, una oportunidad y el riesgo de que el Festival asumiera una mirada institucional del patrimonio como un inventario de representaciones tangibles que enaltecen la historia monumental y patriótica de una nación. Desde esa perspectiva, es fácil caer en lugares comunes y convertir a la historia en una línea de hechos unidimensionales de la que una serie mitificada de productos son el resultado material.


No fue el caso de este festival en Jardín, en la que se dio lugar a la exhibición de filmes que representan lo patrimonial o que constituyen en sí mismos un patrimonio fílmico, pues también el cine -en particular para nosotros los latinoamericanos- es una lengua prestada y debidamente alterada. La obra inaugural, Simón el mago, de Víctor Gaviria (concebida en 1992 como una miniserie para televisión) indaga en el mito y la imaginería popular sin dejar de radiografiar los problemas de clase o de revisar algunos estandartes de la historia occidental como la familia, tema característico del realismo social autóctono.


De la misma muestra -Patrimonio cinematográfico colombiano- hicieron parte películas como Visa Usa, de Lisandro Duque, que examina las tensiones entre el centro y la periferia desde el argumento del sueño americano; Amores ilícitos, un filme de época que aborda el problema del colonialismo bajo una reivindicación del mestizaje; Gaitas y tambores de San Jacinto y Cerro Nariz, la aldea proscrita, que vuelven sobre lo étnico y sus manifestaciones culturales, trascendiendo la categoría de documento; y una pequeña selección del archivo histórico de la familia Acevedo, que relata algunos episodios de la vida cotidiana en la Medellín de los años 30.


En la Muestra central, por otra parte, el espacio (físico, pero también simbólico) fue uno de los denominadores comunes: con un primer ejemplo en el de la Biblioteca Nacional de Francia que se aprecia en el cortometraje Toda la memoria del mundo de Alan Resnais, como una tecnología de la memoria; como segundo ejemplo, el del Palacio de Invierno de San Petersburgo que se ve en El arca rusa, cuyo narrador (o, si se quiere, cuyo huésped) confronta la identidad de ese país, despidiendo a su paso la gramática clásica del cine; y, como tercer ejemplo, el del territorio agrícola en Camboya, en La imagen perdida, documental Rithy Panh que cuenta y reconstruye el despojo y la migración en el régimen comunista de Pol Pot. En síntesis: prosopopeyas, espacios parlantes, revisitados y fracturados.


Y en la Muestra de Proyecciones especiales, dos clásicos y un estreno nacional: Roma, ciudad abierta, cuya adecuación temática responde, ante todo, a un reconocimiento del neorrealismo italiano como tradición cinematográfica que inspira a nuestro cine (allí se inscribe la noción de patrimonio); Cleo de 5 a 7, que celebra la última edición de la revista Kinetoscopio y conmemora la muerte de Agnès Varda, una verdadera heroína cultural; y La Ciénaga, entre el mar y la tierra, del realizador y actor Manolo Cruz, protagonizada por un ícono del cine y la televisión colombiana como Vicky Hernández, que asistió al Festival y recibió los homenajes que su carrera artística merece.


Aunque calificar la mirada curatorial de un evento como un festival de cine será siempre una tarea arbitraria y restringida (en parte por las apreciaciones subjetivas del crítico y sobre todo por el imposible de abarcar todo el contenido de la programación), la pertinencia de la muestra artística y académica de Jardín podría sustraerse del itinerario que cada uno decidió. También, y es necesario mencionarlo como un asunto más allá de lo anecdótico, por los fallos técnicos y logísticos que se presentaron en la proyección de algunas películas que ni siquiera llegaron a término, o que se presentaron interrumpidamente con deficiencias notables en el sonido o la imagen. Si bien los problemas de infraestructura son entendibles en un festival pequeño y en crecimiento como este, de ninguna manera pueden ser aceptables, considerando el esfuerzo de la cinefilia por desplazarse hasta este municipio y la proyección misma de este evento.


Tales errores, no obstante, no menoscaban el trabajo de la Corporación Antioquia Audiovisual; por el contrario, refuerzan la urgencia de seguirle apostando a la descentralización del cine en el país: mientras los centros urbanos capitalizan los indicadores de exhibición, las regiones se limitan a ser unos escenarios de producción o, a lo sumo, tienen que resignarse a la condescendencia de unas iniciativas privadas intrascendentes y demagógicas. De otro modo, los esfuerzos por la formación de públicos seguirán yendo a saco roto, la apropiación social de estos espacios artísticos por parte de los habitantes de muchos territorios en Colombia seguirá siendo tan cuestionable como lo ha sido hasta ahora (no son pocos los casos en que estos festivales pasan desapercibidos para los mismos lugareños) y la realización de estos eventos tenderá hacia la autocomplacencia.



Conozca una nueva entrega de la serie con la etiqueta #ElCineDesdeJardín


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