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  • Daniela Giraldo / daniela.giraldoari@upb.edu.co

EL JUNÍN DE LOS FLORISTAS

- Estoy triste.

- Parece que estamos tristes.

- De verdad.

- ¿Cómo cuánto?

- Mucho.

- Veinte centavos por tu tristeza.

- Vale más.

- ¿Podría vivir en ella? - Y hacer una gran urbanización.

- Veinte, ni un centavo más.

- Es tuya.

- ¿Ves cómo todo puede conseguirse con dinero?

- ¿Tienes mucho dinero?

- Puedo conseguir grandes extensiones de tristeza.

Las muertes ajenas, Manuel Mejía Vallejo

Las abejas y avispas rondan las casetas como guardianas de las flores y esos aromas se mezclan con el olor de la fruta de carreta, el sudor de quienes pasan y los locales que emanan el aroma del pollo y el pan. Ante el fuerte sol algunas flores que empezaron la mañana no sobreviven la jornada. En la tarde huele a flores muertas.


Ni la Alicia de Lewis Carroll vio en el jardín de las maravillas las bellezas de Junín: Astromelias, Rosas, Girasoles, Margaritas, Lirios, Claveles, Aves del paraíso, follaje, Heliconias, Pinochos, Cartuchos y Agapantos. Este pasaje recibió su nombre en honor a la batalla del 6 de agosto de 1824 donde Perú consiguió su libertad ante los españoles. La carrera 49 reviste de flores su centro, desde La Playa hasta Caracas se ubican pequeños locales dedicados a la venta de ramilletes y ramos.


Los floristas parecen suspendidos en el tiempo; sus movimientos son lentos y discretos, así debe ser el trato para las delicadas damas que reposan en grandes contenedores de agua. Cuatro de los hombres que consagran sus días a esperar compradores llevan en el oficio varias décadas y otros heredaron la labor de unos padres dedicados a la fugaz belleza de las flores. Estos personajes son quienes han forjado la imagen de la ciudad florecida de otros tiempos, de una Medellín ahora lejana.


Alrededor de los años 60 la Secretaría de Comercio y Turismo trajo a campesinos de los corregimientos de Santa Elena y San Cristóbal para ubicarlos en pequeños quioscos situados en Junín; al inicio estaban desde La Playa a Maracaibo y luego se extendió hasta Caracas. Como el caso de los esposos Maria Clementina Grajales, florista, y Juan Francisco Osorio, transportador de flores; tenían su finca en Santa Elena y decidieron tomar la oportunidad para mejorar sus ingresos.


Ambos criaron a cinco hijos a punta de flores; enseñaron el cuidado y la delicadeza de estas plantas. Ahora es su hijo, Gabriel Jaime Osorio Grajales, un hombre de voz resonante y rostro pulido, quien releva a su madre. Tras algunos quebrantos de salud Maria Clementina falleció en el año 2000 y en 2016 Juan Francisco, ahora con 91 años, dejó de conducir el camión.


De esa migración también participó Jesús Alberto Monsalve Ortiz proveniente de San Cristóbal, un hombre de voz grave, ojos pequeños y piel morena. Hace 46 años está ahí, en el mismo sitio. Su local es el primero en sentido sur-norte, está a un costado del edificio Coltejer. Su día comienza muy temprano: a las 4 a.m. está en la Placita de Flores para surtir. Ese centro de acopio lo vio crecer, pues desde niño iba a ver cómo las cortaban, qué le echaban al agua para conservarlas… así, entre ensayo y error comprendió la técnica que le daría el sustento de su familia por 46 años y contando.


Durante la segunda mitad del siglo XX los sitios más exclusivos de la zona eran el Teatro Junín, el Hotel Europa y el Club Unión, así que la clase alta de Medellín se paseaba entre las tiendas, tomaban café o se sentaban para encontrarse con los amigos, en fin, venían a juniniar. Los jóvenes obsequiaban flores a la joven pretendida, el hombre halagaba a la esposa amada o a la dulce hermana y todos hacían el gasto por la madre adorada; era un presente de gran valor sentimental.


En 1967 se demolió del Teatro Junín para dar paso al edificio Coltejer. Ese fue el inicio de un cataclismo cultural para el centro de la ciudad. Gabriel Jaime rodeado de bullicio, de apariencia impecable y con el más puro indignamiento dice: “el teatro Junín lo cambiaron por un mamotreto, era un emblema cultural, artístico y arquitectónico, ¿cómo cambian una joya por un mamotreto?”. Con nostalgia recuerda lo distinto que fue Junín, sus ojos revelan los recuerdos de un joven que veía el mundo cambiar de manera estrepitosa. Él culpa a los grandes poderes de la época y la corrupción de las administraciones pasadas.


A pesar de las peripecias los floristas han seguido de pie. Rodrigo de Jesús Hernández, de 77 años, también ha hecho un relevo generacional ya que trabaja con su hija, se rotan los turnos para que la jornada no le quede muy pesada a Rodrigo; él insiste en trabajar: “toda mi vida ha sido con flores y no me cambio por nada; con esto crie mi familia, los trece hijos, y no solo cuando las cultivaba en Santa Elena sino vendiéndolas aquí”, dice con orgullo.


Tras la construcción de San Diego, el primer centro comercial de Medellín, en 1972, algunas de las tiendas del pasaje se trasladaron y, desde luego, muchos clientes fueron tras ellas. Ese mismo auge del comercio aumentó la ambición de los mandatarios y de los intereses privados, ante ello Junín y el centro no volvieron a ser los mismos; el dinero avasalló la cultura.


***

A las 10:00 a.m. el sol es tibio y generoso, se aspira un bouquet exquisito, parece transcurrir con la ligereza del inicio de la semana, además, va al ritmo del tango, Gardel suena en el equipo de un vendedor de CDS (…) Por una cabeza, todas las locuras, su boca que besa, borra la tristeza, calma la amargura…


Heriberto de Jesús Grajales Grisales lleva 27 años en su puesto, estuvo rodeado de flores desde su nacimiento debido a que sus padres las cultivaban en Santa Elena y las vendían en la antigua Plaza Cisneros, luego de cerrar llegaron a la Placita de Flores. El hombre cree que la peatonalización de Junín no ha sido muy efectiva: “se pasan carros, motos, bicicletas y por eso se dañan las losas del piso, por eso lo van a volver a intervenir y eso sí lo afecta a uno, afecta las ventas”, afirma.


Este era un sitio de acogida y encuentro, ahora solo es un lugar de paso. Las voces de estos hombres coinciden; el dinero ya no alcanza para los gastos y día tras día es más complicado llegar al mínimo de ventas. Gabriel Jaime, con el sol en su blanca cabellera dice con resignación y esperanza: “es lo que sabemos hacer y tenemos que persistir a pesar de las circunstancias”.


El calor de la tarde sofoca y cambia el ánimo de los transeúntes, se pisan los talones en buscan de sombra congestionándose a los costados y así, en esa rutina, va terminado un día más en Junín. La ciudad, aquella Medellín innovadora no creció al ritmo paciente y natural de las flores.






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