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  • Valentina Cardona Ortiz /

Opinión // ¿POR QUÉ CALLAR?


“No deseo que las mujeres tengan más poder sobre los hombres, sino que tengan más poder sobre sí mismas”

-Mary Shelley


No es para nadie un secreto que en un mundo patriarcal, dominado por hombres, las mujeres no tenemos una fácil labor a la hora de defender nuestras igualdades y reclamar lo que por derecho nos pertenece. Para muchos (y muchas), la estigmatización contra el genero femenino no es vista como una problemática social pues, desafortunadamente, el machismo es un fenómeno arraigado y persistente al cual nos hemos acostumbrado. No obstante, también somos muchas, incluso me atrevería a decir que la mayoría, las que no estamos de acuerdo con el trato de inferioridad y de degradación que constantemente recibimos.


Es de esta forma, que las movilizaciones en contra de los comportamientos que someten a las mujeres han empezado a tener eco en todos los rincones del mundo. Muchas de las mujeres que por muchos años han hecho parte de un mundo de y para los hombres, han decidido romper el silencio, pronunciarse, denunciar, decir “me too”, yo también. Lamentablemente, aún quedan muchas que por miedo permanecen en la penumbra y en la tortura del silencio, que prefieren someterse antes que asumir el riesgo de salir a un mundo desconocido en donde exponerse puede matarlas. Literalmente.


En Colombia, entre 2010 y 2015, 875.437 mujeres fueron víctimas de acceso carnal violento, no obstante, el 24% de ellas se abstuvieron de denunciar por miedo a las represalias. Lo más lamentable es que las estadísticas aumentan paulatinamente y, aunque el código penal colombiano asegura el castigo penal a aquellos que incurran en violencia sexual, los casos de impunidad son más que los penalizados.


La normalización del machismo genera repercusiones en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, desde el desarrollo de su personalidad hasta el desempeño de su profesión. Según el último reporte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, “por cada ocho mujeres con estudios superiores en Colombia, hay siete hombres que han alcanzado el mismo nivel educativo”. No obstante la tasa de desempleo en las mujeres es de 11,6%, casi el doble que la de los hombres que es del 6,6%, lo que significa que, aunque son más las mujeres que llegan a una educación superior, son los hombres los que de quedan con la mayoría de los empleos y en muchos casos los que reciben hasta un 20% más de salario en cargos en los que ambos desempeñan las mismas funciones. Estas estadísticas ponen a Colombia en el puesto 92 en el ranking de los 155 países que mayor desigualdad de género presentan.


Es verdad que hay quienes dicen que el movimiento feminista no es más que una exageración o una estupidez pero, ¿no es una estupidez tener que anotar las placas del taxi al que nos montamos para mandárselas a algún amigo o pariente por si algo nos sucede, o tener que avisarle a los demás cuando llegamos a nuestra casa después de una salida con amigos? Si es que llegamos. Eso sí que es una estupidez. Me perdonarán ustedes si mis palabras carecen de sutileza pero es que la realidad en la que vivimos no es para nada sutil.


Y para hacer más énfasis en caso de que no esté claro el hecho de que el machismo es una realidad, los invito a que busquen en el Diccionario de la Real Academia Española el significado de la palabra FÁCIL. Una de las definiciones es: “Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”. ¿No es indignante? ¿Una mujer es fácil por la forma en que decide o no manejar su sexualidad? ¿No debería ser eso una decisión personal que no tiene por qué ser juzgada por nadie y menos por la institución oficial que regula nuestra forma de expresarnos?


Es por esto que no debemos guardar más silencio, quedarnos calladas ya no es una alternativa, somos nosotras mismas las que debemos luchar por nuestros derechos, por ser escuchadas, por exigir la libertad sobre nuestros ideales y sobre nuestros cuerpos. Los paradigmas sociales arraigados pueden ser extremadamente difíciles de cambiar, pero para dar el primer paso somos nosotras las que debemos cambiar la forma en que nos vemos y nos hacemos ver. En nuestras manos está el demostrar que ser mujer no es una debilidad, que ser mujer es un gran privilegio que no debe ser menospreciado de ninguna forma. Si la única forma de conseguir el cambio es expresar abiertamente lo que pensamos, sentimos y merecemos, entonces, ¿por qué callar?

 

LA FALDA FUE EL MOTIVO

Un comunicado con el que se pretendía ofrecer recomendaciones sobre la forma de vestir, durante las jornadas de clases, y que fue publicado en uno de los boletines electrónicos para los estudiantes de la Universidad Pontificia Bolivariana, suscitó una controversia, que desde el seno de la comunidad universitaria, alcanzó a la opinión pública de la ciudad y del país, especialmente, por vía de las plataformas digitales.

Como respuesta a esta situación, a modo de protesta, en el campus se observaron a algunos hombres y a mujeres vestidos con falda; además, los estudiantes se manifestaron con varios letreros y con diferentes publicaciones digitales.

Las expresiones motivadas por aquel contenido, que después las directivas de la Universidad reconocerían que fue erróneo, eran un nuevo episodio de una discusión de interés público sobre los derechos y la libertad, relacionados con la identidad de las personas, particularmente, con la de las mujeres.

Desde Contexto abrimos varios espacios para la expresión de la comunidad universitaria sobre el debate en torno al vestuario, y sobre las cuestiones que aquel episodio debía convocarnos. Entre el 12 y el 20 de febrero, se hizo la convocatoria por medios electrónicos, y directamente se invitó a varios estudiantes, cercanos al debate, para que enviaran sus columnas.

Compartimos con ustedes las opiniones recibidas en nuestra Edición 64. Lea las columnas recibidas aquí:






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