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  • Manuela Rendón Uribe / manuela.rendonu@upb.edu.co

Opinión // Deseos en faldas

Ojalá me hubiese puesto la falda al entrar a la universidad; poner el carné, cruzar el torniquete y subir la falda entre las piernas, luego caminar tranquila y segura, porque hay otras cuantas chicas que visten igual que yo.


De pequeña me enseñaron a colocarme un short bajo el “yomber” del colegio por miedo a que algún –o alguna –bromista decidiera subirlo, tanto así que para el día de mi graduación aún los utilizaba. Nunca fue una elección, fue una costumbre que en algún momento consideré decisión propia con el fin de combatir mi inseguridad.


Soy una mujer caderona, insegura y caderona, ponerme pantalones cortos o minifaldas son batallas contra mi autoestima y el qué dirán. Jamás valorarán mis intentos frente al espejo de sentirme segura antes de salir de casa, o el miedo que me produce andar sola frente a un bar, tal vez por eso convertí mi guardarropa en pantalones y camisas, porque de nada me serviría salir confiada a la calle si mientras espero el bus un hombre me chifla desde la otra acera.


El día que decidí apoyar #UPBenfalda no lo pensé demasiado, tenía una motivación y, por extrañas razones, me sentía bonita con aquella falda frente al espejo. Pero no me sentí tranquila hasta pasar la portería de la universidad: en el camino dos hombres me lanzaron miradas mientras esperaba el bus; en la estación de Metro otro hombre se hizo exactamente detrás de mí al abrirse las puertas; ya sentada, un joven levantó su celular cada vez que ligeramente movía las piernas y lo dejó estático al bajarme en mi estación.


Me aterró el hecho de sentirme culpable de sus miradas, estúpidamente agradecí que no hubiera pasado a mayores, pero estar en el campus rodeada de mujeres vestidas similar a mí me hizo comprender que no es nuestra culpa distraer, y que sentirnos victimarias cuando somos las víctimas no es normal.


Si en la calle no puedo sentirme bien, el campus –por lo menos –debería ser mi lugar seguro, donde sintiera tanta tranquilidad, que mi falda o mi short fueran algo secundario. Ojalá, en vez de recomendarme evitar, les recomendaran respetar, para vestirme pensando en cómo me siento y no en cómo me tratarán. No es mucho lo que exijo ahora, quiero sentirme segura, ponerme una falda y que alguien me diga que luzco bonita, no que tres hombres en la calle me digan que quieren hacerme en la noche; pero qué puedo hacer si mi universidad me sugiere una vestimenta en vez de trabajar por nosotras.

 

LA FALDA FUE EL MOTIVO

Un comunicado con el que se pretendía ofrecer recomendaciones sobre la forma de vestir, durante las jornadas de clases, y que fue publicado en uno de los boletines electrónicos para los estudiantes de la Universidad Pontificia Bolivariana, suscitó una controversia, que desde el seno de la comunidad universitaria, alcanzó a la opinión pública de la ciudad y del país, especialmente, por vía de las plataformas digitales.

Como respuesta a esta situación, a modo de protesta, en el campus se observaron a algunos hombres y a mujeres vestidos con falda; además, los estudiantes se manifestaron con varios letreros y con diferentes publicaciones digitales.

Las expresiones motivadas por aquel contenido, que después las directivas de la Universidad reconocerían que fue erróneo, eran un nuevo episodio de una discusión de interés público sobre los derechos y la libertad, relacionados con la identidad de las personas, particularmente, con la de las mujeres.

Desde Contexto abrimos varios espacios para la expresión de la comunidad universitaria sobre el debate en torno al vestuario, y sobre las cuestiones que aquel episodio debía convocarnos. Entre el 12 y el 20 de febrero, se hizo la convocatoria por medios electrónicos, y directamente se invitó a varios estudiantes, cercanos al debate, para que enviaran sus columnas.

Compartimos con ustedes las opiniones recibidas en nuestra Edición 64. Lea las columnas recibidas aquí:







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