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Lina Viviana Castañeda Tabares /

Ser Pilo Paga: del presupuesto nacional al presupuesto personal

Sara Ceballos vive “al bordito de la montaña, por allá, muy arriba”, en la vereda El Llano del corregimiento de San Cristóbal, del municipio de Medellín. Ella, con una sonrisa que enmarca su rostro ovalado y con su voz aguda, parece no sucumbir ante el cansancio diario que le produce el viaje desde su casa hasta la Universidad de Medellín, donde cursa primer semestre de Derecho.

Cada mañana, Sara ve despertar a Medellín desde las ventanas del bus, cuando el alumbrado público se va apagando y la luz natural del cielo, a veces brumoso, invade las esquinas.


- Si la clase empieza a las 6 de la mañana y me baja mi papá, salgo de mi casa a las 5:00. Si no, me toca salir de mi casa faltando un cuarto para las 5 y tomar tres buses hasta acá- y tras decir esto sonríe y añade-, a mí me gusta vivir allá, pero siempre es que me queda lejos.


Al lado de Sara, está Steven Posada, su amigo y compañero de clases, quien también sabe de distancias y largos recorridos: en enero de 2016, Steven dejó su casa en el municipio de Venecia, Antioquia, a su mamá, su abuela y sus dos hermanos menores, para vivir con su abuelo paterno, en el barrio Santa Cruz, al nororiente de Medellín.


“Siempre había vivido en Venecia, nunca me había ido a vivir a otra parte y mi mamá ha estado siempre conmigo”, dice, y en su voz hay un dejo de nostalgia, de añoranza por su pueblo pequeño, con árboles en el parque, y por la compañía de su madre y su abuela, “los dos pilares” de su vida.

Steven y Sara comparten, además de la carrera y del sutil encanto que tiene la tierra del campo después de la lluvia, un título que el Estado les otorgó y que les permitió continuar con sus estudios superiores: ambos son “los más tesos”, hacen parte de los 21.000 “pilos” del programa Ser Pilo Paga (en adelante SPP), que durante sus dos primeros años de implementación (2015 y 2016), lleva una inversión total de $529.000 millones del presupuesto nacional. Si ambos escucharan esa cifra, dirían que es mucho dinero, más del que han visto en su vida y del que les gira el Icetex para su sostenimiento semestral.


Lo mismo diría Alejandra Medina, una estudiante de tercer semestre de Publicidad de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), oriunda de Armenia, Quindío, y quien residió, durante tres años, en Coria del Río, una ciudad de casas blancas y parques arbolados ubicada en Sevilla, España.


En 2013, la crisis económica hizo que ella, su madre y sus hermanos, retornaran a la casa de sus abuelos maternos en Calarcá, Quindío. “Yo tenía ganas de seguir estudiando, por eso validé el bachillerato y presenté las pruebas Icfes, pero no me imaginé que iba a estar dentro del programa”, cuenta, mientras recuerda los abrazos de su madre y de su familia, esa tarde de octubre de 2014, en la que recibió los resultados y la noticia de que era beneficiaria del crédito beca condonable de Ser Pilo Paga.


Hoy, un día cualquiera a las 6:00 p.m, Alejandra estudia a media luz en el Bulevar del estudiante de su universidad, mientras las lámparas se encienden despacio, como sin ganas de robarle la oscuridad a la tarde. Cuando sea hora de volver a casa, ella lo hará a pie pues vive cerca de la UPB, en tanto Sara y Steven, tardarán una hora en llegar, una hora a la que hay que sumarle el dinero de los pasajes, dinero que sale de lo que, semestre a semestre, les consigna el Icetex.


Sara, recibe un salario mínimo legal vigente por vivir dentro de Área Metropolitana, mientras que Steven y Alejandra, cuatro, por venir de afuera. ¿Les alcanzará? Esa es la pregunta que flota en sus cabezas cada semestre, cuando las maromas para hacer rendir la plata se agotan.


Los contrastes presupuestales


En octubre de 2014, el presidente Juan Manuel Santos y la ministra de Educación, Gina Parody, anunciaron que el gobierno otorgaría 10.000 becas, “con el fin de garantizar el acceso a la educación superior”, para el 2015. Los requisitos para ser beneficiarios del programa- bautizado con el nombre de Ser Pilo Paga- serían, según datos del Ministerio de Educación, haber obtenido 310 puntos o más en las pruebas Saber 11, tener un puntaje del Sisbén inferior a 57.21, y presentarse y ser admitido a una de las 33 universidades acreditadas de Alta Calidad.


Para el 2015, el gobierno nacional dispuso de $155.000 millones destinados a cubrir las matrículas de estos estudiantes, así como para entregar los subsidios de sostenimiento, que van desde un salario mínimo a cuatro, dependiendo de si el beneficiario debe desplazarse de su cuidad de origen.


En octubre del 2015, fue anunciada la segunda versión del proyecto, que ampliaría los cupos a 11.000 estudiantes para el 2016. No obstante, esta versión tendría otras dos variaciones importantes: la primera, es que Gina Parody ya no se referiría a SPP como un programa de becas, sino como “un crédito beca condonable, una vez que el estudiante termine satisfactoriamente sus estudios”, lo que significa que el “Pilo” debe hacerse cargo de la deuda que contraiga con el Icetex, en caso de que no termine sus estudios; y la segunda, que el presupuesto se ampliaría a $374.000 millones de pesos.


La cotidianidad de Sara dice que no le alcanzan los $689.454 que le giran al semestre. No le alcanzan por los 3 buses que debe tomar diariamente, por las jornadas largas, que le piden al cuerpo alimentarse bien y por las fotocopias y libros que debe comprar.


-Lo que me giran no alcanza, es que hagamos cuentas- dice, mientras entorna los ojos y cuenta con sus dedos una cantidad invisible-, yo le doy $150.000 a mi mamá, porque de todas formas me gusta ayudar. De ahí me quedan $540.000, más o menos y me gasto en pasajes, que tengo que coger 3 buses ida y vuelta a la casa, $12.000. Si mucho, eso me alcanza para un mes.


Mes a mes, Sara necesita $240.000 para los pasajes, lo que suma, durante los cuatro meses que dura el semestre, $960.000. “Yo guardo pero me quedo corta de fotocopias y libros, no más este semestre me tocó comprar dos libros de segunda, se me fueron $70.000”, comenta.


Por su parte, Steven dice que le alcanza lo justo y que es un presupuesto apretado. “A mí me giran cuatro salarios, más o menos 2’600.000, y me lo dividen en dos pagos al semestre. Eso es lo que hace más difícil el poderse sostener, que los pagos están espaciados y a uno le toca mantenerse de a mitades”, dice, sopesando cada palabra y poniendo las manos sobre la mesa.


Eso quiere decir que, los primeros dos meses del semestre, a Steven le giran $1’300.000, de los que aporta $200.000 en casa de su abuelo: “no me obligan a dar plata, pero si estoy viviendo ahí, es mejor aportar algo”, dice. Del 1’100.000 restante, destina $150.000 pesos para sus pasajes mensuales: dos viajes diarios en Metro. Lo le queda, dice, es para los libros “que a pesar de que son fotocopiados, son muy costosas”.


-Yo empiezo a pensar en si de pronto me va a alcanzar, porque intento ayudar lo que más puedo donde mi abuelo cuando hay problemas económico que puedo suplir- comenta Steven, quien esboza una sonrisa evocadora-. Cuando no quedo cortico, mi mamá hace el esfuerzo de ayudarme con lo que puede, porque ella trabaja por días en un restaurante en Venecia, o sea que no es estable.


En la UPB, mientras se hace de noche y Alejandra sigue trabajando en una campaña publicitaria, dice que, a pesar de vivir cerca de la Universidad, el dinero no es suficiente: “pago $600.000 mensuales en la casa en la que vivo y a mí me giran 2’600.000”. Esto quiere decir que le quedan $200.000 para hacer sus actividades diarias, para estudiar y hacer los trabajos “que a veces salen caros en Publicidad”.


Según el Ministerio de Educación, a estos tres estudiantes, expertos en hacer rendir lo poco y a los demás estudiantes beneficiarios, se les garantiza el acceso a ayuda psicológica, asesoría académica y tutor becario, ayudas que brindadas, en gran medida, por la universidad que los acogen. Pero, ¿cómo impactan las Universidades para garantizar la permanencia de los estudiantes?


Universidades y Estado: un papel decisivo


Lina María Velásquez Restrepo, docente de primer semestre de la Facultad de Derecho de la Universidad de Medellín- la tercera universidad con más estudiantes pertenecientes al programa, estando en primer lugar la UPB y Eafit en segundo,- supo reconocer a los estudiantes de Ser Pilo Paga que llegaron a su curso. Había algo en sus voces, en la forma en la que se disponían en el aula y en la atención que ponían, que los hacía resaltar.


“Ellos se destacan, son más atentos, más estudiosos y no les da pena hablar, representar a sus compañeros”, comenta, diciendo que cuando los vio llegar no pudo quedarse quieta, “indolente ante las necesidades de ellos”. Empezó a gestionar, por su cuenta- puesto que a Universidad de Medellín no tiene, a la fecha un programa oficial de apoyo alimentario o de fotocopias- ayudas para sus estudiantes.


-Empecé a buscar patrocinio, con mis amigos, para que me ayudaran a subsidiar, en alguna medida, las fotocopias y la alimentación de algunos. Yo les digo ‘no me mande plata, consígnesela a la cuenta del restaurante, de la fotocopiadora o de la librería’, para que ellos lleguen con un saldo a favor y vayan haciendo uso del servicio- comenta, con la claridad de los docentes acostumbrados a explicar con paciencia.


“Cada estudiante maneja su tiquetera: si tiene un saldo de $50.000 en la fotocopiadora, él verá cómo va sacando lo que necesita”, y añade que la idea es extender el programa al resto de la Universidad y demostrar que “si se quiere cambiar el mundo, hay que empezar por el entorno”.

-La profe nos ha ayudado mucho, uno a veces no tienen la capacidad económica para sacar las copias que necesita y ella siempre nos escucha, está atenta de nosotros- comenta Steven, mientras Sara sonríe, en señal de aprobación silenciosa-.


En la Universidad Pontificia Bolivariana, en cambio, es el área de Bienestar Universitario la encargada de los apoyos alimentario, de fotocopias y transporte que acoge, en gran medida, a los estudiantes de SPP. Según Kelly Marín, funcionaria del área de Mercadeo, estos no son las únicas ayudas a los que pueden acceder los 1326 estudiantes del programa: “por ejemplo desde el Centro de Lenguas, donde se les da, de manera gratuita, los niveles de inglés que los estudiantes requieran. Así como Bienestar y el área de Permanencia, ofrecen charlas y recorridos por la ciudad, que buscan que ellos permanezcan en la Universidad”.


-Los programas funcionan, yo estuve en el apoyo alimentario y de transporte. Pero desde que vivo cerca de la Universidad, ¿para qué le voy a quitar la oportunidad a otra persona?- pregunta, y en su rostro hay calma, paciencia, para terminar la tarea que se reúsa a abandonarla-, yo para eso me voy a pie y cocina en mi casa.


La profesora Lina María Velásquez Restrepo, es enfática en señalar en programas como ser Pilo Paga, “no se le puede endosar toda una función social al Estado, sino que hay que involucrar a otros actores como empresarios, las mismas universidades, o inclusive las religiones”, para que funcione e impacte, realmente, en la vida de los jóvenes colombianos.


En el bulevar del estudiante de la UPB, las luces ya están encendidas, brillando plenas. Alejandra estira el cuello y la espalda antes continuar con su labor: “la plata me alcanza justa, pero alcanza. Yo intento ahorrar, por eso casi ni salgo, porque yo no quiero que mis gastos recaigan en mi familia”, comenta recordando a su mamá, que cuando puede le ayuda con dinero. Son las 6:30 p.m. y Alejandra ya no repara más alrededor y se enfoca en diseñar.


Mientras tanto, en la Universidad de Medellín, el viento frío que golpea las ventanas y se cuela en el recinto donde están Sara y Steven. Ambos, sintiendo el frío en sus pieles, se cubren con su saco, se ajustan la chaqueta. “Yo creo que para que me alcance la plata, me va a tocar empezar a vender gomitas al escondido, porque acá no dejan vender”, comenta Sara, entre carcajadas sonoras que contagian al silencioso Steven, que solo atina a sonreír.




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