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  • Lina Viviana Castañeda Tabares /

AQUÍ ESTÁN LOS PILOS

Una mirada al programa gubernamental desde dos historias de vida, que hablan de migraciones, expectativas, frustraciones y alegrías. Cuando la vida misma es una experiencia que educa. Texto publicado en la edición 54 de Contexto.

Hace tres años, Alejandra Medina vivía en una ciudad de casas blancas y parques arbolados, sus pasos estaban acostumbrados a las calles estrechas de Coria del Río, un municipio de aproximadamente 30.000 habitantes, ubicado en Sevilla, España. Hace tres años que dejó el país ibérico y el tiempo le ha dejado algo más que recuerdos, también le ha traído cambios.


Hoy, un día cualquiera a las 6:00 p.m., en la Universidad Pontificia Bolivariana, Alejandra estudia a media luz en el Bulevar del Estudiante. “Esperemos que prendan las luces”, les dice a sus dos compañeras de tercer semestre de Publicidad, porque los ojos ya no alcanzan a ver lo que las manos plasman en el Adobe Ilustrator.


Nadie adivina por qué esta muchacha de 21 años, de rostro y manos pequeñas, terminaría en Medellín. “Yo nací en Armenia, Quindío, pero en el 2010 me fui a vivir con mis papás y mis hermanos a Sevilla”, cuenta, añadiendo que en 2013, la crisis económica hizo que ella, su madre y sus hermanos, retornaran a la casa de sus abuelos maternos en Calarcá, Quindío. Llegaron sin mucho dinero y buscando las oportunidades que, otrora, buscaran en España.


“Yo validé décimo y once en un colegio público de Armenia y presenté los Icfes. Mientras tanto, me dediqué a estudiar una técnica en Publicidad, porque no tenía plata para estudiar la carrera profesional, recuerda, con los ojos fijos en la ilustración e ignorando el ruido de la gente que pasa. Pero en octubre de 2014, sin esperarlo, salieron los resultados delas pruebas y con ellos, la noticia de que había sido seleccionada para el programa de créditos condonables Ser Pilo Paga. “Ese día, todos lloraron en mi casa”, dice sonriendo, al recordar lo que la hizo estar sentada ahí, en una banca de la UPB, como uno de los 21 000 estudiantes beneficiarios del programa en el país.


Ser Pilo Paga: un crédito condonable, no una beca


Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas, UPB.

Ser Pilo Paga es un programa de gobierno que goza de alto reconocimiento en la opinión pública. Presentación de la segunda fase del programa en la UPB. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas, UPB.


En octubre de 2014, el presidente Juan Manuel Santos y la ministra de Educación, Gina Parody, anunciaron que el Gobierno otorgaría 10 000 becas, “con el fin de garantizar el acceso a la educación superior” para el 2015. El proyecto que fue bautizado con el nombre de Ser Pilo Paga (SPP, en adelante) buscaba beneficiar, especialmente, a estudiantes de estratos 1, 2 y 3, que desde el 2012 estaban presentando los mejores puntajes en las pruebas Saber Once (conocidas comúnmente como Pruebas Icfes).


Los requisitos para ser beneficiarios de tales becas serían, según datos del Ministerio de Educación, haber obtenido 310 puntos o más en las pruebas Saber 11, tener un puntaje del Sisbén inferior a 57.21, presentarse y ser admitido a una de las 33 universidades acreditadas de Alta Calidad.


Para el 2015, fue anunciada la segunda versión del proyecto, que ampliaría los cupos a 11 000 estudiantes para el 2016. No obstante, Gina Parody ya no se referiría a SPP como un programa de becas, sino como “un crédito beca condonable, una vez que el estudiante termine satisfactoriamente sus estudios”.


Esta diferencia no es mínima, significa, en palabras simples, que el ICETEX le gira el dinero a cada alumno en calidad de préstamo, que le será perdonado solo si termina la carrera. Por el contrario, si no lo logra, debe pagar el monto que le fue girado, hasta la fecha en la que perdió sus estudios.

Juan Esteban Lotero Vargas, estudiante de primer semestre de Ingeniería Aeronáutica y beneficiario del programa, de la Universidad Pontificia Bolivariana, fue uno de los estudiantes, que no tuvo clara la diferencia desde el principio. “Yo estudié desde preescolar hasta once en la UPB. Cuando estábamos en el último año, nos llevaron a un conversatorio de becas y mis compañeros y yo nos dimos cuenta de que existía Ser Pilo Paga. Nuestro objetivo, desde ese momento, era ganarnos la beca”, comenta, mientras espera el cambio de clase, sentado en una silla bajo el sol de la mañana, que empieza a tornase imposible. Juan Esteban ríe y añade: “Yo me di cuenta después de que es un crédito condonable”.


Entonces, ¿adónde acuden los pilos en busca de respuestas acerca del programa? Alejandra y Esteban dicen que, al principio tuvieron el mismo problema: la información era confusa y no sabían dónde buscarla. “Yo llamé al teléfono nacional, para preguntar sobre qué pasaba si perdía una materia”, comenta Alejandra. En cambio, Esteban prefiere hallar respuestas en la página web, “aunque eso no significa que uno esté informado del todo”, puntualiza.


Por ejemplo, cuando Juan Esteban fue seleccionado para SPP, él quería estudiar Ingeniería de Sonido, para así combinar sus pasiones: la música, las matemáticas y la física.


“Yo toco piano desde hace cuatro años, comenta, estirando sus manos sobre la mesa”, pero esa ingeniería solo está en la Universidad San Buenaventura, que no está dentro de las 33 universidades acreditadas dentro del programa. Esa fue la primera decepción.


De esas 33 universidades, en Medellín hay solo hay ocho que ostentan el título de acreditadas dentro del programa, que son la Universidad Nacional, UPB, EAFIT, Universidad de Medellín, Universidad de Antioquia, Universidad CES, ITM y la Escuela de Ingeniería de Antioquia. “Al final opté por la Ingeniería Aeronáutica en la UPB, porque ya sabía cómo era estudiar aquí y porque mi hermano también es egresado”, comenta, añadiendo que esa no sería la única sorpresa del programa.


“Lo otro fue el dinero del sostenimiento, a mí me giran un salario mínimo legal vigente cada semestre (lo que equivale a $689 454)”, y juntando las manos y guardando silencio, como quien quiere producir suspenso, continúa diciendo: “El problema es que yo pensé que ese salario mínimo me lo giraban mes a mes, pero de eso me enteré sobre la marcha”.


Alejandra y Juan Esteban tienen, aparte de los problemas de información de SPP, otro aspecto en común. No son los números ni las ilustraciones, no son las campañas publicitarias o las ecuaciones integrales: ambos estudian en la Universidad Pontificia Bolivariana, la institución que más recibe estudiantes del programa en el departamento y la tercera en el país.


UPB, la universidad con más pilos


La acogida de los estudiantes beneficiarios es un reto que pone a prueba las capacidades de las instituciones de educación superior. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas, UPB.


Según Kelly Marín, integrante del área de Mercadeo de la UPB, en el primer semestre de 2016, la Universidad recibió a 684 estudiantes de SPP, cuyos estratos socioeconómicos estaban, mayoritariamente, entre el 1, 2 y 3. “Estas cifras nos ponen por encima de la Universidad EAFIT y la Universidad de Medellín, que son, en ese orden, las que nos siguen a la hora de recibir pilos”, puntualiza Marín.


Como Juan Esteban, la mayoría de estudiantes que ingresan a la UPB cobijados por el programa, deciden estudiar una ingeniería. “Eso es lo más curioso, de mi grupo habitual de compañeros, 20 de 25 estudiantes hacen parte de Ser Pilo. Eso es bueno, porque nos ayudamos mucho, pues ya sabemos cómo son las cosas”, comenta, Esteban.


“La mayoría son costeños. Ellos sí tienen que estar bien informados, porque como no son de aquí, tienen más dudas. Pero eso no es garantía, vea que uno le pregunta algo a un compañero sobre Ser Pilo y le dice una cosa, y le pregunta lo mismo a otro y le responde algo distinto”, comenta Juan, para quien se acerca la hora de clase, o eso intuye, al ver salir del bloque 7 a una oleada de jóvenes con cara de sueño.


Kelly Marín afirma que de los estudiantes de Ser Pilo Paga, 265 son de afuera de Antioquia, siendo estos, en gran medida, de las ciudades de Montería, Cúcuta y Valledupar, lo que implica un reto adicional para estos estudiantes: deben acoplarse a la ciudad que los acoge.


“No es fácil vivir en una ciudad y después en otra, uno tarda en acomodarse. Por ejemplo a mí, que siempre viví en ciudades pequeñas, me daba miedo perderme en Medellín cuando recién llegué”, dice Alejandra, soltando una risita tan delgada como su cuerpo, “uno se acostumbra, pero es un proceso largo”.


Si les preguntan a Alejandra y Juan Esteban por qué escogieron una universidad privada, dirían que fue porque la UPB era la única que ofrecía la carrera que querían estudiar. Pero, ¿qué implicaciones tiene que los estudiantes de SPP no escojan universidades públicas?


“Es como lanzar una gota de agua al océano”


Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas , UPB.

Ser Pilo Paga ofrece a los estudiantes beneficiarios una experiencia que pone a prueba, más que sus competencias académicas, sus habilidades sociales. Foto: Comunicaciones y Relaciones Públicas , UPB.



Con estas palabras, el senador Jorge Robledo Castillo se refiere al programa Ser Pilo Paga, criticando que los 10 000 créditos que ofreció el Gobierno en un principio, son insuficientes para cobijar los 650 000 estudiantes que se gradúan al año. Crítica que va en sintonía con las realizadas por la senadora Claudia López, para quien SPP beneficia tan solo al 1 % de jóvenes del país.


Pero hay otra crítica flotando entre varios senadores y haciendo eco en los análisis mediáticos: Ser Pilo Paga invierte con mayor fuerza en las universidades privadas. Según el senador Robledo, el 85 % de los recursos del programa se invierten en las universidades privadas, desatendiendo a las universidades públicas pertenecientes al Sistema Universitario Estatal, que agrupa 32 de las principales universidades públicas del país, de las cuales solo 9 están dentro de la lista de las acreditadas de alta calidad, para el programa de SPP.


Dentro del abanico de críticas al proyecto, Robledo esgrime, también, el carácter “segregacionista” de la palabra pilo, porque “no se puede lanzar la idea de que el estudiante que no sea pilo, es una especie de ser indeseable, que no merece tener las garantías que tiene cualquier ciudadano”.


Pero de esa marea de voces, Alejandra y Esteban, poco o nada saben. Ellos, más que pilos, se sienten estudiantes normales, avocados al esfuerzo natural que implica una carrera profesional. “Yo siempre he sido bueno y me exijo por cumplir y estudiar mucho”, dice él. “Mi mamá me enseñó a esforzarme y esa costumbre se me quedó desde niña”, agrega ella. Ambos viven una rutina marcada por el esfuerzo y, en mayor o menor medida, por el bolsillo.


Las rutinas de un pilo en Medellín


Entre Alejandra y Esteban hay una diferencia sutil, pero importante: ella, una mujer criada en ciudades pequeñas, hace parte de los 426 estudiantes foráneos que la UPB tiene entre los programas Ser Pilo Paga 1 y 2; mientras que él, criado en la capital antioqueña, engrosa la cifra de los 880 estudiantes, cifra total de ambas cohortes, pertenecientes al departamento de Antioquia.


“Por venir de afuera, a mí me giran $2.600.000 semestrales, con lo que pago el arriendo de una pieza por la avenida Nutibara, con todos los servicios, que me cuesta $600 000”, dice Alejandra, estirando el cuello y la espalda, antes continuar con su labor de diseñar las ilustraciones, “la plata sí alcanza, pero muy justa, por eso casi ni salgo, porque yo no quiero que mis gastos recaigan en mi familia”.


Por su parte, Juan Esteban, “tras el desengaño de los múltiples salarios, consignados cada mes”, ha logrado, con su precisión de matemático, dividir los a $689 454 semestrales en pasajes, la membresía a un gimnasio “porque tenía un pésimo estado físico”, comenta, y la mensualidad en una academia que tiene un convenio con la UPB y se llama Escala Musical.


“Yo antes quería hacer dos carreras, pero prefiero concentrarme en la que ya estoy estudiando. De todas formas, tengo la Academia, que me entretiene y no me deja perder la pasión por la música”, comenta Esteban, agarrando su bolso, porque sabe que ya es hora de entrar a clase.


En cuanto a los apoyos de transporte, alimentación y fotocopias que Bienestar Universitario ofrece, para garantizar la permanencia de los estudiantes, Esteban y Alejandra prefieren no utilizarlos. “¿Para qué si vivo cerca y me puedo hacer el almuerzo?”, dice ella. “Mis papás me ayudan y tengo la plata que me giran, no le quiero quitar la oportunidad a otro”, afirma él. Y ambos, vuelven a tener una conciencia común, vuelven a parecerse, más allá de ser jóvenes y pilos.


Dos días distintos transcurren: para Alejandra, son las 6:40 p. m. y sigue ilustrando con mano ágil y el rostro fijo en el Ilustrator; para Esteban, son las 10:00 a. m. y con el bolso a su espalda y pasos largos, abarca la distancia entre el bulevar y el bloque 11. Pero bien podría ser el rompecabezas de un solo día: uno que empieza temprano y termina tarde, como siempre, entre el estudio y los amigos.

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