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  • Estefanía Pérez Botero /

El grafiti: está en todos lados… aunque usted no lo quiera

El grafiti, aunque ha evolucionado, adoptado nuevas técnicas y creado nuevos estilos, sigue guardando la esencia que tuvo desde sus inicios, como un método de expresión utilizado para marcar un territorio, para identificarse entre los demás y para ir en contra de lo ya impuesto. Graffiti se le llamó al movimiento iniciado en los años 60 en Filadelfia con Cornbread y su amigo “The Gasek” los cuales pintaban muros con letras largas con bases sobre el inferior. Estos comenzaron a marcar con su sobrenombre la ciudad e incluso el jet de The Jackson 5.


En Nueva York, en la década de 1970, aumentó la presencia de grafiteros en la ciudad, los cuales la mayoría de veces pintaban su apodo junto con el nombre de su calle ─como los residentes del oeste de Manhattan─ y otros que escribían lemas que implicaban los problemas sociales de ese entonces con la Policía y el rechazo de esta institución del Estado a las minorías puertorriqueñas y negras de los barrios bajos como el Bronx. Con tantas contrariedades, el grafiti llegó a dar sentido a la vida de algunos jóvenes y les dio una voz en la sociedad, que constantemente los callaba.


Aunque el inicio del grafiti contemporáneo se dio en la mancomunidad de Pensilvania, los neoyorquinos se contagiaron de esta “plaga” y superaron a quienes la iniciaron en su ciudad vecina, en mayor parte porque estos tenían el Metro de Nueva York.


Así, las pintadas en los metros del mundo, aumentaron cada vez más desde los inicios de esta rama de la cultura Hip Hop que llegó a trenes de Argentina, Chile, México, Canadá y Francia, entre otros alrededor de todo el mundo.


El tag de Exk, quien considera que los cánones legales o estéticos, desdidbujan la esencia de esta expresión de la cultura Hip-Hop. Foto: Cortesía.

El tag de Exk, quien considera que los cánones legales o estéticos, desdidbujan la esencia de esta expresión de la cultura Hip-Hop. Foto: Cortesía.


¿Arte o vandalismo?


En Colombia solo hay una norma local que reglamenta la práctica del grafiti, el decreto 75 de 2013 el cual “promueve la práctica artística y responsable del grafiti en la ciudad”. Implementado por el Alcalde Mayor de Bogotá D.C. en ese periodo, Gustavo Petro.


En el capítulo II de este se exponen cuáles son los lugares no autorizados para hacer grafiti, entre ellos las señalizaciones del Sistema de Transporte Público, los paraderos del Transmilenio, diferentes módulos como los de servicio sanitario, servicio al ciudadano, de ventas, entre otros. Además también se prohíbe hacer estas piezas en elementos que conforman la Estructura Ecológica Principal de Bogotá y los bienes inmuebles en los que las entidades públicas con sede en la ciudad prestan sus servicios.


Así, en el capítulo IV se mencionan las medidas correctivas para las personas que realicen una pieza de grafiti en un lugar no autorizado, unas de estas son:

  • Asistencia a programas pedagógicos de convivencia ciudadana y compromiso de cumplir las reglas de convivencia ciudadana.

  • Trabajo en obra de interés público, de carácter ecológico, de pedagogía ciudadana o de asistencia humanitaria.

  • Restitución del espacio público, de manera inmediata o en un plazo no mayor de 72 horas.

  • Multa, de hasta medio salario mínimo mensual legal vigente, cuando la restitución del inmueble no sea posible o no se lleve a cabo dentro del plazo de 72 horas anteriormente mencionado. Aun así, la imposición de multa no libera al autor de la obligación de restituir posteriormente el espacio público.

El capítulo III de este decreto se dedica a explicar las estrategias pedagógicas y de fomento para que el grafiti pueda ser realizado en algunos lugares con apoyo de la Alcaldía y de entidades del sector de Cultura, Recreación y Deporte.


En las otras ciudades del territorio nacional, aunque no hayan decretos que reglamenten este tipo de prácticas que son consideradas por unos como artísticas ─en su mayoría ilegales─, estas se sancionan con el artículo 265 del código penal colombiano, tipificado como “Daño en bien ajeno” el cual declara:

  • El que destruya, inutilice, haga desaparecer o de cualquier otro modo dañe bien ajeno, mueble o inmueble incurrirá en prisión de 1 a 5 años y multa de 5 a veinticinco salarios mínimos legales mensuales vigentes, siempre que la conducta no constituya delito sancionado con pena mayor.

  • La pena será de 1 a 2 años de prisión y multa hasta de diez salarios mínimos legales mensuales vigentes, cuando el monto del daño no exceda de diez salarios mínimos legales mensuales vigentes.

  • Si se resarciere el daño ocasionado al ofendido o perjudicado antes de proferirse sentencia de primera o única instancia, habrá lugar al proferimiento de resolución inhibitoria, preclusión de la investigación o cesación de procedimiento.

La frontera que marcan la ley y los cánones

Cualquiera con sentido común que lea las anteriores normas y sanciones pensará que sería arriesgado, incluso estúpido faltar a estas, pero así no opera la cabeza de un grafitero. Exk, artista de este movimiento residente en el municipio de Itagüí, comenta:


"El grafiti es por naturaleza ilegal, es una forma de protesta, si llega a ser legal cambia completamente, cambia su sentido y hasta en la práctica porque ya no se sale a buscar propiamente dónde pintar, se pierde la necesidad de estar pendiente de la Policía, los ladrones, del vigilante; comienzan a haber muchas personas haciéndolo. Y aunque este sea ilegal y haya consecuencias, porque uno también piensa en ellas, eso es lo que debe producir el grafiti, adrenalina. Hacer lo que cualquiera no hace y crear tantas opiniones diferentes acerca de una pieza, de un tag, y por parte de gente que no saben quién es uno".


Spaik, otro grafitero de la ciudad complementa lo que dice su “colega”, afirmando que cuando se habla de una legalización del grafiti se hace referencia a un apoyo de cierto grafiti, el que es aceptado por todo el público como los que pintan pájaros, flores y rostros de indígenas con colores llamativos, lo que para el ojo común es considerado arte, pero no así las piezas que no son entendidas como los nombres de las crews o de los propios artistas.


Un ejemplo de lo que mencionan ambos es el conocido Graffitour de la 13. Este programa en el que se dan visitas guiadas por diferentes piezas de grafiti ubicadas en la comuna 13 de Medellín, que plasman imágenes de fauna, flora y rostros humanos de diferentes etnias y razas, corresponden al grafiti que es aceptado y comprendido por quien lo trate de analizar, sin necesidad de profundizar, que, por ser estéticamente agradable a la vista, es apoyado por la Alcaldía y por el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo del país. Y por otro lado, está el “grafiti underground ” como los mismos artistas lo suelen llamar, el que por no entrar en los cánones de belleza no es aceptado.


Adentrándose en esta cultura es común encontrarse con respuestas parecidas a las de Exk y Spaik, quienes además terminan diciendo que los grafiteros no van por ahí pidiendo aceptación ni comprensión, no reclaman legalidad ni premios para ser llamados “artistas”. El grafitero lo único que busca es un buen spot para hacer lo que sabe.


Esta constante búsqueda lo lleva a meterse en donde nadie lo ha llamado, lo que responde a una pregunta muy frecuente desde que empezaron a aparecer grafitis en bienes públicos bastante significativos y es que ¿por qué pintar lugares que representan un bien ajeno y patrimonio del Estado como el metro?


Álvaro, integrante de una de las crews de grafiteros más conocidas en Medellín y Colombia, Graffiti Suicida Crew dice que el metro representa un espacio público que puede ser visualizado por cualquier ciudadano que utilice este medio de transporte y que además en este movimiento es común incluir la pintada de trenes entre sus metas. Esta afirmación la ratifica Camilo Fidel López, gestor cultural y experto en grafitis quien dio su opinión a noticias Caracol tras el suceso en el que fueron pintados ilegalmente varios vagones del metro de Medellín el 6 de marzo de 2016.


“Para los graffiteros el metro es el trofeo más preciado porque lleva su obra por toda la ciudad, aunque las personas no quieran verlo, lo hacen. Además de eso, es una forma de atropellar al Estado y atacar al sistema. Así se sigue con la esencia de los inicios del grafiti”, explicó López.


Álvaro además cuenta por qué tienden a pintar en la noche, en lugares no permitidos y a hacerlo anónimamente:

“Cuando comienza la noche, la ciudad cambia completamente, mientras unos están durmiendo, otros están trabajando, unos en cosas que muchos no admirarían y otros en trabajos como la vigilancia. Por eso, hacer grafiti en la noche conlleva al factor sorpresa en la mañana. ¿Quién se imagina que van a pintar un metro si se supone que tiene personas y sistemas de vigilancia? Es eso, coger spots que nadie haya pensado en coger, llegar donde otros no llegan, aunque no nos vean, les dejamos el mensaje”, explica.


Y añade: “Aunque sea siempre arriesgado meterse con bienes del Estado que se valoran tanto, eso es lo que los pone en las metas de uno como grafitero, y no es un mal para la ciudadanía porque aunque el metro esté pintado, no está dañado, puede seguir funcionando—lo cual también señaló Camilo Fidel, en su entrevista con Noticias Caracol—. Lo que crea la polémica es el rechazo de las autoridades ante esto, y para uno eso sí que es victoria. Nosotros no utilizamos la violencia para expresar lo que pensamos y en lo que creemos pero aún así, unos nos llaman delincuentes, y eso ya sí no es un problema personal, porque el pensamiento de los otros nunca se podrá controlar”.


Álvaro señala que los que hacen grafiti escogen lugares que sean representativos y transitados de la ciudad para que la pieza, el tag, el throw up—letras con poco diseño, para obtener más cantidad que calidad— se vean y ese el sello propio que se tiene y que otros pueden ver sin imaginarse la cara del que lo hace. “Incluso al montarse al transporte público, uno va mirando dónde puede pintar luego, y si no tiene un spot ya en la mira, sale con los parceros a encontrar uno por ahí”, relató.


“Se hace anónimamente porque además de ser ilegal, el grafiti no se hace por reconocimiento, ni para que la gente lo admire a uno y a su trabajo, se hace porque se ama y porque se está dispuesto a mostrar que se tiene una voz y un mensaje por transmitir, que no todos los ciudadanos se sientan a esperar ser aceptados, unos salen a pintar por ahí lo que piensan”, según Álvaro.


¿Conducta aprobada?


Aunque Álvaro probablemente no conozca los rostros de Exk y Spaik, apoya lo que estos dicen respecto a una posible legalización de esta rama del Hip-Hop: “Si por ejemplo, el Alcalde dice que se puede pintar en alguna calle, es como decirle a los grafiteros que vayan a hacerlo allá, y que en ningún otro lado, es algo mandado a hacer, no es algo que alguien haga por su propia voluntad, inconscientemente está cumpliendo una orden”.


A los grafiteros los aborda el deseo de estar en todos lados. Por eso, aprobados o no, van rociando aerosoles, trazando tags con marcadores, pintando con brochas y dejando el mensaje de que ahí están, sin que usted los vea, sin que los espere y sin miedo a afrontar las consecuencias del grafiti considerado vandalismo. Lo hacen como lo hicieron los jóvenes en Nueva York en la década de los 70, como lo hacen los argentinos en el tren de la línea Sarmiento y como, quizás, lo harán sus hijos, sobrinos o nietos a donde quiera que vayan.


Para Spaik, pintar en un lugar asignado es como cumplir una orden, un encargo. Foto: cortesía.

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