A la sombra del cuidador
Desde la perspectiva de quienes más apoyan y suelen recibir menos respaldo, este es un relato enmarcado en cifras y los análisis de una realidad creciente, que pasa de soslayo en pleno debate por las reformas del sistema sanitario: la salud mental.
Salomé Conde, Samuel Portela / periodico.contexto@upb.edu.co *
Antonia giró la llave del agua caliente y entró a la ducha. Mientras su piel se ponía rojiza por el agua hirviendo, lanzó el primer llanto. El cansancio, que en un inicio era mental, ahora también lo sentía físico, le dolía el cuerpo y estaba fatigada casi todo el tiempo. Los momentos del baño, que hacía un tiempo habían dejado de ser diarios, eran los únicos en los que podía expresar lo agotada que estaba, el único momento en el que se permitía llorar solo si ponía música alta.
Mientras se bañaba tocaron a la puerta, era Federico, su hermano mayor.
— Antonia, no te enojes —dijo en voz baja.
Cerró la llave, salió de la ducha y pausó la música en su celular para escucharlo mejor.
—¿Qué hiciste? —dijo irritada.
—Me tomé muchas pastillas del tarro que tengo de Valcote. Llévame a urgencias.
Antonia inmediatamente se dirigió al cuarto para ponerse algo de ropa y le avisó por mensaje de texto a su hermana Lucía lo que había ocurrido. Fue a la cocina donde se encontraba su madre haciendo el almuerzo para informarle que se iría con Federico porque había intentado suicidarse y debía ser atendido lo más rápido posible, así que pidió un carro y se dirigió a la urgencia de su EPS.
Durante el camino, Federico empezó a sentirse mareado, por lo que cuando llegaron al centro de salud ya se le hacía difícil estar de pie. Al acercarse a la puerta fueron atendidos por un vigilante que pedía explicar el motivo de la consulta.
—Se tomó muchas pastillas psiquiátricas como intento de suicidio —expresó Antonia entre lágrimas y ansiosa.
—Número de documento —dijo secamente.
Ingresó los datos en una pantalla que tenía a su lado y le entregó el ficho del turno.
—Cuando sea su turno, lo revisa un médico general para que le indique que tipo de urgencia es y sea atendido. Como él es mayor de edad, debes esperar afuera.
—Es paciente psiquiátrico, no puede estar solo —explicó Antonia para que el vigilante le pusiera la manilla que lo identificaba como tal y así le permitieran estar junto a él en la sala de espera.
Pasaba el tiempo y Federico cada vez estaba más mareado. Cinco...diez…quince minutos… y no era atendido.
—Toni, yo solo quiero sentirme bien. Lo siento por hacerles esto. ¿Ya me van a atender?, me siento muy mal —decía llorando.
Ella se acercó nuevamente al vigilante y le dijo desesperada que por favor lo atendieran rápido porque debían limpiarle el estómago lo más pronto posible.
—Tienes que esperar como todos —respondió.
Al poco tiempo sonó su nombre por un parlante e ingresaron a uno de los consultorios. Había dos enfermeras, una de ellas, se notaba, era nueva en el puesto.
—Paciente de 22 años diagnosticado con trastorno obsesivo compulsivo, trastorno afectivo bipolar, trastorno límite de la personalidad y tabaquismo —comenzó diciendo la enfermera jefa después de ingresar su número de identificación al sistema.
Durante la consulta, ella formuló preguntas concretas de lo que había sucedido, qué medicamento ingirió, a qué horas lo hizo y por qué. Cada respuesta de Federico la utilizaba para indicarle a su compañera cómo era el funcionamiento del sistema en el computador, qué debía poner en cada casilla y cuál era el procedimiento a seguir en esos casos. Pocas veces lo miró a los ojos.
—Debes esperar a que te llamen nuevamente y te asignen una camilla —mencionó finalmente la enfermera y les indicó que ya podían retirarse.
Nuevamente tomaron asiento. Mientras tanto, Lucía iba en camino para acompañarlos en la espera.
—Me sentía muy triste Toni, sin saber qué hacer. Me siento inservible, no aporto en nada, ya no soportaba más sentirme así — dijo Federico mientras movía sus piernas ansiosas de lado a lado.
—Estamos contigo, pero debes tomarte la medicina, no vas a mejorar nunca si no llevas de forma responsable tu tratamiento. Debes poner de tu parte también —le expresó Antonia mientras le rodeaba la espalda con su brazo y le daba pequeñas caricias.
Lucía llamó a Antonia que ya estaba en la puerta para que saliera y ella pudiera entrar a la sala de espera. Cuando salió se abrazaron y decidieron que Lucía se quedaría esa noche con él. A los dos días Federico fue internado durante dos semanas en un centro psiquiátrico.
"Antonia llevaba semanas sin descansar bien, normalmente en las noches Federico no dormía, solía escuchar música y caminar por toda la casa. En algunas ocasiones conversaba solo y gritaba enojado, como si aquellas voces que decía oír lo molestaran todo el tiempo". Foto: Salomé Conde.
El diagnóstico de los números
Durante el Foro Salud Mental en Colombia: retos y desafíos del 2021, la procuraduría entregó el balance del país en el tema, para 2020 hubo 26.132 intentos de suicidios, informó el Instituto Nacional de Salud. Y solo en el primer trimestre de 2021 se reportaron 1482 suicidios, un incremento del 24% en comparación con el mismo periodo del año 2020. Además, para 2017 una de cada diez personas padeció un trastorno mental en el país, esboza el documento Conpes 3992 del Departamento Nacional de Planeación.
En 1998 se formula la primera política de salud mental en el país. Luego, en 2005, se reformula y es en 2013 cuando se expide la ley 1616 de Salud Mental. Finalmente, el 7 de noviembre del 2018 el Ministerio de Salud y Protección adopta la política de Salud Mental por medio de la Resolución 4886, efectuando así la primera meta del Plan de Acción sobre Salud Mental 2013-2020 radicado por la OMS, “quien recomienda la orientación de los programas de promoción y prevención, el fortalecimiento de los servicios de salud, la optimización de los sistemas de información y promover la rehabilitación, con el objetivo de disminuir la estigmatización, la exclusión social y la discriminación”, según recoge un artículo de la Universidad CES del 2021.
El teléfono sonó, por el número que aparecía en pantalla, Antonia intuyó que era Federico el que llamaba desde el centro psiquiátrico.
—Hola, ¿cómo va todo?
—Hola, ya pueden recogerme, me van a dar de alta —dijo Federico.
—¿Cómo así? Solo ha pasado como una semana, debes quedarte un tiempo más para que te niveles con la medicación —expresó Antonia exaltada.
—Me dijeron que podía solicitar el egreso voluntario, entonces debes venir por mí para que firmes, pero no le digas a Lucía, necesito que me ayudes con esto o me mato acá —dijo con un tono amenazante.
—No te puedo ayudar con eso, no está bien, y por favor no digas que te vas a matar —mencionaba Lucía apunto de tener una crisis de ansiedad.
—Si no vienes por mí, soy capaz de matarme. Ya no quiero estar acá, me estoy volviendo loco. Tú ni te imaginas que es estar en este lugar —continuaba Federico con un tono agresivo.
—Entiende que es por tu bien, voy a ver qué puedo hacer, después te llamo —dijo atemorizada y con el dolor que solía sentir en el pecho cada vez que su hermano la confrontaba y amenazaba cuando requería algo de ella. Colgó inmediatamente y llamó a Lucía para contarle lo que había sucedido.
Al día siguiente llegaron al centro a llevarle ropa limpia a Federico. Mientras esperaban en la recepción, uno de los doctores se acercó con el papel del consentimiento informado para el egreso voluntario y les dijo que debían firmarlo para que le pudieran dar de alta. Antonia y Lucía se negaron a hacerlo porque solo llevaba una semana hospitalizado y por situaciones vividas antes, consideraban que era una persona peligrosa que ponía en riesgo su propia vida y la de ellas. Estuvieron discutiendo alrededor de vente minutos hasta que finalmente el doctor aceptó su decisión y se retiró con el papel.
Alrededor de media hora después, Antonia recibió una llamada de la psiquiatra del centro en la que le manifestó que estaba contemplando la idea de pronto darle de alta a Federico.
—Doctora, hace poco expresó ideas suicidas, solo ha pasado una semana de hospitalización, es imposible que ya esté estable. Estos meses ha tenido comportamientos muy violentos hacia nosotras y mi mamá, es peligroso para nosotras, necesitamos que se estabilice bien con la medicación.
—Háblame un poco de esos comportamientos —dijo tranquilamente la psiquiatra.
—Lleva varios meses sin querer tomarse la medicación, hemos intentado hablar con el haciéndole entender que es por su bien, pero no le importa, suele enojarse cuando le hablamos de ese tema. Con el tiempo empezó a tratarnos mal, invalida nuestros sentimientos, nos grita y tiene comportamientos que ponen en peligro su vida y la de nosotras. Hace unas semanas, mientras preparaba el almuerzo, él me estaba acompañando en la cocina, en un momento corrió hacia mí para quitarme el cuchillo con el que estaba cortando unas verduras y mientras me miraba fijamente empezó a cortarse el costado de las costillas, a lo que yo grité, entonces lo soltó inmediatamente y lanzó una carcajada. Sabemos que requiere atención urgente en donde lo obliguen a medicarse, nosotras no podemos hacerlo, no nos escucha y finalmente no estamos capacitadas para eso —expresó Antonia desesperada.
—Me parece curioso que te escucho hablar a ti y no encuentro relación entre lo que dices y su comportamiento, él ha estado tranquilo y muy juicioso, entonces encuentro una inconsistencia entre los testimonios de tu hermana y tú y su comportamiento —respondió la doctora.
—¿Qué me está insinuando? —dijo Antonia indignada.
—No estoy insinuando nada, pero me parece curioso que no coincide lo que me estás contando con lo que yo veo. Él está tranquilo así que voy a darle de alta.
—No me parece correcto, usted me pidió que le contara acerca de sus comportamientos, le cuento y me está dando a entender que no es cierto lo que digo, ¿Usted cree que a nosotras no nos duele que él esté así? Por eso estamos buscando ayuda —reclamó Lucía enojada.
—Le voy a dar de alta —dijo secamente la doctora.
—¿Es en serio? ¿Para qué me hizo sentir que podía contarle esto si no me iba a creer? ¿Le va a dar de alta, en serio? expresó Antonia casi llorando.
—Sí, le voy a dar de alta, Antonia —dijo la psiquiatra con tono retador.
—Ok, entonces procederé de forma legal- le respondió y colgó inmediatamente.
A los minutos ella la llamó nuevamente, pero en medio de la crisis de ansiedad que estaba atravesando, le pidió a Lucía que contestara.
Después de varios minutos al teléfono, llegaron al acuerdo de que lo dejarían más tiempo mientras las hermanas acomodaban a su madre en otro lugar ya que la convivencia entre Federico y ella se había vuelto muy conflictiva y eso les hacía daño a ambos.
A la semana el centro psiquiátrico les avisó que ya podían pasar por Federico.
El frente legal de la lucha
Gladys Ariza Sosa, doctora en salud pública y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia (U de A), explica que existe varios mecanismos para exigir la debida atención en salud cuando se está vulnerando el derecho a esta, y que aplica tanto en casos de salud física como mental. En primera instancia, se puede presentar una PQRS en la IPS o EPS. De no ser suficiente, radicar una queja ante la Superintendencia Nacional de Salud, o en caso de que se requiera mayor prontitud, poner una acción de tutela. Si existió negligencia en la atención del servicio de salud y esto dejó secuelas en el paciente, se puede instaurar una demanda por responsabilidad civil, concluye Ariza Sosa.
Ariza expone además que hay bastantes tutelas por el hecho de que no se brindan los tratamientos adecuados y apropiados a las personas que lo requieren. Esto indica que “las normas existentes no se cumplen a cabalidad” y es que “cuando se hizo un análisis del cumplimiento de las metas de resultados de la dimensión de convivencia y salud mental del Plan Nacional de Salud Pública que recién terminó, se encontró que solo se ha cumplido el 27% en metas de resultados”, enfatiza Gladys.
Respecto a esta problemática, un estudio realizado por Dora Hernández y Cristian Sanmartín-Rueda de la Universidad de Antioquia en 2018, analiza, por medio de entrevistas a expertos en el tema, la paradoja que suscita la atención pública en salud mental, debido a que se fundamenta en el cumplimiento de los derechos humanos, pero en la práctica se encontró una primacía de lo administrativo, otorgando mayor relevancia a la rentabilidad financiera del sistema, que al cumplimiento efectivo de la atención a la salud mental de los pacientes.
“El mayor desarrollo se ha orientado hacia la calidad de los procesos administrativos y financieros, cuya implementación en muchas ocasiones no tiene en cuenta a la persona que solicita el servicio”, sentencia el estudio. Además, los 23 profesionales entrevistados por los autores del artículo concluyeron “los derechos humanos, enunciados en la Constitución Política y en la normatividad en general, en la práctica quedan supeditados al cumplimiento de requisitos administrativos que en su intención defienden intereses económicos particulares”.
Esto explicaría cifras como las presentadas por la Procuraduría en el Foro de Salud Mental en Colombia, en las que manifiesta que más del 50 por ciento de las EPS no atienden de forma integral a los usuarios como lo estipula la ley 1616 de 2013, representando los tratamientos integrales solo el 5 por ciento de la atención en salud mental. Asimismo, “la modalidad de contratación de manera integral en salud mental es una de las menos utilizadas, correspondiendo solo al 4 %, siendo otras las más utilizadas, por ejemplo, por evento, lo cual encarece los servicios y no garantiza la atención integral de los usuarios”, afirmó Diana Margarita Ojeda, procuradora delegada para la salud, la protección social y el trabajo decente.
De acuerdo con la doctora Ariza, en lo concerniente a las personas que conviven con un paciente psiquiátrico “tanto en la ley de Salud Mental como la Política de Salud Mental de nuestra red de salud pública se tiene en cuenta la dimensión colectiva de la salud mental, y se menciona por lo menos a los familiares y cuidadores. En el hecho de que tienen que garantizárseles el derecho a la participación social”, sin embargo, "esto no se ve reflejado en la práctica", termina por sentenciar Ariza.
Antonia llevaba semanas sin descansar bien, normalmente en las noches Federico no dormía, solía escuchar música y caminar por toda la casa. En algunas ocasiones conversaba solo y gritaba enojado, como si aquellas voces que decía oír lo molestaran todo el tiempo.
Una vez Antonia escuchó a Federico maldecir e insultar a alguien mientras se desplazaba por toda la casa pisando fuerte. Antonia asustada cerró la puerta de su habitación y se quedó sentada en la cama en compañía de sus perros.
Federico continuaba maldiciendo mientras tiraba al piso lo que estaba a su alcance. En un momento, Antonia temerosa se asomó al pasillo sin salir completamente de su habitación y le preguntó qué le sucedía.
—Nada, no te importa —respondió mientras miraba qué podía golpear.
Antonia se encerró nuevamente y llamó a Lucía para que la acompañara porque se sentía desprotegida estando sola con él.
A medida que pasaba el tiempo a Antonia le pesaba más la situación con su hermano, había desarrollado un miedo a estar en su casa sola con él, así que cuando volvía de la universidad se encerraba en su habitación y no salía hasta el día siguiente cuando nuevamente debía ir a clases, dejó de alimentarse bien y con el tiempo empezó a enfermar y desarrollar ideas suicidas.
Las personas que padecen una enfermedad mental son muy variadas, existen muchas patologías y síntomas en el espectro de la salud mental.
La cocina, un lugar importante en la rutina de cuidados de Federico, se había convertido en un lugar de riesgo para Antonia. Foto: Salomé Conde.
Historias particulares
Según apunta Juan Londoño, psiquiatra y docente de la Facultad de Medicina de la U de A, existen múltiples trastornos mentales y eso hace que cada condición tenga un patrón distinto. Hablando de los trastornos más graves y comunes, está la depresión, que se presenta como una dificultad para hacer las cosas, una frecuente baja motivación para realizar actividades, lo que genera dificultad para responder adecuadamente a las actividades laborales, familiares y sociales. Esta problemática se ahínca por el hecho que desde afuera puede percibirse como si la persona tuviera una actitud perezosa.
Están también los trastornos psicóticos, explica Londoño, que son aquellos en los que se afecta la relación con la realidad, como por ejemplo la esquizofrenia. Los síntomas principales de este trastorno son tener percepciones sobre estímulos que no están, sentir que le hablan cuando no hay ninguna voz o ver cosas cuando no hay ningún estímulo visual que las genere. También se presentan los delirios, ideas delirantes, que no son ciertas, pero que por alguna razón el cerebro las da por sentadas. Esto afecta al familiar, porque el paciente psiquiátrico puede creer que el familiar quiere hacerle daño, y es muy difícil, afirma el psiquiatra Londoño, porque, aunque el familiar o cuidador ve que no hay ninguna voz o nada, la persona tiene una incapacidad para reconocer que estos síntomas son simplemente productos de procesos mentales propios.
Se encuentra además el trastorno bipolar que se caracteriza por episodios depresivos, que son semanas enteras de estar triste, aburrido y con ganas de hacer nada, entre otros síntomas. O episodios de manía, que es cuando una persona tiene en vez de estar a bajo, es un aumento muy marcado del estado de ánimo.
Según Valentina Cardona, psicóloga con maestría clínica, las características principales en casi todas las condiciones mentales es la ausencia de sueño, sobrepasar las normas que le pone la familia, el componente delirante, la agresividad, que es lo que hace que las familias tomen una decisión diferente en el manejo del paciente y también el exceso de sueño en el caso de los trastornos del estado de ánimo. Menciona a su vez que en algunos casos no quieren salir de la casa ni de la habitación, se quedan encerrados y el autocuidado es deficiente.
Las familias no están preparadas para ver sufrir a un familiar, asevera Cardona, “es muy triste porque esta enfermedad no mata como un cáncer, sino que va consumiendo las relaciones familiares, se va convirtiendo en esa dinámica que pierde los lazos, porque el paciente usualmente se desconecta de la realidad familiar para vivir su propia realidad”.
En consecuencia, la convivencia con un paciente psiquiátrico puede ser causar el síndrome del cuidador cansado, afirma Valentina Cardona, el cuidador empieza a reflejar un agotamiento supremamente fuerte, la persona se enferma orgánicamente, no únicamente en el aspecto mental. “La familia con esa carga emocional al ver el cambio en la conducta del paciente, necesita indiscutiblemente una terapia individual o familiar, para identificar qué herramientas tienen que adquirir para el manejo de la mejor manera del paciente”, enfatiza.
Lamentablemente las EPS no brindan la orientación necesaria a los cuidadores permanentes, que requieren para comprender el diagnóstico del paciente psiquiátrico. “Desde las EPS se hace muy poco, si pides una cita con psicología te la dan a los tres meses y la otra tres meses después con otro terapeuta diferente, entonces no va a haber una continuad en ese proceso que es fundamental”, concluye la psicóloga.
Por esto mismo es importante que el familiar que está a cargo del paciente pueda contar con espacios a solas, que realice ejercicios y busque relaciones diferentes. Si se queda todo el tiempo con el paciente es dañino y perjudicial.
El psiquiatra Londoño, señala además que el cuidador puede tener afectaciones a su propia salud mental, dependiendo el caso, puede desarrollar trastornos depresivos, de ansiedad y empezar consumir sustancias como forma de escapar de la realidad que implica cuidar a este tipo de pacientes.
También sufren afectaciones desde el estigma que hay hacia las personas con trastornos mentales. Son prejuicios creados por los medios de comunicación o la forma en cómo fuimos criados, lo que crea una carga psicológica por el hecho de cuidar a alguien con estas circunstancias. Adicionalmente, el hecho de tener familiares con estas condiciones abre la posibilidad de una susceptibilidad heredada a los trastornos mentales. Que también pueden surgir si, además de lo anterior, hay un aumento de estrés físico o emocional, según afirma Londoño.
Hacía más de un año Antonia y sus hermanos habían perdido a su padre. Después de su muerte, Federico cayó en una depresión silenciosa que con los meses fue más evidente, dejó su tratamiento psiquiátrico y al tiempo presentó un brote psicótico que lo dejó con secuelas, desde ese momento nunca volvió a ser Fede, el que tanto Antonia amaba.
Desde pequeños lograron una conexión que, aunque no lo exteriorizaban en palabras, ambos sabían que no la tenían ni la iban a tener con alguien más. Fede la hacía sentir protegida y ella lo apoyaba en cada decisión que tomaba.
Durante la cuarentena obligatoria por la pandemia del COVID 19, Fede pasó por un episodio depresivo fuerte. En el lugar donde estaban pasando con su familia el aislamiento, él encontró una gatica huérfana, pero no tenía cómo costear los gastos que requería para que sobreviviera y su papá no estaba de acuerdo en se la quedara.
—Anto, tengo que contarte algo. La noche que encontré a Olivia había decidido suicidarme, pensaba hacerlo con una sobredosis de mi medicina psiquiátrica, pero luego escuché unos maullidos y la encontré sola y desprotegida y sentí que debía cuidarla, ella me devolvió las ganas de vivir —expresó Federico conmovido.
Antonia experimentó por primera vez uno de sus mayores miedos, sentir que podía perder a la persona que más amaba, porque, aunque llevaba tiempo diagnosticado psiquiátricamente, nunca había manifestado ideas suicidas.
—Tengo un dinero ahorrado, así que no importa si mi papá no quiere que la tengas, yo te daré todo el dinero que necesites para que la salves, ambos necesitan cuidarse —le manifestó Antonia mientras intentaba no quebrarse en llanto.
Fueron semanas en las que Fede se esforzó mucho para atender a Olivia, finalmente después de pasar los momentos más cruciales, la gata sobrevivió y se convirtió en uno de sus mayores apoyos emocionales, lo mismo él para ella.
Durante los primeros meses del duelo por la muerte de su padre, a Antonia principalmente la cuidó Fede, para ese momento no vivían con Lucía ni su madre. Él se encargaba de pagar las deudas, preguntarle cómo le había ido en la universidad todas las noches y acompañarla cuando debía trasnochar haciendo una entrega. También la acompañó en sus episodios depresivos mientras se acostumbraba a la ausencia del papá y veía, aunque no le gustaba mucho, una novela argentina junto a ella solo por compartir a su lado.
Un día sentado en un andén en el parque de El Poblado y con trago encima, Fede lloró a su padre, algo que no hacía en meses porque no sabía cómo afrontar el duelo.
—Tú para mí eres un diamante que debo cuidar —le dijo a Antonia.
Ella solo sonrió un poco sonrojada.
—Me conmovió algo que me dijiste hace días, dijiste que yo era como tu papá y mamá ahora que ellos ya no están —lo dijo con la voz quebrada a punto de llorar.
—Lo eres, Fede. Eres quien me protege —expresó Antonia tímidamente. Lo abrazó para sostener su llanto y Fede le dijo cuánto la amaba y que por ella hacía lo que fuera con tal de que estuviera bien. Esa noche fue la última vez que Antonia logró tener una conversación de ese tipo con su hermano estando completamente consciente.
Meses después de que Federico fue dado de alta del centro psiquiátrico, la relación con Antonia se había convertido en algo imposible y muy peligroso para ambos. No podían contar con la ayuda del servicio público y la opción privada era demasiado costosa. Luego de revisar varias alternativas con la ayuda de su tía, Antonia y Lucía encontraron la Fundación Hogar la Villa, un lugar de reposo para pacientes psiquiátricos, que ofrecía un tratamiento más humano y a menor costo. Decidieron organizar una rifa de beneficencia para recaudar fondos y poder internarlo el tiempo que se requiriera.
Llevaban dos semanas sin verlo, Lucía y Antonia fueron a visitarlo en compañía de su tía paterna. Cuando entraron a la fundación, Federico las alcanzó a ver desde una mesa en la que se encontraba sentado, así que bajó una pequeña loma y se dirigió a abrazarlas.
La tía sacó del carro un pequeño guacal donde estaba Olivia.
—Mira hijo, te trajimos a tu gatita para que te acompañe el tiempo que estés acá —dijo sonriendo.
—¡Olivia! Gracias, en serio —expresaba mientras abrazaba el guacal.
Se dirigieron a su habitación y le ayudaron a ubicar a la gata y a guardar una ropa que les había faltado empacar cuando lo internaron en el lugar de reposo. Estuvieron compartiendo junto a él alrededor de una hora y media hasta que la enfermera les avisó que ya era la hora del almuerzo, por lo que el tiempo de la visita había terminado.
Cuando ya estaban en el portón de la finca, Federico se despidió con un abrazo.
—¿Cuánto tiempo estaré acá? —mencionó mirando a la tía.
—No sé hijo, eso depende de lo que digan las doctoras y cómo evoluciones, te quiero ver sano y fuerte —le dijo de forma animada mientras le daba un abrazo.
—Fede, el próximo sábado que volvamos te voy a traer un lienzo y tus óleos para que pintes estos paisajes tan lindos que hay acá —dijo Antonia mientras le daba el abrazo de despedida.
Mientras el carro avanzaba, desde la ventana Antonia podía ver a Federico subiendo la loma para volver a aquella mesa donde lo vio al llegar. Volteó la mirada y lanzó una pequeña sonrisa dentro de sí, porque después de tantos meses de angustia, la vida le había devuelto algo que creía haber perdido, esperanza.
El Hogar La Villa alberga no solo a Federico, sino las esperanzas de sus cuidadoras en torno a una mejor calidad de vida. Foto: Salomé Conde.
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