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  • Bladimir Gutiérrez / jhon.gutierrez@upb.edu.co

En Mutatá está la paz del viejo frente 58

En Antioquia existen oficialmente cuatro Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), ubicados en los municipios de Dabeiba, Remedios, Ituango y Anorí. Allí, miles de exguerrilleros de las Farc, igual millones de compatriotas, conservan la esperanza de vivir en paz. Al tiempo, muchos antioqueños ignoramos que algunos excombatientes no están en esos espacios, no porque se hayan integrado a las llamadas disidencias o sean desertores del proceso, sino porque el posconflicto los ha puesto en otros rumbos.


Este es el caserío que se ha construido en Mutatá con los aportes y el trabajo de los antiguos miembros e las Farc que se sobrepusieron a los incumplimientos del Gobierno para hacer la paz. Foto Bladimir Gutiérrez.


Arranca el viaje, se quedan los rencores, una y otra vez

Urrao y Mutatá son dos de los municipios que informalmente albergan a quienes decidieron dejar las armas tras los acuerdos en La Habana y buscan alguna seguridad en estas áreas, porque no han sentido que se hagan efectivas las garantías acordadas con el Gobierno.


En la Vereda San José de León de Mutatá, hay un caserío que alberga a más de treinta familias conformadas por antiguos integrantes del frente 58 de las Farc. Antes, estas personas se encontraban en el ETCR del sector de Gallo, en Tierralta, Córdoba. Allí se mantuvieron con la promesa de que les adjudicarían terrenos para la producción agrícola. Luego, recibieron la noticia de que esa entrega no sería posible por problemas legales de los predios pretendidos en la zona. Como respuesta, propusieron comenzar un proyecto de producción piscícola, lo que tampoco se concretó.


Ante esta serie de incumplimientos, Rubén Cano o “Manteco”, como era conocido quien hasta el proceso de paz era el comandante del frente 58, le propuso a su grupo desplazarse hasta el municipio de Mutatá y buscar allí un nuevo proyecto de vida. “Me quedó fácil decirle a la gente, aquí no hay nada qué hacer, el Gobierno no nos va a dar ni nos va a dejar trabajar. Si queremos seguir con el proceso de paz y queremos sacar algunos proyectos, vámonos de acá”, recuerda Cano que con esas palabras se dirigió al grupo de exguerrilleros que lo habían acompañado durante muchos años.


Así lo hicieron. Desde Córdoba llegaron al Urabá antioqueño con las pocas cosas y animales que tenían. La llegada no fue fácil. Se tuvieron que instalar en los potreros de una finca, en la que el dueño del lugar les permitió quedarse mientras se solucionaba su situación y la estadía se prolongó por tres meses.


Antes llegar a la zona, el comandante Cano había conversado el alquiler de una tierra para producir y el Gobierno, al ver que este gran número de guerrilleros se había desplazado hasta esa zona, les ofreció una compra de tierras, lo que de nuevo se quedó en procesos y palabras. Ante la situación, un campesino de la zona ofreció venderles una tierra, negocio que pudo cerrarse gracias a un dinero que aportó cada combatiente de la mesada que recibía del Gobierno.


Según los mismos exguerrilleros, era un terreno que no estaba en las mejores condiciones de habitabilidad, pero se hizo un loteo equitativo y cada familia se apropió del lugar que desde ese momento sería su casa. Con el tiempo, han construido sus viviendas, emprendido diferentes procesos productivos y formado una comunidad que quiere vivir en paz, como explican algunos de los nuevos habitantes.


Hogar es…


El nuevo caserío es un espacio tranquilo, rodeado de bosques verdes que aromatizan el aire y cruzado por una carretera construida por la comunidad que se percibe contenta de ejercer la hospitalidad con sus visitantes a quienes muestran cómo se han organizado para criar peces y gallinas ponedoras, para obtener recursos en colectivo.


Siembran, construyen, como el grupo que no han dejado de ser, pero que se adapta a nuevas formas de vida: juega fútbol en una cancha adecuada para ello, tiene un parque infantil donde los niños juegan y se ve gente conversando, compartiendo, jugando billar y trabajando hasta bien entrada la noche. Van de compras hasta la zona urbana a buscar lo necesario, acuden al hospital y, en cosas como la salud, por ejemplo, les ha tocado adaptarse a la forma en que se hacen las cosas en la vida civil.



La carretera principal del caserío es producto de un convite y la financiación comunitaria.

Foto:Bladimir Gutiérrez.


Adriana, una mujer que fue guerrillera por más de 25 años, comenta cómo le sorprendió el sistema de salud en Colombia, pues ella pensaba que al ir a un centro asistencial recibiría atención inmediata, pero se dio cuenta que esto no era así, que es largo el proceso, que hay que hacer fila y sacar copias. Que casi siempre es con cita previa y mucho tiempo después de lo que un paciente necesita.


En el caserío del antiguo frente 58 hay un pequeño espacio en el que concurren adultos a estudiar Matemáticas, Español, Inglés y Ciencias Naturales, en clases para las que tienen el apoyo de una universidad. Los cerca de veinte niños reciben sus clases en una carpa acondicionada como salón, con una profesora provista por la Diócesis de Apartadó.


Perros, gatos, gallinas y guaguas hacen parte de la vida doméstica. Casi todas las viviendas tienen pequeños estanques en su patio trasero y de allí se saca pescado para la venta.


De comandante a líder comunitario

El liderazgo permanece. Es fácil ver a Rubén Cano involucrado en sus tareas agrícolas y, al tiempo, en cada tarea comunitaria que surge, con las botas puestas, arreglando aquí y solucionando allá. Todos cuentan con él y lo buscan cuando hay un problema, un enfermo, un herido en un accidente o algo parecido. Cano afirma que su tarea es tener unido a su grupo y no dejarlos desertar o tomar otros caminos. Reconoce que la vía de las armas no fue tan efectiva ni para ellos ni para el Estado y afirma que en esta guerra los que murieron, de ambos lados, fueron los hijos de los más pobres de este país.


Las diligencias asociadas a los procesos judiciales por los que deben responder, hacne parte de la rutina. Una mañana, siete personas, incluido el excomandante, se dirigían a una audiencia ante la Jurisdicción Especial de Paz. Según Cano, no desconocen sus responsabilidades en el conflicto y afirman estar dispuestos a responder y a seguir apostándole a la paz. El excomandante afirma que haber entregado las armas fue el paso más significativo para que Colombia creyera en su voluntad, esa misma que los hizo trasladarse, permanecer en el proceso y empezar de cero sin muchas garantías.


Al que todavía algunos llaman Manteco, le llega el recuerdo del momento en que con su grupo quiso llegar al Urabá: se dijo que no sabían de su paradero y hasta que se habían incorporado a las disidencias. Mientras tanto ellos llegaban a Mutatá incluso en compañía de agentes del Estado. Cano explica: “Si yo hubiera sido más irresponsable con el proceso de paz, no le hubiera dicho nada a la gente. Yo me abro, no le digo nada a la gente, ‘sálvese quien pueda’, pero una forma de mantener a la gente unida, es esta, con el líder diciéndole ‘hay que hacer’, por el bien de nosotros, del país”.




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